HUGO Y SUSANA
LA enfermedad y la muerte de la madre de Susana produjeron un gran trastorno en la masía de Las Roquetas.
Susana escribió a su marido diciéndole que fuera lo antes posible a la finca; pero Mestres, sin duda, en aquel momento, no podía salir de Berga.
La situación de Susana era a sus ojos comprometida. Vivir sola en Las Roquetas con Hugo, le parecía dar pábulo a grandes murmuraciones.
Susana mandó un emisario a su marido y Mestres contestó que iría cuando pudiera.
—¿Por qué alarmarse? —le preguntaba Hugo a Susana—. ¿Por qué le preocupa a usted la opinión de las gentes que no le conocen, a quien usted tampoco conoce y que le deben tener sin cuidado?
Susana vacilaba, cambiaba; tan pronto se sentía mujer de pueblo que se preocupa de las murmuraciones de alrededor, como pensaba que todo aquello no tenía importancia.
Con este motivo hablaron los dos largamente.
—Yo quisiera que prescindiera usted de los demás y pensara en sí misma —le decía Hugo.
—¿Por qué?
—Porque no piensa usted bastante en su dicha y en su bienestar.
—Ya pienso.
—No. Es antipático que todos los brutos, los envidiosos, los canallas sepan pensar en sus intereses y no sepan hacerlo las personas buenas y de sentimientos nobles.
Hugo, que había estado rondando varios días para proponerle que se marchara con él a Inglaterra, se lo dijo con su serenidad característica.
Ella le oyó muy alarmada, sin saber qué contestarle.
Entonces él le dijo:
—Ande usted, prepárese usted y vamos en seguida. Yo le llevaré a Kitty y a usted hasta la frontera a caballo en pocas horas. Iremos luego a Inglaterra a buscar a sus parientes, y si quiere, viviremos juntos, y si no, no; pero yo le juro no pedirle nada, no tocarle el pelo de la ropa y respetarle como si fuera mi madre.
Ella le escuchaba con los ojos llenos de lágrimas, sin saber qué decir.
—No, no —murmuró—; sería un engorro para usted. Usted tiene mujer y un hijo. No los puede usted abandonar.
En aquel momento entró Kitty, y Hugo la tomó en brazos.
—¿Querrías tú venir conmigo y con tu mamá? —le preguntó Hugo.
—Sí.
—¿Aunque fuera muy lejos?
—Sí; aunque fuera muy lejos.
Susana, que escuchaba el diálogo, reaccionó y dijo a Hugo:
—Déjeme usted pensar sobre lo que me ha dicho. Vaya usted estos días a cazar, y dentro de una semana vuelva usted y le daré la contestación.
—¿Dentro de una semana?
—Sí.
—Esta semana me va a parecer un siglo.
—Sí, a mí también; pero vaya usted. Tengo que poner en claro mis sentimientos. En una cuestión así sería terrible engañarse para siempre.
Hugo prometió marcharse y volver al final de la semana.