EL SACRISTÁN DE SAINT-LIZIER
FUERON a una fonda de la plaza de Saint-Girons. Nada, ningún dato sobre el conde de España. A un cura que vieron en el hotel le saludó Max para preguntarle si sabía de alguna persona aficionada a la historia en el pueblo. El cura dijo que en SaintLizier quedaban más recuerdos y que quizá allí habría algún erudito.
Como Saint Lizier se encontraba a un paso, fueron por la mañana antes de comer.
Saint-Lizier, capital de la comarca de Couserans, es una pequeña ciudad muy curiosa, de mucho aspecto.
Se encuentra en un alto, en la vertiente de una colina. Hay en ella una iglesia, antigua sede, un palacio episcopal blanco y grande, que sirve de manicomio, y una serie de murallas romanas y visigodas con viejos cubos y torreones. El río Salat, bastante ancho, corre lamiendo la base del altozano, y, como todas las aves de los Pirineos, ofrece un color verde blanquecino.
—Debían de ser curiosos estos pueblos pequeños —dijo Hugo—, con un señor feudal que poseía todas las tierras y con un obispo que se llevaba cincuenta o sesenta mil francos al año.
—Los demás vivirían en la miseria, en chozas, comiendo pan negro —añadió Max.
Subieron hasta Saint-Lizier, y en la iglesia encontraron al sacristán en el momento de cerrar las puertas. El sacristán sabía algo de la historia del pueblo, sobre todo de los restos romanos encontrados en él. Indudablemente, los vizcondes de Couserans habitaron allí.
A media legua de Saint-Girons, en Eycheil, donde brotaba una fuente milagrosa, la fuente de la Rodilla, en la confluencia del Salat y del Nert, se hallaban las ruinas del castillo de Matrac de Encortieg o Encourtiech, corte antigua de los vizcondes de Couserans. De tal castillo no quedaban más que unos torreones y una puerta. También el sacristán sabía que en Salies-du-Salat, en un castillo de los condes de Comminges, se decía que había existido un taller de monedas. Contó igualmente que en este pueblo vivía por entonces un señor viejo, militar retirado, que pretendía ser un Comminges. El viejo militar quería volver a las costumbres antiguas, naturalmente sin conseguirlo, y reñía constantemente con el alcalde y con el sacristán por cuestiones de ceremonia en la iglesia, por quién se debía sentar antes, qué lugar le correspondía en el coro, etc.
En lo referente al castillo de Salies-du-Salat, no quedaba ningún recuerdo, ni se sabía quiénes lo habían habitado últimamente.
Bajaron Hugo y Max a la carretera y fueron a comer a Saint Girons con la idea de seguir después hasta Castillon en Couserans.
En Saint-Girons fueron a una fonda grande y antigua, en la plaza. Delante se veía una diligencia y varios coches. Entre ellos dejaron Max y Hugo el suyo. Debía de ser día de mercado, porque abundaban los puestos al aire libre y en los arcos de la plaza.