4

Marc salió del pueblo y condujo por la carretera de curvas que llevaba a la cala en la que se encontraba el hotel. Las vistas eran espectaculares, pero él estaba tan enfadado con su hermano y tan ansioso por resolver aquello que no se fijó. En circunstancias normales, probablemente estaría encantado de estar allí, pues la Costa Brava era uno de sus lugares predilectos donde perderse, pero en aquel preciso instante habría preferido estar en cualquier otra parte.

Vio una señal que indicaba el Hotel California y la siguió. En menos de cinco minutos llegó al aparcamiento del establecimiento, apagó el motor y se quedó pensando unos minutos. No volvió a ponerse la corbata, lo agobiaba y lo ponía nervioso y ya tenía bastante con lo del testamento como para llevar además una soga alrededor del cuello.

Respiró hondo y ensayó mentalmente lo que le iba a decir a la nieta del señor Millán. Convencido de que su razonamiento no tenía ningún fallo y de que sin duda era lo mejor para todas las partes interesadas, salió del vehículo y se dirigió hacia la recepción.

Olivia se pasó todo el trayecto de regreso al hotel en silencio, conduciendo con la mirada fija en la carretera y apretando el volante con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. Tomás, que la conocía desde los quince años, no intentó hablar con ella y tampoco le sugirió que se relajase; sabía perfectamente que no serviría de nada.

Llegaron al hotel, Olivia aparcó el coche en la parte de atrás, junto a los del resto de los empleados, y fue directa al despacho que hasta hacía pocos días había compartido con su abuelo. Una vez allí, se quitó la chaqueta, se sentó encima de la mesa y esperó a que Tomás cerrase la puerta para empezar a hablar.

—¿Por qué me ha hecho esto el abuelo, Tomás, por qué? —le preguntó furiosa, con lágrimas en los ojos. Lágrimas que se negó a derramar.

—Quizá deberías leer la carta —le sugirió él, señalando la misiva que ella sujetaba en la mano.

—La leeré después —dijo.

Ya se imaginaba qué decía esa carta y precisamente por eso tenía miedo de leerla. Igual que sabía por qué su abuelo había redactado ese estúpido testamento.

—Tu abuelo estaba preocupado por ti, Olivia. Él opinaba, como yo, que te estás obsesionando con el hotel.

—No es verdad —afirmó ella apretando los dientes—. Lo único que pasa es que hay muchas cosas por hacer y alguien debe hacerlas.

—Tienes razón, pero no puedes hacerlas todas tú sola. Confía en nosotros —abrió los brazos para darle a entender que con eso incluía al resto del personal—, contrata a alguien más si es necesario. Quizá incluso podrías darle una oportunidad al señor Martí.

—¿Un año? ¿Acaso cree que con un año tendré tiempo de arreglarlo todo? —preguntó ella, ignorando el último comentario de Tomás.

Éste suspiró y se quitó la americana. La lanzó a la butaca que había junto a otra mesa, llena de papeles, y luego se sentó encima, sin importarle si la arrugaba.

—¿Cuánto tiempo te habría parecido bien? No —levantó la mano en cuanto vio que abría la boca—, no me contestes, te lo diré yo. ¿Dos años? No. ¿Cinco? Tampoco. ¿Diez? Ni hablar. Ninguna cantidad de tiempo te habría parecido bien. Sabes perfectamente que siempre habrías encontrado alguna excusa para seguir enterrándote aquí. Lo sabes tú y lo sé yo. Y Eusebio también lo sabía.

—Yo no me estoy enterrando, lo único que estoy haciendo es luchar para sacar esto adelante —se defendió ella.

—Hay una diferencia entre luchar por sacar adelante un negocio y sólo vivir para él, Olivia. Tu abuelo lo sabía. Cuando llegaste a su vida, aunque supongo que sin querer, te contagió su pasión, y su obsesión —enfatizó— por el hotel.

—Tú lo sabías —dijo ella, abriendo los ojos como platos.

—No, la verdad es que no. No tenía ni idea de que Eusebio fuese a establecer esas cláusulas en su testamento. Pero me alegro de que lo hiciera.

Estaba convencido de que su amigo no se lo había contado a nadie, excepto a Enrique y por necesidad, y no se sentía ofendido. Aunque era un hombre muy generoso con sus sentimientos, Eusebio también era muy reservado para sus decisiones y ésa sin duda había sido una de las más importantes de su vida.

—Tiene que haber un modo de impugnarlo. No pienso permitir que mi madre se quede con el hotel y lo malvenda.

—Yo no soy un experto, pero conociendo a tu abuelo y a Enrique, me juego mi mejor caña de pescar a que el testamento es totalmente legal e inimpugnable.

Olivia no dijo nada, pero en el fondo ella también opinaba lo mismo. Su abuelo siempre había sido muy concienzudo y Enrique Castro era un gran notario; seguro que antes de dar por bueno el documento lo habían revisado hasta la saciedad en busca de puntos débiles o irregularidades.

—Puedo entender que él se preocupase por mí —concedió Olivia— e incluso que no quisiera que me encargase del hotel yo sola. Pero ¿meter a ese tal Martí en casa? ¿Acaso se volvió loco? Ese tipo vino aquí para comprar el hotel, por el amor de Dios.

—Reconozco que es una elección arriesgada, pero tu abuelo tenía un don para conocer a la gente.

—Y quizá a Martí se le dé muy bien engatusar —sugirió ella, sarcástica.

—Mira, yo sólo hablé con Álex Martí un par de veces cuando estuvo aquí y me pareció muy profesional. Tu abuelo se pasó días con él repasando las cuentas y luego incluso lo llamó por teléfono cuando ya había rechazado la oferta de la cadena a la que Martí representaba. Eusebio no era ningún estúpido y tú misma me dijiste que sólo habías hablado con Martí diez minutos.

—Para una vez que cojo la gripe y tiene que ser precisamente durante la visita de ese tiburón. Seguro que le hizo la pelota al abuelo para metérselo en el bolsillo.

—Diciendo eso estás insultando a Eusebio, Olivia —le recordó Tomás.

—Martí no me gusta.

—Nunca te ha gustado compartir tus juguetes, pero ahora no tienes más remedio que hacerlo.

—Eso ya lo veremos.

Marc se plantó frente a la recepción y esperó a que el recepcionista dejase de tirarle los tejos a la huésped a la que estaba atendiendo. En cuanto la mujer se marchó, sonrojada y con una sonrisa de oreja a oreja, él dio un paso hacia adelante y se presentó:

—Soy Álex Martí, me gustaría hablar con la señorita Millán, por favor.

El recepcionista lo recorrió con la mirada y le dejó claro que lo que había visto no lo había impresionado.

—¿Le importaría decirme de qué se trata? —le interpeló el hombre.

Era una pregunta educada, pero el tono distó mucho de serlo.

—Es personal.

—Un momento. —Descolgó el teléfono y marcó dos cifras. Esperó a que contestasen en el despacho—. ¿Olivia? Hay un señor que quiere hablar contigo. —Hizo una pausa y después respondió a la pregunta que le había hecho su interlocutora—. Álex Martí. Comprendo. Adiós.

Marc enarcó una ceja y esperó a que el estirado recepcionista le comunicase qué le había dicho la señorita Millán.

—Espere aquí —le indicó y Marc habría jurado que lo vio sonreír por lo bajo.

—Gracias —respondió con cortesía y retrocedió hasta una mesilla que estaba llena de folletos sobre la Costa Brava. Cogió uno y empezó a leerlo.

Seguro que la señorita Millán lo iba a hacer esperar.

—Era Roberto —le anunció Olivia a Tomás, después de colgar el teléfono—. Álex Martí está en recepción.

—Deberías salir a hablar con él, o invitarle a entrar.

Ella levantó ambas cejas.

—Vamos, Olivia. Tu abuelo se puso en contacto con ese hombre por algún motivo. No me dirás que no quieres averiguarlo.

—Lo único que quiero es echarlo de aquí —dijo ella.

Era consciente de que se estaba comportando como una malcriada, pero en aquel instante no le importaba. La decisión de su abuelo le había hecho daño y tenía derecho a la pataleta.

—Entonces habla con él —le sugirió Tomás—. Habla con él y averigua el modo de echarlo. Si no lo conoces, nunca sabrás si abusó de la confianza de Eusebio o si tiene algún trapo sucio.

—¡Tienes razón! —exclamó y saltó de la mesa—. ¡Tienes toda la razón! —Se acercó a Tomás y le dio un beso—. Creo que iré a hablar con él.

El hombre sonrió, aunque intentó disimularlo. Olivia siempre había tenido debilidad por los misterios, empezando por las novelas de Agatha Christie y terminando por su leve adicción a todas las series de detectives que daban en la tele. Adicción que ella negaría incluso bajo tortura.

—Iré a hablar con él y encontraré el modo de echarlo —le dijo de nuevo, frente a la puerta.

—Mantén la mente abierta, Olivia. Recuerda que tienes un año para conservar el hotel y quizá Álex Martí, aunque no te guste, pueda ayudarte.

—Está bien, te prometo que lo escucharé.

«Hoy, porque, si mañana sigue aquí, lo echo a patadas».

Tomás no la creyó, reconocería una mentira suya a la legua, pero fingió que no se daba cuenta y la dejó marchar. Y le deseó toda la suerte del mundo a Martí, pues iba a necesitarla.

Marc tenía la mirada fija en un folleto que hablaba de las excelencias de las escuelas de submarinismo de la zona, pero en su cabeza empezaba a cuestionarse si había hecho bien en ir al hotel. Quizá debería haber esperado un par de días.

—Veo que está impaciente por meter sus manos en mi hotel, señor Martí.

«Sí, debería haber esperado».

Él dejó el folleto y se dio media vuelta para enfrentarse a la que probablemente sería una mirada fulminante de la nieta del señor Millán.

—He pensado que a los dos nos iría bien hablar un poco, señorita Millán, ¿usted no?

A pesar de lo que le había dicho a Tomás, Olivia había salido allí dispuesta a arrancarle los ojos al tal Martí, pero cuando éste se dio la vuelta y lo vio de cerca, algo la hizo titubear. Aquel hombre estaba muy cansado. Y preocupado. Y…

—Tiene una cicatriz —dijo ella, antes de poder evitarlo.

—Si se va a meter con mi aspecto físico, creo que puede tutearme. Sí, tengo una cicatriz —afirmó Marc y se esforzó para que no le temblase el músculo de la mandíbula.

La cicatriz obviamente ya no le dolía, habían pasado muchos años, pero seguía avergonzándolo.

—Lo siento, ha sido muy maleducado por mi parte —reconoció Olivia, arrepentida por haber perdido los modales, pero durante unos segundos, los ojos de él la habían descolocado. Ahora su mirada volvía a ser la fría y distante de la notaría y ella había recuperado la compostura—. Discúlpeme.

—No tiene importancia —contestó Marc, fingiendo una indiferencia que jamás había sentido en relación con aquel tema.

—¿De qué quieres hablar? —le preguntó Olivia, de nuevo a la defensiva pero aceptando tutearlo.

Marc arqueó una ceja, y le respondió:

—Del testamento, de cómo vamos a librarnos de él.

Ella lo miró confusa e intrigada.

—¿Quieres librarte de él? —Lo vio asentir y continuó—: ¿Por qué? Tú sales ganando pase lo que pase. Si el hotel va bien, tendré que comprarte las acciones y, si no, cobrarás un sueldo. ¿Por qué ibas a pretender librarte de él? —le repitió, suspicaz y desconfiada.

—Porque es obvio que tú no me quieres aquí y porque a mí nadie me ha preguntado si deseo tener algo que ver con esto.

—Dejando a un lado lo que yo quiera —dijo Olivia—, es evidente que mi abuelo deseaba involucrarte en el hotel, y que tú debiste de decirle que estabas interesado.

Marc levantó un poco la vista y vio que el recepcionista no les quitaba ojo. Además, Tomás también había aparecido en recepción y un par de camareros del bar pasaban continuamente cerca de ellos.

—¿Podemos ir a hablar a otra parte? —preguntó.

Olivia iba a negarse, pero entonces se fijó en lo que él ya había visto y accedió. Era mejor que esa conversación la mantuviesen en privado.

—Claro, sígueme, Martí —le contestó, dirigiéndose hacia una sala que había junto a la cafetería.

Era la sala de juegos para los niños que se alojaban en el hotel, pero esa semana no había ninguno, así que estaría libre.

—¿Martí?

—Mi abuelo tenía el hábito de llamar a la gente por su apellido y supongo que es una costumbre que he heredado. ¿Te importa?

Marc se quedó pensándolo un segundo. A él lo incomodaba mucho que lo llamase Álex, pero era consciente de que no podía pedirle que lo llamase por su verdadero nombre y ya se había resignado a ello. Que lo llamase Martí era un buen punto medio; al fin y al cabo, era su apellido y la primera sílaba era prácticamente idéntica a su nombre.

—No, para nada, Millán —añadió.

Apenas conocía a aquella chica, pero a juzgar por lo poco que había visto, era todo un carácter, así que más le valía dejarle claro que no era ningún pelele. Si ella lo llamaba por su apellido, él también.

Olivia no dijo nada, pero Marc la vio contener una sonrisa y supuso que había acertado con la jugada.

Olivia lo guió hasta la sala de juegos y abrió la puerta. Aunque no era lo correcto, entró primera para encender las luces.

Él se detuvo al ver las paredes de colores y las sillas con respaldos en forma de cabezas de animales. Había también un par de sofás para los sufridos padres que estuviesen allí acompañando a sus hijos, tapizados con un estampado que recordaba la jungla. En una esquina vio un montón de juegos, desde el parchís hasta el Lince, pasando por el Trivial y el Pictionary. En otra se amontaban hula hoops, balones, raquetas de playa y cometas.

—Siéntate —lo invitó ella, señalando uno de los dos sofás para adultos.

—Durante un segundo he pensado que me harías sentar en una de esas sillas —dijo él con una sonrisa.

Aquella sala le había recordado la sala de juegos que su madre había montado en casa cuando sus cinco hermanos y él eran pequeños. Ahora albergaba una máquina de coser y una tabla de planchar, pero Marc estaba convencido de que, al ritmo que sus hermanos estaban teniendo hijos, su madre tendría que volver a habilitar la leonera.

Olivia no le devolvió la sonrisa y fue directa al grano.

—¿Le dijiste a mi abuelo que estabas interesado en trabajar para él?

—No.

—¿Pretendes que me crea que te ha dejado el cinco por ciento de la niña de sus ojos así por las buenas, porque le caíste bien?

Marc iba a decirle que era evidente que ella y no el hotel era la niña de los ojos de Eusebio Millán, pero se calló y optó por adoptar su misma postura directa y distante.

—No. Después de que tu abuelo rechazase la oferta de Hoteles Vanity, le di las gracias por su atención y su hospitalidad y pensé que no volvería a verlo nunca más, a pesar de que durante mi breve estancia aquí tuvimos un par de conversaciones muy agradables.

—Sigue. —Acompañó la petición investida de orden con un gesto de la mano.

—Tres semanas más tarde, el señor Millán me llamó y estuvimos hablando de ciertos temas que le preocupaban del hotel —explicó con profesionalidad.

—¿Cómo cuáles? —lo interrumpió ella.

—Como renovar las habitaciones sin cerrar el hotel, mejorar la oferta de ocio para los clientes, introducir el Hotel California en las páginas de reservas online, colocarlo en los primeros puestos y cosas por el estilo. —Marc recitó lo que Álex le había contado.

—¿Por qué te lo preguntó a ti?

«Y no a mí».

—Porque, durante mi estancia aquí, le dije que me estaba planteando cambiar de trabajo y él me preguntó si estaría interesado en asesorarlo —contestó Marc, sincero.

No quería correr el riesgo de que el señor Millán se lo hubiese contado a su nieta. Quizá toda aquella conversación fuera tan sólo una trampa para averiguar si estaba mintiendo.

—¿Qué le dijiste? —Olivia clavó los ojos en los suyos.

—Le expliqué que me iba de viaje a Sevilla y a Málaga y que las cosas habían mejorado en el trabajo, que en principio no tenía intenciones de dejar la cadena. De todos modos, quedamos en hablar a mi regreso. De eso hace ya seis meses. No volví a saber de él hasta que recibí la carta de los abogados, y la tuya, citándome formalmente en la notaría. Hasta entonces, ni siquiera sabía que el señor Millán había muerto.

Olivia se quedó pensando unos segundos; la explicación de Martí encajaba a la perfección con las fechas en que su abuelo había empeorado. Probablemente, se puso en contacto con Álex Martí cuando vio que empeoraba y luego su salud dio un giro tan radical que ya no pudo volver a hablar con él y optó por escribir aquel descabellado testamento. ¿Qué habría pasado si Álex Martí y su abuelo hubiesen tenido aquella segunda conversación?

—¿No sabías nada del testamento?

—Nada en absoluto.

—¿Qué le contestaste a esas preguntas que te hizo acerca de las mejoras del hotel?

—Nada, le dije que ya hablaríamos a mi regreso.

—Entonces, ¿no tienes ni idea de cómo llevar el hotel y sacarlo adelante?

—Yo no he dicho eso. En realidad, tengo muchas ideas.

«Pero ¿qué estás diciendo, Marc?».

—¿Ah, sí? Sigo sin entender qué interés puedes tener tú en salvar mi negocio. Tú cobrarás de todos modos.

—¿Siempre eres tan desconfiada?

—Esto no es ser desconfiada, es ser inteligente. Quizá, a ti, todo esto te haga gracia. Al fin y al cabo, ahora subirás en tu coche y volverás a Barcelona, donde seguramente te reunirás con tus amigos en un bar de lo más pijo y te reirás de lo que te ha pasado hoy.

—Espera un momento…

Olivia no lo dejó continuar.

—Pero para mí es muy serio. El hotel es mi vida y tengo que sacarlo adelante. Y, al parecer, a no ser que seas un asesino en serie, o pueda demostrar que manipulaste a mi abuelo, no me queda más remedio que aguantarme y tenerte como socio durante un año.

—No soy ningún asesino en serie. Lo siento —declaró, sin sentirlo lo más mínimo—. Y tampoco manipulé a tu abuelo.

—No, él no lo habría permitido.

No dijo que él no lo hubiese intentado y, sin saber muy bien por qué, a Marc le dolió la insinuación. Se había pasado los últimos seis años levantando un muro a su alrededor y Olivia Millán había encontrado una grieta en cuestión de horas.

—Entonces tenemos que impugnar el testamento —sentenció decidido.

No iba a quedarse allí ni un segundo más de lo necesario.

—No. Antes de hablar contigo he llamado a Enrique, el notario. Si lo impugnamos, no podré dirigir el hotel y tendrá que hacerlo alguien externo. No pienso permitir que unos desconocidos metan sus narices en mis cosas. Seguro que mi madre encontraría el modo de convencerlos para que lo vendieran durante ese tiempo.

Marc no se atrevió a preguntar, pero era evidente que entre madre e hija no había demasiado afecto.

—En ese caso, ¿qué sugieres?

—No me fío de ti. Por lo que yo sé, podrías aprovechar este año para bajar el valor del hotel y vendérselo luego a tu empresa. Así cobrarías tu sueldo y probablemente tus jefes te ascenderían y te darían una comisión. Matarías dos pájaros de un tiro.

—Yo no trabajo para Hoteles Vanity —soltó Marc de repente. Por un lado la desconfianza y los insultos velados de aquella chica le estaban afectando y, por otro, necesitaba decirle alguna verdad—. Y te aseguro que no tengo ninguna intención de aprovecharme de la situación.

Por fin había dicho un par de frases que podía atribuirse como propias.

—¿Y qué es lo quieres?

La pregunta lo desconcertó. Álex le había dicho que no tenía nada que hacer con su vida y, aunque la frase le había dolido, debía reconocer que en parte era verdad, al menos en sentido profesional. En lo personal no quería pensarlo.

Por otra parte, Álex creía estar enamorado y sin duda esa chica llamada Sara le había afectado mucho. Marc sabía que no volvería de San Francisco sin recuperarla o, como mínimo, sin hablar con ella. Su hermano le había pedido dos o tres meses y Álex siempre lo había ayudado. Era de los pocos que nunca lo había condenado.

—Quiero quedarme aquí.

—¿¡Qué!? —Olivia se puso en pie y se plantó delante de él—. ¿No decías que no estabas interesado en el hotel?

—Y no lo estoy. Escúchame un segundo, por favor. —Le señaló el sofá con la mano y ella volvió a sentarse.

—Empieza a hablar.

—Me quedaré tres meses, quizá en dos podamos lograrlo, pero creo que tres es un plazo más realista.

—¿Para qué?

—Haremos reformas, pondremos el hotel al día y conseguiremos vender la ocupación de toda esta temporada y la siguiente. Estableceremos un plan, una hoja de ruta —añadió, al ver que ella le prestaba atención—. Y la llevaremos al notario para que vea que el hotel tiene el año y, lo más importante, el futuro aseguradas. Estoy convencido de que, entonces, Enrique Castro encontrará el modo de que podamos saltarnos la cláusula de esperar todo el año. Tú podrás quedarte de nuevo con el cien por cien de las acciones, y yo podré seguir con mi vida.

—Después de haber cobrado tu dinero —apuntó Olivia.

No quería reconocerlo todavía, pero era una gran idea. Tres meses pasaban en un abrir y cerrar de ojos y el tal Martí parecía estar convencido de que podía lograrlo.

—Sólo la parte proporcional a tres meses.

—¿Y si en tres meses no lo consigues? —le preguntó, entrelazando los dedos.

—Quizá para entonces el notario haya averiguado cómo impugnar el testamento y puedes deshacerte de mí.

—Pareces muy seguro de ti mismo.

«Si tú supieras…».

—Mira, tal como te he dicho, en la actualidad no trabajo para Hoteles Vanity. —Suspiró y se pasó las manos por el pelo, que, a esas alturas, tenía más que despeinado—. Digamos que me estoy replanteando qué hacer con mi carrera profesional. Tres meses no son nada y, si tu abuelo pensó que yo podía ayudar, no pierdes nada por intentarlo, ¿no crees?

«Y así yo le hago un favor a mi hermano y reúno el dinero para mi clínica veterinaria. Y de paso quizá me olvide de quién soy».

Olivia se quedó observándolo de nuevo. Igual que cuando lo había visto en recepción, no podía quitarse de encima la sensación de que su mirada ocultaba mucho más de lo que mostraba. La primera vez que Álex Martí visitó el hotel, sólo lo vio diez minutos, cierto, pero su presencia le resultó completamente indiferente, incluso olvidable. En cambio, ahora, no podía dejar de mirarle los ojos y el modo en que apretaba la mandíbula cada vez que creía que ella le examinaba la cicatriz. Y no porque le pareciese atractivo, que lo era, sino por algo más.

Olivia había crecido en un hotel de la Costa Brava, había vivido toda su adolescencia en una de las playas más hermosas de España, un lugar que visitaban anualmente los hombres más guapos del mundo entero: rusos, alemanes, italianos, británicos, noruegos, por no mencionar el producto nacional. No, Olivia era inmune a los tíos buenos. Los miraba, claro, habría que estar muerta para no fijarse en ciertos hombres, pero luego los olvidaba. Igual que había hecho con Álex Martí la primera vez que lo vio.

Por qué esa vez era distinto, no lo sabía, pero no iba a darle más vueltas. Probablemente se debiera a la falta de sueño, o a que echaba mucho de menos a su abuelo. O a aquella cicatriz. Fuera lo que fuese, seguro que se le pasaba en un par de días. Además, él le estaba haciendo una oferta que no podía rechazar.

—¿Lo quieres por escrito, Martí? —le preguntó, tendiéndole la mano.

—No hace falta, Millán —afirmó Marc, aceptando el apretón—. Estoy seguro de que eres de fiar —añadió en broma, en un intento algo desesperado por negar el cosquilleo que había sentido en la mano y que luego se había extendido por el brazo y el resto del cuerpo al tocarla.

—Yo que tú no lo estaría tanto —le advirtió ella.

«No coquetees, Olivia. Recuerda que tiene el cinco por ciento de tu hotel».

—De acuerdo, pues —dijo Marc soltándole la mano—. Si no tienes inconveniente, iré a Barcelona a buscar mis cosas y volveré mañana.

—Perfecto. Te prepararemos una habitación para entonces. Es lo normal para los empleados —añadió, al ver que él iba a decir algo—. Y así podremos aprovechar más el tiempo. En el pueblo no hay demasiados pisos libres y sería una estupidez que te alojases en otro hotel.

—Sí, claro. Siempre y cuando no sea ninguna molestia.

—No lo es. Mañana te presentaré a todo el mundo, aunque probablemente ya los conozcas de tu anterior visita.

—Conforme. —Marc asintió y se dirigió hacia la puerta de la sala de juegos. Se detuvo con la mano en el picaporte—. Me gusta esta sala.

—Y a mí —reconoció Olivia.

Marc abrió y caminaron el uno al lado del otro hasta la recepción. Podía notar cómo ella seguía observándolo y supuso que seguía sin confiar en su propuesta. En un acto reflejo, sacó un papel de uno de los bolsillos de la americana y aceleró el paso hasta la recepción, donde pidió que le prestasen un bolígrafo.

—Éste es mi número. —Le entregó el papel a Olivia—. Si lo piensas mejor, llámame. Yo saldré de mi casa a las ocho de la mañana. Si para entonces no he sabido nada de ti, daré por hecho que quieres seguir adelante con lo que hemos hablado.

Ella cogió el papel y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —le preguntó.

—No lo sabes —contestó sincero.

«Y la verdad es que no puedes».

—Si hubieses hablado con mi abuelo, ¿qué le habrías dicho?

Marc meditó la pregunta y decidió responder en su nombre y no como lo haría Álex.

—Le habría sugerido que hablase contigo.

Olivia contuvo la respiración y lo miró a los ojos.

—Nos vemos mañana —le dijo y desapareció por una puerta que había junto a recepción sin esperar a que él respondiese.