II

LUCHA EN LA SOMBRA

EL conde comprendió que para dominar la comarca y averiguar las tramas de sus enemigos necesitaba intensificar la policía secreta. La había organizado en gran escala cuando fue capitán general de Cataluña; la preparó con menos medios en Berga.

Algunos oficiales y sargentos fieles, a quienes dio atribuciones hasta para hacer de agentes provocadores, fueron a escuchar a los cafés y posadas. El miedo era fuerte, reinaba la más absoluta prudencia. Con el conde, chitón, por más que aquellos agentes recomendasen las delaciones, la gente se guardaba muy bien de hacerlas.

Los comisarios de guerra, Peralta y Canina y el capellán Peña, dirigían, según se decía, la Policía entre el elemento civil.

Don Juan Gómez, comandante castellano, amigo de Pérez Dávila y poco afecto a los catalanes a pesar de que llevaba mucho tiempo en Cataluña, hablaba bien el catalán y estaba casado con una catalana, fue el que dirigió el espionaje en el Ejército.

Para contrarrestar la policía del conde, los de la Junta hicieron un recuento en las listas de sus fieles como pertenecientes a varias cofradías y congregaciones que no existían más que de nombre.

Los clericales tenían la cofradía de la Buena Muerte, la Escuela de Cristo, la Congregación de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, los Terciarios de San Francisco y la Beata Orden Tercera.

Se decía que el fundador y propagador de tales congregaciones en Berga era un protegido del canónigo Torrabadella, joven llamado Casamichana, hombre amable, guapo, contemporizador e intrigante, que sabía jugar con dos barajas y que llegó a ser obispo.

Las fuerzas de la Junta y las del conde lucharon durante algún tiempo en la sombra, hasta que se acercó el desenlace.

La situación se hizo cada vez más enredada y más tirante. Otra causa de confusión fueron las maniobras de una segunda junta formada en Cataluña, capitaneada por los intransigentes de Samsó y de Tristany. Esta nueva junta, exclusivamente militar, se ofreció a la Berga para acabar con el mando del conde de España.