8

Cuando llegué a mi casa, Phillip ya había vuelto y estaba más que dispuesto a ayudar a descargar las bolsas de comida (y así comprobar que había comprado lo que él quería comer). En el supermercado, mientras compraba a toda prisa, había visto prácticamente a la mitad de las personas que conocía, y todas parecían tan despistadas como yo. No obstante, los nervios y las prisas no consiguieron que me olvidara de comprar algunos aperitivos y golosinas.

Le dije a Phillip que tendría que ayudarme a cocinar y él lanzó una mirada nostálgica al televisor antes de decir que estaba de acuerdo.

—¿Qué tal tu almuerzo con Robin? —le pregunté.

—Comimos sándwiches de jamón —contestó Phillip, algo que no era exactamente la información que estaba esperando—. Es muy guay —añadió Phillip casi de mala gana después de que yo guardara el contenido de una bolsa—. Tuvimos una larga conversación sobre todo tipo de cosas. Lo único absurdo de él es su nombre.

—Me alegro de que os llevéis bien —repuse. Tenía mucha curiosidad por escuchar la versión de Robin sobre su conversación.

—¿Vas a casarte con él?

Fingir que nunca había pensado en ello sonaría ridículamente increíble para cualquiera que me conociera.

—Si me lo pide, me lo pensaré —contesté.

—Se lo podrías pedir tú.

Mmm.

—No —repliqué—. Creo que no podría hacerlo. —Aunque yo era una liberal radical en comparación con el cincuenta por ciento de las personas que conocía en Lawrenceton, sabía que pedirle matrimonio a Robin iba mucho más allá de mi capacidad, por mucho que ahora fuera una Mujer Engreída.

—Gallina —dijo Phillip con cariño.

—Sí —reconocí—. Esa soy yo. Ah, por cierto, la noche del lunes encontré el recibo de una gasolinera en el suelo. ¿Paró tu amiga a repostar de camino a Lawrenceton?

Su rostro se puso rojo solo de mencionarlo.

—No —contestó—. Paramos a poner gasolina en Rome. Cogí un autobús hasta Lawrenceton. ¿No te acuerdas?

Phillip no tenía ninguna razón para mentir, y además no había conocido a Poppy. Tenía suficiente información como para sacarlo de mi lista de candidatos. Y si bien Emma había reducido esa lista, era necesario que hablara con las otras personas que podrían haber tirado el tique. Quería escuchar de sus bocas la versión de la historia.

Abrí la nevera y apreté la pechuga de pavo con un dedo ansioso. Estaba casi descongelada. Saqué el paquete de masa quebrada ya preparada para que se pusiera a temperatura ambiente, después cogí las nueces pecanas del congelador para hacer la tarta de nuez. A mi hermano pequeño le di una receta para el pastel de calabaza y una lata de calabaza.

—Mete todo esto allí —le pedí. Cogí todo lo necesario del armario de cocina y lo agrupé en la encimera. Saqué mi pequeña batidora eléctrica y un cuenco para mezclar y los puse junto a los ingredientes a utilizar—. Allá vamos —dije con energía. Encendí mis dos hornos, cogí de un tirón dos moldes circulares de uno de los armarios, y coloqué la masa quebrada en ellos. A continuación, preparé rápidamente la tarta de nueces.

Phillip trabajaba un poco más lento, pero una vez supo dónde estaban las cucharas, las tazas medidoras y todo lo demás, hizo un trabajo encomiable preparando el relleno de calabaza.

Dado que venía la madre de Robin, me sentí obligada a seguir el ejemplo de Lizanne y hacer mi propia salsa de arándanos. Como es la cosa más fácil del mundo, la preparé mientras se horneaban la tarta y el pastel. Phillip me hizo el favor de pasar la aspiradora mientras yo trituraba los boniatos con el robot de cocina y preparaba otra tarta con ellos. Decidí que una vez estuviera acabada, podríamos descansar. Cada uno de los platos y cubiertos fue a parar al lavavajillas, lo puse en marcha y, a continuación, Phillip y yo vimos un estúpido programa concurso en la televisión. Competimos entre nosotros para ver quién gritaba antes la respuesta y acabamos pasando un rato muy agradable.

Pedí comida china (en Lawrenceton nos considerábamos a la última por tener un restaurante de comida china a domicilio) y aunque ya era tarde para cenar, me sentía relajada. La casa tenía buen aspecto, había avanzado en la cocina y, sobre todo, era evidente que mi hermano no podía estar involucrado de ninguna manera en la muerte de Poppy.

Al día siguiente, conocería a la madre de Robin. Aunque estaba un poco preocupada por eso, me dije que Robin había hablado con tanto amor de ella que no podía ser demasiado terrible… Además, después de todo yo era una mujer adulta, casada y viuda, desde hacía ya muchos años.

Justo cuando me estaba sintiendo moderadamente llena de satisfacción, sonó el teléfono. Me acerqué a la mesita junto a mi sillón y le hice un gesto a Phillip para que bajara el volumen de la televisión. Contesté.

—Aurora —dijo mi madre.

—Hola, mamá. ¿Qué tal van las cosas en tu casa?

—John está bastante bien —contestó, dándome la noticia más importante primero—. No han detenido a John David, gracias a Dios. Melinda ha llamado. Él ha pasado por su casa, le ha asegurado a Melinda que se llevaba al bebé y que pasarían la noche en un hotel. Dijo que ya había causado suficientes problemas a la gente y que debía pasar algún tiempo con su hijo.

Aparté el teléfono y lo miré boquiabierta. ¿Acabarían algún día las sorpresas?

—Es increíble —repuse, dándome cuenta finalmente de que tenía que decir algo.

—Sí —asintió un poco seca—. Eso mismo pensé yo.

—¿Podéis venir mañana John y tú a tomar una copa de vino con Phillip, Robin y la madre de Robin?

—¿Su madre? ¿Está su madre en el pueblo? —Mamá estaba sorprendida, pero de agotamiento—. ¡Ay, Señor, deberías habérmelo dicho!

—Sí, está en el apartamento de Robin ahora mismo. Mañana vendrá a la comida de Acción de Gracias. —Yo sabía que, en ese momento, mi madre tenía demasiada carga sobre sus hombros, pero me hizo ilusión ver que volvía a un estado algo más parecido al normal—. ¿Qué hacéis tú y John? Si queréis venir aquí a comer, voy a tener un montón de comida preparada. ¿Os ha contado John David qué planes tiene? ¿Debo invitarlo? —Tres adultos adicionales empezaba a ser demasiado, pero podría apañarme. Había supuesto que John David se quedaría con John y mi madre y al menos comerían juntos, ya que celebrar algo resultaría imposible.

—Por supuesto que John y yo iremos a tomar una copa de vino y a conocer a la madre de Robin. Pero no creo que estemos para un almuerzo festivo. Mañana comeremos lo que haya en la nevera; no he podido reunir fuerzas para nada más. Creo que tenemos suficiente comida aquí para dos semanas, y de hecho tenemos una pechuga de pavo ahumado y jamón. John David vendrá por aquí. ¿A qué hora querrías que nos pasásemos?

Yo había planeado servir la comida a la una, por lo que quedamos en que vendrían a las tres. Le dije a mi madre que yo misma llamaría a John David a su hotel para, al menos, invitarlo a venir y comer (a pesar de que, secretamente, esperaba con todas mis fuerzas que rechazara mi oferta). Me acordé de que tenía una pregunta más para mi madre antes de colgar.

—¿Ha dicho algo John David, que le haya oído a la policía, sobre cuándo estará disponible el cuerpo de Poppy para enterrarlo?

—Al parecer en Atlanta están hasta arriba, así que no será hasta el lunes como muy pronto.

—Oh, vaya. —Aunque en cierto modo era un alivio que el funeral de Poppy no tuviera lugar en los próximos dos días. No quería pensar en por qué estaban hasta arriba en Atlanta.

—Estoy muy contenta de que los Wynn hayan decidido volver a su casa —continuó mamá—. Al parecer habían dejado cosas a medias al tener que venirse aquí a toda prisa. Será mucho mejor si solo regresan para el funeral. Creo que contaban con encargarse ellos de los detalles del funeral. John David les ha pillado por sorpresa al decirles que lo haría él.

—¿Los Wynn se van? ¿Dónde están ahora? —De hecho, me había olvidado de los Wynn, y para mi vergüenza, me di cuenta de que nunca habían estado incluidos en mis planes de Acción de Gracias. Me llevé el teléfono inalámbrico a la puerta de la habitación que los padres de Poppy habían estado usando y miré dentro. Sus cosas estaban todavía allí. Mmm.

—¿Por qué? No lo sé. —Mi madre parecía sorprendida—. ¿No están…? ¿No han ido a tu casa a coger sus maletas?

—No —contesté, los nervios hacían que mi voz fuese más aguda—. No los he visto desde anoche.

—Hablé con ellos sobre las cuatro de hoy —dijo mi madre—, y me dijeron que se marchaban. ¿Dónde crees que podrían estar?

—No lo sé. —Durante un instante tuve el vergonzoso e irritable deseo de que alguien hiciese lo que debería estar haciendo: lo predecible. No llevo nada bien los trastornos prolongados—. ¿Tienen todavía algún buen amigo en Lawrenceton?

—Bueno, ya sabes, ni siquiera tenían muchos amigos cuando vivían aquí.

Eso era cierto, aunque yo nunca me lo había planteado así. Los Wynn, altos, delgados y agresivamente sanos, inteligentes y elocuentes, nunca habían sido la pareja pastoral más popular del pueblo. El grupo de jóvenes de la iglesia, en cambio, sí que había sido popular, ya que Marvin Wynn, poco hábil con su propia hija, era un genio con los hijos de los demás.

Suspiré, tratando de apuntar el suspiro lejos del teléfono. Todo lo que quería hacer era irme a la cama. Pero tenía que localizar a mis invitados y aliviar a mi madre de su ansiedad.

—Voy a hacer unas cuantas llamadas —le dije—. Te llamo más tarde. Quizá estén con John David, jugando con el bebé. ¿En qué hotel está?

Llamé al Lawrenceton Best Western. John David contestó.

—¿Los padres de Poppy no te han dejado las llaves de mi casa? —John David sonaba cansado y en shock. Podía oír el llanto del bebé de fondo—. Querían coger algo que había pertenecido a la familia para llevárselo a su casa… Algo de la madre de Sandy. Les dije que no tenía ni idea de dónde estaba y que sería mejor que fueran a casa y lo buscaran. Se suponía que te iban a dejar a ti mis llaves.

—¿Hace cuánto tiempo fue eso?

—Hace horas. Pensaba que ya estarían de vuelta en su urbanización desde hace tiempo.

—Creo que voy a ir a tu casa a echar un vistazo —le dije. Era la última cosa en el mundo que me apetecía, pero había que hacerlo.

—Sí, por favor. —Hubo una larga pausa. John David añadió—: No sé qué pueden estar haciendo en nuestra casa durante tanto tiempo. Poppy siempre tuvo una relación muy tensa con sus padres. Te agradecería mucho si pudieras ir. La verdad es que no tengo humor para tratar con ellos esta noche. Este pequeñín echa de menos a Poppy. —Sabía que mi hermanastro estaba refiriéndose a Chase, pero creo que también estaba hablando de sí mismo.

Era una noche negra como el betún. Además, ignoraba lo que me iba a encontrar en la casa de Swanson Lane. Quería que alguien me acompañase, preferiblemente alguien más grande que yo, o por lo menos bien armado. Mi padre y su mujer me matarían si me llevaba a Phillip a un lugar donde pudiera sufrir cualquier mala experiencia. Robin tenía a su madre en casa y odiaba robárselo a ella mientras estaban juntos, además, no daría buena impresión, ¿verdad? ¿Pedirle a Robin que viniera a ayudarme estando su madre de visita? No. Llamar a la policía parecía un poco exagerado. Pensé en Ángel o Shelby Youngblood, quienes solían trabajar para Martin y para mí, pero me acordé de que se habían ido a Florida. Eso dejaba solo una posibilidad en mi lista. De mala gana llamé a Bryan Pascoe. Al menos era mejor que llamar a Arthur. ¿Por qué llamé a un hombre? Políticamente incorrecto, ¿verdad? La respuesta es: porque tenía miedo, por eso. Y pensé que Melinda estaría ocupada con sus hijos. Y no me gustaba Avery.

Bryan, para mi gran consternación, se mostró encantado de tener noticias mías. Estaba dispuesto a ir a la casa de Poppy y a que nos viéramos allí.

Phillip, absorto en su programa de televisión, me hizo un gesto con la mano cuando me fui. Me llevó solo cinco minutos llegar a la casa de Poppy y John David, pero el abogado ya me estaba esperando. Bryan llevaba unos vaqueros y un jersey, atuendo que para él suponía estar realmente relajado.

Le pedí disculpas de nuevo por sacarlo de su casa a esas horas de la noche.

—No hay problema —me aseguró—. Soy abogado las veinticuatro horas. Además, todo lo que tenía que hacer era sentarme a ver un DVD de Buffy, cazavampiros.

Para mi propia sorpresa, solté una carcajada.

—¿Qué vas a hacer por Acción de Gracias? —le pregunté, solo para posponer subir la acera y entrar en la casa. Efectivamente, la casa no estaba a oscuras. Debería haberlo estado. Sandy y Marvin Wynn, aparentemente, seguían ahí. ¿Qué demonios estaban haciendo?

—Voy a cenar con mi madre en la residencia de ancianos —dijo Bryan.

Una vez más me quedé sorprendida. En cierta manera, me costaba imaginar a Bryan con su madre.

—¿Tu padre ya no está? —le pregunté.

—Vive en Atlanta, con su segunda esposa, una mujer muy guapa que conoció en su residencia. Él y mi madre llevan divorciados más o menos veinte años.

—Y él se volvió a casar. Supongo que nunca se es demasiado viejo para el amor.

—Definitivamente no —dijo Bryan—. Pero, ¿qué estamos haciendo aquí?

—Los Wynn están en la casa. Pidieron prestadas las llaves a John David. Se suponía que iban a ir a mi casa a por las maletas antes de volverse a su urbanización. Le dijeron a mi madre que regresarían cuando el funeral estuviera definitivamente programado. También le dijeron a John David que querían recuperar algo de la madre de Sandy, una reliquia familiar que tenía Poppy. No creo que él preguntara (ni que le importara) en qué consistía. Ellos han permanecido ahí dentro mucho más tiempo del que podrían necesitar. Y estamos casi seguros de que Sandy anduvo por las inmediaciones la mañana en la que Poppy fue asesinada.

Bryan lo consideró durante un minuto.

—Y esto quiere decir que… ¿estoy aquí como el abogado de John David o como tu guardaespaldas?

Le sonreí de nuevo, aunque no sé si pudo verlo en la penumbra. Poppy y John David vivían en el medio de la manzana, y las farolas de las esquinas prácticamente no iluminaban su patio.

—Un poco de ambas cosas —le contesté—. Estoy preocupada por ellos. Pero si están bien, mi plan es enfadarme. Llevan aquí demasiado tiempo. —Respiré hondo—. Pero sobre todo, resulta de lo más extraño y deberíamos investigarlo. John David me pidió que hiciera eso por él.

—Claro como el agua —dijo Bryan.

Subimos los peldaños de baldosa hasta la puerta principal y tras un momento de vacilación, la abrí sin llamar. Después de todo, no era la casa de los Wynn.

Bryan cerró la puerta detrás de nosotros y nos quedamos en la entrada al pie de las escaleras que conducían a los dormitorios, tratando de encontrarle sentido a lo que vimos. Marvin Wynn estaba agachado junto al escritorio con tapa abatible de Poppy en la pequeña habitación a la derecha de las escaleras, el cuarto originariamente destinado a un comedor. Tanto Poppy como John David lo utilizaban como oficina y cada uno tenía un ordenador allí. Una gran estantería cubría una pared, y estaba repleta de todo tipo de libros y chismes. Ahora la habitación era un caos total. La mitad de los libros estaban en el suelo. Marvin, agachado en el suelo, estaba sacando los cajones del escritorio y dándoles la vuelta para examinar la parte de abajo.

Se sorprendió tanto cuando levantó la vista y descubrió a dos personas observándole que, literalmente, pegó un salto. Abrió la boca y dejó caer el cajón, que aterrizó dolorosamente sobre sus muslos. Emitió otro sonido, en este caso uno bastante sorprendente para un miembro de la iglesia.

Poppy no habría pegado una reliquia familiar en la parte inferior de un cajón.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, mi tono no era amable.

—¿Qué pasa, Marv? —Sandy llamaba desde lo alto de las escaleras. Se quedó helada cuando nos vio. Sus grandes ojos marrones, aumentados muchas veces por sus enormes gafas de montura marrón, estaban muy abiertos y conmocionados.

—¿Qué estáis haciendo los dos? —dije de nuevo, mi tono de voz mostraba ahora incluso más irritación. Alguien ya se había dedicado antes a rebuscar entre el contenido de los armarios de Poppy y en su dormitorio. Ahora la madre y el padre de Poppy estaban saqueando la casa con el pretexto del amor paternal. Estaba muy enfadada con ellos. También me cabreaba que gente a la que yo siempre había respetado burlara ese respeto con su comportamiento.

Los Wynn parecían estar buscando una respuesta a mi abrupta pregunta.

—Nosotros, eh… nosotros estábamos buscando algo. Le preguntamos a John David si le importaría.

—Le dijisteis a John David que estabais buscando una reliquia que la madre de la señora Wynn le había dejado de herencia —le dije sin rodeos—. Habéis estado aquí durante horas, registrando esta casa, por lo que puedo ver. Y estoy segura de que fuera lo que fuera esa preciada reliquia ¡Poppy no la habría pegado en el fondo de un cajón ni la habría metido dentro de un libro!

Los Wynn no parecían ser capaces de dar con una respuesta. Finalmente Marvin dijo:

—¿Quién es este hombre que va contigo?

—Soy Bryan Pascoe, el abogado de John David.

Sandy Wynn bajó más las escaleras, era la primera vez que se movía desde que había llamado a su marido. Intercambió una mirada con Marvin.

—No hacía falta que trajeras un abogado —dijo Marvin con su mejor voz de pastor—. Después de todo, somos familia.

No podría haber dicho algo más calculado para hacerme sentir repugnancia.

—Nosotros no somos familia —le dije con claridad—. Por favor, explicaos.

—Escucha, señorita —dijo Sandy—. Tenemos treinta años más que tú y será mejor que nos trates con respeto.

—Cuando os lo merezcáis.

El rostro de Sandy se hundió en sus huesos, dándole un aspecto de mujer mucho más vieja en un instante.

—Estábamos buscando algunas cosas antiguas de la familia —insistió—. No las hemos encontrado. Dado que estás evidentemente irritada, nos marcharemos ya. —Lo dijo como si fuera una gran amenaza—. Pasaremos por tu casa a recoger las maletas y regresaremos a nuestro hogar. Me perdonarás, dadas las circunstancias, si no te escribo una nota de agradecimiento.

—Es muy tarde para que empiecen ahora a conducir de camino a su casa —dijo Bryan, sonando irritantemente razonable—. ¿Por qué no se instalan en el motel de aquí del pueblo y salen por la mañana?

—No, joven —dijo Marvin Wynn—. No soy demasiado viejo para conducir de noche y queremos marcharnos de este pueblo cuanto antes. El día que me jubilé de mi trabajo aquí fue uno de los mejores días de mi vida.

Había aprendido, hace años, que ser el pastor de una iglesia es un trabajo —es más, uno difícil y estresante—. No obstante, me pareció chocante escuchar al exreverendo Wynn hablar de esa manera tan rencorosa.

Bryan no respondió, lo cual fue un alivio. Yo no quería oír ninguna discusión más. Solo ansiaba la ausencia de los Wynn. Rocé un libro abierto con el pie. La casa estaba en un estado terrible. Suspiré, adivinando ya a quién le iba a tocar la tarea de poner todo en su sitio. Sandy y Marvin tardaron un rato en coger sus abrigos. Con Bryan y yo allí, sus posibilidades de llevarse algo eran escasas. Odiaba ser tan desconfiada pero sabía que tenía que estar alerta. Era todo muy sospechoso. Sandy parecía tan destrozada la noche del lunes… pero ahora sabía que había estado en Lawrenceton por la mañana. Marvin también parecía desolado y triste, al menos a mis ojos. Y sin embargo, allí estaban, destrozando la casa de su hija.

Finalmente, llegaron a la puerta. Envueltos en su equipamiento de invierno (bastante innecesario ya que la noche solo marcaba unos doce grados), la pareja de ancianos tenía una aspecto inofensivo y bondadoso con su pelo plateado y sus gafas.

Sandy abrió la boca para decir alguna otra cosa insultante, pero me adelanté.

—¿Por qué estabas echando gasolina el lunes por la mañana en la Grabbit Kwik? ¿Le has contado a la policía lo de tu pequeño viaje a Lawrenceton antes de que fuera encontrado el cuerpo de Poppy?

—No hemos estado aquí el lunes por la mañana —dijo Marvin con dignidad—. Fui a hacerme el chequeo médico anual y Sandy fue a comparar distintos hornos porque vamos a comprar uno nuevo.

—Buena excusa —le dije a Sandy—. Algo que uno puede pasar mucho tiempo haciendo sin obtener resultados tangibles.

Si Sandy había estado tensa antes, en ese momento parecía asediada. No obstante, sus labios permanecieron sellados. Resultaba imposible sacarles alguna verdad.

—Las llaves —les dije secamente tendiéndoles la mano. Sandy buscó en su bolsillo y dejó caer las llaves en la palma de mi mano, que se cerró ocultándolas al instante. Pero entonces caí en algo y abrí la palma para comparar si coincidían con las que John David me había prestado. Eran iguales.

Los Wynn nos lanzaron miradas idénticamente furiosas mientras se marchaban.

Me senté en la escalera cuando la puerta se cerró tras ellos. Esa situación me había afectado más de lo que creía. Estaba realmente sorprendida de lo mucho que los acontecimientos de la semana estaban agotando mi energía; había sufrido varios momentos turbulentos como estos. Bryan se sentó junto a mí. Puso su brazo a mi alrededor, algo que podía haber evitado, pero que tampoco estaba mal. No parecía sexual; bueno, no hasta que sus dedos comenzaron a jugar con mi cabello.

—¿Quieres llamar a John David desde aquí?

—¿Lo harías tú? —Estaba mostrándome débil.

—Claro —dijo, pero no se movió—. ¿Qué crees que estaban buscando? —preguntó después de un instante.

—No lo sé. Algo pequeño. Y la persona que anduvo antes buscando en el armario de Poppy, también buscaba algo pequeño. Algo que podría estar oculto en un libro o una caja de zapatos.

—¿Joyas?

—Eso encajaría. O documentos.

—¿Qué tipo de documentos? Ella dejó un testamento. Poppy y John David hicieron sus testamentos cuando ella se enteró que estaba embarazada.

—¿John David te dijo eso?

—Sí. Pero no fue lo primero que dijo. No sacó el tema hasta que no le pregunté específicamente.

Pensé que Bryan me estaba diciendo que, en su opinión, John David no había estado pensando en su posible beneficio económico a raíz de la muerte de Poppy. Yo nunca había pensado en el hecho de que Poppy podría tener algo de dinero escondido y no podía imaginar de dónde habría podido salir ese dinero. Su padre era pastor, así que su salario había sido bajo, y además, tanto él como su mujer estaban todavía, obviamente, vivos. Si Poppy había heredado algo sustancial de otro pariente, yo nunca había oído hablar de ello. Y si bien Poppy había trabajado durante unos años, lo había hecho como profesora. Si uno vivía de lo que ganaba como profesor, con toda seguridad no quedaba mucho para ahorrar.

—¿Qué abogado redactó el testamento? —le pregunté.

—Bubba Sewell.

—Mmm. ¿Sabes lo que me pregunto? Me pregunto si Poppy le dio un juego de llaves a Bubba durante el curso de su relación.

—Espero no tener que preguntarle eso en el juzgado. —La mano de Bryan siguió peinando mi cabello. Me alejé un poco de su lado y su mano cayó en su regazo.

—Se lo puedo preguntar yo. —Sobre todo después de nuestro enfrentamiento del día anterior (¿o había sido el lunes?), Bubba y yo estábamos más que preparados para no mordernos la lengua el uno frente al otro. Mi mente continuó avanzando—. ¿Crees… crees que… que Poppy le dio unas llaves a cada uno de, eh…, de sus amigos?

—Si ese fuera el caso, habría bastantes juegos de llaves por ahí —Bryan se quedó pensativo.

—Sí. —Un buen puñado de pensamientos desagradables orbitaban por mi cansado cerebro—. Pero Bubba…

—¿Sí?

De repente, no quería continuar.

—Nada —dije—. Mientras echo un vistazo a la casa, ¿por qué no llamas a John David y le cuentas lo que ha pasado? Después podremos irnos. Te agradezco mucho que estés haciendo esto.

—Este es exactamente el tipo de cosas que un buen abogado hace por sus clientes —dijo Bryan con una amplia sonrisa de tiburón.

—Debe de haber muchas cosas que no conozco de los buenos abogados. —Le devolví la sonrisa. Subí las escaleras. El armario, como era de esperar, seguía desordenado. Esta vez incluso habían registrado entre las corbatas, los abrigos, los suéteres y demás prendas de John David. ¿Qué demonios buscaban todos? Estaba asumiendo que dos personas diferentes (o dos grupos de personas) habían registrado la casa. El primer intruso, el que había reducido la búsqueda a la mitad del armario que contenía las cosas de Poppy, tenía una idea concreta de dónde se había escondido el objeto, fuera lo que fuera. En cambio, los Wynn habían utilizado un método más parecido a lanzar una granada.

—… podrías descubrirlo —dijo Bryan. Le miré sin entender nada. Había estado perdida en mis pensamientos y, durante unos segundos, tardé en comprender que Bryan me había seguido y continuaba insinuante nuestra conversación sobre «las cosas que yo no conocía de los abogados». Estaba tardando demasiado en responder. La cara de Bryan no mostraba demasiada alegría.

—Disculpa —le dije—. Me preguntaba qué podrían estar buscando.

—De acuerdo. ¿Hay alguna otra cosa que quieras hacer aquí esta noche?

—No, ya vendré a limpiar esto el viernes. Voy a ver si mi cuñada puede ayudarme.

—Entonces voy a llamar a John David. —Bryan se fue a usar el teléfono.

Me senté donde estaba y observé la devastación a mi alrededor. Yo no comprendía cómo los Wynn podrían haber albergado la esperanza de ser capaces de ocultar sus estragos. Habrían tenido que trabajar toda la noche para poner las cosas en su sitio. Me preguntaba qué explicación pensaban ofrecer. Esto parecía una situación de ir a por todas. Si encontraban lo que necesitaban, no les importaría no poder explicarlo. Para ser una pareja que da gran importancia a la opinión de la comunidad, su actuación era imprudente. Y eso significaba que estaban desesperados.

Por tanto, buscaban algo de vital importancia, algo tan importante para su futuro que su hallazgo eclipsaba la muerte de su hija.

No podía entender que unos padres fueran así, aunque me recordé a mí misma las notorias peleas entre los Wynn y Poppy cuando esta era adolescente. Y recordé lo que me había contado Emma McKibbon sobre la predilección del reverendo Wynn por las mujeres jóvenes. ¿Había alguna prueba del coqueteo del sacerdote jubilado con los miembros femeninos de su congregación? Tal vez esa prueba era lo que Poppy había ocultado en su casa.

Negué con la cabeza para mí misma. ¿Por qué haría Poppy algo así? ¿Qué ventaja le daría eso respecto a sus padres? No se me ocurría qué podría querer de ellos; qué querría tan desesperadamente como para guardar algo tan desagradable. Y ¿qué podrían ser esas cosas? ¿Fotos? Tragué saliva con ímpetu, asqueada de rumiar una idea tan indigesta.

—¿Tienes ganas de vomitar? —Bryan, volvía después de llamar a John David y sonaba aterrado ante esa perspectiva.

—No, sólo estoy teniendo pensamientos desagradables.

—He hablado con John David. Está desconcertado. Le he dicho que los Wynn volvían a su casa hasta que tuvieran noticias suyas sobre el funeral (es decir, están volviendo al plan original) y pareció aliviado. También he llamado, una vez más, a Arthur Smith y le he dejado otro mensaje en su buzón de voz en el trabajo. Hasta el momento, no ha respondido a ninguna de mis llamadas. Quiero comentarle lo que averiguamos de Sandy Wynn y que los Wynn estuvieron aquí esta noche.

—Espero que devuelva pronto la llamada —le dije diplomáticamente, aunque a decir verdad me importaba bastante poco. Me sentía muy cansada, algo que parecía habitual últimamente. Tiré de mis pocas fuerzas para ponerme de pie. No quería pedirle ayuda a Bryan. Mi estómago estaba encogido por los nervios. Ay, madre. Igual me estaba poniendo enferma.

Me las arreglé para llegar a mi coche sin perder mi dignidad y honor, y después de agradecerle a Bryan su asistencia moral y táctica, me dirigí a casa.

Phillip estaba hablando por teléfono cuando entré. Tenía una amplia sonrisa dibujada en su rostro por lo que pensé que la persona al otro lado de la línea sería del género femenino. Después de un minuto, deduje que se trataba de la hermana de Josh Finstermeyer, Joss. Después de diez minutos más, me entró un poco de exasperación y le hice un gesto a Phillip para que terminara la conversación. Lo hizo de bastante buena gana y después me contó todo lo que los Finstermeyer estaban haciendo para celebrar el día de Acción de Gracias —increíblemente, casi lo mismo que íbamos a hacer nosotros—. Me preguntó si podía ir a su casa mañana por la tarde, una vez hubiéramos acabado de comer y le contesté que probablemente no habría inconveniente. Él me sonrió.

Era la primera vez que veía a Phillip sin aparentes preocupaciones, lo que le hacía muy atractivo. Sentí pena por Joss. Esperaba que fuera una joven autosuficiente.

—¿Qué ha pasado con los Wynn? —preguntó Phillip—. Yo estaba sentado aquí viendo la televisión cuando entraron de forma un tanto agresiva como si alguien les hubiera metido un palo por… como si estuvieran realmente cabreados. Ni siquiera hablaron.

—Estaban enfadados conmigo —le dije, dándome cuenta de que debería haber llamado para advertir a Phillip de qué podía encontrarse. No parecía excesivamente aturdido por el incidente. Recordé de nuevo que Phillip se había criado en un mundo diferente al que me había criado yo (eso, por cierto, me hizo sentir vieja).

Esperaba que Robin hubiera aprendido algo sobre Phillip durante el almuerzo; algo digno de contar. No me podía imaginar a mi padre hablándole a Phillip acerca de los hechos de la vida. Bueno, Phillip ya conocía esos hechos. En lo que en realidad pensaba era en las responsabilidades.

Era muy consciente de mi total agotamiento.

—Phillip, me tengo que ir a la cama —le dije.

—Claro, Roe. ¿Necesitas que haga alguna cosa?

—No. Solo espero no estar incubando nada.

—Tienes aspecto, eh… de estar cansada.

Una buena manera de decir que parecía un trozo de gelatina caliente.

—Sí, sí que lo estoy. Voy a dejarlo por hoy. Si me necesitas, dímelo. —Fui a mi habitación y tras una excursión al baño, me puse el camisón y me metí en la cama. Robin no vendría a reunirse conmigo esa noche, pensé cuando comencé a experimentar somnolencia (que fue casi de inmediato). Quizá fuese mejor así. No me sentía con ganas de juerga. Sentía dolor por todas partes y mi piel estaba más sensible. Mientras me quedaba dormida, recé para no estar cogiendo la gripe.