22

Marc estaba agotado, la clínica llevaba ya cuatro meses abierta y todavía tenía que colgar los cuadros de la sala de espera y montar un par de estanterías. Por suerte para él, el retraso de esas labores de bricolaje se debía al éxito que estaba teniendo como veterinario.

Después de un par de meses en los que cada día creía que Olivia iba a llamarlo, dejó de esperar su llamada y decidió que lo mejor que podía hacer era cumplir la promesa que le había hecho a ella y a sí mismo: seguir adelante con su vida sin dejarse arrastrar por los demonios del pasado.

Abrir su propia consulta veterinaria había demostrado ser el mejor remedio contra la soledad. Cada día se acostaba tan cansado que, aunque echaba muchísimo de menos a Olivia, se quedaba dormido. Sí, soñaba con ella, pero al menos dormía.

El primer mes lo pasó consiguiendo el dinero y solicitando todos los permisos y licencias habidos y por haber. Por fin, pidió un préstamo al banco con el aval de Álex, aunque cuando Guillermo se enteró también insistió en avalarlo. Su hermana Ágata se encargó de la imagen de la consulta y su cuñado Anthony, el marido de Helena, arquitecto de profesión, se encargó de reformar el local que al final Marc se animó a comprar.

A menudo tenía la sensación de que su familia se comportaba como si estuviese abriendo un negocio multimillonario y no una pequeña clínica veterinaria, pero la verdad era que a él le sentaba bien saber que contaba con el apoyo de todos. Se sintió como un estúpido por no haber sabido siempre que lo tenía y pensó que quizá había juzgado mal a su familia, al menos en ese aspecto, así que poco a poco fue abriéndose a ellos y empezó a hablarles del accidente y de cómo se había sentido después.

Y cuantas más cosas contaba, más se aflojaba la opresión que llevaba años sintiendo en el pecho y más ganas tenía de seguir hacia delante. Ahora, lo único que le hacía falta para ser feliz era que Olivia le diese una oportunidad… y poder cerrar un día la consulta antes de las diez.

Pero aquél no iba a ser ese día, pensó, al ver acercarse a Cristina, la estudiante en prácticas que había cometido la locura de acceder a trabajar para él.

—Tienes otra visita —le dijo Cris, ella había insistido en que la llamase así—. Dice que ese urgente.

—Todas lo son.

—¿La hago pasar?

—Sí, hazla pasar. Pero no hace falta que esperes, en cuanto la visita esté en mi despacho, huyes de aquí —le indicó con una sonrisa—. Yo cerraré cuando me vaya.

—De acuerdo, jefe —contestó la joven—. Nos vemos mañana.

—Hasta mañana.

Marc se sentó tras el escritorio y anotó unos datos en la ficha del paciente anterior, una gata preñada. Oyó que se abría la puerta y, sin levantar la vista, dijo:

—Un segundo, tengo que anotar esto antes de que se me olvide. Ya está. Disculpe que… ¡Olivia! —La falta de sueño le estaba provocando alucinaciones, pero unos ladridos le confirmaron que estaba despierto—. ¿Tosca?

El animal trotó hacia Marc y levantó las patas para apoyarse en él y empezar a lamerle la cara.

Sí, definitivamente no estaba soñando, pues tenía el rostro empapado de babas.

—Abajo, Tosca. Abajo —dijo Olivia y su perra la ignoró durante unos segundos.

A ella no le extrañó. Si tuviese el valor y el descaro de su mascota, también se habría lanzado a los brazos de Martí.

Tosca obedeció y Marc se puso en pie y cogió una toalla para limpiarse la cara y las manos. Y para tener tiempo de pensar. ¿Qué significaba aquella visita?

—Vaya, Verdi —señaló Olivia, al reconocer las notas de la ópera que sonaba de fondo.

—Sí, ya sabes lo que dicen: la música amansa a las fieras.

Se quedaron mirándose. Él intentó sonreír y contener su optimismo y ella se mordió nerviosa el labio inferior.

—Tu ayudante me ha dicho que tienes toda la semana ocupada, yo le he contado que creía que Tosca cojeaba para que me dejase entrar. Me alegro de que tengas tanto éxito.

—¿Tosca cojea? ¿Desde cuándo? ¿Por qué no la has llevado al veterinario que hay cerca del hotel? ¿Ha cerrado la consulta? Con lo organizada que eres, me extraña que hayas esperado para traerla aquí.

—No, Tosca no cojea. Pero me alegra ver que me conoces tan bien. Si cojease, la habría llevado al veterinario de inmediato. Y gracias por decir organizada y no neurótica.

Marc se encogió de hombros y le quitó importancia.

—Entonces, si Tosca está bien, ¿qué puedo hacer por ti? ¿Ha sucedido algo en el hotel? Le dije a Enrique que me llamase si tenía que firmar algún papel.

—El hotel sigue en pie y, al parecer, goza de una salud financiera excelente, en parte gracias a ti. Pero no he venido a verte por eso.

—¿Ah, no? ¿Y por qué has venido?

—Porque tenía que preguntarte algo —dijo, acercándose a su lado.

Marc la miró a los ojos y vio que estaba nerviosa, aunque probablemente menos que él.

—¿Qué es lo que deseas preguntarme? —Colocó una mano en la camilla que tenía al lado para no tocar a Olivia.

—¿Cuando estemos en casa puedo seguir llamándote Martí?

—¿Qué has dicho? —Marc se sujetó a la camilla con las dos manos. Tenía que asegurarse de que la había entendido bien.

—Me gusta llamarte Martí; además, tú eres el único que me llama Millán.

—Puedes llamarme como quieras —contestó perplejo.

—Supongo que Tomás también seguirá llamándote Martí —prosiguió Olivia—, pero a los demás les diré que te llamen Marc. Quiero que Martí sea sólo para mí.

—De acuerdo —aceptó él en cuanto ella dio otro paso y quedó justo delante de él.

—Siento haber tardado tanto —dijo Olivia levantando una mano para acariciarle la mejilla—. Y siento mucho haberte comparado con mi madre y con Nicolás. Tú no eres como ellos. Tú jamás mentirías para hacerme daño.

Él cerró los ojos y apoyó la mejilla en la palma de su mano.

—¿En casa? ¿Has dicho «en casa»? —preguntó, abriendo de repente los ojos.

—Sí, bueno —dijo Olivia, sonrojándose y de golpe insegura. Intentó apartarse, pero Marc soltó la camilla y la rodeó a ella por la cintura—. Después de que te fueras, me resultaba imposible dormir en nuestra habitación —confesó Olivia y él intentó no alegrarse de ello, pero falló—. No podía dormir en ninguna habitación. Todo me recordaba a ti.

—¿Tendrás muy mala opinión de mí si digo que me alegro?

—Depende. ¿Tú has pensado en mí?

—Sólo cada segundo —reconoció, mirándola a los ojos.

—Entonces no, no tendré mala opinión de ti —dijo Olivia aliviada y animada por su reacción—. En fin, al cabo de dos semanas, decidí ir a casa de mi abuelo e intentar dormir allí. El primer día lo conseguí, más o menos. Pero cuando me desperté, empecé a pensar en las reformas que podía hacer para instalarme allí y mi subconsciente tuvo el acierto de incluirte en mis planes.

—Más tarde le daré las gracias a tu subconsciente como es debido.

—La casa está todavía en obras, pero Tosca y yo nos sentimos muy solas sin ti.

—Supongo que es una casa grande.

—Podría ser tan diminuta como una caja de zapatos y yo seguiría sintiéndome sola. Sé que acabas de abrir la consulta y que quizá no te apetece tener que conducir tanto cada día para ir de casa al trabajo. Oh, Dios y no te sientas obligado a decir que sí, porque yo…

—Cállate, Millán.

Martí agachó la cabeza y Olivia fue a su encuentro. Pero los labios de él se detuvieron a escasos milímetros de los suyos.

—¿Qué sucede? —preguntó Olivia con el corazón latiéndole desbocado y con el estómago encogido.

—Ahora que lo pienso —dijo Marc—. Todavía no me has preguntado nada.

—¿Quieres vivir conmigo durante el resto de tu vida?

—¿No te parece mucho tiempo? —dijo él, apartándose un poco, sólo lo justo para poder rozarle la nariz con la suya.

—Te pediría más para recuperar estos meses que hemos perdido por mi culpa, pero no quiero asustarte.

Sus respiraciones se entremezclaban. Ella se había aferrado a sus antebrazos y podía notar cómo temblaba y Marc le apretaba la cintura con las manos.

—Puedes pedirme lo que quieras, Millán. Contigo a mi lado no me asusta nada. Lo que me asustaba era tener que estar sin ti.

—Jamás vas a tener que estarlo. Aunque me veo en la obligación de recordarte que el hotel y su personal van incluidos en el paquete.

—Si estás tú, del resto puedo ocuparme. ¿No crees que te olvidas de decirme algo?

—Te amo, Martí. Lo que siento por ti deja en ridículo todas las óperas del mundo. No sé cómo explicarlo. —Cerró los ojos y los abrió tras unos segundos—. Y después de lo que te dije aquel día que vino mi madre, no sé si me creerás, pero hasta que tú me besaste, no entendía que alguien pudiese morir de amor. Tengo ganas de meterme dentro de ti, bajo tu piel, de poder entrar en tu corazón del mismo modo que tú estás en el mío y no salir nunca más de allí. Te amo. Lamento mucho haber tardado tanto en ser lo suficientemente valiente como para venir a buscarte y siento no haber sabido entender lo que estabas pasando y…

—Eh, amor. —Marc le puso un dedo en los labios para acallarla—. Si algo he aprendido en todos estos años es que los remordimientos no sirven de nada. Tú me amas y yo te amo. Y ahora estamos juntos. Eso es lo único que importa, Millán —concluyó emocionado.

Por fin se dieron aquel beso que llevaban tanto tiempo esperando. Marc la levantó en brazos, igual que solía hacer siempre que la besaba y, sin apartar los labios de los suyos, la hizo girar en el aire. Ella le devolvió el beso y se sujetó con fuerza del cuello de él.

Por nada del mundo iba a dejarse ir.

Y Marc no pensaba soltarla jamás.

—He estado pensando —dijo Olivia, separándose un poco.

—Esa frase nunca augura nada bueno —contestó él con una sonrisa.

Tras ocho meses sin sonreír, le gustaba la sensación de ser feliz.

—Podríamos invitar a toda tu familia al hotel este verano. Aún faltan unos meses y la casa entonces ya estará terminada. Sería bonito y podríamos aprovechar para casarnos.

Marc la miró y vio que intentaba disimular lo nerviosa que estaba. Amaba a aquella mujer, era valiente y sincera, y ahora que había decidido entregarle su corazón, al parecer no estaba dispuesta a perder ni un segundo. Él no se había atrevido a soñar con ese momento y sí, le habría gustado ser quien se lo pidiera, pero no podía imaginarse una declaración de amor más perfecta.

—La respuesta es sí, Millán. Y ahora, bésame.

—Será un placer, pero antes, bésame tú, Martí.