DIPLOMACIA DE CANÓNIGO
AL poco rato salió Torrabadella, cogió del brazo al intendente y llevándole a un rincón le dijo:
—Sepa usted, amigo Labandero, que tenemos la orden para la destitución del conde y que esta tarde se la vamos a comunicar.
—¿Cómo? ¿Qué me dice? ¿Cuándo ha llegado esa orden?
—Hoy llegará.
—¿Quién la va a traer? ¿Por qué conducto se ha pedido? —preguntó Labandero alterado y tembloroso.
—La Junta se la ha pedido a don Carlos.
—Pero, ¿cuándo?
—¿Se acuerda usted cuando a mediados del mes pasado la Junta acordó hacer una exposición al Rey por las ocurrencias de Navarra y provincias Vascongadas?
—Sí.
—¿Que para esa comisión se nombró al doctor Espar?
—Sí.
—Pues bien; entonces, aprovechando tan buena ocasión hicimos todos los miembros de la Junta otra petición, bajo el juramento de no revelársela a nadie, pidiendo la destitución del conde.
—¿Y don Carlos la ha firmado?
—Sí. Y el comisionado Espar ha sido tan puntual en el desempeño de su misión que ha escrito varias veces, y últimamente lo ha hecho desde Andorra diciendo que la orden la trae, y que podemos proceder al relevo del conde en los términos que mejor parezca a la Junta, y hemos determinado comunicarle esta tarde nuestro acuerdo.
—Por Dios, don Bartolomé, miren ustedes lo que hacen, no nos expongamos a nuevos conflictos.
—No tenga usted cuidado, todo está ya dispuesto.
—¿Y quién le va a comunicar la orden de su destitución?
—Ferrer. Él es el encargado de decírselo.
—Y en el caso de que no quiera obedecer, ¿qué hacen ustedes?
—En el caso de que no quiera obedecer o trate de echar mano a la espada e intente atropellar a la Junta, se ha dispuesto que Ferrer de un lado y Orteu de otro, le sujeten los brazos y entren al mismo tiempo tres o cuatro mozos de escuadra en la sala para obligarle a que cumpla con las órdenes superiores.
—Todo esto me parece muy peligroso.
—Sí; pero la orden está clara y hay que cumplirla. Después de que la destitución se efectúe, la Junta ha dispuesto que se le conduzca escoltado por una buena partida de mozos de escuadra al Valle de Andorra, para cuyo punto saldrá esta misma noche acompañado del doctor Ferrer, a quien igualmente se ha encargado de esta comisión.
Labandero se quedó pálido y absorto.
En esto salió don Narciso Ferrer, el clérigo, y Torrabadella le dijo:
—Ferrer, mire usted a este militar castellano, a quien no le asustan las balas, que tiembla como un azogado porque le he dicho que vamos a destituir al conde. Mírenos usted a nosotros, dos clérigos catalanes, tranquilos, sin miedo.
—¡Ferrer, por Dios, obre usted con moderación! —dijo Labandero.
—No tenga usted cuidado, señor intendente. No se amilane usted.
—El conde se va a poner como una fiera.
—No es tan fiero el león como le pintan. ¡Animo y no se acobarde usted! Ahora tengo que hacer.