BOURGES
BOURGES, por entonces, era un pueblo muerto, estancado, sin energías, de vida sórdida y triste, en el cual todos los elementos activos emigraban o se acomodaban a una existencia rutinaria y mísera. Su población decaía, iba disminuyendo paulatinamente.
Es el carácter de nuestra época, iniciado con la concentración de la inteligencia y del capital en las grandes ciudades. Desde hace muchos años, los gérmenes vivos de los países van de una manera automática abandonando, primero la aldea, luego la ciudad pequeña, y reconcentrándose en la capital. De tal modo, las capitales se hacen cada vez más inteligentes, cultas y audaces, y los campos y las aldeas más rutinarios, inertes y torpes.
Si la tendencia indicada se intensifica como parece que se ha de intensificar, al cabo de algún tiempo las capitales estarán rodeadas de una zona habitada por una humanidad inferior, buena sólo para cultivar patatas o coles.
Bourges era un pueblo francés del centro, oscuro, húmedo, un poco triste; una capital de provincia clásica, de un gran espacio para su población, de calles anchas, desiertas, con vastos jardines y terrenos interiores vacíos.
Los ríos Auron y Yevre, que rodean la ciudad, le daban, al amanecer y al anochecer, grandes y densas nieblas. En el pavimento nacía la hierba con abundancia y en los tejados, casi todos muy empinados, crecían los musgos verdes.
Bourges tenía entre sus edificios muchos jardines y espacios desiertos; tales espacios le daban un aire triste y melancólico de cementerio o de pueblo ruinoso.
Las calles anchas se hallaban formadas por hoteles grises, pobres, con sus ventanas y sus persianas verdes. La mayoría eran casas de dos pisos, con tejados apuntados, continuadas por tapias sobre las que se destacaban las copas de los árboles. Por encima de los tejados, enfilando algunas calles, se veían las dos torres de la catedral: la Torre Sorda y la Torre de la Manteca.
Había en la ciudad dos series de calles concéntricas, límites del recinto de la antigua urbe que en épocas sucesivas encerraban la catedral. Esta, si desde lejos no tenía gran aspecto, de cerca se la veía llena de rosetones, bajos relieves y figuras de arte gótico.
En las vías principales de Bourges el comercio era pequeño; los cafés oscuros y tristes; abundaban las tiendas de tejidos, las cuchillerías y los almacenes de granos, de lanas y de pieles. En los bulevares nuevos, abiertos sobre las antiguas murallas, se levantaban fábricas de diversas clases, principalmente de paño y fundiciones.
Los alrededores de la ciudad eran fértiles, un tanto melancólicos; el campo, lleno de huertas y de praderas, cruzado por acequias y por algunos canales, estaba siempre verde.