Escogí un camino con muchas vueltas para asegurarme de que efectivamente el coche de Sally estaba en la biblioteca. Finalmente así fue y la dejé, aliviada, junto a él. Vi como lo abría y se subía al asiento del conductor. Me pregunté qué debía hacer yo, pero después me di cuenta de que no era asunto mío tomar esa iniciativa. Este problema era responsabilidad de Perry y lo único que estaba en mi mano era ser una buena amiga con la que hablar si lo necesitaba.
Le di una palmadita en el hombro cuando me crucé con él en la sala de empleados y él me miró y asintió con la cabeza, fue un gesto conciso y revelador.
—He concertado una cita con el doctor Zelman para ella la próxima semana —explicó—. Intenta ocultarlo, y la verdad es que es algo que se le da bien, pero cada vez va a peor.
En realidad no había nada más que decir.
Las dos horas restantes de trabajo pasaron volando. Hubo un montón de gente entrando y saliendo de la biblioteca, mucho movimiento en los ordenadores y un pedido de libros que completar. Cuando llegó mi momento de salir, la verdad es que me alegré. Tenía tantas cosas que hacer que me costaba elegir por cual empezar.
Mis planes para el resto de la tarde dieron un giro inesperado cuando al ir a la zona de aparcamiento para empleados me encontré a Bryan Pascoe apoyado en mi coche. Caminando desde la biblioteca, su despacho quedaba a poca distancia; estaba situado en el Jasper, un edificio incómodo, antiguo, de ambiente cargado, que también albergaba la oficina de Cartland Sewell. De acuerdo, a Bryan Pascoe le había resultado fácil llegar adonde estaba. La pregunta era: ¿Por qué estaba allí?
—Señora Teagarden —dijo.
—Hola, señor Pascoe —contesté. Mi tono de voz era claramente una pregunta. Era un alivio no tener que elevar la cabeza para mirar a Bryan Pascoe a los ojos.
Me tendió la mano y la estreché. Sus huesos eran finos.
—Por favor, llámame Bryan —dijo con cortesía.
—Bryan —murmuré y retiré mi mano—. Aurora —dije tras una pausa.
Él asintió con la cabeza.
—Mi hermano Phillip ya me ha dicho que has estado intentando hablar conmigo. Te habría llamado yo. —Quería asegurarme de que Bryan Pascoe entendiera que estaba presionando demasiado.
—Sí, pero quería hablar contigo en persona.
—Está bien —accedí, indecisa, tras un silencio total por su parte durante un tiempo bastante extenso—. ¿Quieres que vayamos a tu despacho?
—¿Te importa si damos una vuelta a la manzana? Llevo todo el día encerrado en mi despacho.
Hacía algo de fresco, pero no se podía decir que hiciera frío.
—Por supuesto —dije tras una pausa insegura. ¿Qué diablos estaba pasando?— Tengo las piernas cortas por lo que mi ritmo no es muy rápido. —Robin siempre parecía estar dos pasos por delante de mí. Pensar en Robin me hizo sentir mal de forma instantánea.
—Tus piernas están bien como están —afirmó, confundiéndome de nuevo. Y empezamos a andar.
—¿Hay novedades en cuanto a John David?
—Como es lógico, he hablado con la señorita Burns. De momento, cubre a John David al cien por cien. Dice que estaba llevando a cabo un trabajo legal para ella.
Miré de reojo a Bryan y él me sonrió. Tenía unos dientes blancos y relucientes.
—Dice que estaba en su casa redactando su testamento —agregó Bryan de una forma absolutamente neutral.
—Si Poppy estuviera viva, Romney Burns necesitaría ese testamento. —Y me vi devolviéndole la sonrisa.
—Eso es interesante. ¿Considerabas a tu cuñada una mujer celosa?
Lo consideré un momento.
—No creo que a ella le hubiera gustado sentirse humillada si John David hubiera decidido divorciarse o si sus pequeñas aventuras se hubieran convertido en algo demasiado evidente: por ejemplo que decidiera llevar a Romney a la fiesta de Navidad de la empresa, o algo así —dije finalmente—. Supongo que eso es distinto a ser una persona muy celosa.
—¿Cómo te sientes tú sobre ese asunto? —preguntó el abogado.
Pensé que era una pregunta extraña.
Me detuve y me coloqué frente a él. Por suerte estábamos en la acera junto al pequeño cine del centro de Lawrenceton y nadie entraba o salía en ese momento.
—¿Qué más da cómo me sienta yo? —Podía sentir cómo mis cejas se juntaban hasta fruncir totalmente el ceño.
—Curiosidad personal —contestó.
—No sé por qué lo quieres saber. —Pero tampoco vi ninguna razón por la que negarme a contestar—. Pienso que es… de mal gusto —dije, habiendo seleccionado las palabras más suaves que encajaban con mis sentimientos—. Aunque, por supuesto, yo tampoco soy un ángel.
—¿Por qué me das tu opinión de una forma tan diplomática? No tienes que justificarte.
—No te conozco. No sé nada de ti. Podrías engañar a tu mujer todos los días —le dije sin rodeos—. No me gusta sonar prepotente.
—¿Por qué me llamaste ayer?
—John David pensó en ti. Según tengo entendido, eres el mejor.
—Lo soy, Aurora.
Era como si me hubiera perdido algo.
—Me alegra saber que estás tan seguro —le dije con cierta duda.
—Me gustó mucho oír tu voz ayer al teléfono. Me llevo fijando en ti bastante tiempo.
—¿Crees que he hecho algo ilegal?
—No. Querría que saliéramos juntos.
—Pensé que estabas casado, Bryan —comenté, con total asombro. Aunque ahora que lo pensaba, sí que había mencionado algo de su exmujer el día anterior.
—Lo estuve. Durante cinco años. Nos divorciamos hace más de un año.
—Ah… —exclamé, con la sensación de haber recibido un golpe en la cabeza con un pez muerto o algo igualmente sorprendente—. Bueno, Bryan, estoy de veras halagada, pero salgo con Robin Crusoe.
—Lo sé. —Sonrió de nuevo. Su sonrisa se las apañaba para ser una sonrisa segura, depredadora y llena de esperanza, todas esas cualidades a la vez—. Pero mis fuentes me dicen que ha estado coqueteando con Janie Spellman.
—¡Au! —solté con brusquedad—. Eso ha sido un golpe bajo. ¿Quién es tu fuente?
—La ley en este caso no me obliga a no delatarla. Mi fuente es la propia Janie Spellman, que es mi prima segunda.
—Janie no es demasiado exigente a la hora de flirtear.
—Siento que estés enfadada pero no lo puedes negar —afirmó con rotundidad.
—No tengo por qué responder, negar o admitir nada de lo que digas en absoluto. —Lo miré a los ojos furiosa—. De hecho, esta parte de nuestra conversación ha terminado. —De repente pensé en el recibo de la gasolinera que tenía en mi bolso. No podía dejar que nada se escapara simplemente porque me sentía cabreada con Bryan—. Y ahora, hablemos de negocios.
—Dispara. —Si Bryan se había alterado por mis palabras, lo ocultaba muy bien.
Le expliqué cómo encontré el recibo esa mañana, lo que a mi modo de ver significaba, y le dije los nombres de las personas que habían estado en mi casa. Entonces miré mi reloj y exclamé:
—¡Oh, no, tengo que ir a casa de Poppy ahora mismo!
—¿Para qué? —Bryan había escuchado mi relato con total atención, algo que me hizo tener una mejor opinión sobre su persona.
—El señor de Scene Clean debería estar ya en la casa de John David y Poppy —le expliqué—. Alguien llamó desde SPACOLEC para decir que la casa ha sido… bueno, «desprecintada». Así que llamé a Zachary Lee para confirmar que podía venir.
—En algún momento tengo que ver la escena del crimen. ¿Puedo ir contigo?
—Supongo que sí —contesté sin demasiada cortesía. Caminamos de regreso al aparcamiento de la biblioteca y abrí mi Volvo. Bryan habló de política local todo el camino hasta llegar a Swanson Lane. Sentí el roce de su atención cada vez que me miraba, y lo cierto es que me miraba mucho. Mis mejillas estaban sonrojadas y ardiendo cuando aparcamos detrás de una camioneta de color amarillo brillante con un logo y las palabras «SCENE CLEAN» en el lateral. Al menos no había ninguna imagen macabra. Me entretuve con las llaves y hurgué en mi bolso, cualquier cosa para evitar mirar a los ojos del hombre que venía a mi lado. Salimos del coche y permanecimos de pie al final del sendero enlosado que conducía a la puerta principal. Un hombre joven con rasgos asiáticos nos esperaba. Estaba absorto en un libro.
Me sentía nerviosa ante la idea de entrar en la casa de nuevo.
—Me alegra que Arthur haya dejado despejada la casa —dije, solo por decir algo.
—Apuesto a que los últimos dos días han sido muy duros para Arthur —declaró Bryan, claramente invitándome a preguntar por qué.
—Cualquier investigación de asesinato… —empecé de forma pausada—. Pero eso no es lo que estás insinuando, ¿verdad?
—Estoy convencido de que has oído que Poppy y él solían verse. ¿Hace un par de años quizá?
Pensé directamente que me iba a desmayar. De hecho podía sentir cómo me bajaba la sangre desde la cabeza. Bryan me rodeó con su brazo izquierdo y me agarró la mano derecha con la suya.
—Dios mío —dije para ganar tiempo—. ¡Pero en ese caso debería ser el último hombre de la tierra implicado en la investigación de su muerte!
—¿Te encuentras bien? ¿No llegó a ser tu prometido? —dijo Bryan.
—No —contesté, sacudiendo la cabeza para despejarme—. No, nosotros nunca… ¿lo has hecho a propósito? ¿Soltármelo así? ¿Por qué?
—Saliste con él.
—Hace aproximadamente un millón de años. Mucho antes de casarme con Martin. —Le lancé una mirada de incredulidad.
—Me preguntaba si Arthur sentía una atracción especial por las mujeres de tu familia.
—Me estás confundiendo. —Me aparté de su brazo y caminé por las baldosas hasta la puerta, tal y como había hecho el día anterior. Había vacilado por un momento tras escuchar su comentario, pero en seguida recuperé el paso normal.
Bryan estaba junto a mí en ese momento.
—Hola —saludó al joven que esperaba en el decorativo banco situado en el exterior de la puerta principal de casa de Poppy.
—¿Zachary Lee? —le pregunté mientras se levantaba. Zachary Lee era mucho más alto de lo que esperaba, mediría quizá más de metro ochenta y parecía una mezcla muy afortunada de razas caucásica y asiática.
—Ese soy yo —contestó radiante—. Zachary Lee, de Scene Clean, a su servicio. Soy un limpiador certificado de lugares donde se han cometido crímenes y tengo una extensa experiencia con el Departamento de Policía de Atlanta. He llevado a cabo formación para realizar esta tarea de forma correcta cumpliendo con la regulación sanitaria y las normas de seguridad.
Nos miró radiante. Según parecía, Zachary Lee disfrutaba de su trabajo.
—¿La policía le ha dado el visto bueno? —pregunté.
—Sí, señora, y el señor Queensland, el marido de la fallecida, me ha dado su permiso para realizar el trabajo. Por cierto, me ha dicho que le dé las gracias de su parte. —La dentadura de Zachary era perfectamente regular y muy blanca, y sus ojos se entornaban de una forma muy agradable al sonreír, algo que parecía hacer la mayor parte del tiempo.
—Soy Aurora Teagarden —me presenté—, y él es Bryan Pascoe, el abogado del señor Queensland.
—Encantados —dijeron ambos.
—Permítame que le muestre el… eh… el lugar —dije titubeando—. El señor Pascoe quiere echar un vistazo antes de que lleve a cabo la limpieza. Después, yo esperaré aquí hasta que usted acabe y cerraré la casa cuando se haya ido.
Por primera vez Zachary Lee no parecía tan feliz, probablemente ante la idea de que estuviéramos presentes mientras él trabajaba. Pero yo quería ver cómo salía de la casa y en general, vigilarlo un poco. El joven era probablemente una buena persona pero apenas lo conocíamos.
La casa había permanecido cerrada y el olor era de todo menos agradable. Poppy se habría avergonzado. Allí estaba el horrible olor a sangre mezclándose con el más mundano de un arenero de gato muy usado. Una vez más, me sentí angustiada por no haber encontrado aún a Moosie. En cierta manera, la desaparición del gato era un insulto hacia Poppy.
—Dime qué hiciste ayer cuando entraste —dijo Bryan y pensé que quizá su intención era distraerme. Me sentí agradecida.
—Subí las escaleras —le dije—. No había nadie. Volví abajo y fui a la cocina. —Le guié por el corto pasillo hasta la cocina, donde todo estaba en el mismo estado que el día anterior, excepto por el polvo de las huellas dactilares. Continuamos rodeando la encimera y con la mano hice un leve gesto hacia el lugar donde había encontrado a Poppy. El gesto era casi innecesario. La sangre era un poderoso testimonio. De hecho, verla en el estado en el que estaba (seca y oscura) hacía que su impacto fuera, en cierto modo, más violento que el día anterior.
Mientras Zachary Lee se acercaba a la puerta corredera de cristal para echar un vistazo afuera, sentí que mi cabeza me zumbaba un poco. Puse una mano en la barra de desayuno de Poppy, que estaba repleta de libros de cocina brillantes y flores secas, para no perder el equilibrio.
Al instante, Bryan me llevó fuera de la cocina hasta la sala de estar. En vez de tumbarme en el sofá, me rodeó con sus brazos. No dijo ni una palabra. Su mano izquierda acariciaba mi pelo.
Me gustó mucho ese silencio. Robin, dado que las palabras eran su medio de vida, no parecía saber del todo cuándo no eran necesarias.
—Entonces, ¿arriba no hay nada? —preguntó Zachary Lee desde la puerta.
Empecé a apartarme de Bryan Pascoe, pero él apretó los brazos.
—Solo el polvo para las huellas dactilares —dije—. Nada de sangre.
—De acuerdo —dijo el chico de la limpieza, feliz una vez más—. ¿Por qué no se sientan donde la piscina? Hace un día estupendo. Tengo que ponerme el traje y traer el equipo.
Aunque en un principio me pareció extraño, resultó ser un excelente consejo. Mientras salíamos por la puerta principal y caminábamos alrededor de la casa hasta la valla que estaba en uno de los lados (evitando así cruzar el sangriento umbral de la puerta corredera de cristal), Bryan me brindó una ayuda totalmente innecesaria. Tengo que confesar que me gustó mucho, sobre todo después de haber estado haciendo frente al tema de Phillip y a los distintos acontecimientos de las últimas veinticuatro horas. A veces, simplemente, no conseguía entenderme a mí misma. Una mitad de mí quería ser una persona íntegra e independiente y la otra mitad quería apoyarse en alguien más fuerte. Posiblemente la respuesta podría encontrarse en una buena pareja, un buen equipo en el que poder turnarse los papeles.
En uno de esos pequeños momentos inesperados de lucidez que hacen que la vida sea algo aterrador, me di cuenta (estando sentada junto a la piscina de una mujer asesinada, recibiendo el consuelo de un atento abogado) de que mi primer matrimonio no había sido nunca un buen equipo.
—¿Todo bien? —preguntaba Bryan con nerviosismo.
—Sí, todo bien. —Sonó como si fuera un robot amable. Me recompuse un poco—. Gracias por preguntar.
En esa extraña coyuntura, otra presencia se dio a conocer: Teresa Stanton, la Mujer Engreída por excelencia, apareció por la puerta del patio.
—¡Pobre Aurora! —exclamó Teresa. Era una mujer que daba miedo. Yo desconocía que un traje de pantalón y chaqueta a juego fueran el atuendo apropiado para ir a la casa de una mujer asesinada, hasta que vi a Teresa; entonces me pareció que era exactamente lo correcto. Llevaba uno de color burdeos oscuro con toques dorados. El pelo oscuro de Teresa estaba cortado y peinado de forma impecable, para que los mechones más cortos quedaran apartados de su rostro. El maquillaje era discreto y sus dientes perfectamente blancos. Una gran inteligencia brillaba a través de sus lentes de contacto.
—Teresa —murmuré. Bryan, por supuesto, se levantó. De repente me acordé de que la mujer con la que Bryan había estado casado era la recién casada en segundas nupcias Teresa Stanton. Teresa Pascoe Stanton.
—He tenido que remover cielo y tierra para dar contigo —me dijo Teresa.
Me costaba sentir la necesidad de disculparme.
—Tuve un día muy ocupado —le dije sin comprometerme más.
—¡Oh, por supuesto! ¡No hay duda! Hola, Bryan. —Teresa se aseguró de que ambos nos dábamos cuenta de que incluir ese saludo era algo secundario.
—Teresa, me alegro de verte —respondió Bryan, su voz fría y poco modulada.
Intenté pensar con todas mis fuerzas en una buena excusa para levantarme y salir corriendo, pero no se me pasó ninguna por la cabeza.
—¿Qué está haciendo ese hombre allí? —preguntó Teresa, distraída al ver a Zachary Lee, que parecía llevar un traje espacial. Estaba trabajando al otro lado de la puerta corredera de cristal.
—Está limpiando la sangre —contesté. Por supuesto Teresa ni se inmutó.
—Me alegra tanto que hayas podido encontrar a alguien que haga ese tipo de cosas… —comentó por decir algo—. ¿Dónde está tu señor Crusoe?
—No lo sé. —Me negué a explicarlo o dar detalles. Me pregunté qué haría ella si yo le preguntaba dónde estaba Shorty Stanton. Sentí una tentación tan poderosa que de hecho llegué incluso a abrir la boca pero finalmente prevaleció el sentido común.
—Por supuesto, todas las mujeres del club quieren saber qué podemos hacer para ayudar —dijo Teresa.
—Tal vez Melinda necesite un poco de ayuda con el cuidado de los niños —sugerí—, dado que tiene a su cargo a sus dos hijos y ahora también al de Poppy.
Teresa lo anotó en su pequeña libreta de bolsillo.
—¿Qué más? —preguntó—. Ya hemos llevado comida a casa de tu madre.
—Yo propondría que nos replanteáramos apoyar a Bubba Sewell como representante del estado.
—¿Crees que tiene algo que ver con la muerte de Poppy? —Teresa siempre iba al grano si pensaba que la franqueza iba a servir mejor a sus propósitos.
—No, la verdad es que no, pero creo que su reputación va a ser cuestionada si la investigación termina en un juicio.
—Así que es cierto. Estaba tonteando con Poppy. —Teresa pareció muy molesta.
No la miré a los ojos.
—Alguien que no puede mantener la cremallera del pantalón cerrada —dijo Teresa con rotundidad—, no es lo que queremos para un cargo público. Creo que ya hemos visto demasiados así…
—Es cierto —reconocí.
Nos quedamos en silencio. Durante ese repentino silencio pude oír el chapoteo de la piscina al otro lado de la valla. También se oía música, creo que era Handel.
—¡Cara! —exclamó Teresa—. ¿Vas a hacer tus largos del día? ¿Puedes tomarte un descanso?
—¿Teresa? ¿Eres tú? —contestó una voz aguda.
—Sí, hija. ¡Ven aquí!
Había una puerta poco utilizada en la alta valla que separaba ambas propiedades. Cuando Cara Embler la abrió emitió un agudo chirrido. Cara se estaba quitando su gorro de natación mientras caminaba hacia nosotros. Se había envuelto en una toalla grande ya que era un día frío. Su peinado complementaba perfectamente su atlético cuerpo, llevaba el pelo rubio (ahora mezclado con gris), corto y liso. Cara había sido campeona de natación en el instituto y en la universidad. Alguien me había contado que estaba entrenando para competiciones de mayores. A algunas personas de Lawrenceton les desconcertaba Cara, una mujer que practicaba la natación con cualquier temperatura y tenía una mentalidad orientada a satisfacer sus objetivos; no obstante, respetaban su dedicación y su excelente condición física. Casada con un cardiólogo que siempre parecía estar de guardia, Cara tenía un montón de tiempo libre del que disponer a su antojo.
Aunque los Emblers tenían un hijo que estaba estudiando para ser ingeniero ambiental o algo igualmente loable, rara vez estaba en la casa, pues iba a una universidad al norte de California. Así que Cara nadaba, corría, daba clases de refuerzo a los niños en el colegio, participaba en causas políticas y organizaba la campaña anual de recaudación de fondos para la ONG United Way. Tenía dos perros, dos schnauzers. Era famosa en el pueblo por ir a donde hubiera que ir para ayudar a recaudar fondos para el refugio de animales y era implacable denunciando a las personas que los maltrataban.
Yo no podía entender por qué no llevaba años en la lista para formar parte de las Mujeres Engreídas, pero a estas alturas pensé que debería estar bastante cerca de la parte superior de la lista.
—¿Cómo está John David? —me preguntó Cara. Se dejó caer en una de las tumbonas, cubriendo su cuello y su cabeza con otra toalla. Hacía el suficiente frío para que yo hubiera estado temblando de haber estado toda mojada, pero Cara parecía insensible a la temperatura.
—Como era de esperar. —En realidad, yo no había visto a John David desde el día anterior, y no tenía ni idea de cómo lo llevaba, pero por alguna razón, no me parecía correcto confesar ese dato. Me sorprendió un poco la pregunta de Cara. Ignoraba que conociese a John David lo suficiente como para haber mantenido alguna conversación con él.
—Esto es horrible, la verdad, y justo en la casa contigua a la mía —continuó Cara.
No había pensado en eso. Sin duda yo también habría tenido miedo. De hecho, estaría temblando como un flan. Cara, en cambio, parecía más preocupada que asustada.
—¿Oíste algo peculiar? —preguntó Teresa.
Cara, cuya edad estaba en algún lugar entre los cuarenta y los cincuenta, encogió sus musculosos hombros.
—No, el día transcurrió como de costumbre. Nadé por la mañana, decoré la casa para Acción de Gracias, fui a almorzar con una amiga, regresé, hice otra serie de largos (fue en ese momento cuando oí bastante trajín que venía de aquí) y ya después, por la tarde, hice planes para una fiesta de Navidad que vamos a ofrecer mi marido y yo.
Estaba convencida de que los planes para una fiesta de Cara Embler eran algo más sofisticados y complejos que para una fiesta mía. Probablemente los invitados también serían más sofisticados, si es que venían del lugar de trabajo de su marido. ¿Acogería a cardiólogos y gerentes de hospitales de la misma manera que digamos, eh…, a agentes inmobiliarios y bibliotecarios? Seguro que el vino era mejor para la gente del hospital…
—Aurora —me increpó Teresa de una forma no demasiado amable—. ¿Estás escuchando?
—No —admití. Vi como Bryan giraba la cabeza a toda prisa para ocultar una sonrisa. Tal vez había sido un poco demasiado contundente—. Lo siento, se me ha ido el santo al cielo —murmuré—. ¿Qué estabais diciendo?
—Le estaba recordando a Cara que ella es la siguiente en la lista.
Solo un día después de la muerte de Poppy.
No es que Teresa fuese la Señora Sensible, pero esto ya era cruel, incluso viniendo de ella. Todos la miramos un buen rato en silencio.
—¿Qué? —añadió.
—Las circunstancias eliminan gran parte del entusiasmo que supone convertirse en una Mujer Engreída —dijo finalmente Cara, mirando más allá del hombro de Teresa mientras hablaba—. Llámame para decirme la hora y el lugar. Si lo dejas en un mensaje en mi contestador me lo apuntaré. Como no esté cerca de un cuaderno y un bolígrafo, se me olvida todo.
—Sé de lo que hablas —convino Teresa—. Vivo pegada a mi agenda. —No se había percatado de su ofensa.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Cara. También ella había visto a Zachary Lee en su traje espacial.
Bryan asumió la obligación de llevar a cabo las explicaciones.
Qué día tan largo. Y lo que aún quedaba por venir. Me espabilé a mí misma para preguntarle a Cara si había visto a Moosie.
—Estaré atenta a ver si lo veo —prometió—. Es un gato muy agradable. Personalmente, no estoy a favor de extirparles las garras a los gatos, pero sé que la razón fue evitar que trepara por la valla y vagara por el vecindario. Seguro que Poppy no tenía mal corazón.
—Ella no le hizo eso al gato —la corregí—. Lo adoptó ya así. Estaba en un refugio de animales. Si lo ves, simplemente llámame por teléfono. Sé que a John David le gustaría saber si Moosie está bien. —Si es que John David había tenido un momento para pensar en el gato; yo en su lugar no estoy segura de que lo hubiera hecho. Cara se excusó y volvió a su lado de la valla. Antes de irse, miró una vez más a Zachary Lee, que había abierto la puerta corredera para limpiar los rieles.
—¿Sabéis qué? —dijo Teresa en el tono de voz que uno reserva para difundir un escándalo—. Stuart Embler solía pasarse para ver a Poppy antes de ir a su casa, por lo menos así era antes de que Poppy tuviera el bebé.
Yo no había oído a Cara chapotear en el agua y esperaba que no estuviera de pie justo al otro lado de la cerca, escuchando. Para mi alivio, oí ladridos mientras ella abría su propia puerta corredera del patio. Los perros la estaban dando la bienvenida a casa con gran énfasis, o era lo que parecía. Pensé que tal vez debería tener un perro pero después pensé en lo que Madeleine le haría a un perro y opté por descartar la idea.
El rostro de Bryan reflejaba algo de repugnancia mientras miraba a su exesposa, pero a la vez mostraba interés.
—Me pregunto dónde estaría Stuart ayer alrededor de las once —dijo.
—Esto debería ser fácil de averiguar. Pero me sorprendería mucho que Stuart tuviera nada que ver con esto. Su romance con Poppy forma parte del pasado y, en cualquier caso, le daría igual que hubiera un pequeño escándalo. Los cardiólogos pueden hacer lo que deseen. Lo que quiero decir es que si tú tienes un problema de corazón y este tipo representa tu mejor opción de que sobrevivas ¿te importaría haber oído que ha echado una cana al aire?
Entendí lo que Teresa quería decir.
—Por cierto, Aurora, hablando de relaciones extramatrimoniales —comenzó Teresa y mi mirada se clavó en ella—. Hay un rumor que asegura que viste a alguien saliendo de esta casa cuando llegaste en tu coche.
¿Cómo demonios había empezado a correr una historia como esa?
—Apuesto a que era un hombre. O la esposa de algún hombre con el que ella había estado. —El rostro de Teresa mostraba ansiedad.
—No —desmentí, mi voz tan fría como un granizado de cola—. Eso no es cierto.
—Uy, Dios mío, lo siento, no había caído en que tocaba una fibra sensible. Todas nos imaginábamos que ya tendrías resuelto el caso.
No creo que parpadeara ni una vez mientras la miraba furiosa.
—¿No tienes que ir a ningún sitio, Teresa? —intervino Bryan.
Ella se detuvo en seco, boquiabierta.
—Te has pasado por aquí, has dado el pésame y has obtenido algunas recomendaciones sobre cómo pueden ayudar las Engreídas. Estoy seguro de que tienes alguna otra tarea o cita, ¿no es así?
—Sí, necesito pasarme por el supermercado y llamar a los miembros del comité —dijo de forma pausada. Su rostro estaba enrojecido—. Adiós, Aurora.
Dios, me encantó ver cómo alguien le echaba una reprimenda a Teresa. Me temo que no era la parte más agradable de mi carácter.
—Adiós —respondí de forma automática y distante. Bryan se levantó cuando lo hizo Teresa y, a continuación, abrió la puerta del patio delantero para ella.
—No puede evitarlo, ya sabes —dijo cuando se sentó en la silla junto a mí.
—Soy consciente de que tiene muchas virtudes.
Levantó una ceja.
—Dirige el club de Mujeres Engreídas con una fluidez pasmosa —declaré—. Es una persona organizada y centrada y hacemos mucho bien bajo su liderazgo.
—Me casé con ella. Sé todo lo organizada y centrada que puede llegar a ser.
—Dijiste que llevabas divorciado un año, ¿no es así? —¿Era de mal gusto hablar de eso?
—Se casó con Shorty Stanton hace unos siete meses.
—Él trabaja en un banco, ¿no?
—Es el presidente del Southern Security —dijo Bryan con cierta sequedad.
—Oh.
—Sí, tiene mucho dinero.
Me abstuve de comentar que el propio Bryan no podía quejarse de tener un sueldo bajo, a menos que tuviera un vicio secreto como el juego o las drogas.
—Háblame del coche —su voz era tranquila.
Me quedé mirando fijamente a la figura del limpiador de la escena del crimen, agachada y tenue. Estaba trabajando otra vez en el cristal. Consideré y descarté varias respuestas.
—No vi ningún coche —dije con mucho cuidado—. Pero encontré pruebas de que alguien había estado aquí antes de mi llegada.
—¿Y sabes quién era? —preguntó Bryan.
Lo miré de reojo.
—No me extraña que tengas tan buena reputación como abogado.
—Me la he ganado, te lo prometo. ¿Quién fue?
—No te lo puedo decir en este momento.
—¿Te importa más esa persona que tu cuñada?
—Sí.
Eso lo desconcertó, pero el abogado se animó en seguida.
—¿No confías en mí?
—Te he contado lo del recibo —le recordé con suavidad—. Y te diré algo más.
Giró su mano, con la palma hacia arriba como queriendo decir: adelante.
—Alguien ha estado en esta casa desde ayer.
—¿Aquí? —Señaló el suelo, muy sorprendido.
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
—Las cortinas de arriba están cerradas. Cuando yo estuve ayer estaban abiertas.
Bryan se quedó mirando las cortinas del dormitorio principal como si pudieran hablarle y contarle por qué estaban echadas.
—Tal vez la policía las cerrara ayer por la noche para que nadie pudiera ver lo que estaban haciendo —sugirió.
Me encogí de hombros.
—Tal vez.
Bryan pareció rendirse.
—Vayamos a echar un vistazo. Creo que el hombre te está diciendo que ha terminado.
De hecho, Zachary Lee había salido de la casa, sin el traje y con aspecto alegre, como siempre.
—Tengo la alfombra enrollada en mi camioneta, aquí tiene el resguardo —dijo—. Voy a tener que llevarla a mi local y darle un repaso. Lo demás está hecho. Será necesario llamar a un servicio de limpieza doméstico normal para que todo vuelva a la normalidad.
Podía sentir cómo la confusión contraía mis cejas.
—¿Cómo dice?
—El piso de arriba. Subí a limpiar el polvo de las huellas dactilares.
—¿Qué pasa con el piso de arriba? —miré de reojo a Bryan.
—¿No ha sido un homicidio durante un robo?
—Será mejor que nos muestre lo que quiere decir —dijo Bryan.
En esta ocasión entré en todas las habitaciones de la planta baja, y todo parecía normal. Arriba, sin embargo, era otra historia. La habitación que había recibido más atención había sido el dormitorio principal. Todo estaba patas arriba y tirado de cualquier modo, como si a un niño salvaje se le hubiera dado permiso para hacer lo que quisiera.
—¿No tenía este aspecto cuando encontraste el cuerpo? —preguntó Bryan, sus ojos no se perdían nada.
—No, tenía el aspecto de una casa. —No podía pensar en nada más que decir—. ¿Seguro que la policía no habrá hecho esto?
—Se han podido llevar la ropa de cama para recopilar pruebas —dijo Bryan. De hecho, se la habían llevado—. Pero no harían algo como esto. —Los cajones de la cómoda, los del tocador, los del mueble de la lencería y los de la caja de las joyas estaban en el suelo. El lado de Poppy del pequeño vestidor estaba completamente desordenado. La pila ordenada de zapatos de fuera de temporada desbaratada y los pares tirados por el suelo; además, unas cajas apiladas que contenían suéteres habían sido volcadas y ahora la ropa yacía esparcida por todas partes.
Era horrible. Sentí como si hubieran violado la intimidad de Poppy una vez más. Pero al instante me dije que era una reacción bastante tonta. Lo que estaban viendo mis ojos eran todas sus cosas revueltas, y ¡por el amor de Dios! no era tan malo como ver un cuchillo hundido en su cuerpo. Pero la intrusión implícita en el acto… Pensé en cuánto detestaría yo que alguien revisara mis cosas personales y tuve que sentarme bruscamente en el cojín de punto de cruz del taburete colocado en el hueco para las rodillas del tocador.
Bryan montó una gran escena multiplicando sus atenciones sobre mí y sugiriendo si debía llamar a una ambulancia (algo que me horrorizaba considerablemente) y murmuró diferentes cosas sobre la terrible conmoción que yo había sufrido. Ya había llamado a la policía así que le dejé continuar durante un rato. ¿Estaba intentando impresionarme con su empatía tratándome como si yo fuera una delicada flor del sur? Si yo hubiera sido una flor delicada, estaría bastante marchita.
Deseé que Robin estuviera aquí. Y a continuación me di una bofetada mentalmente. No tenía ningún sentido desear eso. Estaba flirteando con Janie.
Y el enfado tensó mi espalda de nuevo.