PREPARATIVOS PARA LA EMBOSCADA
CON la seguridad de contar con la Real orden para la deposición del conde, se pensó en preparar la trampa. La Junta aceptó en principio lo que hicieran sus delegados Orteu, Torrabadella y Ferrer. Les dieron toda clase de atribuciones. Torrabadella confió en Ferrer, y este en su hermano José, el médico. Orteu delegó sus poderes en su sobrino Mariano.
El joven Mariano Orteu representaba en aquella intriga sombría el papel de los ingratos. El conde tuvo siempre gran debilidad y simpatía por él, le hizo su ayudante y le ascendió por amistad.
Mariano Orteu y José Ferrer fueron los directores de hecho de la conjura, y Ferrer, como más inteligente y más enérgico, quedó de director único.
Ferrer y Mariano Orteu quisieron ver el sitio donde se celebraban las juntas, y visitaron, con el cura don Narciso y el canónigo Torrabadella, la casa rectoral de Aviá.
Aviá es un pueblo pequeño de unos ochenta vecinos, con la iglesia en un extremo de la aldea sobre un raso elevado que cae al campo. Esta iglesia, de aspecto moderno, tiene un campanario cuadrado que termina en los cuatro ángulos con unos remates en forma de floreros.
Adosada a la iglesia, a su lado izquierdo, se halla la casa rectoral con una puerta, y encima una galería o solana con dos arcos. Después de la rectoría sigue una tapia que limita un huerto.
El zaguán de la rectoral de Aviá, largo y no muy ancho, cogía el fondo de la casa de delante a atrás. Estaba todo enlosado y tenía el techo bajo y con bovedillas. Al final del zaguán, a la derecha, se abría una escalera de pocos peldaños; después venía un descansillo y luego partía la escalera hasta el piso primero.
La casa del rector era bastante grande, con cuartos espaciosos no muy altos de techo, con las paredes pintadas al temple, algunas adornadas con estampas grabadas de un santo o de una virgen.
Ferrer el cirujano y Mariano Ortéu recorrieron la casa, el zaguán, la ancha solana enladrillada con las arcadas grandes, el raso de la iglesia; vieron que delante de la rectoría hacia el Sur y Levante no había edificio alguno ni espectador posible; observaron que existía un pasillo con una puerta de cristales para comunicar la rectoral con el coro de la iglesia. Después estudiaron la sala donde la Junta celebraba sus sesiones.
Al llegar al vestíbulo de la casa, a mano izquierda, se abría una puerta de cuarterones de una hoja y se encontraba una sala cuadrada, donde solían quedar los escribientes y acompañantes de los vocales de la Junta los días de sesión.
Cruzando la primera sala se llegaba a otra, también cuadrada, pequeña, de unos doce a catorce pies de lado. En esta segunda sala había un balcón, y enfrente de él la puerta de cristales de una alcoba pequeña.
La alcoba tenía además de la puerta de cristales otra de escape a un pasillo, que comunicaba con el vestíbulo.
Delante del balcón que se abría a la solana estaba la mesa donde se sentaba el conde de España, dando la espalda a la luz de fuera y enfrente de la puerta de cristales de la alcoba interior.
El cirujano Ferrer y Ortéu hicieron una prueba para observar que podía verse en el fondo de ella, primero de día y luego de noche y habiendo luz en la sala. De día se veía algo a través de los cristales; de noche se advertía muy poco o casi nada de lo que hubiera dentro.
Hecho el reconocimiento de la casa, Ferrer y Ortéu decidieron cómo se prendería al conde. Ortéu no quería intervenir directamente en el acto; le pesaba, sin duda, la idea de la traición. El cirujano Ferrer llamó a un amigo suyo, al estudiante Francisco Massiá, que se hacía llamar también Francisco del Pual. Massiá o Pual era, según se dijo después, el estudiante que el conde de España mandó que entrara en un regimiento un día de Navidad. Quizá esto se inventó para legitimar su encono contra el conde. Massiá era delgado, moreno, vestido de negro, de luto; de nariz larga, de mal color y de cara de pillo.