II

LOS CLÉRIGOS

LA Junta, desde el otoño de 1838, hizo, como el conde: se desplazó y se trasladó a la pequeña aldea de Aviá, distante una media hora de Berga, para encontrarse sola y a sus anchas.

Entre los ocho vocales que todavía asistían a la Junta, aunque no con la misma asiduidad, se contaban don Jacinto de Orteu, vicepresidente y militar; don Bartolomé Torrabadella, canónigo; don Ignacio Andreu y Sanz, abogado; don Narciso Ferrer, cura; don Ignacio Dalmau, propietario; don Salvador Vilella, don Manuel Milla y don Mateo Sampóns, los tres canónigos.

Llevaba la voz cantante en las sesiones don Bartolomé Torrabadella, hombre de genio fuerte y ambicioso.

Torrabadella fue de los contertulios de la célebre amazona irlandesa Josefina Comerford, cuando la generala de las huestes absolutistas se preparaba en Manresa a ponerse al frente de ellas y a marchar, seguida del padre Marañón, el Trapense, a obtener la gloria militar y la divina.

Don Bartolomé estuvo en su tiempo muy entusiasmado con Josefina y fue amigo de los agraviados, lo que le expuso a caer bajo la zarpa del conde de España.

El canónigo era alto, fuerte, voluminoso, un poco encorvado. Parecía hombre bilioso, los ojos amarillentos, la cara arrugada, larga y marchita, con ojeras moradas negruzcas, el pelo negro y brillante, la expresión con frecuencia llena de ironía. Al verle daba la impresión de un individuo absorto, embebido en graves pensamientos.

Torrabadella había conquistado el pueblo con su seriedad, su austeridad y sus costumbres severas. Torrabadella cultivaba el aire glacial que a él le convenía y le daba aspecto de personaje propicio para llegar a obispo o algo más. El reverendo padre era hombre de una pieza. Aquella cara grande, amarillenta, arrugada, llena de gravedad, parecía tallada para pertenecer a un Cisneros, a un Richelieu o a un Alberoni. En el interior del alma Torrabadella se sentía celoso de todo y de todos; guardaba el recuerdo de las ofensas con verdadero entusiasmo, se vengaba si podía y disimulaba su rencor y sus celos con buenas palabras.

Don Narciso Ferrer, otro de los elementos de acción de la Junta, verdadero campeón de la teocracia, era de cerca de Mora de Ebro. La gente de los pueblos de los alrededores dice de los de Mora:

Gent de Mora, gent traidora;

socorreu als de Falset,

que les bruixes sen barallent

al castell de Miravet.

Don Narciso Ferrer había sido cura de una aldea del Maestrazgo, y después de Castellfort, donde se había mostrado intransigente y fanático.

Don Narciso Ferrer era hombre de mediana estatura, fuerte, de cabeza enorme, los ojos claros, el pelo rojizo, los brazos largos, las piernas torcidas, la mirada enérgica y el aire lleno de decisión y de atrevimiento.

Torrabadella y Ferrer, unidos, hicieron un plan de Gobierno y se repartieron los altos cargos del clero de Cataluña entre los amigos para después de ganar la guerra, y, naturalmente, en su plan no se olvidaban de sí mismos.

Torrabadella, lo mismo que Ferrer, sentía una gran apetencia del mando.

Eran los dos a cuál más despóticos e intransigentes.

El cura, lógicamente, siente afán de dominio. El cura comprende, a veces, que su creencia puede no ser cierta; pero ve muy claro que como técnica de solidaridad social no hay otra parecida a la suya.

Si las acciones no tienen una sanción más allá de la vida y tampoco más acá, ¿qué valor absoluto se puede conceder al bien y al mal? Ninguno. Se les concederá un valor relativo social, y las leyes de la ética serán como un código no escrito. Indudablemente esto para las masas, ávidas y llenas de ansias de sensualidad, es poca cosa.

Eran dos tipos completamente distintos Torrabadella y Ferrer; el uno, bilioso, rencoroso, que concibe proyectos, los analiza fríamente y los madura con tiempo, buscando las circunstancias favorables; el otro, el hombre sanguíneo, un poco toro, que realiza las cosas exaltándose y venciendo los obstáculos encontrados en su camino.

Torrabadella comprendió pronto, al tratar a Ferrer, que era un auxiliar inapreciable y que podía contribuir como ningún otro a desembarazar a todos del conde de España.

Desde que adquirió tal idea Torrabadella tendió a que don Narciso Ferrer tuviera cada vez más influencia en la Junta.