XVI

LOS DESPOJOS

TIRARON al río las ropas viejas del general, excepto la capa, que se apropió Solana diciendo:

—Me la quedo porque es mía.

No había tal. Era la enviada para el conde por Torrabadella.

Baltá registró una bolsita de seda encarnada que llevaba España al cuello, y encontró dentro dos medallas de plata, una de la Virgen del Pilar de Zaragoza, otra de Nuestra Señora de Montserrat, dos o tres cruces y una poca pasta de Agnus. Guardaron también la camisa y los tirantes del general, lo mejor de su indumentaria.

Concluida la terrible comisión volvieron los ejecutores a Orgañá, llegando a la puerta de la villa a eso dé las once de la noche.

—¿Qué tal la fiesta? —preguntó desde adentro una voz.

—Bien.

—¿Se han divertido ustedes?

—Mucho.

Les abrieron en seguida y fueron a cenar a un figón. Después de cenar marcharon a casa del Ros de Eroles. Allí estaban reunidos Porredón, Mariano Orteu y un hermano del Pep del Oli. Los tres habían presenciado desde la otra orilla y desde cerca el asesinato.

Iban llegando otros jefes. Baltá, Morera y Solana contaron con toda clase de detalles la felonía que acababan de ejecutar.

Todos los cómplices en el crimen pensaban que el cadáver del conde no aparecería o que, de aparecer tardaría mucho en salir a la superficie; pero fuese que la cuerda se rompiera rozando con alguna roca del río, o que la piedra se separase de la cuerda al caer, o que la impetuosidad de la corriente hiciese que el cadáver se despendiera de sus ataduras, el caso fue que salió a flor de agua y, llevado por el impulso del río quizá, aquella misma noche se paró en un montón de arena cerca de Coll de Nargó.

El cadáver del conde estuvo dos días sobre aquel arenal; luego fue llevado al cementerio y enterrado en Coll de Nargó el día 7 de noviembre.