VI

EL VIAJE SINIESTRO: EL CALL DE ODEN

DE Cisquer, pasando cerca de San Lorenzo de Piteus, fueron a Odén, y aquí el conde y su comitiva se alojaron, por orden de Ferrer, en la casa llamada el Call, a donde llegaron el 28 por la mañana.

Iban casi en línea recta desde Aviá al Segre, bordeando la sierra de Tosalts.

Odén es un pueblo pequeño colocado en la falda de un monte alto. Se halla cerca de un riachuelo torrencial en invierno, y seco en verano. En las montañas próximas hay pinares, pastos y boscajes de espinos y carrascas.

Cerca del pueblo, a un cuarto de hora del exiguo caserío, está la casa del Call.

La casa del Call es una casona grande, vieja, con dos o tres tejavanas adosadas a ella y colocada en una campa desolada, al lado de un arroyo que corre entre grandes peñascos.

Tenía esta casa, solitaria y misteriosa, habitaciones grandes y tristes pintadas al temple y encaladas, y una antigua capilla.

En el Call de Odén, Constacans interrogó a un muchacho que se había dado cuenta de lo ocurrido mientras estuvo el conde.

El muchacho contó que el general venía con aire enfurruñado y de mal humor.

El conde se quejó amargamente de que le picaba el cuerpo; dijo que debía tener piojos y quiso bañarse.

La pretensión exasperó a los mozos de escuadra, que fueron a traer el agua de una fuente y de un pozo bastante lejanos.

El conde se bañó en agua fría, en un corral, y se tuvo que secar con un trapo como pudo.

El detalle del baño hizo que los mozos de escuadra le trataran con más dureza.

—El conde cree que somos criados suyos —decía uno.

—El nene necesita agua —añadía otro.

—Se habrá ensuciado en los pantalones de miedo.

Trenca-caps tiene que lavarse el trasero.

—Es que tiene almorranas.

—Que se limpie con una piedra.

El detalle del bañó provocó en los mozos de escuadra una serie de chistes y frases ofensivas contra el conde, algunas amenazadoras.

Cuando volvió el general de bañarse, comenzaron de nuevo las bromas:

—Aquí está el Nene.

—El del baño.

—Lo mejor sería darle un golpe en la cabeza y acabar con él. Con nosotros no se tienen esas consideraciones.

—Es que nosotros somos del pueblo. Él es aristócrata, pariente de reyes y de emperadores.

—Todos tenemos la misma sangre, lo mismo los ricos que los pobres.

—Pusieron una mesa y dieron de comer al general un pedazo de chorizo, un trozo de queso, pan y un vaso de vino.

El conde comprendía que aquellos hombres iban tomando hacia él una actitud cada vez más hostil.

«Comprendo que me engañan —decía hablando solo— y que nadie ha de tener compasión de mí. Tratan de asesinarme. Lo veo en los ojos que me miran. Me matarán sin piedad».

El 28 se prepararon a pasar el día en el Call de Odén. Después de dar de cenar al prisionero, lo encerrarán. El conde murmuró varias veces: «Está visto: se me quiere asesinar en algún rincón».

Sus verdugos le aseguraron que no, que marchaban hacia la Seo de Urgel.

A todos los de la escolta les chocaba que el general se mostrara muy atento con el cirujano Ferrer, a pesar de que podía notar que este era de los más crueles con él.

Ya de noche, el mismo día 28, se presentó en el Call de Odén el mozo de escuadra Juan Capellas con un paquete que en Aviá le había entregado Torrabadella con cien duros, una capa de paño, una bota, una caja de cigarros, tres libras de chocolate y dos maletas de ropa, que la Junta acordó remitir al donde y que se condujo en un macho montado por Capellas.

Ferrer tomó el dinero y los objetos; parte de ellos se los entregó al general, y parte se los guardó para más adelante.

Poco después de la llegada del mozo Capellas se presentaron quince soldados más. La Junta había dispuesto que se reforzara la escolta del conde.

A la una de la tarde del día siguiente se dejó la casa del Call de Odén y se continuó la marcha, dirigiéndose el conde de España con el cirujano Ferrer, el cabo Lladot y la escolta, que ya era de cerca de cuarenta hombres, por la bajada de Cambrils a la Casa de Pujol, término de Coll de Nargó, donde llegaron a las ocho de la noche.