Cara Embler estaba secándose su corto pelo con una enorme toalla blanca y esponjosa. Chorros de agua que habían bajado por sus piernas yacían ahora en un charco a sus pies. Junto a la puerta de atrás, había una mesa con una pila de toallas idénticas, todas blancas como la nieve y cuidadosamente dobladas. Una persona organizada, nada propensa a los impulsos, así era Cara.
Le extrañó verme aparecer en su patio, aunque no demasiado. Al fin y al cabo, ella me había llamado para contarme lo de Moosie. El gato estaba tomando el sol en el patio. Al verme, dio un salto y corrió hacia mí para restregarse contra mis tobillos como ya hizo el día que encontré a Poppy. Vi a sus dos perros mirando a través de las puertas correderas de cristal. Ladraron enérgicamente cuando entré. Tiré de la puerta tras de mí, cuidándome de dejarla entreabierta.
—Hola, Roe —dijo Cara, bajando la radio, colocada sobre una mesa con una silla a juego—. Si hubiera sabido que venías, habría metido a Moosie en su cesta y tendría reunidas sus cosas. Le compré un poco de comida para gato, algo de arena y un juguete.
Cara adoraba a los animales.
—La verdad es que se me ocurrió venir de repente, siguiendo un impulso —le dije, algo que era verdad—. ¿Te apetece venir a casa conmigo, muchacho? —Lo levanté en mis brazos y le rasqué la cabeza.
—He disfrutado mucho de su compañía, pero los perros se vuelven locos cuando intenta provocarlos —dijo Cara. Los schnauzers espiaban con ansiedad lo que pasaba fuera de la puerta de cristal, ladrando de vez en cuando. Eran animales hermosos, obviamente bien cuidados—. ¿Por qué has entrado desde el patio de Poppy? —preguntó Cara. Se peinaba el pelo.
—Tenía que coger algunas cosas de la casa de John David. Cosas de Chase —contesté, mintiendo. Me estaba inventando las respuestas sobre la marcha y de repente sentí escalofríos hasta en el corazón. ¿Qué narices estaba haciendo allí? Pero después de haber atravesado la puerta de la valla y ver el aplomo de Cara, no soportaba la idea de que esa mujer pudiese quedar libre de culpa. No sabía explicarme por qué, de entre todas las mujeres a las que Poppy había traicionado, fuera esta la que devolviera el golpe, pero en mi interior sabía que Cara Embler había matado a mi cuñada.
—¿Quieres entrar? Hace un poco de fresco aquí fuera. —Aunque Cara parecía estar acostumbrada al frío, se envolvió con un albornoz de rizo blanco y comenzó a ponerse un par de zuecos de plástico de color amarillo, pero pareció dudar. Me pregunté por qué. Señaló el interior con su mano invitándome a entrar.
Si entrábamos, Arthur no podría oírnos.
—¿Cuántas veces atravesaste la valla ese día? —le pregunté.
Cara me miró aturdida por un segundo.
—¿Qué día?
—El día que murió Poppy. El día que la mataste.
Las palabras se quedaron flotando entre nosotras, enormes y aterradoras.
Y entonces los ojos de Cara cambiaron. El velo que había estado sosteniendo entre el mundo y ella misma se cayó y la verdadera Cara me lanzó una mirada.
—Tú no sabes nada —dijo despectivamente.
—He encontrado la etiqueta de identificación de tu marido, la del hospital.
—¿Ah, sí? ¿Fue ahí donde Stuart la perdió?
—¿No es esa la razón?
—¿La razón por la que decidí matarla? ¿Porque mi marido anduviera metiéndosela? Si hubiera matado a todas las que se ha follado, habría un sinnúmero de mujeres muertas alrededor de Atlanta. Ese hospital es como Peyton Place[6]. Desde luego considero que hacerlo en mi propio patio sobrepasa los límites, pero piensa en cómo era esa mujer, Roe. —El rostro de Cara brillaba con malicia—. Se queda embarazada tan fácilmente que ni siquiera sabe quién es el padre. Piensa que yo ni siquiera sabía que mi marido se la tiraba, ¡piensa que el resultado del test ese me tuvo que asustar! Aunque al menos puedo estar segura de que no es de él porque la calidad de sus espermatozoides es tan patética que tuvimos que adoptar a nuestro hijo. ¿Sabes lo difícil que es conseguir un bebé varón blanco y saludable? Para un cardiólogo prominente y su esposa no es tan difícil como lo sería para un basurero y su mujer, pero aun así… Es difícil, costoso y se requiere mucho tiempo. ¡Para que después ni siquiera nos quiera! ¡Le educamos como si fuera nuestro, le dimos todo y ni siquiera nos quiere!
—¿Cómo sabes que Poppy no sabía quién era el padre de su hijo? —me incomodaba mucho que Arthur oyera eso, pero la suerte estaba echada y ya no podía dar marcha atrás.
—Y además, ¡tuvo el descaro de venir aquí (mientras yo estaba en la casa, por cierto) y preguntarle a mi marido qué se necesitaba para obtener muestras para una prueba de ADN! Yo, por supuesto, estaba fuera de la habitación, pero me aseguré de escuchar cada palabra que dijo. Le pidió a Stuart que encargase la prueba al laboratorio que utiliza su clínica para acelerar el proceso sin hacer preguntas. Mi marido me lo contó todo. Para que veas el respeto que le tenía a tu preciada Poppy. Stuart le dijo que tenía que coger una muestra de la boca del hombre, o un pelo (pero con la raíz, no vale cortarlo y ya está). Fácil, ¿verdad? No era un test ordenado por ningún juez. Ella solo lo quería saber.
—Pero si no te importaba que tu marido se hubiera acostado con ella, ¿por qué la mataste?
—Quería que muriera por mí —dijo Cara—. Ya sabes, un miembro de las Mujeres Engreídas tiene que morir para que la siguiente persona de la lista de aspirantes pueda entrar. Y yo quería entrar. Así que Poppy Queensland murió por mí.
Me costaba creer que la hubiera entendido bien. Debí apretar a Moosie más de la cuenta porque protestó y comenzó a luchar para bajarse. Distraídamente, comencé a acariciarlo de nuevo y se relajó, Dios bendiga su corazón felino.
—¿Tanto ansiabas entrar en el club de las Mujeres Engreídas que mataste a Poppy para que te admitieran?
—¿Sabes a lo que renuncié cuando me casé con Stuart? Había acabado la universidad, donde me gradué con honores, y había decidido ir a la facultad de veterinaria. Me han encantado los animales toda mi vida y quería ser veterinaria. Pero mi marido dijo que tener una esposa médico de animales reduciría su estatus como cardiólogo, así que pensé: bueno, es suficiente ser la mujer de Stuart. Puedo llevar la casa. Puedo invitar a nuestras amistades. Puedo hacer obras de caridad. Puedo criar a nuestros hijos. Puedo contribuir a la comunidad.
—¿Y no era suficiente? —dije en voz baja y temblorosa. El rostro de Cara estaba deformado por el odio.
—Nunca fue suficiente —respondió, su voz era casi un gruñido—. No pudimos tener nuestros propios hijos. Adoptamos un bebé y Stuart decidió entonces que uno era suficiente porque Henry ya suponía un montón de trabajo. ¡Como si él hiciera algo por el niño! Así que volví a nadar de nuevo. Se me daba muy bien; empecé a ganar medallas. Lo hacía fenomenal. Pero a Stuart tampoco le gustó eso, y dijo que los clubs de natación para adultos eran una tontería y que yo debería nadar solo por mi propio placer y olvidarme de lo demás.
—Tengo entendido que fue contigo a muchos de esos campeonatos, ¿no es así? —Yo estaba retrocediendo hacia la valla. Esperaba con toda mi alma que Arthur estuviera justo detrás.
—Decidió que era buena publicidad para un cardiólogo tener una mujer con una actividad tan saludable para el corazón, ¡a mi edad!
Yo no tenía ni la más mínima idea de qué hacer a continuación.
—¿Entonces de verdad que la mataste para entrar en las Mujeres Engreídas?
—De verdad. —Cara estaba casi orgullosa.
No la creí ni por un segundo. Tal vez eso era lo que Cara había decidido creer, pero me pareció que la verdadera razón se sumergía al menos dos kilómetros por debajo.
—Regresaste a tu patio con el cuchillo y lo pusiste de nuevo en la casa, ¿verdad? Y después volviste a la piscina.
—Me metí en el agua después de matarla y me lavé toda la sangre de mi cuerpo y del cuchillo. Imaginé que el cloro haría desaparecer la sangre y así fue —dijo—. Y después no se me ocurría qué hacer con el cuchillo. La verdad es que no lo quería poner otra vez en el cajón de la cocina. —Me miró y puso los ojos en blanco, como si estuviera confesando algo travieso y gracioso—. No quería tirarlo a la basura porque ¿y si por alguna razón alguien analizaba mi basura? —Empecé a tener un mal presentimiento. Se acercó a la zona de las flores plantadas junto a la valla y escarbó con sus dedos la corteza de pino que el jardinero había colocado como adorno—. Por tanto, enterré el cuchillo aquí. Y aquí está.
Me sonrió.
Medía por lo menos treinta centímetros y su aspecto era terrorífico. Cara me producía tanto miedo que con un simple mondadientes me hubiera asustado, pero tras ver el cuchillo, me quedé casi paralizada.
Tuve tiempo para pensar: ¿dónde diablos estás, Arthur? Y entonces entró, tan impetuoso que la puerta chocó contra la valla. En el rebote, la puerta le golpeó la mano que empuñaba la pistola y con tanto tino que el arma se le cayó al suelo.
Cara ignoró a Arthur por completo y se abalanzó sobre mí para darme un fuerte empujón.
Le lancé a Moosie.
Moosie chilló y le hizo un poco de sangre en el pecho. Los ladridos de los perros que estaban dentro de la casa llegaron a un crescendo frenético cuando Cara se tambaleó hacia atrás hasta llegar junto a los muebles del jardín. Sus pies mojados se escurrieron en el charco de agua que se había formado bajo su cuerpo mientras se estuvo secando y cayó al suelo de golpe. Mientras su cabeza golpeaba el hormigón, yo aterrizaba dentro de la piscina con suficiente fuerza como para descender directamente hasta el fondo. Mis gafas se cayeron por el impacto. Mientras me hundía, miré hacia arriba y las vi bajar balanceándose lentamente detrás de mí hasta llegar al fondo.
El agua estaba fría, fría, fría. El shock para mi cuerpo fue importante y durante un largo momento me sentí incapaz de mover las extremidades e incapaz de salvarme a mí misma. Era una suerte no haber llevado un abrigo pesado o unas botas. Me sacudí la parálisis y empecé a desplazar agua hacia abajo con las manos, para impulsarme hasta que mi cara rompió la superficie y pude coger aire con una gran bocanada. Lo primero que vi fue la cara de Moosie observando con atención, escondido bajo la mesa junto a la puerta trasera, la que tenía las toallas. El instinto de supervivencia de Moosie era muy superior al mío.
Arthur estaba luchando por conseguir la pistola que había caído junto al borde de la piscina. Cara, en el suelo, era presa de silenciosas sacudidas. La caída le había cortado la respiración.
Fui hasta el borde de la piscina y empujé la pistola hacia Arthur. No pensaba cogerla. No sabía nada de armas de fuego y me ponían muy nerviosa. Cogí impulso y me aupé hasta el borde de hormigón de la piscina. Yo esperaba que Arthur me tirara una toalla o me diera la mano para ayudar a incorporarme. No esperaba que se acercase a donde estaba Cara y la golpeara en las costillas con todas sus fuerzas.
—Para —dije—. ¡Arthur! ¡Para! —me senté y empecé a temblar con mis pies todavía en el agua. No había temblado con tanta violencia en mi vida. El día templado parecía haber pasado a ser glacial. Simplemente me resultaba imposible levantarme e interferir.
Yo también tenía miedo de Arthur, miedo de acercarme lo suficiente y agarrar su brazo. Daba casi tanto miedo como Cara. Ella se merecía todo tipo de castigo por matar a Poppy, pero odiaba ver cómo le daban una paliza.
Arthur cogió impulso otra vez con la pierna y grité:
—¡No!
Mi voz penetró de forma casi palpable en la niebla de rabia que le cegaba.
El pie de Arthur volvió a posarse de nuevo en el suelo. Se sacudió y a continuación dijo con voz grave:
—Cara Embler, quedas arrestada por el asesinato de Poppy Queensland. Cualquier cosa que digas puede ser…