DICTADURA DE LA JUNTA
MUERTO el conde de España y desaparecido el gran obstáculo para la Junta de Berga, esta comenzó a ejercer un poder dictatorial. Separó del ejército a varios oficiales poco afectos a ella, sobre todo a los no catalanes.
Segarra, que reemplazó al conde en el mando, se mostró impasible espectador de los sucesos, y más que el general en jefe de un ejército parecía el comisionado de la Junta.
No se distinguía ni pretendía distinguirse el nuevo jefe en empresas militares, solo se preocupaba de rodearse de una numerosa escolta, que más que el brillo de un general hacía resaltar su temor.
Es evidente que sólo un rey o un príncipe se puede beneficiar de la traición; los cómplices es difícil que la utilicen. Se les paga, cuando se les paga, y se les desprecia o se les castiga después.
«La traición place, más no al que la hace», dice un proverbio español.
«El traidor no es menester, siendo la traición pasada», asegura Calderón.
Maquiavelo dice que las traiciones y los crímenes deben hacerse por los príncipes de una vez, y pone el caso antiguo de Agatocles y el moderno en su tiempo de Oliverotto da Fermo, que hizo degollar a su tío, su protector, con sus familiares, lo cual no le dio prudencia, pues César Borgia después lo cazó y lo mandó estrangular en Sinigaglia con los Orsini y los Vitelli.
En la historia moderna, los políticos y los militares han hecho constantes traiciones, que no han tenido en general el carácter cruento de la antigüedad y por eso han pasado inadvertidas.
Los individuos de la Junta que cazaron al conde de España y que se las prometían felices, no llegaron a nada, y cuando tiempo después entró Cabrera en Berga y comenzó el proceso en averiguación de la muerte del conde, algunos fueron presos y otros tuvieron que huir.