6

Yo no estaba ya para muchos trotes.

Era tarde, así que le sugerí a Bryan que esperáramos a la mañana siguiente para encontrar la estación de servicio que emitió ese recibo. Además, así era más probable que estuviera la misma persona encargada del repostaje (si es que se puede seguir hablando de que hay personas cumpliendo esa función en las gasolineras; algo dudoso). Me di cuenta enseguida de que Bryan quería que le diese el tique para ir a hacer las preguntas él solo. Traté de dejarle claro lo enfadada que me sentiría con un comportamiento así.

Llevé a Bryan a su despacho en mi coche y después pasé por casa de mi madre para comprobar que todo iba bien con mi nueva familia. Melinda y Avery estaban en su casa, y tal y como Melinda había predicho, el bebé de Poppy estaba con ellos. John David estaba sentado, abatido, en la sala de estar. Frente a él vi a Arthur Smith.

¿Qué estaba haciendo? Obviamente, él continuaba al frente del caso, algo que me parecía incomprensible. De acuerdo, Lawrenceton era una localidad más bien pequeña y probablemente la policía no tenía demasiado personal, especialmente teniendo en cuenta que los asesinatos no eran algo habitual en nuestro pueblo. Pero uno se imaginaba que, incluso en Lawrenceton, el jefe de policía sacaría al examante de la difunta de la lista de investigadores en un caso de homicidio. Supuse que quizá nadie le había dicho nada.

—¿Se te ocurre alguna razón por la que alguien podría haber entrado en tu casa? —le preguntaba Arthur—. ¿Conoces algún escondite especial utilizado por tu mujer, algún lugar para los papeles importantes o…? —Sin duda la policía había respondido de forma muy rápida a la llamada de Bryan.

—No —interrumpió John David—. No, Poppy no tenía nada que ocultar.

En ese momento mi madre estaba de pie junto a la encimera de la cocina, leyendo las instrucciones de cómo calentar el guiso que Teresa había llevado esa tarde (identifiqué la letra al momento). Cuando John David hizo esa sorprendente declaración, las cejas de mi madre se elevaron a más no poder, expresando exactamente la misma incredulidad que yo sentía. Si John David de verdad creía en lo que decía, significaba que era un idiota. Y si creía que podía engañar a alguien sobre el verdadero carácter de Poppy, también era un idiota.

Rodeé la encimera para poder estar junto a mi madre. Ella estaba, como siempre, perfectamente arreglada, pero se la veía cansada y preocupada.

—Lo peor de todo —dijo en un tono bajo— es que Poppy también tenía muchas virtudes, pero nadie está pensando en ellas.

—Lo que sí parece es que, eh… es probable que haya sido el lado negativo de su carácter lo que la ha matado —le dije—. Pero estoy de acuerdo, Poppy tenía muchas cosas buenas. Era inteligente, divertida, quería mucho a Chase (madre mía lo que quería a ese bebé) y era una mujer dispuesta a trabajar duro en los proyectos en los que creía. Me di cuenta de que había un montón de gente con una reputación mejor que la de Poppy, pero sería difícil pensar en tantas cosas buenas que decir sobre ellos.

—¿Te has peleado con Robin? —preguntó mi madre. La pregunta fue tan a bocajarro y encajaba tan poco con su forma de ser que dudé antes de contestar.

—Sí —le dije—. No me llamó para decirme que había regresado de su gira de promoción del libro y le vi flirteando con Janie Spellman.

—Flirteando —repitió mi madre, su voz impasible.

—Sí —respondí, sintiendo como enrojecían mis mejillas—. Solo les faltaba cogerse las manos.

—¿En la biblioteca?

—Sí, ¡en la biblioteca!

—Donde nada podría ocurrir y bajo la mirada de una docena de personas.

—Pero ¿por qué tuvo que hacerlo?

—Tal vez Janie quería coquetear un poco. Tú no eres la única mujer en el mundo que encuentra a Robin atractivo, Roe. Tal vez a Robin le apeteció devolverle el flirteo, solo un poco. ¿Le pidió salir? ¿La besó? ¿Te dijo que no quería verte más?

—No.

—¿Le has dado la oportunidad de hablar contigo sobre ese tema?

—No.

—¿He contado mal los días o ha adelantado su vuelta para estar contigo antes de lo previsto?

—Sí. —Sentí cómo la vergüenza ascendía por mi cuerpo hasta llegar a mis mejillas en una marea roja.

—Ya, ya, ya —mi madre sacudió la cabeza—. Qué hombre tan malvado, malvadísimo. Él te ha tratado tan mal que voy a tener que darle una bofetada.

—Está bien, ya te he entendido.

—La verdad es que pensé que sabrías ver la diferencia, después de ese de ahí. —Mamá señaló con la cabeza la sala de estar. Se refería a Arthur, no a John David. Mi madre nunca perdonaría a Arthur que me humillase públicamente. Ya podía salvar a diez niños a punto de ahogarse o evitar una docena de robos en distintos bancos que ella seguiría detestándole. En cierta manera era agradable tener a alguien tan firmemente de tu lado. No importa lo equivocada que pudiera estar.

Tras haber hablado con John, darle una palmadita en la mano y ver por mí misma que ese día se encontraba mejor que el anterior, me fui de allí sin hablar con John David o Arthur, quienes continuaban inmersos en una profunda conversación.

En el corto trayecto a casa, pensé en aquello que Poppy podía haber estado ocultando. Si cabía en una caja de zapatos resultaba evidente que se trataba de algo pequeño. ¿Podría haber chantajeado a alguien? No, no creía en algo así, ni siquiera teniendo en cuenta lo que me decepcionaba pensar en sus tendencias sexuales. Pero algo que ella había tenido en su poder había aterrorizado a alguien. Quizás el interesado había encontrado lo que buscaba en la habitación de arriba o tal vez no.

Así que esto era lo que teníamos: un misterioso tique de gasolinera, una mujer asesinada, un abogado mujeriego, un marido mujeriego, un examante (o tres), una persona que buscaba algo y un detective que en ningún caso debería estar a cargo de la investigación.

No me sorprendió nada entrar en mi casa y encontrar a mi hermano y a Robin esperándome. Se giraron a la vez y ambos me dirigieron una mirada casi acusadora al verme entrar en la habitación. Habían estado viendo el fútbol. Qué sorpresa.

—Hola —dije, manteniendo el tono de voz frío—. ¿Hace cuánto tiempo que has regresado, Phillip?

—Unos treinta minutos. Robin estaba esperándote.

—¿Fuera, en la rampa de entrada?

—Sí. —La lealtad de Phillip había cambiado de bando de forma descarada, basándose en sus treinta minutos de nueva amistad con Robin—. Con el frío que hace.

—¿Habíamos quedado, Robin? —Estaba segura de no haberlo invitado. Hice un esfuerzo para revestirme de justa indignación. Robin tenía llaves de casa, pero supuse que no se había sentido lo suficientemente bienvenido para hacer uso de ellas.

—Eh, no. Simplemente esperaba poder hablar contigo. Te he echado de menos.

—Vayamos al estudio. Phillip, ¿has comido? ¿Necesitas algo?

—Josh y su hermana me llevaron al Pizza Hut —dijo—. Estoy empachado. Robin, ¡los Broncos van ganando por siete!

—Ahora vuelvo —le aseguró Robin. Me miró de reojo y añadió—: Creo.

Caminamos por el pequeño pasillo hasta el estudio, una habitación maravillosa llena de estanterías. Robin la usaba con frecuencia para trabajar. En su casa tenía un vecino que trabajaba en Pan-Am Agra en el turno de cuatro de la tarde hasta medianoche y le daba por levantarse a las nueve expresamente para poner a punto su ruidosa camioneta.

Y antes siquiera de haberme mudado a esta casa, aquí en la alfombra, Robin y yo habíamos… bloqueé ese pensamiento.

Nos sentamos en los dos sillones orejeros después de que Robin levantara el suyo para colocarlo frente a mí.

—Dime de qué va todo esto —dijo. No parecía enfadado ni culpable. Parecía decidido.

Yo ya era demasiado mayor como para seguir aferrada a mi victimismo.

—Robin, estoy hasta aquí —puse mi mano en horizontal contra mi garganta— de las infidelidades de Poppy y John David. Si hay algo que odio son los cuernos y durante los dos últimos días no han hecho más que aparecer por todas partes. Así que cuando vi a Janie flirteando contigo y a ti responder a su flirteo, yo simplemente me… enfadé mucho. —Aún me molestaba pensar en la ola de ira irracional que me había invadido en aquel momento. Ahora viéndolo con perspectiva, toda esa rabia me parecía… extraña.

—Janie es una niña mona. Pero solo es eso, una niña y le toca flirtear con todo el mundo. Ser desagradable con Janie sería como ser desagradable con un lindo cachorro.

Elevé una ceja.

—De acuerdo, respondí a su flirteo.

Levanté la otra ceja.

—Tú eres una mujer —añadió Robin con firmeza—. Janie es una niña. Yo soy demasiado viejo para Janie. No sabría qué hacer con ella, incluso si estuviese interesado.

No me quedaban cejas para levantar así que intenté adoptar una expresión escéptica.

—Está bien, respondí a su flirteo. —Robin bajó la mirada hasta sus grandes manos—. Cuando me voy de gira, mi ego se infla; me habían nominado a un Anthony y mi autoestima estaba por las nubes.

Esperé.

—Pero ahora estoy otra vez con los pies en el suelo —me miró fijamente.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Así que lo que estás diciendo es…

—¿Se supone que debo hacer una declaración de intenciones?

—Sería de gran ayuda.

—No tengo intención de ver a nadie más.

—Bryan Pascoe me ha propuesto que tengamos una cita —le dije, aunque en realidad Bryan simplemente había indicado que en algún momento en el futuro querría invitarme a salir a algún sitio. Sin embargo, no se me ocurría otra forma de decirlo.

—¿Vas a ir? —el rostro de Robin tenía una expresión hermética—. No conozco a Bryan Pascoe. Podría ser el hombre perfecto para ti.

Lo consideré un momento.

—Encajaría mejor en la categoría de «hombre a reformar» —contesté—. Creo que es más acertado decir que en este momento solo quiero salir contigo.

Robin parecía más grande de repente, como si se hubiera estado conteniendo a sí mismo en un espacio más pequeño del que normalmente ocupaba.

—Me cae bien tu hermano —dijo—. Parece un joven muy independiente.

—Sin duda está sintiendo su nueva masculinidad —le dije. Bajé la voz y le conté lo de las dos chicas con las que Phillip había viajado en la última etapa de su viaje y lo de los preservativos que había encontrado en su cartera.

—Es mejor que los tenga y los use a que no los tenga y los necesite —observó Robin sabiamente—. Tal vez los llevaba consigo porque quería necesitarlos.

Medité un segundo sobre su argumento. Era una idea interesante.

—Lo único que espero es que no los haya comprado después de los acontecimientos —admití—. Quiero decir, tal vez mantuvo relaciones sexuales, se lo pasó muy bien y después pensó: Vaya, si voy a hacerlo más veces, será mejor estar preparado.

—Intentaré averiguarlo, de una manera muy varonil —dijo Robin—. Si mañana trabajas, me llevaré a Phillip a comer o a mi apartamento o algo así.

—Me parece bien. No tengo que trabajar, pero se supone que mañana debo ir a una estación de servicio con Bryan Pascoe.

—Una primera cita muy original —dijo Robin.

—No es una cita. Es una pista. —Le conté lo del recibo que había encontrado en el suelo y después le puse al tanto de lo sucedido en el piso de arriba de la casa de John David y Poppy.

—Qué misterioso —exclamó Robin—. ¿Forzaron la cerradura de la casa?

—No, y eso hace que sea incluso más extraño. Yo misma abrí con llave la puerta de entrada para que entrara el chico de Scene Clean. La puerta corredera de cristal utiliza la misma llave. También estaba cerrada, o al menos supongo que lo estaba. Zachary Lee solo tuvo que girar el pestillo interior y abrirlo mientras lo limpiaba. Nunca pensé en comprobar si estaba cerrada con llave o no al principio. Tampoco le pregunté después de que nos mostrara el estado del piso de arriba.

—Así que la puerta del patio ha podido estar abierta desde el principio.

—Bueno, puede que quien desordenara el piso de arriba, la dejara abierta. Estoy segura de que la policía no dejaría la puerta trasera abierta. Si yo tuviera que entrar a la fuerza, lo haría por la puerta de atrás. Ni siquiera te verían desde Swanson Lane. Uno puede atravesar a hurtadillas el patio trasero de los Embler sin ser visto. Cara se pasa la mitad del día en su estudio pegada al teléfono; bastaría con comprobar que no está nadando en la piscina. Su marido casi nunca está en casa. Solo habría que asegurarse de que los perros están encerrados dentro.

—O, si no te importa correr un riesgo mayor, se puede cruzar el patio delantero de Poppy y entrar en la parte de atrás a través de la puerta que hay en el lateral de la casa. La cuestión es que una vez llegas al patio trasero, la valla es tan alta que uno resulta prácticamente invisible.

—¿No dijiste que el doctor Embler había estado un tiempo con Poppy?

—Eso es lo que he oído.

—Pero no recientemente.

—¿Estás diciendo que la pasión habría tenido tiempo de enfriarse?

—Creo que sí. Quiero decir, incluso si Cara hubiera descubierto la pequeña aventura de su marido con Poppy, a estas alturas ya tenía que saber que no había significado nada o, al menos, que no había afectado en nada a su propia vida.

Pensé qué habíamos dejado solo a mi hermano demasiado tiempo, así que regresamos al salón para encontrarle dormido en el sofá con el partido aún a todo volumen.

Me las arreglé para despertar a Phillip lo bastante como para enviarlo a su dormitorio. Se marchó tambaleándose, murmurando que ya me vería por la mañana. Robin y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro.

—¿Te gustaría pasar aquí la noche? —le pregunté justo a la vez que Robin decía:

—Bueno, ¿puedo quedarme un rato?

Nos reímos un poco, pero luego él me rodeó con sus brazos y ya no fue momento de reírse.