ADVERTENCIA DE RODIL
AVIRANETA se despidió de Arrazola y se marchó con sus documentos en el bolsillo.
Hizo sus preparativos de marcha, y días antes de salir de Madrid se presentó en la modesta casa de huéspedes de la calle de Carretas el general Rodil.
Rodil era un señor pequeño, flaco, empaquetado, de cara estrecha, nariz larga, ojos juntos, cejas fijas, boca de labios delgados y pelo rubio que comenzaba a blanquear. Este antiguo masón tenía aire de zorro, pero de zorro sin gran malicia. Hablaba con acento gallego.
—Amigo Aviraneta —le dijo Rodil—, Espartero ha sabido que usted va a salir de Madrid con una comisión del Gobierno, y ha dado una orden terminante, aunque reservada, a los cuatro puntos cardinales de la Monarquía para que se le prenda a usted.
—¿Cómo lo puede usted saber, mi general?
—Bástele a usted saber que lo sé y de buena tinta. No le digo a usted las intenciones que llevará nuestro dictador. Desde el momento que identifique su persona, se le fusilará inmediatamente. Amigo Aviraneta, hágame usted caso y suspensa usted su viaje.
—¿No me puede usted decir de dónde le viene la noticia, mi general?
—¿Para qué lo quiere usted saber?
—Para cerciorarme de su exactitud.
—Esté usted seguro.
Aviraneta dio las gracias a Rodil y le confesó que era cierto que el Gobierno le había mandado una nueva comisión para ver si podía sembrar la discordia entre los facciosos de Cataluña por iguales o parecidos medios a los empleados por él en las provincias Vasco-Navarras.
Hablaron los dos largamente. Aviraneta quiso hacer confesar a Rodil de dónde estaba enterado de la comisión que le daba de nuevo el Gobierno; pero Rodil calló.
Cuando Rodil se marchó, Aviraneta mandó una esquela a Pita Pizarro contándole lo ocurrido, y Pita Pizarro fue inmediatamente a su casa y le dijo:
—Esto creo que no pasa de ser una intriga de los ayacuchos. No haga usted caso. Espartero no tiene atribuciones para ordenar una cosa así. Si fuera capaz de hacerlo, se vería con nosotros, y le daríamos la batalla.
—¿Y si ha dado esa orden?
—No lo creo. No es posible que sepa su salida de Madrid en comisión de Gobierno; lo hubiera consultado al ministro de la Guerra. Yo creo que la gente ha hecho la suposición de que usted va a salir de nuevo de viaje, y alrededor de esa suposición ha urdido el resto de la historia. Hay mucho chisme, mucha maquinación. Yo no puedo obligarle a que se vaya; sin embargo yo, como usted, no suspendería el viaje.
—Nada, entonces me voy; no quiero que se diga que tengo miedo.