VI

LO QUE PENSABA EL CONDE

TODOS los conjurados para la destitución del conde quedaron en aguardarle en la casa rectoral.

Se le comunicó que se esperaba a celebrar la junta ordenada por él a que el general fijase el día y la hora de la sesión como de costumbre.

Los dos hermanos Ferrer y Torrabadella se alojaron en la rectoría de Aviá, en el piso segundo, como gatos al acecho del ratón.

En Aviá no existía más fuerza armada que la de los mozos de escuadra, los cuales en número de treinta hombres formaban la escolta de la Junta. Todos aquellos mozos fueron catequizados por Torrabadella y Narciso Ferrer y quedaron comprometidos a obedecer ciegamente las órdenes de los dos clérigos.

Unos harían constantemente la guardia en la casa y otros estarían vigilando la aldea y los alrededores.

Algunos de los vocales pensaban no sería fácil reducir al conde de España, y los más decididos, como los dos Ferrer y Torrabadella, se encontraban dispuestos en último término a todo.

Estos querían tener los preparativos hechos de antemano.

No era fácil avisar y que se presentaran inmediatamente todos los vocales de la Junta, aunque algunos vivían provisionalmente en casas de campo cerca de Aviá.

Don Ignacio Andreu se alojaba en una masía llamada de Ramonet, hacia el torrente de las Boixas. Al parecer Orteu pasaba temporadas en una finca de una aldea llamada Segur, del término municipal de Veciana, en el partido de Igualada. Los demás estaban en varias casas de Aviá.

El conde de España por entonces vivía en Berga, y en su misma casa se hallaban alojados Arias Teijeiro, Labandero y varios de sus ayudantes.

El conde de España y el intendente Labandero querían conferenciar con la Junta e influir en ella para que estudiase y resolviese el modo de aumentar el material de guerra y los víveres de la tropa.

Naturalmente, después del convenio de Vergara se temía que todo el ejército constitucional del Norte cayera sobre Aragón y Cataluña para intentar así acabar la guerra.

—Pronto vamos a tener ropa negra —decía el conde de España— aludiendo al luto por las muertes que producirían los combates.

Más que la posibilidad de la ropa negra le preocupaba al conde de España el que la Junta no se doblegara obedientemente a sus órdenes.

«Yo me río de la Junta, de los curas y de los canónigos. Merde! —solía decir y repetía la palabra en francés con fruición—. Yo les obligaré a los clérigos a tascar el freno».