LOS ALOJADOS DE CASA DE MESTRES
LAS divergencias entre los amigos y enemigos de la Junta se reflejaban en Berga en pequeños detalles. Cuando la Junta estaba en baja los amigos y partidarios tenían que soportar más alojados en sus casas.
Por entonces en la de Mestres había tres oficiales, los tres bastante estruendosos y molestos. La vieja, la madre de Susana, se quejaba; hablaban de noche, no la dejaban dormir. Susana se mostraba también descontenta por el mucho trabajo dado por los huéspedes; únicamente la Nemesia se encontraba a sus anchas; podía coquetear con los oficiales.
Entonces, Mestres, al oír las quejas de los unos y de los otros, se le ocurrió enviar a su mujer, a su suegra y a la niña, a descansar a una casa de campo que él poseía en Oliana.
«Vaya usted también —le dijo a Hugo—. Yo les acompañaré unos días».
La Nemesia hubiera ido con gusto, pero, al parecer, comenzaba a estar en relaciones formales con uno de los oficiales carlistas.
Susana no aceptó el proyecto de ir a la masía de buen grado; le asustaba verse sola con Hugo en el campo y dijo que no le gustaba la idea. Mestres, al saber la negativa, se incomodó; le parecía una tontería por parte de su mujer.
Consideraba a Susana como una persona versátil, caprichosa, ligera y, en cambio, tenía a Nemesia por mujer razonable y discreta. Hugo creía todo lo contrario; para él, Susana era una mujer admirable, y en cambio la Nemesia se distinguía por lo chismosa, por lo redicha y por lo vulgar. Quizá, en el fondo, la opinión del amo de la casa era una finta, una broma que gastaba a los demás y que quizá se gastaba también a sí mismo.
Como Mestres no permitía que se le contradijese, y menos cuando pensaba que tenía razón, decidió que su suegra, su mujer, su hija y Hugo fueran a pasar una temporada a la casa de campo de Oliana.
Pocos días después Hugo se encontraba con Pilar en el portal de la casa.
—¿Qué hacen ustedes? —le preguntó la aragonesa.
—Parece que nos vamos a Oliana.
—¿Quiénes?
—Susana, su madre, la niña y yo.
—¿A dónde? ¿A alguna casa de campo?
—Sí. A una casa de campo que tiene Mestres. Pilar miró a derecha e izquierda, vio que no había nadie y dijo a Hugo en voz baja:
—¿Y usted, qué hace con Susana?
—Yo, nada. ¿Qué quiere usted que haga?
—Ella le quiere a usted.
—¿Usted cree?
—Si usted también lo sabe; no se haga usted el tonto.
—No me hago el tonto.
—Si usted quiere, ella se va con usted; dejándolo todo.
—No sé; tiene la niña.
—¿Y por qué no se va a llevar a la niña? Yo le digo a usted, que si usted se lo propone, ella se va con usted. Yo la conozco bien. Sé cómo es.
—Pues no. Le he propuesto que venga conmigo a Inglaterra y no quiere.
—No me lo proponga usted a mí.
—¿Por qué?
—Porque iría.
Y la Pilar subió las escaleras, riendo.
Hugo pensó en lo que le había dicho. La Pilar conocía a Susana probablemente mejor que nadie. Y sabía su manera de ser.