LEGITIMISTAS
LA primera visita que hicieron en Tolosa Max y Hugo fue a casa del vizconde de Boisset. No le vieron. Estaba por entonces en Albi.
Fueron después a casa del conde de Pins.
El conde de Pins, francés elegante y estirado, vestido de redingot, con el cuello muy alto y la corbata apretada en el cuello, hablaba más en parisiense que en tolosano.
El conde de Pins era pariente, según se decía, del conde de España. Se hallaba separado de su mujer. Ella vivía en la calle de Laviguerie, número 4; él se había ido al hotel de Francia, en la plaza de San Esteban.
El conde se mostró muy reservado. Dijo que no daría resultado una recomendación suya para el conde de España, pues el conde, hombre de un carácter muy entero, no atendía a las recomendaciones.
—¿Él es de Saint-Girons? —preguntó Max.
—Sí; creo que sí.
—Porque mi familia procede de allí y es algo pariente.
—No le diga usted si le ve que es su pariente. Eso no le serviría de nada.
Una de las cartas de Aviraneta era para Juan Carrere, agente carlista a quien fueron a visitar.
Según Carrere, ya no se trabajaba en Toulouse a favor del carlismo; quizá el nuevo agente, Tomás Aladern, y el marqués de Puyraloque hicieron algo en los últimos meses; pero Aladern quedó desterrado, y al marqués de Puyraloque le advirtieron que le pasaría lo mismo si insistía.
Fueron a ver a Puyraloque, un señor ya viejo y decorativo.
El señor Puyraloque dijo que él trabajó en su tiempo lo que pudo en favor del carlismo; pero desde el duelo de D’Aguilar y Baudeau se extremó la severidad con los legitimistas y con los republicanos de tal modo, que les imposibilitó la acción.
Ni Hugo ni Max se hallaban enterados de lo pasado en este duelo.
Al parecer, un joven Baudeau, hijo de un abogado liberal de Toulouse, escribió una comedia satírica en donde se vieron alusiones burlonas a los legitimistas. Entonces otro joven, D’Aguilar, hijo de una familia aristocrática de origen español, contestó con un artículo violento en un periódico literario titulado El Gascón. El padre de D’Aguilar estuvo en España al servicio del rey José, y el abuelo fue alcalde de Perpiñán durante la Revolución. El joven Baudeau envió los padrinos, considerándose ofendido, a D’Aguilar y se concertó un desafío a pistola, en el cual Baudeau dejó muerto a D’Aguilar.
El entierro fue una manifestación de duelo del partido legitimista.
Con motivo del entierro, la policía hizo indagaciones y vino a coger los hilos de una sociedad realista, los Caballeros de la Fidelidad, y al mismo tiempo encontró en Tolosa varias logias carbonarias.
Desde que comenzaron las investigaciones policíacas, el conde y la condesa Raymond dejaron Tolosa y su casa de la rue d’Arquier para trasladarse a París.
El conde y la condesa Raymond se emplearon en la policía de la Corte, con Mad D’Arzón, su hermana.
Puyraloque les dijo a Hugo y a Max que podían dirigirse al conde Raymond, que habitaba en la rue Grammont, 26, en París.
Se decía que tales aristócratas servían de unión entre el Priorato director de París y el Gran Priorato legitimista de Toulouse. Puyraloque no lo sabía. A él no le gustaba la política de las congregaciones y no creía que estas cosas se debían debatir en las sacristías.
Fueron Hugo y Max también a Albi a visitar al vizconde De Boisset. El vizconde, legitimista exaltado, trabajó por la causa de don Carlos y tuvo su centro de acción en Narbona y en la frontera de España. Por entonces estaba un tanto apartado de la política. El vizconde se mostró expansivo y les acompañó a ver la magnífica catedral del pueblo.
El vizconde les dijo que consideraba al carlismo como impotente para vencer. El partido de la Reina Cristina no podía triunfar por completo y probablemente la guerra en España terminaría por una transacción.
Cuando le hablaron de la genealogía del conde de España, el vizconde les dijo que un amigo erudito y aficionado a los estudios históricos quizá les podría dar alguna luz sobre el asunto.
El amigo del vizconde vivía en una casa antigua, un palacio de ladrillo, que daba por la parte de atrás al río, por una galería en arcos. El zaguán, grande, con baldosas; la escalera, ya vieja, con las paredes descascarilladas, le daban el aspecto de una casa del Mediodía un tanto confusa y destartalada.
Al lado de la galería y con unos balcones a ella, estaba la biblioteca, un poco descuidada, con dos estufas en el centro y con quince o veinte mil volúmenes en los estantes. Casi todos los libros se referían a historia de herejías, brujerías, alquimia y ciencias ocultas.
En una habitación próxima se veía un cuarto de alquimista o de mago: el hornillo, los alambiques, retortas, matraces y el cocodrilo disecado en el techo.
El amigo del vizconde, viejo, enclenque y torcido, de barbas blancas y deshilachadas, con la nariz afilada y roja, con su gorro negro, hablaba con voz aflautada un francés meridional y sin sonidos nasales, mirando por encima de los anteojos. Manifestaba gran entusiasmo por la brujería. En aquel momento restauraba un libro pequeño del siglo XVI, llamado Marguerites, de les marguerites des princesses de Navarre. Trataba al libro con un cuidado exquisito.
Aquel señor vivía en una casa arreglada para sus necesidades, sin hacer caso del aspecto exterior. Desde su galería se veía el Tarn, que pasaba con sus aguas verdosas.
Hugo y Max le preguntaron sobre la genealogía del conde de España y le explicaron sus dudas. Él dijo que no poseía dato particular alguno. El ser descendiente de las casas de Comminges, de Couserans y de Foix era muy vago, casi un lugar común de muchas familias aristocráticas del mediodía de Francia que pretendían un origen real. El viejo erudito recomendó a los dos jóvenes que fueran a la comarca del Couserans, donde quizá encontrarían algunas huellas de la familia del conde.