XI

ÚLTIMOS PREPARATIVOS

EL capitán Baltá se encontró en una calle de Orgañá, al anochecer, con el cura Ferrer.

—¿Está usted preparado? —le preguntó el cura.

—No hay que hacer muchos preparativos —contestó Baltá, riendo.

—No vaya usted a volverse atrás.

—Yo no me vuelvo atrás nunca.

—Hay que matarlo —dijo Ferrer con aire reconcentrado— es orden de la Junta y orden de justicia, pues es traidor y quiere perdernos a todos.

—Se le matará. ¿Están avisados Morera y Solana?

—Sí.

Dirigióse entonces Baltá a la casa de Espart (Botafox), en la cual se alojaba Ferrer y donde se reunieron Morera y Solana, acordando con el cura que Baltá y Morera saldrían de ocho a nueve de la noche al primer puente del río Segre, que distaba aproximadamente una hora de Orgañá. Allí esperarían al conde, le sorprenderían, le matarían y después de despojarle de sus ropas le atarían de pies y manos, le pondrían una piedra al cuello y lo arrojarían al río.

Al salir de casa de Botafox, al anochecer, se halló Baltá con el cura don José Rosell, que estabaya enterado de la muerte que se proyectaba aquella noche.

«¡Qué lástima, matar a un hombre sin confesión! —dijo el cura—. Si quieren, yo le confesaré y que haga un escrito».

El cura don José Rosell, carlista fanático, era uno que había llevado varias cartas de Aviraneta desde Pau a la Junta de Berga, cartas en que se sembraban sospechas de traición con respecto al conde de España.

De saber que sirvió de instrumento en manos de un intrigante liberal, se hubiera desesperado.

A las siete de la noche se reunieron Morera y Baltá y poco después fueron a decir a Ferrer que marchaban hacia los Tres Ponts y le preguntaron cómo habían de volver a entrar.

El Ros de Eroles y el presbítero Ferrer bajaron de la casa a la calle y Ferrer dio a Baltá una cuerda gruesa, que Baltá entregó a Morera para que la llevase.

Les advirtió el Ros de Eroles que cuando volviesen dijeran a los centinelas de guardia que venían de divertirse. Estos centinelas eran oficiales y no se constituía la guardia hasta después de que se cerraban las puertas, lo que se hacía entre nueve y diez de la noche.

Las llaves de las puertas las guardaba siempre el comandante de armas Antonio Serra; pero aquella noche y la anterior se las pidió el brigadier Porredón, el Ros de Eroles, porque él tenía la idea de salir también del pueblo.

Baltá y Morera partieron de Orgañá para el sitio indicado adonde iba a ser conducido el conde por Solana, después de las nueve de la noche. Baltá iba incomodado.

—Entre conferencias e historias no nos han dejado cenar —murmuró varias veces.

—Cenaremos después —contestó Solana.

—Yo he encargado la cena en un figón. Esperaré hasta las nueve y media, lo más. Si no lo traen a esta hora, me vuelvo. Que lo mate Dios al conde con estas piedras.

Al parecer, poco tiempo después que Baltá y Solana salieran de Orgañá, el Ros de Eroles, uno de los hermanos del Pep de Oli y Mariano Orteu hicieron lo mismo. El objeto de ellos al ir a la garganta de los Tres Pons era observar si Baltá y Morera cumplían su misión. De este modo, los homicidas iban a ser espiados por el grupo del Ros de Eroles y el de Ferrer.

A media tarde, el cura Ferrer mandó a Massiá que marchase a Casellas, que entretuviera al conde y le esperara allí. Ferrer iría de ocho a nueve de la noche a la casa, y si no había necesidad no entraría.