EN CASSAGNABÈRE
AL tomar el camino de Saint-Girons se encontraron con un señor viejo, muy peripuesto, que iba por la carretera esquivando los charcos apoyándose en un bastón.
—Vamos a llevarle a ese pobre hombre —dijo Hugo.
Le invitaron a subir al carricoche.
El viejo les dio las gracias y les preguntó a qué habían ido al Couserans.
Hugo le dijo que querían averiguar el origen y el nacimiento del conde de España.
—¿El conde de España? ¿El que ha sido capitán general de Cataluña?
—Sí; el mismo.
—Ese ha nacido en Cassagnabère.
—¿Está usted seguro?
—Eso se ha dicho siempre. En Cassagnabère así se asegura. Si pasan ustedes por allá, todo el mundo les dirá eso.
—Habrá que ir —aseguró Hugo.
—Iremos.
Dejaron al viejo currutaco en una aldea antes de Saint-Girons, y ellos marcharon a dormir a la fonda de este pueblo.
Al día siguiente, muy de mañana, salieron; fueron a Boussens y tomaron el camino de Aurignac. El día estaba nublado, con alternativas de lluvia y buen tiempo. Pasaron Aurignac, con una fortaleza con una torre antigua; cruzaron hermosos bosques y llegaron a Cassagnabère, pueblo de unas ochenta casas, cerca de un arroyo.
Preguntaron al fondista si había oído hablar del conde de España, y el fondista les dijo que su padre solía hablar de él. Fueron a verle al padre, un señor viejo que estaba en la cocina, y este les dijo que sí, que el conde de España había nacido en Cassagnabère, y que había poseído tierras en L’Isle-en-Dodon, y que dos españoles que tenían una tienda de antigüedades en la rue Tolosane, en Tolosa, guardaban documentos sobre él.
Después de comer, Hugo y Max tomaron el camino de Toulouse por Saint-Julien, vieron el gran castillo del Renacimiento de Saint-Elix y, como se les hacía de noche, se detuvieron en Muret.
En este pueblo cenaron en una fonda pequeña entre tres puertas, las tres abiertas, una a la entrada, otra a una especie de café, y la tercera a la cocina. Estando allí se pusieron a conversar con un fabricante de tejas que vivía en L’Isle-en-Dodon; pero no sabía nada del conde de España ni, al parecer, quedaba en el pueblo rastro de él.