I

AGRAVIOS DE LA JUNTA

LA Junta de Berga, cada vez más hostil al conde, iba por momentos trabajando contra él de una manera subterránea. Él seguía haciendo arbitrariedades, impuso exorbitantes multas a los pueblos afectos por retardar el pago de las contribuciones; maltrató a un cura de Berga por haber dado sus pantalones a un prisionero andrajoso, desterró a cientos de infelices, depuso a Porredón, el Ros de Eroles, por no cumplir sus órdenes incendiarias, y cometió un sin fin de atropellos.

La Junta hizo una extensa relación de sus abusos y la envió a don Carlos. Demostró cómo el conde obraba sin justicia y con precipitación, equivocándose con frecuencia. Así, cuando hizo comer un día un pan de munición y beber una tinaja de agua a un panadero capitán de voluntarios realistas, dándole al mismo tiempo continuos latigazos, porque había dado de comer un pan malo a los soldados enfermos, resultó luego que el tal capitán no era el panadero ni el asentista del hospital de donde se quejaron al conde de la mala calidad del pan.

Nombró también inspector de escuelas por medio de un oficio irónico al coronel más lerdo e ignorante de la provincia, según él mismo dijo.

El Ros de Eroles escribió una carta a don Carlos dándole muchos detalles del campo carlista catalán, explicándole las brutalidades y los incendios ordenados arbitrariamente por el conde de España. Don Carlos quedó perplejo; en cambio, la princesa de Beira dijo a sus amigos: «Se le va a destituir al conde por bestia, y se le sustituirá con Segarra».

Las personas más dignas de la Junta se retiraron de ella; los que quedaron, guiados por don Bartolomé Torrabadella y don Narciso Ferrer se acomodaron, al parecer, con el conde, no dándose por enterados de las humillaciones y buscando la ocasión de destituirle o de inutilizarle.

El partido furibundo, hasta entonces tan partidario suyo, se fue poniendo en bloque en contra de él. En los pueblos de la montaña corría el runrún de su traición.

«Ese lleva la misma marcha que Maroto», se decía en todas partes.

Al mismo tiempo venían noticias de que el conde estaba íntimamente ligado con un Comité transaccionista de París y que trataba de vender al ejército carlista de Cataluña en la primera ocasión que se presentase.

Los partidarios acérrimos de la Junta consultaron varias veces con Arias Teijeiro, quien se quedó en Berga a jugar con dos barajas y sirvió de consejero y de apoyo en el plan para destituir al conde. El botánico gallego era un intrigante, un pedante vanidoso, un enredador, y concluía siendo antipático a todo el mundo.

Arias Teijeiro habló con el Ros de Eroles, con el Pep del Oli y con Tristany, y quedaron de acuerdo en ayudarse unos a otros para destituir al conde.