XVIII

COMENTARIOS EN BERGA

LAS opiniones quedaron despistadas en Berga; nadie creyó en el relato de Ferrer publicado en El Restaurador Catalán; tampoco se creyó al principio en el asesinato del conde de España en el Segre y en su entierro en Coll de Nargó.

Cuando llegó el rumor de haberle encontrado muerto en el Segre, la mayoría no lo aceptó como cierto.

«Es una noticia que hace circular él mismo con algún fin que no sabemos —decían algunos—. Es una farsa, una treta de las suyas, a la que no se le puede dar crédito».

Otros aseguraban desde el principio que la noticia tenía muchos visos de verdad; se le había visto al conde el día 30 en las inmediaciones de Orgañá acompañado de una escolta de mozos de escuadra y el 31 en la masía de Casellas.

Afirmaban también que en los tres días que le tuvieron allí, Ferrer iba y venía de Orgañá a Casellas con mucho disimulo, y que Ferrer se comunicaba por cartas con el Ros de Eroles y con un hermano del Pep de Oli.

Lo que no se aceptaba, por instinto, era la entrada del conde en Francia.

«Ferrer es tan falso y tan mentiroso como el conde —decían algunos— y todo lo que nos ha contado en esa carta es una mixtificación».

Se daban mil versiones de la desaparición del conde y nadie sabía a qué atenerse.

La confusión era grande; quien quería creer que el conde, en relaciones secretas con el gobierno constitucional, pensó hacer una marotada y se la habían descubierto, pero esto no parecía lógico; quien suponía que no era el conde, si no la Junta, la que quería la transacción con los liberales, lo que era más absurdo.

Se decía que Don Carlos vio con complacencia la muerte del conde y que desde Bourges condenó a otros dos jefes catalanes, que no se sabía quiénes eran, a la misma pena.

Procedente de Bourges vino la noticia que el mismo Don Carlos mandó suprimir al conde porque este era de los partidarios acérrimos de su hijo primogénito don Luis, motivo por el cual Don Carlos y la princesa de Beira querían a todo trance deshacerse del viejo general.

Pocos días después del desenlace de la tragedia, y este fue ya un síntoma importante y significativo para la población, se supo que todos los amigos incondicionales del conde de España estaban presos, destituidos o internados en Francia.

Entre los escapados se hallaban los comisarios de guerra Peralta y Canina, el capellán Peña, el coronel Laú, el teniente coronel Tomás, el comandante Durán y otros internados por la policía francesa. Poco después aparecieron en Perpiñán Lacy, Pérez Dávila, Aymerich, y decían también que Labandero.

Cuando se comprobó la muerte del conde, corrió la leyenda de que era el Pep del Oli, impulsado por su antiguo odio del tiempo de los descontentos, el que había derribado en la rectoría de Aviá, dándole un puntapié en el bastón en que se apoyaba el viejo general.

Se dijo también que el mismo Pep del Oli y Ferrer lo mataron en el puente del Segre, clavándole un puñal en la espalda.

La gente no quería fijarse en que el Pep del Oli estaba cuando se mató al conde en Prats de Llusanés, a diez o doce horas lo menos de los Tres Puentes del Segre.