JUNTA DE RABADANES
EL cura Ferrer con el estudiante Massiá, que llevaba a todas horas la espada del conde, y algunos mozos de escuadra, se dirigieron, mientras el general renegaba y rezaba en su prisión, a la villa de Orgañá, a la que llegaron a la caída de la tarde; dirigiéndose Ferrer inmediatamente a casa del brigadier Porredón, el Ros de Eroles.
El Ros de Eroles no sabía que el conde estuviera ya preso y que se encontrara a poca distancia de Orgañá. El Ros envió al saber la noticia a su ayudante, el alférez Manuel Solana, a buscar al alcalde mayor don Francisco Riu, vocal de la Junta corregimental de la Seo. Solana y Riu volvieron pronto a la casa del Ros.
Solana salió después en busca de otro vocal y se encerraron en el cuarto del brigadier.
El presbítero Ferrer cenó en compañía del Ros de Eroles y fue a dormir a casa de un tal Espart (alias Botafox), donde se hallaba alojado el comandante del cuarto batallón Miguel Pons, hermano del Pep de Oli.
Al día siguiente, el Ros, Ferrer y Solana llamaron al brigadier Prats, jefe de la compañía de oficiales, le dieron parte de que el conde se hallaba preso en Casellas y de que pensaban matarlo.
Inmediatamente Prats se dirigió a casa del Ros de Eroles y en la galería de esta encontró primero a varios oficiales y luego al mismo Ros, que salía de su cuarto en compañía del cura Ferrer.
Todos reunidos en gran asamblea discutieron el caso. Asistieron a la reunión Miguel y Antonio Pons, hermanos del Pep de Oli; el Ros de Eroles; Mariano Orteu, que detrás de la comitiva había llegado a Orgañá; el brigadier Prats; el doctor Perles; el estudiante Massiá y los dos Ferrer.
De todos ellos, los más interesantes eran los dos Ferrer, por su furor vengativo y el doctor Perles, hombre delgado, flaco, con aire de judío sabio, barba negra, rala, piel cobriza y anteojos.
Narciso Ferrer dio cuenta del oficio de la destitución del conde y de lo ocurrido en Aviá. Todos convinieron en que España, como traidor, cruel e incendiario, que quería entregar a los enemigos Cataluña entera después de destruida, merecía la pena de muerte. Muchos afirmaron que, aunque le quitasen mil vidas, no pagaba el daño hecho por él.
El Ros de Eroles tenía contra el conde un odio antiguo; Antonio y Miguel Pons recogieron de su hermano, el Pep de Oli, la antipatía contra el conde de España. Los dos Ferrer eran frenéticos e iracundos, y Mariano de Orteu, el ex ayudante del general, necesitaba, para legitimar su traición, ennegrecer todo lo posible la figura de su antiguo jefe y conseguir de esta manera que su conducta no pareciese excesivamente villana.
La reunión iba a llevar a la práctica el refrán castellano que dice: «Junta de rabadanes, oveja muerta».