OTRO ESPECTRO
POR en medio de la iglesia se va acercando otro espectro. El señor Cubí y Soler tiembla.
EL CONDE.—¡Eh! ¿Quién es usted que anda así por la iglesia sin permiso?
EL ROS DE EROLES.—Soy el alma del Ros de Eroles.
EL CONDE.—¡El alma! ¡A cualquier cosa llaman aquí el alma! ¿Así que tú eres el Ros de Eroles?
EL ROS DE EROLES.—Sí; el mismo.
EL CONDE.—Yo soy EL CONDE de España. ¡Qué cochinamente te portaste conmigo, noy!
EL ROS DE EROLES.—No parece sino que usted se portó bien conmigo cuando los agraviados.
EL CONDE.—¿Y por qué estás en esta iglesia?
EL ROS DE EROLES.—¿No sabe usted que me mataron aquí en Cervera el año 1847?
EL CONDE.—Yo, ¿cómo quieres que sepa eso, hijo? Yo entré en el gremio de los difuntos el 39. Tú bien lo sabes porque tomaste participación en la cosa, y bastante suciamente.
EL ROS DE EROLES.—Esta no es la hora de las reconvenciones, mi general.
EL CONDE.—Y a ti, ¿qué te pasó? ¿Cómo té mataron?
EL ROS DE EROLES.—Cuando le escabecharon a usted…
EL CONDE.—Habla con más respeto. Aquí no estamos entre arrieros.
EL ROS DE EROLES.—Pues bien, cuando le mataron a usted, me fui a Francia y allí estuve hasta 1847. Luego me hablaron, me convencieron, y aunque yo no tenía muchas ganas de aventuras, hicimos la intentona de Montemolín y entramos en España Cabrera, Brujó, Tristany, Borges, Pau Mañé, Marti (el Hereu-Lladre), Miguel Pons y otros.
EL ROS DE EROLES.—Completamente fracasada. Yo, al llegar a Cervera, caí enfermo de fiebre y fui a alojarme a la casa de mi amigo Vila. Allí me descubrieron los voluntarios liberales y me mataron en la cama a bayonetazos. Luego llevaron mi cadáver al cuadro donde fusilaron a Tristany en Solsona. ¡Qué capricho estúpido!
EL CONDE.—¿Así que a mosén Benet lo fusilaron?
CUBÍ.—Sí, le habían cogido prisionero las tropas del gobierno y lo fusilaron en Solsona con el yerno del Ros de Eroles, el cura de Ager y un asistente.
EL CONDE.—Era un bárbaro el buen mosén. Y Cabrera, ¿qué hace?
CUBÍ.—Cabrera se salvó. Ahora se ha casado con una señora protestante inglesa que es millonaria, según dicen.
EL CONDE.—¿Con una protestante? Le digo a usted, señor frenólogo, que hay para perder la cabeza. ¿Así que él, tan católico, se casó con una protestante? ¡Qué barbaridad! ¿Y en dónde vive?
CUBÍ.—En Londres.
EL CONDE.—¿Alguna otra intentona fracasada? ¿Y Segarra?
EL ROS DE EROLES.—Ese se pasó a los liberales poco después de la muerte de usted.
EL CONDE.—¿Y el Pep del Oli? ¿No intervino en la nueva aventura de Montemolín?
EL ROS DE EROLES.—No; el Pep del Oli en esta campaña de Montemolín se pasó a los liberales, mandó como brigadier una partida isabelina y estuvo a punto de coger prisionero a Cabrera en una emboscada que le preparó en San Lorenzo de Piteus.
¿Así que el Pep del Oli?
EL ROS DE EROLES.—Es brigadier del Ejército español con un buen sueldo.
EL CONDE.—¡Ah! Sale cochon! Mejor hubiera hecho yo en fusilarle.
EL ROS DE EROLES.—También se pasaron al enemigo Miguel Vila alias el Caletrús, Ribas y otros.
EL CONDE.—¡Bah! Gentuza insignificante; ¿y Miguel Pons, el hermano del Pep del Oli?
EL ROS DE EROLES.—Ese fue fusilado en la guerra de los Montemolinistas.
EL CONDE.—¿Y Pau Mañé?
EL ROS DE EROLES.—Ese no sé qué hizo.
EL CONDE.—¿Y Borges, que prometía tanto?
CUBÍ.—A José Borges lo han fusilado en Italia, donde fue a defender a los Borbones.
EL CONDE.—¿Y mi amigo el Llarch de Copóns?
EL ROS DE EROLES.—Al Llarch de Copóns, en 1840, se le disparó una pistola y quedó mal herido y murió. Hay quien dice que lo mató su ayudante.
EL CONDE.—¡Pobre Ibáñez! Yo le apreciaba. Era una buena persona.
EL ROS DE EROLES.—¡Bah! Era una bestia. No tenía más mérito que su tamaño. Que era una bestia grande.
EL CONDE.—¿Y Torrabadella, aquel condenado clérigo que me la jugó de puño?
EL ROS DE EROLES.—Torrabadella creo que vive en Italia, y cuando estuvo en el Piamonte fue insultado y apedreado en las calles por haber ocasionado la muerte de usted.
Vamos, me alegro que haya alguien que se acuerde de la gente y tenga un poco de cortesía y de respeto.