Ocho meses más tarde
Primer aniversario de la muerte de Eusebio Millán
Olivia estaba sentada en la cama de su habitación y en la mano sujetaba un marco en el que había una fotografía de ella con su abuelo. Seguía echándolo mucho de menos, pero, ahora, la gran mayoría de las veces que pensaba en él era para recordar buenos momentos. Llamaron a la puerta y respondió sin levantarse:
—Adelante.
Ya sabía quién era. Recorrió el rostro de su abuelo con el pulgar y sonrió sin darse cuenta.
—¿Estás lista? —le preguntó Tomás al entrar. La miró de arriba abajo y se percató de que se había esmerado mucho en arreglarse—. Él no va a venir. Lo sabes, ¿no?
—¿Quién?
—El rey de Roma. Quién va a ser, Martí. Por eso te has puesto tan guapa.
—Se llama Marc y no sé a qué te refieres —contestó Olivia, dejando la foto para ponerse en pie—. Aunque gracias por el cumplido.
Tomás le dijo con la mirada que a él no lo engañaba y no se dejó amedrentar por su fingido desinterés.
—Primero, para mí siempre será Martí —sentenció Tomás—. Antes supuestamente se llamaba Álex y todos lo llamábamos Martí. Incluida tú. No veo por qué no podemos seguir llamándolo así. Segundo, conmigo no te hagas la tonta, te conozco desde que eras una niña. Y esa camisa no te la has puesto para mí ni para Enrique. Y además te has maquillado —señaló, como si hubiese dado con la prueba definitiva.
—Esta camisa me la pongo mucho y casi siempre me maquillo —se defendió ella.
—¿Hasta cuándo piensas seguir así, Olivia? Sí, Martí te mintió, no te dijo quién era, pero te ayudó y se enamoró de ti. Cualquier idiota podía verlo. Y cuando se fue, te contó algo muy íntimo. Le pediste que te diese tiempo. ¿Cuánto tiempo te hace falta para saber que estás echando a perder los mejores años de tu vida?
—No debería habértelo contado —se quejó ella, furiosa consigo misma y con Tomás por obligarla a pensar en Martí—. Y no lo sé. No sé cuánto tiempo tendrá que pasar. Hay días en que pienso que le he perdonado, que ya no me importa que me mintiese, pero entonces me acuerdo de mi madre, de todas las veces que ella me ha mentido, y empiezo a preguntarme cuál será el próximo engaño de Martí. Y entonces me doy cuenta de que no le he perdonado de verdad.
—No estás siendo justa con él, Olivia. Martí no es como tu madre. Cometió un error, pero durante todo el tiempo que estuvo aquí, sólo intentó protegerte y hacerte feliz.
—¿Tú de qué lado estás?
—Del tuyo —afirmó rotundo y después suspiró resignado. Conociendo como conocía a Olivia, aquella conversación no llegaría a ninguna parte—. Si no quieres a Martí, no lo quieres, yo no haré nada para convencerte de lo contario —sentenció—. ¿Estás lista? —le preguntó con una sonrisa.
—Lo estoy.
El brusco cambio de tema y de actitud sorprendió a Olivia, pero cogió el bolso y aceptó el brazo que Tomás le ofrecía sin cuestionárselo.
—Martí no va estar, pero su hermano Álex, sí —le dijo entonces el hombre al entrar en el coche—. Enrique me llamó para explicarme que esta vez había confirmado la cita con el hermano adecuado.
—Enrique se ha portado muy bien. No sé qué habría hecho sin él. Ni sin ti —añadió esquivando de nuevo el tema de los hermanos Martí.
—Enrique era muy buen amigo de Eusebio y las triquiñuelas de tu madre no le gustaron lo más mínimo. Y, en cuanto a mí, no digas tonterías. Sin mí lo habrías hecho igual de bien.
—Tú sabes que no. —Le apretó cariñosa el antebrazo—. ¿Puedes creerte lo bien que funciona el hotel? Aunque me da miedo decirlo en voz alta, por si lo gafamos.
—No lo gafarás. Martí y tú tuvisteis muy buenas ideas, formáis un gran equipo.
—Ya lo he entendido, Tomás. La sutileza no es precisamente lo tuyo.
—Mira, Olivia, si tú no lo quisieras, yo dejaría de insistir. —A pesar de lo que le había dicho antes, no podía quedarse de brazos cruzados—. Pero no puedo entender que lo quieras y que no estés con él. No puedo.
—¿Y si le perdono y dentro de unos meses me engaña con otra cosa? ¿Y si…?
—¿Y si nos cae el cielo sobre la cabeza? No puedes controlarlo todo, princesa. Nadie puede. Tienes que arriesgarte. No hay ninguna relación que venga con una garantía como la que tú le estás exigiendo a ese chico.
Olivia sabía que sus miedos eran exagerados y con toda seguridad infundados. Igual que sabía que seguía queriendo a Martí y que lo echaba mucho de menos. Lo que no le había contado a Tomás era que uno de los motivos por los que no le había llamado, el motivo más importante, era porque tenía miedo de que él le dijese que ya no la quería. Que había dejado de esperarla. Olivia era consciente de que, si eso era lo que había sucedido, se lo tendría bien merecido, por haber esperado tanto tiempo, pero le dolía imaginárselo con otra.
—Ya hemos llegado —dijo, mientras aparcaba a pocos metros de la notaría.
Ese día se cumplía un año de la muerte de Eusebio y ella iba a adquirir el cien por cien de la propiedad del hotel, previa compra del cinco por ciento que estaba a nombre de Álex Martí.
Entró en la notaría junto con Tomás y dio gracias por ir cogida de su brazo porque ver a Álex la afectó más de lo que había creído en un principio. Ella jamás los habría confundido. Y no lo decía sólo por la cicatriz, le bastaría con mirarlos a los ojos para saber quién era quién; pero su parecido era de verdad asombroso.
—Buenos días, señorita Millán, señor Palomares —los saludó Álex, acercándose a ellos de inmediato.
—Buenos días, señor Martí —dijo Olivia, que casi se atragantó con el apellido.
—Buenos días —respondió Tomás, que no podía dejar de mirarlo—. Son idénticos —añadió, y, acto seguido, se sonrojó por haber hecho el comentario en voz alta—. Disculpe.
—No se preocupe, señor Palomares —respondió Álex—. A menudo provocamos esa reacción. Sí, Marc y yo somos prácticamente idénticos.
—Como dos gotas de agua —dijo el hombre.
—Pues yo los veo muy distintos. Yo jamás los confundiría —señaló Olivia, sin darse cuenta de lo que implicaba esa afirmación.
—No sabe cuánto me alegro de oír eso, señorita Millán —replicó Álex con una sonrisa imposible de descifrar.
—Si quieren, ya pueden ir pasando al despacho del señor notario —les dijo el oficial y los tres se adentraron en la notaría.
Enrique releyó los párrafos del testamento que hacían referencia a las condiciones que tenían que cumplir las finanzas del hotel para que Olivia pudiese heredarlo en su totalidad y después siguió con la fórmula para calcular el precio que tenía que pagar por las acciones de Álex Martí. Terminada la lectura, el notario hizo los cálculos pertinentes y dijo una cantidad.
Olivia la anotó en un cheque que le entregó ipso facto a Álex, quien se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta sin mirarlo.
Concluidos los trámites y tras firmar todos los papeles —después de lo sucedido, Enrique no estaba dispuesto a cometer ningún error de última hora—, Álex se despidió del notario y de Tomás y Olivia.
—Señorita Millán, señor Palomares, sé que voy con un año de retraso, pero me gustaría expresarles mi más sentido pésame por el fallecimiento del señor Millán —les dijo serio y sincero—. Y también quisiera pedirles perdón por no haber asistido a la lectura del testamento. Mi hermano, aunque me matará si se entera de que les he contado esto, no quería hacerlo, pero yo terminé por convencerlo. Lamento mucho mi comportamiento y los problemas que les ha ocasionado.
Tanto Tomás como Olivia se quedaron mirándolo y Tomás fue el primero en reaccionar:
—Disculpas aceptadas —afirmó, tendiéndole la mano.
Álex se la estrechó y, en cuanto Tomás vio el modo en que Olivia los observaba, decidió dejarlos solos unos segundos. A ver si así ella se armaba del valor suficiente para preguntarle por Martí a su hermano.
—Creo que me he dejado una cosa en el despacho de Enrique, en seguida vuelvo.
—No sé qué puede haberse dejado —comentó Olivia en voz baja y luego subió el tono para decir—: Gracias por venir esta vez. Y por sus disculpas.
—Trátame de tú y llámame Álex —le pidió él.
—De acuerdo —convino Olivia—. Disculpas aceptadas, Álex.
—Bueno, será mejor que me vaya —dijo él entonces, señalando la puerta—. Me esperan en Barcelona.
—¿Cómo está Marc? —preguntó ella de repente, en cuanto vio que estaba decidido a irse sin darle ningún tipo de información.
Álex se detuvo y la miró a los ojos antes de responder:
—Bien. Ha abierto su propia consulta veterinaria —explicó orgulloso, presumiendo de hermano.
—Me alegro mucho —dijo Olivia y sintió una punzada de envidia y de rabia por no haber compartido con él esos momentos.
Ni siquiera sabía que Martí quisiera abrir una consulta. Ni dónde había trabajado antes como veterinario.
«Es culpa tuya. Él te lo habría contado todo si le hubieses dado una oportunidad. Eso fue lo único que te pidió».
—El dinero de las acciones se lo daré a él —le explicó Álex, tocándose el bolsillo donde se había guardado el cheque—. Tendré que discutir porque no querrá aceptarlo, pero conseguiré que se lo quede. Se lo ha ganado. Yo no lo habría hecho mejor.
—Sí, es verdad —afirmó Olivia, mirándolo a los ojos.
—Si por casualidad te lo devolviese… —sugirió Álex.
—Volvería a mandártelo a ti —terminó ella—. El dinero es tuyo, o de Martí.
—¿Lo llamas Martí? —preguntó Álex con una enigmática sonrisa.
—Sí, era una costumbre de mi abuelo llamar a la gente por su apellido. ¿Por qué?
—Oh, no, por nada. —Siguió con la misma sonrisa—. Me voy, me esperan en casa y antes quiero pasar a ver a mi hermano.
De repente, Olivia recordó la última conversación que tuvo con Marc.
—El accidente se produjo por estas fechas, ¿verdad? —aventuró en voz alta.
—¿Marc te habló del accidente? —le preguntó él, atónito.
—Sí —afirmó ella, confusa por su reacción.
—Marc nunca habla del accidente. Nunca. ¿Te contó que había tenido un accidente sin más o te habló de los detalles?
—Me contó que había salido con su mejor amigo, Daniel…
—¿También te habló de Daniel? —Álex no daba crédito a lo que estaba oyendo, su hermano nunca mencionaba a Daniel.
—Sí, me contó que salió con él y su novia Mónica y que él bebió más de la cuenta, y que, cuando Daniel se puso al volante, sufrieron un accidente. Me contó que sus dos amigos murieron en el acto y que él estuvo en coma.
Olivia no le contó el resto; no sabía si Martí se lo había explicado a su hermano y no quería traicionar su confianza.
—Marc estuvo a punto de morir. Varias veces. Dios, no puedo creer que te lo haya contado —dijo sorprendido y mirándola de un modo distinto—. Sé que mi hermano cree que debería haber muerto, pero yo no sé qué haría sin él. Se tiene por el peor de nosotros, de nuestros hermanos, pero es el mejor. Marc siempre está ahí cuando lo necesitas y nunca antepone sus sentimientos a los de los demás. Sin él, probablemente Guillermo y yo nos habríamos peleado hace años y nuestras hermanas se habrían arrancado los ojos. Marc es quien nos mantiene unidos y nos hace mejores personas.
Olivia se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había hecho también en el hotel: unirlos a todos y sacar lo mejor de ellos.
—Tal vez creerás que estoy loco —continuó Álex tras supirar—, pero voy a darte un abrazo.
Y lo hizo, la abrazó como cuando eres pequeño y abrazas a papá Noel.
—Gracias, Olivia. Gracias por devolverme a mi hermano. Estos últimos meses ha vuelto a ser el de antes. Yo creía que había sido por el hotel, pero no, has sido tú, así que gracias —repitió, antes de soltarla.
Olivia iba a decirle que no tenía que darle las gracias por nada, que en realidad era ella la que tenía que dárselas a Marc por haberla ayudado tanto. Y por haberla defendido. Y por haberla cuidado. Y por…
«Olivia, eres una idiota. Estás enamorada de Martí y es a él a quién tienes que decirle todas esas cosas, no a su hermano. Haz el favor de reaccionar antes de que sea demasiado tarde».
—Álex, dices que Martí ha abierto una consulta. ¿Te importaría darme la dirección?
Él le sonrió y buscó su cartera para sacar una tarjeta. Se la acercó, sujetándola entre dos dedos:
—Con una condición —le dijo con una sonrisa.
—¿Cuál?
—Que vengas a casa en Navidad.
Se fue sin esperar a que Olivia reaccionase y cuando ésta bajó la vista hacia la tarjeta y leyó el nombre de la consulta, sonrió:
Clínica veterinaria Martí.