VII

SILENCIO

«ESTOS mozos de escuadra —pensó Hugo al saber que maltrataban al viejo general— no tenían ningún agravio que vengar del conde de España, no les había hecho ningún daño, ellos le hubieran obedecido ciegamente hacía quince días, le hubieran respetado, y ahora, viéndole prisionero entre sus manos le iban odiando cada vez más. Ya no le llamaban el Avi, Cabeza Blanca ni Trenca-caps; ahora le llamaban con ironía el Estudiante, el Nene, el Ninot».

Algunos aldeanos, cuando vieron a aquel viejo de cabeza blanca con su sombrero de general sin adornos y su traje raído, entre bayonetas, se dijeron en voz baja unos a otros quién era; pero el prestigio popular del conde se había venido por entonces abajo, y aun pudiendo hacer algo por él, probablemente no lo hubieran hecho.

En la venganza del pueblo y de la Junta contra el conde de España todo el mundo fue colaborador, unos por acción, otros por omisión. Nadie quiso impedir el fin; se dejó que la venganza se realizase sin oponer la menor dificultad.

Tampoco después de desaparecido el conde se pretendió averiguar lo ocurrido con él. No se tuvo el menor interés en saber la verdad.

El gusto de la verdad, la pasión por el conocimiento lo tienen a veces los individuos, pero nunca el pueblo y menos el pueblo pobre.

Hacía un año próximamente que toda la comarca de la montaña tenía al conde por un adalid, por el mejor defensor del altar y del trono. Era un catalán, uno de ellos; ahora ya era un traidor, un extranjero y no valía la pena de ocuparse de él ni saber si vivía o estaba muerto.

«Seguramente, pensó Hugo, en Inglaterra, tierra de libertad política, se hubieran destacado periodistas, curiosos, individuos aislados a tomar como misión el averiguar qué había ocurrido con el conde»; pero España era un país de otra clase, y la gente tenía el gusto de oscurecer, de tapar, de impedir que se averiguase nada. Es lo que notaba Hugo cuando hablaba con unos y con otros.

«¿Para qué averiguar lo que ha pasado? ¿Qué importa? Eso no nos puede traer más que muchas desgracias y ninguna ventaja», pensaba la gente.