7

Cuando abrí los ojos, Robin estaba sentado en un costado de la cama, a punto de ponerse la camisa. Me acerqué a él y recorrí su larga espalda desnuda con mis dedos, haciéndole temblar.

—Buenos días —le susurré con voz adormilada.

Se giró y se inclinó para besarme.

—Buenos días, Roe.

Su cabello parecía un pajar. Aún no se había puesto las gafas y sus ojos eran azules y dulces. Estaba tan bueno que me dieron ganas de comérmelo.

—¿Tienes mucha prisa? —le pregunté.

—Solo quería irme de aquí antes de que tu huésped se despertase —dijo.

Oh, vaya. Me había olvidado completamente de la presencia de Phillip en mi casa, por no hablar de los Wynn. Suspiré hondo y alto.

—Vendré a por él a las once y media, después de trabajar un par de horas, y me lo llevaré a almorzar. —Robin me retiró el pelo de la cara—. Ya sabes, mañana es Acción de Gracias.

—Vendrás a comer aquí, ¿verdad?

—Ese era el plan, ¿no? Recuerda que mi madre llega esta tarde.

Me tapé la cara con una almohada. No quería pensar en conocer a la madre de Robin precisamente el día de una fiesta nacional en la que la comida es el tema principal. No confío tanto en mis cualidades de cocinera.

Pero había que aguantarse y hacer lo que tocaba.

—Espero que no pretenda llegar aquí y ponerse a cocinar, ¿verdad? —le pregunté, solo para asegurarme. No me apetecía empezar mi relación con esa mujer estando en deuda con ella.

—No, ya le dije que habíamos hecho planes. —Robin miró esperanzado—. ¿Qué puedo traer?

Me reí y retiré la almohada de mi cara.

—Está bien, supongo que estoy preparada para la acción. Déjame pensar. Gracias a Dios, el otro día recogí una pechuga de pavo en la tienda. Pensé que un pavo entero sería demasiado para nosotros solos. Eso significa que faltan los boniatos, los guisantes, el pan y la salsa de arándanos. ¡Ah! y el postre.

—Yo puedo traer el pan y los guisantes —ofreció Robin amablemente—. Y también algo de vino.

—Eso estaría bien. De acuerdo, compraré los boniatos y los prepararé, también los arándanos para la salsa y haré una tarta o dos. Yo creo que con eso bastará.

—¿Qué pasa con tu madre y su familia?

—No sé qué acabarán haciendo. Creo que Melinda y Avery se van con los padres de Melinda y supongo que se llevarán a los niños y al bebé. John David probablemente irá a casa de mi madre, sea lo que sea que ella piense hacer. Creo que tienen suficiente comida almacenada para todo el invierno. —La tarde anterior, durante mi visita a su casa, había visto el frigorífico lleno a rebosar.

—Será mejor que lo averigües. Tal vez tus padres quieran venir aquí para tomar una copa de vino después de la cena, ¿no?

—Quieres que mi madre conozca a la tuya —dije tras captar de repente su intención.

—Sí.

No supe qué decir.

—Oh. De acuerdo. —Miré a todas partes menos a Robin—. Eh… ¿cuánto tiempo va a quedarse tu madre?

—Hasta el lunes —respondió—. Apuesto a que para entonces le apetecerá marcharse. De hecho, estará ansiosa.

—Me alegro de que tenga otros hijos además de ti —le dije, riendo.

—Nos quiere mucho a todos, pero está más cómoda en su propia casa con sus perros y sus amigos —reconoció.

Un maullido lastimero en la parte exterior de la puerta me indicó que Madeleine esperaba el desayuno. La gata no estaba acostumbrada a que la puerta del dormitorio estuviera cerrada.

—Tengo que ir a alimentar a las hambrientas tropas —le dije, obligándome a levantarme de la cálida cama. Me puse la bata. Supuso un esfuerzo, ya que no me sentía del todo bien. ¿Se trataba de una sobrecarga de emociones? Me sentía un poco dolorida, y algo cansada.

—Te llamo más tarde —dijo—. Una vez haya alimentado a Phillip y explorado sus profundidades más oscuras, iré a buscar a mi madre al aeropuerto. Luego hablaremos sobre mañana.

—Suena bien —comenté, pensando en todas las cosas que debía hacer ese día. Tenía que llevar a cabo la extraña misión junto a Bryan Pascoe. Tenía que trabajar durante unas horas. Tenía que volver a la tienda de alimentación. Quería reflexionar con más calma sobre lo que pudo haber escondido Poppy en el armario; algo tan valioso que mereciera entrar en la casa de una mujer asesinada antes incluso de que hubieran limpiado su sangre.

Y, sobre todo, necesitaba hablar con Lizanne, quien estuvo en la parte exterior de la casa de Poppy el día que murió.

Melinda y yo habíamos guardado silencio sobre la presencia de Lizanne en casa de Poppy ese día. El dilema sobre si decirlo o no nos duró un total de treinta segundos. Ambas creíamos que no existía ni la más remota posibilidad de que Lizanne hubiera apuñalado a Poppy. No obstante, teníamos que hablar con ella sobre por qué había estado allí. Supongo que yo albergaba un diminuto atisbo de duda que necesitaba ser anulado. Para eso necesitaba escuchar a Lizanne en persona y que me contara lo que había sucedido ese día.

Llamé a Melinda y le pedí que me acompañara. Como suponía, estaba muy ocupada, pero aun así accedió a venir. Quería oír lo que Lizanne tenía que decir tanto como yo.

El jardín del extenso rancho que Cartland había comprado cuando su despacho empezó a prosperar no estaba preparado para el invierno. Los parterres de flores no se habían desbrozado ni recubierto con mantillo y el césped estaba a medio cortar. Alguien se había rendido demasiado pronto. Había un área cercada llena de juguetes para niños fabricados en plásticos brillantes que se rajarían durante el invierno entrante. Sin embargo, un olor a pan de maíz se escapó por la puerta de atrás cuando Lizanne vino a abrirnos.

—Entrad —dijo Lizanne plácidamente, con el bebé sobresaliendo de sus brazos—. Dejadme que ponga a Brandon en su parque; Davis está durmiendo una siesta. Saco el pan de maíz del horno y charlamos.

Melinda y yo entramos con cautela; ambas nos sentimos sorprendidas ante esa actitud tan despreocupada de Lizanne. Sin duda debía saber por qué estábamos allí.

Brandon se dejó colocar en su parque sin ninguna queja, se sentó y nos observó con interés mientras su madre, una de las mujeres más hermosas que jamás había conocido a pesar de haber parido dos bebés en una sucesión casi instantánea, sacaba una bandeja de pan de maíz del horno y la dejaba en la encimera para que se enfriara.

—Es el pan para el relleno —explicó Lizanne presionando el pan con un dedo para comprobar su punto de cocción. La explicación de para qué quería el pan era totalmente innecesaria; lo interpreté como una señal de que estaba nerviosa. En un moisés junto a la pared, Davis emitió un pequeño ruidito y se volvió a dormir.

—¿Preparas el relleno en una sartén aparte o directamente en el pavo? —Melinda hablaba muy en serio al hacer esa pregunta tan importante para ella. Había estado a la búsqueda del relleno perfecto durante los dos últimos años.

—Las dos cosas. Basta que lo uses para rellenar el pavo, y ya no tienes suficiente. Yo le suelo añadir un poco de salchicha.

Los ojos de Melinda se iluminaron con interés y empezó a hablar de manzanas, ostras y castañas. Habrían podido seguir hablando de comida durante una hora si yo no hubiera interrumpido.

—Escucha, Lizanne, encontramos las cintas de los chupetes.

—Oh. —No parecía muy sorprendida—. ¿Por qué no se las habéis dado a la policía? Deberíais haberlo hecho.

—¿Qué estabas haciendo allí?

—Bueno, ya me estaba empezando a cansar de las salidas nocturnas de Bubba y de sus tontas excusas —dijo Lizanne. Ella jamás llamaría a su marido Cartland, ni en un millón de años.

—Así que, ¿te enfrentaste a Poppy?

—Estaba dispuesta a hacerlo. —Observé cómo las manos de Lizanne, largas y delgadas, se apretaban en un puño—. No me dio la oportunidad. Ni siquiera llegó a abrir la puerta. Además, los niños tenían hambre y empezaron a llorar. No podía soportar la idea de tener nada que le hubiera pertenecido, así que cogí las cintas de los chupetes y las tiré en el camino de entrada a su casa para que supiera lo que pensaba de ella. Después me vine a casa.

—¿Qué le habrías dicho si te hubiera abierto? —le pregunté por pura curiosidad.

—Iba a recordarle que, a petición de Bubba, yo había renunciado a mi trabajo después de casarnos y, por tanto, él era el único respaldo económico para los niños y para mí. También iba a decirle que en el mar hay mejores peces que Bubba.

Melinda y yo intercambiamos miradas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Melinda. Lizanne estaba midiendo cuánto azúcar poner en el agua para hacer la salsa de arándanos.

—Poppy iba más en serio con Bubba que con otros hombres —contestó Lizanne después de un pausa larga—. Dudo que quisiese divorciarse de John David para casarse con Bubba, pero tampoco creo que hubiera descartado completamente la idea. También es posible que su intención fuera simplemente jugar con él. Yo no entiendo a la gente que hace eso. —Lizanne se giró hacia nosotras, con una taza medidora en la mano. Su rostro estaba pálido y alterado—. A Poppy no parecía importarle a quién hacía daño. Para ella lo importante era conseguir lo que quería y todos los demás podían irse al infierno.

¿De veras había sido Poppy tan desconsiderada, tan irresponsable? Mi camino nunca se había cruzado con el suyo. Yo nunca había tenido nada que ella desease. Observé que Melinda no parecía sorprendida en absoluto.

Me sentí consternada y un poco avergonzada por mi falta de agudeza.

—Así que llegaste a la casa… —empecé con la esperanza de impulsarla a que diera una descripción más amplia de sus acciones.

Lizanne vertió una bolsa entera de arándanos en la olla. Iba a hacer mucha salsa y mucho relleno. Me pregunté cuántas personas cenarían en su casa. Eso me recordó que tenía que regresar a la mía y empezar a trabajar en mi propia cocina.

Tras remover los arándanos, Lizanne se volvió hacia nosotras.

—¿Queréis beber algo? —preguntó con cortesía.

—No, gracias —dijimos a coro. Ella se echó a reír y las tres nos relajamos un poco.

—Conduje hasta la casa de Poppy, con los niños sentados en sus sillitas en la parte de atrás del monovolumen —explicó—. Yo sabía que Bubba tenía que dar un discurso ese día fuera de la ciudad, así que no había ningún peligro de que él fuera hasta allí y me viera. John David estaba en el trabajo. Pensé que sería un buen momento para hablar con Poppy. Solo quería dejarle claro que sabía todo sobre… ellos, y que yo no pensaba divorciarme de Bubba sin montar todo el escándalo que me fuera posible —lo dijo con absoluta sinceridad—. Sé que Bubba cree que soy tonta y puede que tenga razón en algunas cosas. —Se podría decir que no le importaba—. Pero también sé la imagen que se daría de mí en los periódicos: madre de gemelos, huérfana de padres asesinados, abandonada por su marido abogado por otra mujer. ¿Y sabéis otra cosa?

Un poco aturdidas, Melinda y yo negamos con la cabeza.

—Al instante de enterarme de todo este asunto, empecé a llevar a los niños a la iglesia cada domingo. Antes no era tan constante, pero desde hace cinco meses no me he perdido ni un solo sermón. Y también asisto los miércoles por la noche. Podéis apostar a que Bubba no me ha acompañado ni siquiera dos veces.

Lizanne iba a usar a Dios como testigo para el juicio.

—Y además, los domingos voy a clase de Interpretación de la Biblia con Terry Mc Cloud. —Terry era otro abogado de Lawrenceton. Era el abogado de mi madre, por lo que seguro sería excelente y conservador—. Hablo con Terry todos los domingos. Lo hago a propósito.

En ese momento, yo estaba mirando boquiabierta a la mujer a la que creía conocer. No sabía si sentía admiración por ella o puro pánico. No me atreví a mirar a Melinda.

—Pero la verdad es que realmente yo no quiero el divorcio —explicó Lizanne, sin dejar a un lado sus tareas en torno a los fuegos y el fregadero—. Me llevo más o menos bien con Bubba y tenemos todo lo que necesitamos. Si nos divorciáramos tendría que volver a trabajar y me gusta estar en casa con los niños. —Sonrió a Brandon, quien le devolvió la sonrisa. Parecía haber heredado la plácida naturaleza de su madre—. Así que fui a ver a Poppy para tratar de hacerle entrar en razón. Sabía que estaba en casa porque vi su coche en el garaje. Pero nunca llegó a abrir la puerta. —Lizanne sopló sobre una cuchara llena de salsa de arándanos y a continuación la sostuvo lejos para examinar el color y la consistencia—. Después de un minuto de espera, me acerqué a la valla, pensando en atravesar la verja para llamar a la puerta corredera de cristal del patio.

—¿Fuiste al patio trasero? —le pregunté, sentada en el borde de la silla de la cocina.

—Oh, no —dijo Lizanne, su tono de voz, una vez más, sereno—. Ya había alguien allí, así que volví a mi coche.

—Había alguien allí —repetí.

—Sí, les oí hablar.

—¿Les? —inquirió Melinda en un graznido.

—Sí. Poppy y alguien más.

—¿Quién era? —Sentía como si el aire de la cocina estuviera vibrando.

—Oh. No lo sé. La radio estaba encendida, así que no podía oír muy bien. Pude distinguir dos voces, la más fuerte era la de Poppy.

—¿Qué hiciste entonces?

—Volví al coche y me senté. Unos diez minutos más tarde me acerqué y llamé a la puerta de nuevo. Pero tampoco abrió, así que dejé pasar un poco más de tiempo, tiré las cintas al suelo desde el coche y me alejé. —Lizanne regresó a la cocina y removió lo que había en la cazuela.

—Oíste a su asesino —dijo Melinda.

—¿Qué?

—Oíste la voz de la persona que mató a Poppy —puntualicé yo.

—Oh, eso es… —Cuando Lizanne estaba a punto de decir «ridículo» dejó de hablar, dejó de moverse. Sus labios perdieron el color.

—Podía haberla salvado —dijo Lizanne finalmente—. Podía haber salvado su vida, y en vez de eso regresé a mi coche y me senté.

No me gustaba cómo había cambiado el tono de su color de piel.

—O también podías haber conseguido que te asesinaran a la vez que a ella —le dije—, y tus hijos se habrían quedado en el coche absolutamente solos.

Lizanne se sentó en la mesa frente a nosotras. Parecía muy aturdida y mareada por el shock.

—Oh —exclamó únicamente, pero era un «oh» que lo decía todo.

Yo siempre había creído que Lizanne no era tan fría y calculadora como se estaba mostrando ahora, y no me equivocaba. Pero hacerse la dura le había hecho sentir mejor.

—¿Podrías deducir quién era? —le pregunté después de una pausa para que Lizanne pudiera recuperarse.

—No creo, estaba tan disgustada y… la radio estaba encendida y yo estaba tan enfadada que…

—¿Sabrías decir si la voz era la de un hombre o la de una mujer?

Los grandes ojos oscuros de Lizanne me miraron fijamente.

—Seguramente debía ser un hombre, ¿no?

—Acuérdate de lo enfadada que estabas —le dije—. ¿Crees que tú eras la única mujer enfadada del pueblo?

—No, reconozco que no —dijo—. En ese momento, asumí que se trataba de la voz de un hombre. La radio estaba a un volumen tan alto… Estaba escuchando la emisora NPR[5] tal y como solía hacer mi padre, ¿te acuerdas, Roe?

A decir verdad, no me acordaba de la emisora de radio que el padre de Lizanne solía escuchar, pero recordaba a Arnie con mucho cariño y asentí con la cabeza de todos modos.

—Bueno, supongo que tendré que ir a la policía —dijo tras una pausa—. Quiero decir, si es que realmente oí…

—Sí, deberías ir —aconsejó Melinda, intentando que su tono de voz sonara dulce. Davis soltó un chillido y Lizanne se levantó para ponerle el chupete que se había caído de su boca. El pequeño reanudó la succión y se volvió a dormir. Brandon nos miraba como si fuésemos actrices de una telenovela. Pensé en lo mucho que los dos niños parecían pequeños Bubbas en miniatura. Si Lizanne se divorciaba de Cartland Sewell tendría la cara de su marido delante de sus narices durante los próximos dieciséis años, como poco.

—Supongo que no le estaría contando a nadie nada que no supieran —continuó Lizanne. En un principio pensé que estaba echándose atrás respecto a lo de ir a la policía, pero finalmente me di cuenta de que en realidad estaba pensando en que iba a tener que contarle a la policía que su marido le era infiel—. Con la velocidad a la que vuelan las noticias en un pueblo pequeño, ¿por qué pensaría Bubba que iba a conseguir engañar a alguien?

Probablemente había gente en Lawrenceton que no tenía constancia de que Cartland Sewell y Poppy Queensland habían estado teniendo una aventura (yo, por ejemplo). Pero mientras me decía a mí misma que me gustaban los cotilleos jugosos tanto como a cualquiera, me di cuenta de que no era del todo cierto. Las enfermedades, las herencias, la compraventa de terrenos, los ascensos en el trabajo… eso sí era información que me interesaba; los líos sexuales, no. No quería oír hablar de ellos. Yo solo conocía el elenco del sofá de John David porque Melinda me lo había enumerado una tarde que fuimos a Atlanta de compras en mi coche y de ahí no me pude escapar.

—¿Quieres que Arthur venga aquí? —le pregunté, tratando de quitarle importancia.

—Eso estaría bien. Tengo que cocinar un montón de cosas. Además, no quiero llevar a los niños a la comisaría —dijo Lizanne. La idea pareció animarla considerablemente—. ¿Crees que vendría?

—Sí, apuesto a que sí —contesté. Melinda me pasó el teléfono y llamé. Arthur no pareció alegrarse mucho de tener noticias mías, algo que podía entender. Le expliqué la situación de la manera más neutral que pude.

Tal y como esperaba, estaba enfadado conmigo.

—Tú sabías desde el principio que Lizanne había estado allí ese día —declaró de manera inequívoca. Después de todo, era la absoluta verdad.

—Bueno, la verdad es que lo sospechábamos. —Yo intentaba sonar afable e inflexible, pero no resultaba nada fácil. Lo único que conseguí fue parecer más obstinada.

—Tienes suerte de que no os meta a las dos en el calabozo por obstruir la investigación.

Melinda estaba lo bastante cerca para oírlo y me miró con gran alarma desde sus ojos marrones. Negué con la cabeza. Ni por asomo haría Arthur algo así.

—Por otro lado —añadí, en mi intento de sonar afable—, resulta que en este instante estamos en casa de Lizanne y resulta que ella tiene información para ti.

—Tal vez solo la tenga que arrestar a ella —replicó Arthur—. Tenía un montón de razones para matar a Poppy.

—Bueno, si ella amara a su marido, sería como dices, pero no es el caso —le espeté. Se me había agotado la afabilidad—. Arthur Smith, ¡sabes bien que una mujer con dos bebés esperando en su monovolumen nunca pensaría en entrar en una casa y apuñalar a alguien hasta la muerte!

—Las aguas tranquilas son profundas —replicó pomposamente.

—¡Las aguas tranquilas y un carajo! —Ahora parecía una verdadera Mujer Engreída. Pero mientras le daba vueltas a esto, miré la cara plácida y hermosa de Lizanne y no vi nada más que un educado interés en la conversación y en la respuesta del detective. Quizá Lizanne sí fuera aguas profundas o quizá solo era un estanque tranquilo y poco profundo. Fuera lo que fuera, era mi amiga.

—¿Vas a venir? —Intenté sonar más tranquila.

Suspiró; era un suspiro profundo y descontento.

—Sí, iré, pero fingiré que ha sido ella quien ha hecho esta llamada y no tú. Quiero que tú y Melinda os hayáis largado de allí antes de que yo llegue.

—De acuerdo —accedí decepcionada—. Aunque si no te importa, esperaremos a que llegues. —No quería dejar sola a Lizanne mucho tiempo. Estaba pasando por un momento complicado y estar a solas también podría debilitar su buena intención de sincerarse y confesar.

—Iré con Trumble —anunció, y por un segundo me quedé en blanco. Entonces me acordé de que ese era el nombre de la detective que me había interrogado—. Saldremos en cinco minutos.

Así que Melinda y yo hablamos de bebés con Lizanne durante los siguientes diez minutos. Eso resultó fácil para Melinda, pero no para mí. Nunca había tenido un bebé, y nunca lo tendría. El ginecólogo de avanzada edad al que consulté en Atlanta había sido bastante claro al asegurarme que mis probabilidades de concebir eran infinitesimales. Tengo el útero invertido (suena interesante, ¿verdad?) y no siempre produzco óvulo, lo que me hace sentir como una gallina de categoría inferior.

Suprimí un dolor que me era familiar y escuché con una sonrisa sus historias sobre la dentición, los primeros pasos, el gatear y el sueño de los bebés. Esa es la charla habitual de las mujeres de una cierta edad y yo no solo estaba dejando atrás esa edad sino que nunca aprendería ese lenguaje.

Dejé de sentir lástima por mí misma cuando me crucé con Arthur y Cathy Trumble en la acera junto a la puerta de la casa de Lizanne y pensé en lo mucho que tenía que hacer entre ese momento y el día siguiente. Era una suerte que solo tuviera que trabajar tres horas más y que la biblioteca estuviera cerrada al día siguiente y el fin de semana por Acción de Gracias.

Cuando aparcamos junto a la casa de Melinda, me convenció para entrar un momento y hablar con John David. Él se resistía a volver a la casa que había compartido con Poppy, estuviera limpia o no, y no estaba cuidando demasiado bien a su hijo. Melinda aún no había hablado con él del tema del crío pero, según me dijo, iba a hacerlo en breve.

—No es que no me importe el niño, es un encanto de crío —aclaró, con el sentimiento de culpa escrito en letras grandes en su rostro—. Es solo que ya tengo muchas cosas que hacer.

—Por supuesto —convine con ella de inmediato ya que hacer menos habría sido un insulto. Me di cuenta de que nadie había sugerido que yo me encargara de Chase. Y me di cuenta de que ese dato me aliviaba. Un par de años antes, tuve que cuidar a un bebé sin ningún tipo de preparación o aviso. Tener que hacerlo así, a bocajarro, resultó una experiencia sencillamente aterradora—. John David será capaz de cuidar de su propio hijo, especialmente si contrata a una niñera —dije con cautela.

—Si se diera el caso entre nosotros, Avery podría hacer frente a la situación —dijo Melinda—. Avery cuidó de Marcy igual que yo mientras estaba en casa… aunque no fue tanto tiempo como yo, por supuesto. ¡Y estaba tan emocionado cuando nació Charles! —el rostro de Melinda se transformó gracias a una enorme sonrisa—. Es un buen padre —reflexionó tras recopilar todos los recuerdos.

—Creo que Dios le dio a John David una buena cantidad de encanto, pero muy poca moral —le dije.

Lo consideró un momento.

—Creo que a John David le gusta hacer lo correcto, siempre y cuando no suponga demasiado esfuerzo.

Eso resumía a John David con bastante precisión. Pero era posible que nos demostrara a ambas que estábamos equivocadas.

Melinda parecía aliviada de estar en su propia casa, donde podía seguir con su ciclo normal de actividades. Había dejado a los niños en la iglesia Metodista (ese día era el Día Libre de las Madres) con el fin de poder ultimar los preparativos para ir a casa de sus padres en Acción de Gracias. Me contó que estaba decidida a ir, pasara lo que pasara.

—Estos últimos días han sido horribles y estresantes —confesó. No podía discutírselo—. Hasta que no sepamos cuándo nos van a devolver el cuerpo de Poppy, no sabremos cuándo será el funeral, así que ahora es un buen momento para hacer una escapada, aunque sea solo un día. Los niños necesitan un respiro. —No estaba segura de quién lo necesitaba más, pero obviamente Melinda tenía ganas de ver a su familia, así que le deseé un feliz día antes de salir a hacer mis horas en el trabajo.

La biblioteca estaba completamente muerta. Un par de usuarios entraron corriendo a devolver sus libros, y uno o dos sacaron audiolibros para los viajes largos a sus destinos vacacionales. Pero nadie se acercó a ojear libros y fueron muy pocos los que utilizaron los ordenadores. No tuve ningún cargo de conciencia al salir un poco antes de la hora para mi cita con Bryan Pascoe.

Bryan conducía un Cadillac, lo cual me sorprendió. Llevaba puesto un traje muy bonito y parecía que se había cortado el pelo. Cuando me abrió la puerta del coche para que entrara, pude oler su colonia. Era clásica y masculina, algo como Old Spice; otra sorpresa. Yo hubiera imaginado un Mustang descapotable, un perfume de Calvin Klein y calzoncillos tipo slips. Obviamente no pregunté sobre este último asunto, pero durante el trayecto a la estación de servicio cuyo nombre aparecía en el tique de caja, me entretuve imaginando una conversación en la que esa pregunta surgiría de forma natural.

—Entiendo que Cartland Sewell tiene una férrea coartada —dijo de repente. Bryan lo decía como si eso fuese algo malo, y dado que él representaba a John David, imagino que lo era. Cuantos más posibles sospechosos hubiera, mejor, especialmente para mi hermanastro.

—Me alegro por Lizanne —aseguré. Sé que fue estúpido por mi parte, pero no había caído en que debía contarle a Bryan lo que había pasado con Lizanne el día del asesinato de Poppy. Se lo resumí usando el menor número de palabras. Después de preguntarme minuciosamente sobre la posible hora de todos los eventos que Lizanne había descrito, el abogado volvió a sumirse en un silencio que elegí definir como reflexivo.

El Cadillac era tan cómodo y la calefacción tan agradable que cuando llegamos a la gasolinera Grabbit Kwik yo estaba medio adormilada. Bryan dio la vuelta al coche para abrir mi puerta justo cuando estaba a punto de hacerlo yo misma, así que me detuve y dejé que la abriera. Este mundo es tan carente de cortesía que nunca me importa recibir un poco, aunque sea fuera de lugar.

Me ofreció su mano, y decidí aceptar también ese gesto. Yo llevaba pantalones blancos, un suéter azul, y mocasines de ante azul, por lo que no tenía que preocuparme de salir del coche con pudor. Él dio un pequeño tirón y yo me impulsé hacia arriba, como un corcho.

El exterior de Grabbit Kwik era como cualquier otra estación de servicio de carretera. Todas las gasolineras Grabbit están pintadas de un verde brillante y ésta en concreto estaba adornada con toda la parafernalia chabacana de Navidad. Era muy probable que hubieran colocado los adornos nada más retirar los fantasmas y las calabazas de Halloween. El hormigón de delante de la puerta estaba sucio, pero las puertas de cristal brillaban. Éramos los únicos clientes en ese momento, algo que decidí interpretar como una buena señal.

El interior del local era como uno podía esperar: estanterías de comida basura y neveras con bebidas, un mostrador elevado y una mujer con un peto rojo detrás de la caja registradora. Su pelo era una construcción de rizos elaborados y rígidos y su cuerpo era generosamente redondo. Sus ojos, maquillados con una gran cantidad de lápiz perfilador, parecían un par de pasas hundidas en la masa de un bizcocho.

—¿Eh, os puedo ayudar, amigos? —preguntó con alegría. En una pequeña televisión detrás de ella se podía ver un talk show en emisión.

Bryan sacó una tarjeta en ese instante y se presentó. Ella le dijo que su nombre era Emma McKibbon y que llevaba trabajando allí dos años. Sus ojos se dirigieron a mí con curiosidad, pero Bryan no me incluyó en el diálogo. Se había mostrado tan absolutamente correcto y educado hasta ese momento que me resultó curioso; aparentemente también se lo pareció a Emma. No obstante, como tenía que haber una razón, permanecí callada.

El rostro de la mujer me resultaba muy familiar y seguí mirándola con la esperanza de encontrar la conexión.

Bryan le preguntó si sería posible que recordara a un cliente o clienta concreto que había entrado allí dos días antes. Emma confirmó que efectivamente ese lunes ella había estado justo donde estaba ahora, detrás del mostrador. Pero Emma desconfiaba de Bryan por alguna razón, quizá únicamente porque era un acaudalado hombre blanco. Al ver cómo su rostro se cerraba en banda, me venció el abatimiento. Tuve la sensación de que cualquier información que potencialmente pudiéramos sacar estaba esfumándose.

—Estábamos megaocupados esa mañana, como ocurre siempre los lunes —explicó ella de mala gana—. Déjame ver el tique, pero yo no tendría muchas esperanzas.

Saqué el recibo de mi bolsillo y se lo di. Cuando nuestros ojos se encontraron, un pequeño clic sonó en mis oídos.

—¡Emma! —exclamé—. Ibas tres años detrás de mí en el instituto, ¿verdad?

—Claro que sí —contestó, aliviada tras establecer su memoria esquiva sus propias conexiones—. Soy hermana de Jane, que antes se llamaba Jane Pocket.

—Sí, claro. ¿Cómo está Jane?

—Bueno, ella se ha casado ya dos veces, tiene cuatro hijos en el colegio y otro en camino. Yo tengo dos. Me casé con Dante McKibbon justo después de la graduación. Y de mis nenas, una está en el instituto y la otra a puntito de entrar.

—Oh, qué bien —dije, sonriendo tanto como pude—. Pero todavía vives en el pueblo, ¿no? Estoy segura de haberte visto en el supermercado hace como un mes.

—Sí, sí. Vivo en McBride. ¿Estás casada?

De repente, un agujero negro se abrió justo enfrente de mí. Inspiré hondo, recuperé la compostura, cogí fuerzas y pasé por encima.

—Soy viuda —contesté manteniendo mi sonrisa.

—Vaya, ¡qué movida! ¿Tienes algún crío?

—No, me tengo a mí misma —dije.

Obviamente, Emma consideró esta como la peor de todas las situaciones posibles y buscó desesperadamente en su cerebro algo optimista que decirme.

—Bueno, tienes muy buen aspecto —me dijo—. No pareces ni un día más mayor que cuando te graduaste. Los niños te hubieran puesto unos años encima de fijo.

Bryan abrió la boca, pero yo me adelanté. Sabía bien lo que hacía.

—¿Te acuerdas de mi madre? —le pregunté. Emma asintió. Nadie olvidaba a mi madre—. Se casó con John Queensland, ¿el padre de John David? Seguro que te acuerdas de John David. —Él era un poco más joven que Emma, pero había tenido mucho éxito en el campo de fútbol y eso le había dado gran popularidad.

—Sí, claro —contestó Emma, aliviada de haber cambiado de tema—. John David y yo charlamos cada vez que viene por aquí.

—Ah, ¿él echa aquí el combustible? —me incliné sobre el mostrador, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—A veces —dijo—. Estuvo aquí esa mañana, la mañana que preguntabas antes. A menos que esté yo muy confundida. Pero creo que era temprano, no a la hora del tique ese. Aquí pone las diez y veintidós, y él siempre viene antes de las ocho de camino a Atlanta.

—¿Te acuerdas de Bubba?

—¿Cuál de ellos? —dijo con una gran carcajada, y empecé a reír con ella—. ¿Te refieres al Bubba negro enorme que jugaba de centro en el equipo de fútbol, al Bubba chino que era muy inteligente o a ese Bubba que es abogado en el pueblo?

—A Bubba el abogado.

—Ese también viene, pero no tan a menudo —dijo ella, recordando—. Siempre con prisa el tío, nunca habla conmigo.

—¿Te acuerdas de Poppy?

—Sí, he oído que está muerta.

—Sí. Poppy se casó con John David.

—Sí, después de pelearse durante todos los años de instituto. ¿Estabas tú en el comedor el día que Poppy le soltó una leche en toda la cabeza?

—Yo ya me había graduado, pero he oído hablar de ello.

—Y no te creas que se cortó, eh. Le sacudió bien, oye. Puede ser que por eso alguien la haya matado; si le sacudió a alguien con esa fuerza…

—Sus padres están aquí —dije.

—Sí, su viejo es ese predicador —continuó Emma—. Mi madre les limpiaba la casa. Estaba yo visitando a mi madre el otro día, cuando oímos en la radio lo que le había pasado a Poppy. Mi vieja dijo: «Supongo que de tal palo, tal astilla».

—Oh, Dios mío —exclamé—, ¿se intentó propasar con tu madre? —Estaba segura de que mi rostro mostraba el asco que sentía. De alguna manera, uno siempre es un niño cuando se entera de los pecados de aquellos que representaban la autoridad cuando eras más joven.

Sonrió con sarcasmo.

—No le gusta nuestro tono de piel —dijo ella, como añadiendo otra marca a la lista de los aspectos cuestionables de Marvin Wynn—. Pero de toas esas mujeres que iban a él en busca de consejo, puedes apostar lo que quieras a que unas cuantas se llevaron más que oraciones. Especialmente las más jóvenes.

—¡Puaj! —solté, y Emma se rio.

—A mí me gustan los tíos con más carne que la que tiene él —dijo—. Su mujer también es así, toda delgada y huesuda. Pero mira, ella sí que estuvo aquí el lunes sobre esa hora, y me sorprendió porque hacía la tela de años que no la veía. ¿Es que se van a mudar otra vez al pueblo o algo?

Apoyé aún más mi cuerpo sobre el mostrador, de repente me encontraba muy débil.

Bingo. ¿Qué demonios hacía Sandy Wynn en la zona? Decidí guardar ese pensamiento para su posterior examen. Esperaba que no entrara nadie más, dado que estábamos en racha.

—Bueno, no te quiero robar más tiempo. Sé que estás en el trabajo. No sé si te acordarás pero tengo un hermano.

Pareció confundida.

—Es mi hermanastro. Quizá no te acuerdes, pero mi madre se divorció cuando yo era muy joven.

—Sabía que algo había pasado, ya que dejé de ver a tu viejo por ahí.

—Sí, bueno, mi padre se volvió a casar, así que tengo este hermano, Phillip, que vive en California. Hizo autostop hasta aquí para verme y conoció a unas chicas en el camino.

—No me puedo creer que haya conseguido llegar aquí con vida —dijo Emma con franqueza.

—Yo tampoco. Ha sido una estupidez, pero es solo un chaval. —Me encogí de hombros—. Pero vaya, que quizá él estuvo aquí esa mañana, la mañana del lunes. El coche en el que viajaba se detuvo aquí para repostar. Irían mi hermano, que es casi tan alto como este abogado de aquí, y dos chicas, ambas mayores que él. —Rebusqué en mi memoria—. Él dice que conducían un Impala verde. —Si bien Phillip me había dicho que había cogido un autobús hasta Lawrenceton, pensé que sería injusto por mi parte no preguntar también por él.

—No me acuerdo —dijo Emma después de darle vueltas en su cabeza—. Entran tantos chavales aquí, que si son jóvenes y blancos, y no los conozco, ni me fijo en ellos.

—Gracias por dedicar tu tiempo a ayudarnos —le dije—. He disfrutado mucho hablando contigo. Saluda a Jane de mi parte, ¿vale? Y a Dante.

—Claro que lo haré —dijo Emma. Sonrió, pero también me miró como si sintiera pena por mí.

Bueno, me tendría que tragar eso. Mantuve una sonrisa congelada y Bryan y yo salimos de la tienda después de que él me preguntara si quería un café y de invitarme a uno.

Me condujo hasta el interior del coche de la misma manera ceremoniosa en la que me había ayudado a salir y me pareció que era un poco tedioso. Pero cuando nos pusimos en marcha en dirección al pueblo, me alegré de volver a hundirme en el asiento de cuero y sentir el calor a mi alrededor.

—Esto es lo que yo llamo un golpe de suerte. —Estaba pensando en el aspecto del rostro de Emma en la actualidad y tratando de acordarme cómo era en nuestros años de instituto. Le agradecí a mis estrellas de la suerte el haberme acordado de ella, ya que era unos años más joven que yo, algo que en el instituto supone una gran diferencia.

—Ha sido muy fluido —dijo Bryan interrumpiendo lo que, de repente me di cuenta, había sido un largo silencio.

—¿Fluido? ¿El qué?

—Tu interrogatorio. ¿Estás segura de que no quieres ser abogada? ¿O formar parte del cuerpo de policía?

—Estoy segura —contesté sonriendo. Su tono de voz reflejaba cierta molestia, pero decidí ignorar ese dato. Tenía la sensación de que Bryan estaba descontento porque su interrogatorio había resultado improductivo—. Si conoces a alguien, simplemente resulta más fácil hacer las preguntas adecuadas.

—Así que la señora Wynn estuvo allí, Bubba pudo estar, aunque probablemente no, John David se pasó por allí antes de esa hora y ella no ha podido recordar a tu hermano —resumió Bryan.

—Eso es, más o menos.

—Sandy Wynn. —Negó con la cabeza, estaba tan sorprendido como yo.

—Sí, ella es tan… bueno, parecía tan devastada cuando llegaron a mi casa la noche del lunes que podría haber jurado que todo ese dolor era genuino.

—Pero es difícil entender por qué ha omitido ese detalle, por qué no le ha dicho a la policía que esa mañana había estado en la zona.

—Sí, por supuesto. Bueno, tal vez Emma cometiera un error. —Había oído que las mujeres mayores se quejaban de que los jóvenes las consideraban intercambiables. Quizá Emma había visto a otra mujer mayor, delgada y en buena forma y la había identificado mentalmente con la madre de Poppy tras haber oído que Poppy había sido asesinada. Eso sería algo natural. Pero Emma estaba tan segura… y me había parecido una buena observadora. Además, después de todo, alguien había dejado caer ese tique de caja en el suelo de mi cocina.

—¿Qué vas a hacer en relación con la señora Wynn? —le pregunté—. ¿Vas a hablarle o vas a provocar que Arthur se lance sobre ella?

Bryan parecía pensativo.

—Debo decírselo a la policía —dijo tras una pausa reflexiva—. Me pregunto si ella era la visita que Poppy estaba esperando, la razón por la que no fue a la reunión de las Mujeres Engreídas contigo.

—Los registros telefónicos de la señora Wynn mostrarán si llamó a Poppy o no —le dije, indecisa—. ¿Crees que los registros del teléfono de Poppy mostrarán tanto las llamadas entrantes como las salientes? ¿Tienes acceso a ellos?

—Después de que los haya mirado la policía… y solo si arrestan a John David. Si no, no tengo ningún derecho legal para verlos. También son registros de John David. Él podría solicitarlos, autorizarme… voy a pensar en ello.

Nos quedamos en silencio durante el resto del camino. Supongo que los dos teníamos mucho en lo que pensar. Pero no creo que estuviéramos reflexionando sobre las mismas cuestiones.