I

EL COMISIONADO INCÓGNITO

EL convenio de Vergara exaltó el furor de los carlistas aragoneses y catalanes.

Durante algún tiempo la Junta de Cataluña, instalada en Berga, estuvo dividida en dos facciones: la de los nobles y la de los clérigos; no hallándose de acuerdo los unos con los otros, los títulos, poco a poco, desertaron de la Junta y quedó el elemento clerical prepotente y triunfante.

El conde de España, enemigo de todo sistema representativo, para quien sólo los mandos personales eran buenos, no podía soportar que la Junta, un organismo entre demócrata y teocrático, pudiera gobernar, y desde el principio intentó dominarla y, en parte, la dominó.

Al parecer, poco después del convenio se le comunicaron al conde de España ciertos preliminares de parte del gobierno de la Reina, proponiéndole una transacción semejante a la que acababa de verificarse en Vergara. Se le indicó también que se presentaría ante él un comisionado inglés con quien podría discutir los detalles de la posible transacción.

Por entonces, después del convenio de Vergara, se dijo que Aviraneta y otros agentes del Gobierno estuvieron en Barcelona y conferenciaron con el general Valdés y con varios banqueros, entre ellos unos ingleses.

Tiempo más tarde don Jerónimo Valdés se adelantó a la cabeza de sus tropas hacia Berga, acompañando al incógnito comisionado inglés; pero el general cristino se detuvo antes de llegar a la sierra de Viure para evitar que quedase a su retaguardia la división del Llarch de Copons.

El conde avanzó igualmente con su escolta con un pretexto de exploración estratégica. Hugo acompañó a Luis de Adell en esta excursión hasta tener a la vista Balsareny, en cuyo cerro se alzaba un castillo amarillento.

El conde, al llegar a un punto, se adelantó solo y sin escolta a recibir al comisionado y entró en un pequeño fortín. Allí tuvo una conferencia de más de una hora, terminada la cual el general regresó a su cuartel de Caserras.

¿Quién era este comisionado inglés? No se supo. Unos dijeron que el coronel Wylde, ayudante o, por lo menos, colaborador de lord John Hay en el convenio de Vergara; otros afirmaron que el coronel Colquhoun, que ayudó en su empresa a Muñagorri, y, por último, hubo quien afirmó que el misterioso personaje no era coronel ni militar, sino un inglés que se distinguía por jorobado. Como nada se sabía de tal hombre, unos prefirieron llamarle el coronel, otros el inglés, otros el jorobado y, la mayoría, el comisionado de la sierra de Viure.

Aunque nada se aclaró por una parte ni por otra del resultado de la conferencia, no fue necesario más para provocar las acusaciones de los enemigos contra el Conde. El haberse presentado más tarde en la frontera de España el marques de Mataflorida y el coronel don José Oliana, a quienes se suponía agentes del embajador español en París y de quienes se decía estaban en comunicación secreta con el conde de España, aumentó más y más las sospechas.

Mataflorida y Oliana pensaban influir entre los carlistas catalanes y arrastrarlos a la legalidad, pero no pretendían conquistar al conde de España. Mataflorida era enemigo del conde. Los absolutistas catalanes creyeron en la confabulación de los dos, y esta fue una de las causas, o por lo menos, pretexto de las violentas medidas que se tomaron poco después contra el conde de España.

Se dijo también que el príncipe de Lichnovsky fue a Bourges con la representación del conde y de otros jefes carlistas para pedir a Don Carlos permiso para acogerse al convenio de Vergara.

Por aquel tiempo Don Carlos escribió al conde una carta autógrafa desde Bourges; en la carta le decía que después de la traición de Maroto había colocado toda su confianza en sus dos más fieles vasallos, el conde de España y el de Morella, y en los heroicos esfuerzos que iban a hacer los dos para salvar la santa causa de la religión y de la legitimidad.

La carta se leyó en la orden del día a todas las tropas del ejército carlista de Cataluña, y los soldados, después de la lectura, prorrumpieron en vivas al Rey y al general.