A la mañana siguiente, llamé a Melinda después de levantarme. Era tarde. Robin se había vestido alrededor de la una de la mañana y se marchó tras un beso y una caricia. Encontré una nota suya en mi cafetera donde decía que hablaría conmigo más tarde. Había firmado «Con amor, tu Robin».
Tuve que esperar un rato antes de tomar mi café de la mañana. Algo que había comido el día anterior, o tal vez solo la cantidad de comida, me había revuelto un poco el estómago. Me sentí mucho mejor después de tomarme un pedazo de pan tostado, y para cuando llegaron las nueve en punto pensé que Melinda estaría levantada, vestida y totalmente inmersa en su mañana. Puse un poco de pienso en el cuenco de Madeleine mientras esperaba que Melinda cogiera el teléfono. Me pregunté por qué no vendría Madeleine y caí en que tampoco la había visto la noche anterior. No es que eso fuese especialmente significativo, resultaba frecuente que no llegara a ver sus pequeñas visitas al cuenco de comida.
Melinda me contó que había pasado un buen día en la casa de sus padres. Se vio con su hermano y su hermana, y sus hijos habían jugado con los primos. Sonaba como si hubiese deseado que esa pequeña reunión no llegara a su fin.
—Habíamos barajado la posibilidad de quedarnos hasta el domingo, pero con todo lo que está ocurriendo, Avery creyó que era mejor regresar anoche —dijo con tristeza—. Así que, aquí estamos. Al menos los niños han venido dormidos casi todo el camino de vuelta y se fueron directos a la cama en cuanto llegamos a casa. Pero esta mañana, maldita sea, creo que Marcy se ha despertado con catarro. ¿Ha sucedido algo durante nuestra ausencia? ¿Hay noticias sobre el funeral?
—Ni una palabra. Parece que no podremos disponer del cuerpo de Poppy hasta el lunes, como pronto —le dije—. Pero mientras tanto, además de la persona que registró el armario del dormitorio de Poppy desordenándolo todo, los Wynn han estado buscando algo por la casa y la han puesto patas arriba. Está mucho peor que tras el primer robo.
Melinda se quedó atónita. Pude oír cómo se le atragantaba lo que fuera que estaba bebiendo.
—¿El padre de Poppy? ¿El sacerdote? —preguntó con incredulidad—. ¿La madre de Poppy? ¿Han destrozado su casa? ¡No me lo puedo creer! —continuó así durante unos minutos más, aunque yo sabía que me creía. Era su manera de gestionar el desagradable shock.
Melinda llegó al quid de la cuestión con rapidez, tal y como yo sabía que haría.
—Eso quiere decir que tenemos que ir a recoger —razonó. Parecía algo triste ante tal perspectiva—. Bueno, déjame hacer algunas llamadas a ver si encuentro algún adolescente que pueda cuidar a los niños. Todos están de vacaciones y es posible que alguno quiera hacer algo tan aburrido como echarle un vistazo a los míos. Hablando de bebés, ¿a quién le ha encasquetado John David a Chase?
—Espero que estés sentada. John David sigue en el hotel con Chase, y dice que allí se va a quedar, cuidando al pequeño.
Para Melinda, esa noticia fue igual de impactante que el vandalismo cometido en la casa de Poppy.
—Voy a llamarlo —dijo cuando se recuperó—. Voy a ver cómo están. Lo que me cuentas es una buena noticia, pero no estoy segura de su capacidad para cuidar de ese niño.
—¿No ayudaba antes?
—No tanto como a mí me hubiera gustado, aunque no puedo decir que Poppy tuviera ninguna queja. Tal como te dije, Avery se ha portado tan bien con los nuestros… Por supuesto, todo el mundo da por hecho que una madre hará todo por los niños, pero si un padre hace mucho por ellos, se le da mucha importancia. —Casi pude sentir a Melinda encogiéndose de hombros.
—Estoy orgullosa de John David —declaré—. Pensé que se echaría atrás.
—Yo también. Lo que hay que ver.
No estaba segura de lo que había que ver, pero hice un sonido que expresaba estar conforme y quedamos en reunirnos en la casa de Swanson si es que Melinda tenía la suerte de encontrar a alguien que se ocupara de los niños.
Mientras me cepillaba los dientes, pensé en Sally. Sentí un fuerte impulso de llamarla, solo para comprobar qué tal le iba. Pero ¿qué le podría decir? «Qué, Sally ¿has olvidado algo importante últimamente? ¿Te acuerdas de quién soy, Sally?». Tal vez un examen médico completo podría sacar a la luz algún problema solucionable en vez de solo reflejar la explicación que temía Perry, es decir, que Sally estaba en la primera fase del Alzheimer. Tomé nota mentalmente para llamar a Perry o llevarlo a almorzar y hablar de ello sin ser interrumpidos, algo que seguro podría hacer cuando estuviéramos en la biblioteca.
Melinda llamó para decirme que tenía babysitter. Parecía mucho más alegre. Me dio la impresión de que el catarro de Marcy estaba haciendo que se portara un poco peor y que a Melinda, sin duda, no le importaría tener un descanso. Quedamos en encontrarnos en la casa de Swanson a las diez de la mañana.
Le escribí una nota a Phillip contándole mis planes, incluyendo el número de mi teléfono móvil y el número de la casa de John David. Después me puse unos pantalones vaqueros viejos y sucios y una camiseta desteñida de Navidad. Ambas prendas me quedaban un poco grandes y me daban libertad de movimiento. Salí dispuesta a hacer los recados mañaneros.
Entre una cosa y otra, me entregué a un impulso irresistible y me dirigí hacia el Best Western. John David estaba en el primer piso y pude oír a Chase gritando desde fuera de la puerta.
John David tenía cara de sueño cuando abrió, pero estaba vestido y no se sorprendió de tener compañía.
—Melinda ya ha llamado esta mañana —dijo, apartándose a un lado para dejarme entrar—. Oye, ayúdame a pensar en algo que lo calme un poco.
—No tengo casi ninguna experiencia —le advertí.
—He intentado darle de comer, hacer que eructe, cambiarle y cantarle.
La imagen de John David cantándole a ese bebé cambió algo en mí. Siento una absurda debilidad cuando veo a un hombre cuidando de un bebé, o a un hombre que, al menos, intenta cuidar de un bebé. Para ocultar que mis ojos estaban llenos de lágrimas, extendí mis brazos y él colocó a Chase en ellos. Chase era un bulto retorciéndose de pena, sus pequeños brazos y piernas parecían un torbellino y me dio miedo no ser capaz de sujetarlo. Me senté en la única silla cómoda de la habitación y sostuve a Chase de tal forma que su pecho estuviera contra el mío y que su cabeza se apoyara sobre mi hombro. La silla no se balanceaba, así que decidí moverla yo, atrás y adelante, atrás y adelante, murmurándole al bebé.
Chase comenzó a relajarse un poco y los gritos se convirtieron en gemidos. De repente, se hizo el silencio. Estaba profundamente dormido pero yo continué con el movimiento.
—Él es todo lo que me queda para amar —dijo John David casi en un susurro. Parecía más delgado a pesar de llevar solo un par de días viudo. Estaba afeitado, peinado y se había metido la camisa por dentro de los pantalones, pero la chispa ya no brillaba en sus ojos.
—¿Cómo puedes decir que la amabas? —le pregunté. Sonaba tensa por el esfuerzo de contener mi ira mientras hablaba en voz baja y tranquila—. Te encontré en casa de Romney y no fue el primer lugar en el que busqué.
—Yo siempre quise a Poppy. Me enfadaba con ella a menudo. Era una mujer con un montón de secretos —dijo con voz igual de baja y controlada—. Pero yo la quería. Simplemente no de la manera en la que tú crees que la gente debe querer. Tú eres tan correcta. La vida no tiene sabor a menos que esté llena de aventuras. —Incluso sonrió; era solo una débil sonrisa, pero una sonrisa al fin y al cabo.
Si mis manos llegan a estar libres en ese momento, es posible que hubiese intentado estrangularlo.
—Tienes razón —repliqué, con tanta furia que Chase gimió—. No lo entiendo. Nunca lo entenderé. —Luché para mantener mi voz bajo control—. Estoy muy contenta de que estés cuidando de Chase, pero va más allá de mi comprensión cómo tú y Poppy podíais vivir de esa forma.
—Poppy era una mujer complicada. Tuvo malas experiencias durante los primeros años de adolescencia —dijo John David—. Me hubiera gustado haber sido diferente te lo juro. Yo no me propuse ser… como soy. Pero creamos un patrón de conducta, uno que nos permitía vivir juntos. Pensé que funcionaría bien.
Era como si ambos hubiéramos tomado un poco de suero de la verdad. Nunca nos habría imaginado manteniendo una conversación como esa. Sin embargo, lo cierto es que me pareció hasta refrescante constatar abiertamente el hecho de su fracturado matrimonio.
—Entonces… —empecé, y después hice una pausa—. ¿Siempre lo supisteis? Me refiero a cuando el otro estaba viendo a alguien más.
Asintió y sentí como mi boca se torcía del asco. De repente, la idea de una relación así me pareció algo totalmente nauseabundo. Me desconcertaba; no le encontraba sentido. El bebé pesaba cada vez más y más. Me levanté muy despacio y con mucho cuidado para dejarlo en la cuna junto a la cama. No sabía si John David la había traído de su casa o si el hotel se la había proporcionado, pero me alegré de que estuviera allí para que yo pudiera acostar a Chase sin que mi espalda se partiese en dos.
—John David —le dije en voz muy baja, mirando al niño dormido—, ¿quién crees que la mató?
—Creo que tal vez fue su madre —dijo, su voz era un ronco susurro—. Detesto pensar que Sandy pudiera hacer algo así, pero no conoces a su familia. Te tengo que decir que cualquier patrón enfermo de conducta que puedas creer que teníamos, se debe a lo que aprendió de sus propios padres. Nunca entró en detalles, pero no quería que estuviesen cerca. Y se mostraba muy flexible ante todo lo demás.
—¿Hablaba de los otros hombres?
—De Arthur sobre todo. Siempre se mostraba obsesivo hacia ella. No me parece normal que el jefe de la policía tenga a Arthur en el caso, a menos que Arthur le haya persuadido de que ha encontrado un posible sospechoso. De alguna forma, Arthur transfirió a Poppy todos esos sentimientos que tenía hacia ti. Incluso, al principio, hablaba constantemente de ti con Poppy.
Eso era más de lo que yo quería saber.
—Y luego estaban los otros.
Negué con la cabeza.
—No lo entiendo.
—Los utilizó, ya sabes —dijo. Se inclinó hacia delante, con las manos entre las rodillas. Me preguntaba si John David sería capaz de construir una relación sana con alguien después de esto—. Siempre fueron de alguna utilidad para ella. O bien, una vez terminada la relación, les sacaba provecho de una u otra manera.
—¿Y tú? —le pregunté, incapaz de pensar más en Poppy—. ¿Es esa la forma en la que escogías a tus… amigas?
—No. —Se encogió de hombros—. Yo sólo quería algo sencillo. —Un minuto después, me di cuenta de que estaba llorando. Le di unas palmaditas en el hombro y un leve beso en la frente y me fui a registrar su casa.
***
—Podíamos haber contratado a alguien para hacer esto —dijo Melinda. Estábamos de pie en medio del caos de lo que en su momento había sido un hogar completamente normal.
—Sí —estaba de acuerdo—. Podríamos haberlo hecho, pero sea lo que sea que está aquí oculto, somos nosotras las que debemos encontrarlo. —Tras mi declaración, pobre en gramática y elegancia, los oscuros ojos de Melinda se agrandaron mientras reflexionaba sobre mis palabras.
Asintió.
—Sea lo que sea.
—No va a ser fácil. Si lo hubiera sido, los Wynn ya lo habrían encontrado. Y cuando lo hayamos encontrado, nadie, salvo nosotras, tiene que verlo.
—¿Y la policía?
—Ya veremos.
—Así que, ¿somos como detectives? —Melinda sonrió débilmente—. Bueno, eso es un nuevo rol para mí. Tengo tantos que no puedo con todos a la vez.
—Eh, somos más que detectives —aseguré, tratando de que mi voz sonara vigorizante y entusiasta—. Somos Mujeres Engreídas.
—Eso es.
A las diez y media estábamos poniendo los libros en los estantes del estudio. Les quitamos el polvo antes de colocarlos ya que ninguna de nosotras era capaz de colocar en una estantería cualquier cosa que necesitara un buen repaso con el plumero. Además comprobamos que los libros no tuvieran nada entre las páginas.
No cayó nada, y eso que los sacudimos bastante fuerte. Ambos escritorios parecían también absolutamente normales. Melinda y yo fuimos ordenadas y metódicas en nuestra búsqueda. Al principio no hablamos mucho, absortas como estábamos en lo que hacíamos e intentando ir rápido.
Melinda empezó a dudar pasados cuarenta minutos.
—No es el trabajo lo que me importa —dijo ella de repente—, es el hecho de que creas que si lo encontramos tendremos que valorar si lo llevamos a la policía o no.
—¿Tú sabías que Arthur Smith era el amante de Poppy?
Ella asintió.
—¿Quieres que él decida si algo es relevante o no?
—Me he estado preguntando… —dijo después de un momento—. Me he estado preguntando si Arthur en realidad… Si él podría…
—¿Crees que Arthur podría haber matado a Poppy? —me quedé de piedra, pero podía haberme quedado aún peor—. Tiene una personalidad obsesiva —admití—. Y muchos conocimientos. —¿Quién estaba mejor cualificado para ser un asesino que un policía?
Quité el polvo del mismo libro (un diccionario de farmacia de John David) una y otra vez mientras pensaba en Arthur.
—Pero ya sabes, Melinda… su historia se había terminado hacía mucho tiempo. Si todavía hubiese estado con ella, yo diría que incluso podría ser probable. —Pensé un poco más, tratando de imaginarme a Arthur llamando a la puerta corredera de cristal de Poppy.
—No lo sé —continué; no quería seguir imaginando más tiempo—. Pero por eso creo que tenemos que hablar sobre hacer desaparecer lo que encontremos. De todas formas, primero, tenemos que encontrar algo.
Una hora y media más tarde, la oficina estaba recogida, aspirada, sin una mota de polvo y registrada de arriba abajo. No habíamos encontrado absolutamente nada, excepto los restos habituales de cualquier casa llena de gente ocupada. Poppy tenía una factura vencida pendiente por pagar de la tienda de ropa Davidson, algo que debía comentarle a John David (se había quedado pegada a otro papel con un poco de mermelada). Además, Poppy no había devuelto su último aviso del club de lectura, así que lo coloqué en la parte superior de la pequeña pila de facturas pendientes para que John David lo viera primero.
Lo más emocionante que encontró Melinda fue un pendiente que Poppy había estado buscando durante un mes o más. Recordé como nos dijo, a su dramática manera, que lloraría si no encontraba el pendiente perdido. Y nosotras lloramos un poco cuando Melinda lo sostuvo en alto.
Intuyendo que a John David no le importaría, cogimos jamón en lonchas de la nevera y nos hicimos unos sándwiches, todo esto en el proceso de tirar algunas sobras que habían superado con creces su momento óptimo de consumo. La limpieza de la nevera no era una cosa que ocupase los primeros puestos de la lista de prioridades de Poppy. Saqué la primera bolsa de basura llena por la puerta corredera de cristal hasta el gran cubo de basura que Poppy guardaba allí. Después de tirarla dentro, respiré el aire fresco durante un minuto. Sentía el polvo de los libros en mis pulmones. Estar allí de pie, mirando a la valla trasera, me hizo acordarme de algo. Me giré para volver a la cocina y miré alrededor. Sí, allí en la encimera había una radio. La analicé hasta localizar el botón de encendido y lo presioné. La música que entró en la habitación, sin duda a un volumen considerable, no era la música clásica o el jazz que habitualmente se escucha en la NPR; era una emisora de rock clásico de Lawrenceton.
Vaya, otro rompecabezas. Lizanne había comentado que cuando ella se acercó a la puerta del patio trasero, había oído que la radio estaba alta; lo suficientemente alta como para eclipsar las voces hasta la puerta trasera de la casa. Y fue entonces cuando debieron asesinar a Poppy. Pero su radio no estaba sintonizada en el canal NPR.
Quizá el hombre que se encargó de limpiar la escena del crimen… Pero no, era ridículo. Metido en su traje especial, no habría podido oír bien la música, así que ¿para qué iba a poner la radio? Era igual de absurdo que imaginar a Marvin Wynn, sacerdote de derechas, sintonizando una emisora de rock clásico mientras llevaba a cabo un allanamiento ilegal en la casa de su hija asesinada.
Por supuesto, Lizanne podría haber mentido. Pero su relato había sido tan creíble y tan detallado… ¿Por qué iba a mentir acerca de la emisora de radio? Era algo muy fácil de comprobar.
Y sin embargo, adivina quién no se había molestado en comprobarlo.
Sí, ya, claro, probablemente era lo siguiente por hacer en la lista de Arthur. En fin…
Egoístamente, compartí mis preocupaciones con Melinda. Ella se encogió de hombros, no demasiado interesada en resolver un rompecabezas al que le faltaban tantas piezas. Habíamos estado comiendo en la mesa del comedor situada junto a la puerta corredera de cristal y retiré la cortina todo lo que pude para que el sol pudiera iluminar la habitación. Sentada en la silla, me notaba como oprimida, así que me aparté de la mesa y me puse de pie junto a la puerta de cristal. Giré el torso, metiendo un dedo por la cintura de mis pantalones. El día anterior había comido más aún de lo que creía. Me sentía hinchada.
—¿Deberíamos haber informado de las actividades de los Wynn a Arthur?
Giré la cabeza para decirle algo a Melinda y la pillé mirándome fijamente de una manera extraña.
—¿Qué? —le pregunté a la defensiva.
—Aurora… no me malinterpretes… Somos amigas, ¿verdad?
—Por supuesto. —Confundida y aturdida, así es como sonaba mi voz.
—Tú y Robin tenéis una relación muy cercana, ¿verdad? Quiero decir muy, muy cercana.
Entendí lo que Melinda estaba tratando de preguntar.
—Sí. Muy, muy cercana.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu última regla? —preguntó sin rodeos.
—Oh… Tendría que mirar mi agenda. —Intenté recordar—. Vamos a ver, estaba cortando figuras con forma de fantasma para colgar por Halloween; normalmente decoramos la biblioteca la segunda semana de octubre pero los recortables los hice a principios de… —me encogí de hombros—. No siempre soy muy regular.
—Así que no estás tomando la píldora.
—No. —Madre mía, cuando Melinda se ponía a obtener información personal, no perdía el tiempo.
—Pero estarás usando algún método anticonceptivo, ¿no?
—¡Melinda! Bueno… casi siempre. —Sentí que mi cara enrojecía mientras pensaba en una noche hacía unas semanas, cuando no habíamos tenido tiempo. De hecho, estábamos en el baño de arriba en casa de mi madre. Pensar en ello me subió la temperatura—. Sabes que no puedo tener hijos, Melinda. —Aun así, Robin había usado preservativo, a excepción de una vez. Bueno, quizá una o dos más. Pero no le habíamos dado mayor importancia. Dado que yo ya había salido con al menos un hombre que decidió dejarme por no poder tener hijos, opté por ser muy franca con Robin sobre mi infertilidad. Era un tema muy delicado para mí, y yo había pensado que Melinda lo respetaría.
—Sé que el doctor Mendelssohn, a quien considero un imbécil demasiado caro, te dijo eso. ¿Te duelen los pechos?
Me sorprendió de nuevo.
—Bueno, están sensibles —respondí, pensando en la noche anterior, cuando tuve que advertir a Robin que fuese más delicado.
—¿Te has mirado en el espejo?
—¿Adónde quieres llegar, Melinda?
—Apuesto a que tus pechos no están solo «sensibles». Apuesto a que están más delicados que nunca.
Asentí de mala gana.
—No has usado anticonceptivos al menos una vez, y yo apostaría a que ha sido más a menudo de lo que cuentas, y estás manteniendo relaciones sexuales. Tu última regla fue hace seis semanas.
Bueno, ahora que pensaba en ello, sí que había pasado demasiado tiempo.
—Apuesto a que has estado agotada durante los últimos días, a que te has quedado dormida cada vez que te sentabas. Tienes unas buenas ojeras, ¿lo sabías? ¿Te has sentido mareada por las mañanas?
Me tapé la boca con ambas manos, sintiendo como me invadía una oleada de absoluto terror y deleite.
Melinda esperaba mi respuesta, pero viendo que no abría la boca, decidió continuar.
—He estado embarazada dos veces y creo que deberías hacerte una prueba de embarazo.
—Ni siquiera te atrevas a decirlo —le dije—. Ni siquiera lo pienses. —Agité mis manos en el aire para borrar sus palabras. Maldije la esperanza que surgió en mi corazón. Todo esto era falso y cruel.
—Lo siento —dijo Melinda, parecía estar a punto de llorar. Y eso es justo lo que debería hacer, pensé—. Creo que… —entonces ella me miró y se guardó lo que había estado a punto de decir—. De acuerdo, Roe. Asunto cerrado.
—Vamos a trabajar en el dormitorio —propuse, manteniendo los ojos bien abiertos para que las lágrimas no se escaparan.
—Por supuesto. —Ella cogió una bayeta para el polvo limpia, una bolsa de basura y el mango de la aspiradora escoba—. Empecemos.
Parece que es una verdad universal eso de que las personas ocultan sus secretos en sus dormitorios. Si yo tuviera que ocultar algo, tendría que admitir que, probablemente, buscaría un buen escondite en la habitación que es más mía, en mi dormitorio. Quizás Poppy, que había organizado ella sola la colecta de alimentos de Navidad en la iglesia St. James, tuvo una idea más inteligente que esa, pero mi plan consistía en ser aún más meticulosa en el registro de este espacio que en la reconstrucción de la oficina. Había observado que Sandy Wynn escogió el dormitorio de Poppy para comenzar su propia búsqueda, relegando a Marvin a la habitación de la planta baja.
Por desgracia, era una habitación grande y hacía siglos que el armario no había sido recogido. Poppy tenía un montón de ropa, igual que John David, ya que su trabajo era del tipo que exige vestir trajes. Melinda tenía un problema con los espacios pequeños y si bien era un armario grande, seguía siendo un armario. Así que me ofrecí a hacer el trabajo y, a continuación, bajé las escaleras para ir a buscar un taburete. Estaba totalmente empeñada en hacer una tarea que me mantuviera fuera de la vista de Melinda por un tiempo. Necesitaba procesar lo que había sucedido en la planta baja. Estaba tan confundida que me costaba reaccionar. Hacer algo físico era exactamente lo que necesitaba.
Poco después estaba tosiendo por todo el polvo que había levantado. El primero de los «intrusos», el que estuvo allí al poco de la muerte de Poppy, había dejado tras de sí un gran desorden, y Sandy Wynn había contribuido aún más al caos. Por suerte pude deducir el método de almacenamiento de Poppy con relativa facilidad. Había guardado todos sus zapatos de vestir en sus cajas originales. Su sitio era los estantes que había sobre las prendas colgadas en perchas. En el borde exterior de cada caja había una descripción, por ejemplo: «Pumps Azul Marino» o «Charol Negro 5cm». Limpié el polvo de la estantería y empecé a inspeccionar las cajas y los zapatos mientras los limpiaba y los recolocaba. Fue una labor lenta y tediosa. Los zapatos de diario de Poppy iban colocados en una rejilla en el suelo, a un lado del armario. Había una sección con cajas en forma de cubo en la parte de atrás que contenían los jerséis y los bolsos de Poppy. Los apilé de nuevo, examinando cada uno de ellos.
Primero me centraría en sus cosas y después trataría de restaurar el orden del lado de John David.
Podía oír a Melinda en el dormitorio sacando cajones para observar la parte de abajo y la de atrás. Comprobaba si había algo sujeto con cinta adhesiva en un lugar difícil de encontrar. A la vez que inspeccionaba, iba metiendo en los cajones los objetos esparcidos por el suelo y tiraba a la basura cosas inútiles como recetas médicas viejas, calcetines sueltos o medias con carreras. Teníamos que andar por una línea muy fina: devolver las cosas a su orden y limpieza pero sin interferir demasiado. Habíamos acordado recolocar las cosas de Poppy en sus perchas y cajas; toda esa ropa y complementos tendrían que ser regaladas algún día, pero eso ya no dependía de nosotras.
Finalmente acabé con la parte superior del armario. Estaba colgando los pantalones cuando Melinda emitió un extraño ruido gutural.
Con cierto alivio, salí del armario para ver cómo iba el progreso de mi cuñada. Melinda estaba de pie junto a la cama, con la mirada fija en algo que tenía en la mano. Sus mejillas tenían un color rojo fuego.
—¿Melinda?
Abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. Sacudió la cabeza con violencia.
—¿Melinda? —me acerqué a ella para coger el objeto de su mano.
Era una fotografía. Lo cierto es que me llevó unos segundos comprender qué estaba viendo. En esta fotografía, Poppy le estaba haciendo una mamada a alguien. La foto había sido tomada desde tan cerca que no se podía distinguir quién era el hombre.
Me resulta imposible describir el shock que supuso ver una foto de alguien a quien yo conocía en pleno acto sexual. En ese dormitorio decorado con motivos florales de un barrio residencial, el panorama resultaba incluso más obsceno de lo que hubiera sido si me hubiera topado con una foto así en una revista.
—Me pregunto quién será —dije una vez pude hablar—. Quiero decir, quizá no sea más que un recuerdo amoroso de Poppy y John David, ¿no?
—Oh, ¡ni de casualidad! —dijo Melinda. Estaba absolutamente indignada—. Sé por Avery que los hermanos Queensland están circuncidados. Este… individuo, como se puede observar, no lo está.
—Por lo menos no lo guardó como chantaje. —Estaba buscando consuelo—. Quiero decir, no se puede saber quién es y la cosa en sí parece bastante anónima, ¿no crees? No hay grandes lunares, o…, esto,… nada fuera de lo común.
Melinda miró la foto otra vez, con los labios fruncidos de asco.
—No, es solo un pito normal y corriente —declaró.
Nos miramos la una a la otra y nos echamos a reír.
—Míralo de esta forma, al menos sabes que no es Avery —le dije.
—Y mira el vello. No pudo ser Robin —señaló.
Era verdad. Robin era pelirrojo del todo, por así decirlo.
—Me niego a adivinarlo —dije después de una última ojeada—. Pero quien quiera que sea, estamos de acuerdo en que John David no debe verlo, ¿no?
—Por supuesto.
—¿Dónde estaba?
—Pegada al fondo de este pequeño cajón.
—Melinda señaló el joyero de Poppy, lleno a rebosar con collares baratos y pendientes. Había un cajón extraíble en la parte inferior, donde uno podía dejar extendidas las cadenas evitando así que se enredasen. Melinda lo había sacado y dado la vuelta completamente.
—¡Qué lista has sido! —exclamé con admiración.
Melinda me miró con humildad.
—Bueno, no se sabe qué más vamos a encontrar —dije, incapaz de reprimir un suspiro—. Supongo que será mejor que volvamos a trabajar.
El siguiente hallazgo fue mío. En el forro de un abrigo de primavera que Poppy se ponía quizá dos veces al año, había, pegada con cinta adhesiva, una carta. Era una carta del Reverendo Wynn dirigida a Poppy. Tenía fecha y firma. En la carta, él admitía haber tenido «relaciones» con Poppy cuando esta tenía trece años.
Durante unos minutos, Melinda y yo no pudimos siquiera mirarnos entre nosotras.
—Relaciones con tu propia hija —dijo Melinda en un esfuerzo por suavizar las náuseas que sentíamos. Dejó de esforzarse cuando vio que no tenía éxito—. Pobre Poppy —observó con tristeza.
—No me extraña que fuera tan salvaje —comenté—. No me extraña que fuera tan…
—Promiscua —me ayudó Melinda.
—Sí.
—Es la cosa más repugnante que he leído jamás. Me pregunto por qué lo escribió.
—Supongo que era una especie de seguro para ella —aventuré, después de haber reflexionado durante un minuto o dos—. Tal vez fuera su manera de mantenerlo alejado de sus hijos, de mantenerlo fuera de su vida. Le debió decir que se lo diría a su obispo, o como se llame quien ostente el cargo de un obispo en la Iglesia luterana. —Tomé nota mental para comprobar ese dato más adelante.
—¿Crees que su mujer conocía esto?
Empecé a negarlo al instante. Pero después lo volví a considerar.
—Sandy buscaba algo —admití. Le conté a Melinda lo del tique de caja de la gasolinera—. Pudo haber venido aquí esa mañana y preguntarle a Poppy al respecto.
—En ese caso habría que asumir que conocía lo que su marido le había hecho a su hija. —Melinda blandió la carta—. Si es así, ¿cómo puede vivir con él?
—Esa es una pregunta que no puedo responder. Otra que tampoco puedo contestar es ¿habría sido capaz de matar a Poppy para ocultarlo? Bryan le dejó un mensaje a Arthur para que le devolviera la llamada y poder contarle lo del tique. Quizá Arthur ya lo sepa.
Comenzamos a agrupar las cosas halladas en un montoncito.
Tenía que reconsiderar el carácter de Poppy.
Mi cuñada solo me había dejado ver la punta del iceberg, en lo que se refiere a mostrarme su verdadero yo. Tuve que enfrentarme al hecho de que yo solo había visto lo mejor y lo menos complejo de la personalidad de Poppy. Debajo de esa primera capa, había monstruos.
Estábamos decididas a encontrar todo lo que hubiera. No íbamos a dejar que algo se nos escapara y más tarde cayera en manos de un extraño, o, peor aún, de alguien que hubiera conocido a Poppy. Tarde o temprano, John David regalaría los objetos de Poppy a alguna institución de caridad local o a alguna amiga. O incluso podía ser que se pusiese a buscar cosas él mismo. John David no debía ver estos… ¿qué eran? ¿Recuerdos? ¿Pólizas de seguros? ¿Símbolos?
Bubba Sewell definitivamente nunca llegaría a ser representante del estado; eso decidí cuando encontré una foto en la que aparecía completamente desnudo en la cama de Poppy (y de John David). Estaba muy excitado y apenas parecía un hombre de leyes. La foto apareció en un álbum de fotos de color beige; estaba detrás de una instantánea de Poppy y John David durante unas vacaciones en Florida. Sin duda el escondite tenía el claro mensaje de «Que te jodan, John David».
—Idiota —murmuré, y la arrojé al montón.
—¿Quién es ese? —Melinda levantó la vista del cajón de ropa interior de Poppy que estaba inspeccionando.
—Cartland Sewell.
Melinda sacudió la cabeza con repugnancia, sin molestarse siquiera en mirar la foto. Continuó con su búsqueda e hizo el siguiente descubrimiento. Encontró una etiqueta de identificación en una caja rectangular con un nuevo sujetador Playtex. Era el tipo de etiqueta que se coloca con una pinza en la solapa. La foto era la de un hombre delgado y con barba, que resultó ser el marido de Cara Embler, un cirujano cardiovascular. Era su identificación del hospital.
—Imagino que Stuart consiguió que le dieran otra —dijo Melinda—. ¡Su vecino! Supongo que Poppy nunca había oído hablar de no ensuciar tu propio nido.
—Es uno de los médicos de John —le dije.
—¿Papi John? —Este era el nombre cariñoso con el que Melinda se refería a John Queensland.
Asentí.
Ella suspiró, fue una gran exhalación exasperada.
—Lo siento, los cirujanos de corazón no pueden tener aventuras sexuales —afirmó—. ¡Al menos no con las nueras de sus pacientes!
—¿Quién sabe qué llegó antes, el infarto o el affaire? Si es que se lo puede denominar affaire. Quiero decir que es posible que solo fuera un… ya sabes.
—Que solo fuera un desliz —completó Melinda.
No era esa la palabra que estaba pensando, pero… qué más daba.
—Exacto, es algo que no podemos saber. —Y Melinda se sintió mejor al oírme.
—Lo que me pregunto es qué falta. Si estamos encontrando todo esto, ¿qué encontraron los otros? ¿Es posible que haya cosas aún peores? —Nos miramos la una a la otra, sumidas en la tristeza.
Y entonces oímos una puerta que se abría en la planta baja.
Desconocía cuál era mi aspecto, pero los oscuros ojos de Melinda se abrieron y ensombrecieron de tal forma que parecían dos cucharas llenas de melaza.
—¿Quién está ahí? —dijo una profunda voz masculina. Después escuchamos los pasos pesados de alguien que empezaba a subir las escaleras—. Aurora, ¿estás bien? He visto tu coche.
Melinda y yo miramos el pequeño montón y, obedeciendo a un impulso irresistible, me senté encima.
Estábamos sentadas la una junto a la otra en la cama, con aspecto de culpables a más no poder, cuando el detective Arthur Smith entró en el dormitorio.
—¿Qué estáis haciendo vosotras dos? —preguntó con suavidad. Se dio cuenta de que nos había dado un susto.
—No pasa nada porque estemos aquí, ¿no? —la voz de Melinda era aguda y chillona.
—No. Ya le dijimos a John David que podía volver a su casa en cuanto quisiera. Pero ¿qué estáis haciendo vosotras aquí?
—Estamos limpiando —respondí, muy consciente de que sonaba tan nerviosa como mi cómplice—. ¿Has hablado con Bryan Pascoe? —Quería cambiar de tema.
—¿Y habéis empezado la limpieza en el estudio de la planta baja? —preguntó Arthur, haciendo caso omiso a mi pregunta—. Sin duda, no tenía ese aspecto el otro día.
Arthur era demasiado observador.
—No, no, no lo tenía —balbuceé—. El hecho es que… —miré a Melinda, necesitaba desesperadamente un poco de ayuda.
—El hecho es… —repitió Melinda, mirándome a mí—, que el miércoles por la noche, Roe pilló a los padres de Poppy registrándolo todo hasta que finalmente ella les echó. Por eso hemos tenido que limpiar el estudio en primer lugar.
No esperaba que Melinda fuera a decir la verdad, y estoy segura de que mi cara de asombro le contó a Arthur más de lo que yo quería que él supiera.
Acercó una silla que Poppy había colocado en la esquina de la habitación, una bonita silla de madera con un cojín bordado en punto de cruz, con colores brillantes, también obra de Poppy. No lo había observado antes, o al menos no había imaginado sus posibilidades. Empecé a pensar que debía revisar ese cojín más tarde.
Arthur se dejó caer pesadamente delante de nosotras, elevando su mirada hacia mi cuñada y hacia mí mientras permanecíamos encaramadas torpemente en la alta cama antigua. Mis piernas sobresalían en un ángulo extraño y los pies de Melinda apenas tocaban el suelo.
—¿Qué explicación os dieron? —preguntó. Su voz era razonable, pero su expresión no—. ¿Y por qué no me llamasteis?
—Yo no estaba allí —dijo Melinda, tal vez un poco demasiado rápido. ¡Cobarde!—. Lo siento —murmuró hacia mí—. No he podido evitarlo.
—Vine con Bryan Pascoe —expliqué—. Hicimos que se fueran, pero era indudable que no tenían intención de decirnos por qué estaban aquí.
—¿Qué crees que estaban buscando? —preguntó Arthur.
De repente, me di cuenta de que Arthur acababa de entrar en la casa sin que ninguna de nosotras lo dejara pasar. Habíamos cerrado la puerta con llave una vez dentro. ¿Se quedaba la policía con una llave? Seguro que no, no después de «reabrir» la casa a la familia.
Arthur tenía llaves. Su aventura había acabado hacía tiempo, pero seguía teniendo llaves. También él.
Sentí una intensa ráfaga de odio hacia Poppy, la odié con todo mi corazón. Miré a Arthur preguntándome si debía tenerle miedo. Con los años, había sentido muchas cosas hacia Arthur: amor, pasión, ira, dolor, molestia, indignación, exasperación. Pero jamás pensé sentir miedo.
El tenso silencio se estiró insoportablemente.
—Roe, y tú también, Melinda… Yo no maté a Poppy. Estuve loco por ella y ella por mí, pero no duró mucho. No le he dicho nada a mi jefe porque quiero atrapar a la persona que la asesinó, y quiero atraparla yo mismo. Es lo último que puedo hacer por Poppy y quiero hacer las cosas bien.
Yo lo miraba con dudas, pero Melinda estaba convencida. Se giró hacia mí.
—Creo que deberíamos hacerlo —dijo en voz baja.
—No —repliqué con énfasis. La noticia se extendería por todas partes. John se vería muy perjudicado emocionalmente por ese descubrimiento, y a John David le dolería incluso más. Tarde o temprano, el pequeño pedazo de vida que aún era Chase también lo sabría.
—Tenemos que hacerlo —dijo Melinda, solo podía escucharla yo.
Le lancé una mirada siniestra y me levanté de la cama. Ella cogió la carta y se la entregó a Arthur. Se puso las gafas de leer que había sacado del bolsillo del pecho. Mientras leía, las dos lo observamos con detenimiento. Aprovechando que estaba ocupado, deslicé las dos fotos en mi bolsillo. Melinda me miró y asintió levemente. Si Arthur las veía, probablemente le estallarían las venas. Tal y como estaban las cosas, el asco torció sus labios a medida que leía las palabras garabateadas en ese papel.
—Incluso con su padre —murmuró.
—Eso no fue culpa suya —objetó Melinda indignándose al instante—. ¡Por el amor de Dios! ¡Tenía trece años!
Arthur se recompuso, levantando la vista hacia nosotras, luego volvió a la desordenada caligrafía. No podía leer su expresión, no tenía idea de lo que pasaba por su cabeza. Dobló el papel y lo guardó en el bolsillo.
—Poppy tenía algo especial —dijo.
Melinda me miró con consternación. Aunque ya conocía la historia entre Arthur y Poppy, esta admisión nostálgica repentina del policía a cargo de la investigación la pilló totalmente por sorpresa.
—Escucha, Arthur —dije con tanta delicadeza como pude—. Tal vez debería hacerse cargo de este caso otra persona. ¿Qué me dices de Cathy Trumble? Parece ser muy capaz.
—Ella no conocía a Poppy como yo —dijo Arthur—. Sé que el jefe de policía me sacaría de la investigación si llega a saber que he estado involucrado con Poppy, pero soy el mejor investigador del cuerpo y tengo que averiguar quién le hizo esto. Ella era la mujer más excitante, la más maravillosa… jamás soñé que alguien pudiera llegar a ser tan maravilloso como tú, Roe, pero Poppy era algo extraordinario.
Melinda me miró horrorizada. Podía sentir cómo mis mejillas se encendían y puse las palmas de las manos hacia arriba. ¿Qué podía decir? Durante años, incluso después de haberme dejado (para casarse con Lynn y luego divorciarse de ella), Arthur había pensado que me amaba. Durante años había aparecido en los momentos más extraños de mi vida, mirándome con unos ojos que me rogaban que volviera con él. Nunca demostró tal nivel de devoción cuando éramos novios, algo que hubiera sido apropiado y que yo hubiera recibido con los brazos abiertos.
Quizá con Poppy había pasado lo mismo. Arthur acabó enganchándose cuando ella ya se había fijado en otra persona.
—Estábamos juntos cuando compró esa alfombra de la planta baja, la que quedó cubierta con su sangre —dijo, casi de forma coloquial—. Me dijo que cada vez que la miraba, pensaba en mí. Tuvimos relaciones sexuales sobre ella.
Vale. Eso sin duda entraba en la categoría de «más de lo que necesito saber».
—Pero después de ti, ella salió con alguien más, Arthur —le dije—. ¿Quién fue?
—Me dijo —continuó Arthur—, hace mucho tiempo… Me dijo que cuando formara parte de las Mujeres Engreídas, iba a conseguir que me ascendieran. El puesto para Jefe de Detectives estará vacante pronto; Jeb Green ha conseguido un trabajo mejor en Savannah. Poppy me dijo que mi carrera despegaría. Me prometió tanto y me dio tan poco.
Poppy le había dicho a Cartland que le ayudaría a escalar puestos en el gobierno estatal. Estaba tan perdidamente enamorado de ella, que incluso estuvo dispuesto a dejar a su mujer e hijos. Poppy había estado intentando ser el pack completo: amante ilícita, impulsora de carreras profesionales, esposa, madre, reina del barrio residencial. Me pregunté si alguna vez había conocido a la verdadera mujer. ¿Cómo era cuando estaba sola?
—En realidad, nunca la llegamos a conocer —me dijo Melinda. Sonaba igual de triste que yo. Se recogió su oscuro cabello detrás de las orejas y miró a Arthur con determinación—. Escucha, detective Smith. No queremos saber nada más de ti y de Poppy. Lo que queremos es saber qué hacer con la carta. Y queremos saber qué vas a hacer con su madre.
Arthur pareció dar un tirón de sí mismo para salir del pozo de recuerdos en el que había caído.
—¿Qué pasa con su madre? —preguntó—. ¿Tiene algo que ver con los mensajes que Bryan Pascoe ha ido dejando en comisaría?
—Si le hubieras devuelto las llamadas, podrías haberla interrogado ya —dije, enfadada y de alguna manera afectada por las inoportunas confesiones de Arthur. Le expliqué lo del tique de caja de la estación de servicio y cómo Emma, la cajera, recordaba haber visto a Sandy el día del asesinato de Poppy.
—Me voy a investigarlo.
Arthur se fue a toda prisa, decidido a localizar a los Wynn e interrogarlos. Tras su marcha, Melinda y yo necesitamos unos minutos para recomponernos. Estábamos muy aturdidas por Arthur y su extraño comportamiento.
—Incluso si resulta haber sido Sandy Wynn la persona que mató a Poppy y esa parte del misterio queda resuelta —razonó Melinda—, todavía tenemos que terminar nuestro trabajo. —Hizo un gesto con la mano hacia el dormitorio, aún bastante desordenado.
—Tienes razón. John David no debería encontrar estas cosas. —Me metí la etiqueta de identificación de plástico en el bolsillo para encargarme de ella más tarde con unas buenas tijeras. Rompí la imagen de la felación y la reveladora fotografía de Cartland Sewell en pedacitos y las tiré por el retrete. Ninguna de las dos quisimos darle esos objetos a Arthur. Yo no sabía cómo podría mirar a Bubba a la cara otra vez—. No eran la misma persona —le dije a Melinda mientras los trozos de las fotos desaparecían—. Los de las fotos, eran hombres diferentes.
—¿En serio? Creo que no los he comparado. —Me ofreció una sonrisa torcida.
—Bueno, el que aparecía en primer plano era mucho, eh… más grande en diámetro que el de Cartland.
—Y pensar que ahora sabemos eso de alguien —observó Melinda y para mi sorpresa, se rio—. ¿Sabes qué? Avery es mi primero y único. Bastante raro en los tiempos que corren, ¿eh?
Asentí respetuosamente. Mi propia lista era bastante corta, pero sí contenía más de un nombre.
—No puedo entender cómo permitieron que Poppy les hiciese fotografías —dije—. En comparación, yo también me siento un poco naif en este tema. El sentido común debería decirle al hombre que algo así sólo puede conducir a problemas. Uno puede negar y negar… Pero si la otra persona tiene una foto, negarlo no sirve de nada.
—Avery y yo no haríamos algo así ni de casualidad —continuó Melinda—. Yo no le encuentro el sentido. Ya sé qué aspecto tiene él y él sabe cuál es mi aspecto. ¿Qué sentido tiene hacer fotos? Es algo que pueden encontrar los niños y sacarlo en medio de una cena familiar, ¿no crees?
—Yo pienso igual que tú. Simplemente no lo entiendo.
—¿Crees que es posible que seamos demasiado «clase media»?
Me eché a reír.
—Tal vez sea eso, Melinda. Tal vez sea eso.
Llamé a mi casa para ver si Phillip había regresado. Dado que no contestó, llamé a los Finstermeyer y hablé con la madre de Josh, Beth.
—Justo estábamos intentando llamarte —dijo Beth—. Escucha, ¿te parece bien si me llevo a los niños a hacer las compras de Navidad conmigo? El centro comercial Bodine tiene unas estupendas rebajas post Acción de Gracias y, con estos dos chicos de guardaespaldas, creo que podré salir de allí con vida. Estaremos de regreso sobre las siete o las ocho.
—Claro, por mí perfecto. —Phillip parecía estar conectando muy bien con Josh, algo que me alegró mucho—. Ehh… ¿podría hablar con Phillip un minuto?
—Por supuesto.
—Qué pasa, hermanita —la voz de Phillip era más profunda y más relajada de lo que recordaba.
—Escucha, Phillip ¿tienes suficiente dinero para ir al centro comercial?
—Bueno, estoy más o menos en bancarrota.
—Cuando estéis saliendo del pueblo, ¿por qué no pasas un momento por la casa de Poppy (la señora Finstermeyer sabe dónde está) y te doy algo de dinero?
—¡Gracias! —Phillip sonaba muy entusiasta—. Ah, Roe. Cuando fui a tu casa a buscar mi abrigo, vi que tenías mensajes en el contestador automático. No les hice caso porque tenía mucha prisa.
—Gracias a ti también —le dije—. Los escucharé luego.
Pocos minutos después, le había entregado a Phillip todo el contenido de mi cartera. Melinda y yo volvimos al trabajo.
Dos horas más tarde, estábamos agotadas y marchitas. Melinda comenzó a estornudar por respirar tanto polvo. Habíamos encontrado solo un recuerdo más, un calzoncillo slip manchado. Cuando lo sostuve, Melinda dijo: «No quiero ni pensar en ello». No podía estar más de acuerdo. Tiré el trozo de tela negro y brillante directamente a la bolsa de basura, la tercera, ya que íbamos llenando bolsas con los restos extraños que todo el mundo suele acumular. Melinda y yo simplemente no éramos capaces de devolver a sus lugares de origen unos tiques de compra de 1998, unos pañuelos usados o unos catálogos antiguos, sobre todo porque no teníamos ni idea de dónde iban.
Levantamos el colchón y el canapé, registramos debajo de la cama y movimos ligeramente todos los muebles. Miramos por encima, por debajo y por dentro de todo.
Después de pasar la aspiradora y hacer una última inspección, Melinda y yo decidimos que la habitación estaba más limpia y ordenada de lo que había estado antes de que el intruso entrara el martes. Como broche final, hicimos la cama ya que la policía había cogido las sábanas para llevarlas al laboratorio.
Bajamos las escaleras arrastrando los pies de cansancio y nos sentamos en la mesa junto a la puerta de cristal. La manchada alfombra ya no estaba y todo rastro de sangre había desaparecido. Así resultaba mucho más sencillo olvidar lo que había ocurrido en ese lugar. Puesto que John David nunca había visto el cuerpo de Poppy, esperaba que fuera capaz de tolerar su estancia en la casa.
—Me gustaría poder compartir con algunas de las otras Mujeres Engreídas lo que estamos buscando. Ellas nos ayudarían —dijo Melinda.
—Sí, es una pena que no podamos aprovechar esa energía —asentí, apoyando la cabeza en mis brazos cruzados. No recordaba haber sentido tanto cansancio en mi vida. Debía de estar haciéndome vieja, pensé, para que un poco de limpieza doméstica me agotara hasta tal punto—. Pero iría en contra de nuestro objetivo si dejamos que todo el mundo conozca las razones de nuestra búsqueda.
—Escucha. Cara Embler está nadando fuera. ¡Con este tiempo! —Melinda se estremeció. El día se había estropeado y Cara o bien era una persona con mucha entrega o bien era una imbécil total por salir a nadar bajo ese aire frío y húmedo.
—Mejor ella que yo —murmuré—. ¿Sabías que va a ser la próxima mujer Engreída?
—Ah, ¿sí?
—Sí, era la siguiente en la lista después de Poppy.
—Es una mujer tan enérgica.
—¡Y todo el ejercicio que hace! Supongo que como ya no trabaja, tiene que hacer algo para mantenerse ocupada.
—Me alegro de que Avery no sea médico. Están tanto tiempo fuera de casa… Nadar cuando te sientes sola es infinitamente mejor que comer, que es lo que hago yo. —Melinda echó una mirada despectiva hacia su abdomen, algo redondeado.
—Yo creo que estás fantástica.
—Bueno, casi no entro en la talla que tenía antes de que naciera Charles —dijo Melinda con franqueza. Estaba marcando las teclas del teléfono—. Hora de ver qué tal va todo por casa.
Me quedé mirando una foto de la boda de John David y Poppy. Traté de imaginar cómo sería estar en un matrimonio tan maltrecho en el que a las partes les da igual la infidelidad del otro. A mi madre sí le había importado que mi padre fuese infiel. ¡Y tanto que le importó! Si bien nunca peleaban estando yo delante, sucedió durante mi etapa de adolescente y yo era muy consciente de la espesa tensión que habitaba nuestra casa.
Recordé a John David llorando por la mañana en la habitación del motel e intenté entender las crueldades que las personas son capaces de hacerse entre ellas sin llegar a matarse. Al fondo, oí la voz de Melinda hablando con su babysitter, su risa cuando la chica, probablemente, le contaba algo gracioso que Marcy había dicho.
Dejé vagar mi mente otra vez hasta el lunes anterior, el día de la muerte de Poppy. La llamada que recibí de ella, nuestra conversación. Lo cabreadas que habíamos estado Melinda y yo con nuestra cuñada.
Nuestra visita después a Swanson Lane, mi entrada en la casa. La puerta principal sin el pestillo echado.
Me pregunté si Poppy lo dejaba habitualmente echado, o si su madre la había sorprendido entrando directamente. Mis ojos se abrieron como platos al considerar esta nueva idea. ¿Por qué había escogido Sandy ese momento en particular para intentar recuperar la carta? La fecha era de hacía un año y medio. Coincidiendo con su embarazo, Poppy había exigido esa carta a su padre a cambio de… ¿Qué? ¿De que Marvin nunca viera a su nieto? En ese momento Poppy no podía saber todavía que tendría un varón.
«En fin, vuelve a lo básico, a los acontecimientos», me dije. La puerta principal estaba abierta. Entré. La llamé desde debajo de las escaleras. Subí las escaleras. La ducha estaba seca, y supe que Poppy había salido de ella hacía un tiempo. La habitación estaba ordenada y la cama hecha. La puerta del armario estaba cerrada. Incluso podía imaginar mis pies bajando las escaleras en mis zapatos favoritos. Fue ahí cuando vi a Moosie, ¿verdad? (quien, por cierto, todavía no había aparecido. Hice una nota mental de ese tema).
El gato se había restregado por mis tobillos para a continuación ir por delante de mí hasta la cocina. Ahí empecé a sentir más y más el aire frío a medida que me acercaba a la parte trasera de la casa. Cuando llegué a la cocina y miré por encima de la barra de desayuno a mi izquierda, vi la puerta acristalada abierta.
No pude ver el cuerpo de Poppy hasta que bordeé el extremo de la barra de desayuno y sus altos taburetes. Allí estaba su cadáver, tendido en el suelo. Yacía medio dentro y medio fuera de la puerta, una parte sobre la alfombra situada bajo la mesa del comedor y otra parte sobre el linóleo. Oí a Cara chapoteando en la piscina. Miré hacia el patio trasero, por encima del cuerpo de Poppy y vi el hormigón que rodea la piscina de Poppy salpicado de manchas de agua más oscuras. Miré de nuevo a Poppy, horriblemente muerta, con las manos… Tuve que reprimir mi náusea.
¿Sería capaz Sandy Wynn de hacerle eso a su propia hija?
Cuanto más mayor me hacía, menos capaz me sentía de comprender o predecir el comportamiento de los que me rodeaban. Yo, en lugar de adquirir sabiduría (y por tanto ir sintiendo que la gente resultaba más simple de entender), aprendía más acerca de la complejidad de la naturaleza humana.
—Entonces ¿qué piensas? —la voz de Melinda me hizo pegar un salto.
—Creo que probablemente ya hemos encontrado todo lo que había que encontrar —contesté—. Puedo estar equivocada, y en ese caso, todo se complicará. No hemos encontrado nada de Arthur, por ejemplo, y sabemos que fue uno de los amantes de Poppy. Quizá eso signifique que él ya ha estado aquí antes que nosotras, buscando. Quizá fuera él quien destrozó el dormitorio. Quizá él no permitiera que le hiciera fotos, o quizá estuvo muy atento y ella prefirió no arriesgarse a obtener un pequeño recuerdo. O quizá el calzoncillo negro fuera suyo. —Melinda y yo dibujamos la misma expresión de repugnancia en nuestros rostros.
—¿Estás segura de que no era el de la… ya sabes, la fotografía con Poppy? —Prudentemente, Melinda encontró otro sitio al que mirar mientras yo intentaba recordar. No era que Arthur, desnudo, fuese horrible (todo lo contrario), pero simplemente no podía acordarme. Digamos que no había sido un hombre nada extraordinario en ese aspecto en concreto.
—La verdad es que no lo sé —admití finalmente y Melinda asintió—. Volviendo a nuestro tema original, simplemente no creo que Poppy se hubiera arriesgado a ocultar nada realmente horrible aquí abajo, en las habitaciones más o menos públicas. No solo porque John David podría encontrarlo, sino porque también ella habría sido consciente de que Chase empezaría a andar muy pronto. Además, había otras personas que entraban y salían. Babbysitters, amigos e incluso amantes. Creo que hemos encontrado todo, o al menos algo muy cercano a todo.
—Pero, ¿nos sentiremos cómodas si nos detenemos ahora? ¿Dejando que las fichas caigan donde tengan que caer?
Melinda estaba sentada frente a mí, sus delgadas manos entrelazadas. Fingí tener un poco de energía y enderecé mi espalda.
—Sí, creo que sí —le dije, aunque no sonaba nada convencida.
—Tienes razón —declaró Melinda con mayor decisión. Tenía la suficiente seguridad para nosotras dos—. Creo que Poppy escondió todos, eh… todos los objetos «pícaros» en su dormitorio, para poder vigilarlos con atención. Y creo que hemos encontrado todo. No puedo imaginar otro escondite en esa habitación. Hemos mirado por todas partes.
—No, no lo hemos hecho.
—¿Qué?
—No hemos mirado en el cojín bordado de la silla.
Melinda supo al instante a lo que me refería. Al segundo salió de la cocina y subió las escaleras con ese paso fluido y sin prisas que la hacía parecer tan eficiente. Un momento después, mi cuñada regresaba, cojín en mano.
Me lo entregó y se lo quedó mirando. Poppy había bordado ella misma la parte superior del cojín a punto de cruz. Yo carezco totalmente de cualquier habilidad artesanal, así que no podría decir qué tipo de patrón había utilizado, pero el dibujo eran cardos sobre un fondo crema. La parte superior tenía la forma de una gran tortita, para que pudiera encajar en el asiento redondo de la silla. La parte inferior estaba cubierta de un material sedoso color verde salvia. Le había quedado precioso y estábamos a punto de destrozarlo.
—Me siento mal haciendo esto —confesé, dudando. Las manos de una mujer muerta habían bordado esa pieza y me costaba comenzar. Revolví el relleno con una especie de movimiento ondeante, y sentí algo que se movía ligeramente en el interior del cojín.
—Ay, Dios. Aquí hay algo —le dije a Melinda.
Nos miramos la una a la otra con gesto algo desesperado. Me sentía sucia por fuera debido a todo el polvo que habíamos sacado de las esquinas del dormitorio (algo relativamente fácil de limpiar) y me sentía sucia por dentro debido a toda la suciedad que habíamos descubierto escondida en la vida de Poppy (algo en absoluto fácil de eliminar). Era un buen paralelismo y me hizo sentir fatal. Nunca quise saber tanto sobre otro ser humano. Las personas necesitan sus secretos. Mi madre siempre me había dicho que la ignorancia es peligrosa pero, teniendo en cuenta cómo me sentía en ese momento, la ignorancia hubiera sido felicidad.
—Si solo le hacemos una fina raja, puedo coserlo después —sugirió Melinda.
El cuchillo más afilado que pudimos encontrar se deslizó con facilidad entre el material verde salvia y el relleno. Melinda sujetó el cojín recto y quieto mientras yo hacía más grande la abertura. Los dedos de Melinda eran mucho más largos que los míos, así que fue ella quien asumió la tarea de la extracción. Sujeto entre su largo dedo índice y su dedo corazón, el trozo de papel siseó como una serpiente al tocar la seda.
Desplegué el papel con tanto terror como si se tratara de un reptil de verdad.
Era el resultado de una prueba de ADN.
—Una prueba de paternidad —le dije a Melinda—. Parece que Poppy cogió muestras de dos personas distintas para contrastarlas con el ADN de Chase. Pagó por adelantado, en efectivo. Mira esto: fueron encargadas por el doctor Stuart Embler. —Le lancé a Melinda una mirada significativa para a continuación devolver mi atención a la carta—. Poppy les dijo… bueno, la verdad es que no puedo entender exactamente qué les dijo, pero el sujeto A no es el padre, y el sujeto B sí.
Melinda abrió y cerró la boca varias veces, como si primero pensara saber qué decir y después decidiera que no. Yo sabía exactamente cómo se sentía.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó por fin.
—¡Qué buena pregunta! —contesté—. Pero no tengo ni la menor idea de cuál es la respuesta. ¿Crees que debemos concertar una cita con el reverendo Aubrey?
—Pero entonces él lo sabría. Si podemos evitarlo, no deberíamos permitir que alguien más se entere —respondió Melinda—. Pero por otro lado, esto me parece demasiado grande para nosotras. Es realmente gigante.
—Sí.
—Chase podría ser el hijo de John David… o no. ¡Dios mío! ¿Qué le pasaría a Chase si no es John David?
—Seguiría siendo el hijo de Poppy, y eso significa que…
—¿Que se lo darían a sus padres? Ni de casualidad.
—¡Pero nosotras no tenemos derecho a mentir sobre este asunto!
—¡No! ¡Pero no podemos alejar a Chase de John David!
—¡Pero tiene otro padre! ¡Un padre biológico!
—Tal vez John David sea el padre biológico. Quizá John David es el sujeto B.
Ambas respiramos hondo.
—Yo propongo que quememos este papel —dije. Miré a mi cuñada fijamente.
—Yo propongo consultarlo con la almohada y hablar con Aubrey mañana —respondió Melinda, invirtiendo su tendencia de unos momentos antes.
Estuve muy tentada a quitárselo de las manos y romperlo en pedazos, igual que había hecho con las fotos comprometidas. ¿Por qué demonios tuve yo que acordarme del cojín? Ni en un millón de años se le hubiera ocurrido a John David hacer nada con ese cojín. Incluso si hubiera crujido al sentarse en él, no lo habría abierto. Era una opinión que basaba simplemente en el hecho de que John David era un hombre.
Bueno, la acción se había llevado a cabo y ahora éramos poseedoras de una pieza más de este desagradable rompecabezas.