EL SEGRE
EL Segre es río conocido de muy antiguo por griegos y por romanos. En las campañas de Julio César en la península tiene gran papel.
Los geógrafos árabes le llamaban Nahr el Zitún o río de los olivos; sin duda, al acercarse al Ebro había entonces grandes olivares en sus orillas.
El Segre, antes de llegar a la Seo de Urgel, es un riachuelo de montaña; corre entre praderas verdes y orillas bajas; después de pasar esta ciudad se encajona y se estrecha y se hace profundo.
Las montañas de Ares, ramificaciones de la sierra del Cadí, se cortan a pico desde las mismas crestas para formar el cauce del río, pasadas las tierras de Urgel.
Antes de la Seo el Segre ha discurrido por campos fértiles y húmedos; después se desliza por tierras áridas, paredones blancos y rojos con cárcavas y hendiduras, lamiendo peñas cenicientas y de color de pizarra. Pasa por entre rocas como castillos, manchados por matorrales grises y verdes, y brilla bajo un cielo de montaña azul y refulgente.
En algunas partes del Segre, en los barrancos cubiertos de pinos, trabajan los madereros o balseros, los «raigers», y se amontonan los troncos de árboles en las orillas.
La carretera corre al lado del río, amenazada a trechos por bloques de rocas y por desmontes de arena.
Principalmente, en el lugar de los Tres Puentes o Tres Ponts es donde las hoces del río se hacen más angostas, más amenazadoras y dramáticas.
La misma proximidad de los montes, la misma altura de las orillas estrecha el cauce, y entran sólo en el río en una larga distancia de su curso algunos arroyos medio torrenteras, caudalosos en invierno y de muy escasa corriente en verano.
Cada monte lanza sucesivamente sus bastidores; en las paredes, amarillentas y rojizas, se abren cuevas; un camino tallado en la roca y sostenido en parte por arcadas artificiales corre por una orilla. Hay escalones de madera para bajar al río; las aguas verdes oscuras corren vertiginosamente por su cauce, limitado por pedregales blancos y grises.
Después de pasada la serie de barrancos imponentes de los Tres Ponts, el Segre se ensancha y cruza por encima de ramblas pedregosas de color gris, ramblas sobre las cuales se cultivan huertas feraces.
En aquella parte estrecha de las hoces de los Tres Ponts, camino principal de Lérida a la Seo de Urgel, había y hay tres puentes antiguos, muy próximos, célebres en la comarca.
Siguiendo la misma dirección del río, el primero era el puente viejo de la Torre; el segundo, el puente del Diablo, y el tercero, el puente de Espí o de Espiá. De los tres puentes, en la actualidad, el de la Torre queda entero; los otros se hallan rotos.
El puente de la Torre tiene hoy al lado una pequeña construcción de un salto de agua, y cerca de ella, en la orilla izquierda, una posada llamada los Hostalets. A poca distancia hay una gran hoz, y viene el segundo puente, el del Diablo, roto y colocado en la parte más estrecha y tenebrosa de la garganta, constituido por un solo arco grande, probablemente después reforzado por abajo.
Este puente ha sido construido con cantos de río y sin argamasa, y de él se advierten solamente los estribos en la roca viva.
Más abajo de la corriente, cerca ya de Coll de Nargó, está el puente de Espí o de Espiá.
El puente de Espiá, como el del Diablo, es puente angosto de un solo arco, y a su derecha tiene un peñasco como un torreón.
A unos veinte o treinta metros del de Espiá se ve otro puente moderno. Los pretiles de los tres puentes antiguos se hallan ya rotos, medio deshechos y han sido recompuestos varias veces.
Todo el paisaje del estrecho de los Tres Puentes es imponente…
El río corre verdoso entre rocas grises y cenicientas, traza curvas en las hoces rojizas con las piedras llenas de matorrales y de zarzas.
El agua resuena en la garganta con fragor, se oye el graznido de los vencejos y de los alcotanes y vuelan por el alto los milanos y los buitres.
Es el sitio aquel solitario y sombrío, y parece propicio para cometer un crimen.