Marc se detuvo al oír la voz de Olivia. Apoyó la frente en la puerta e intentó calmar su respiración.
—Espera —repitió ella—. La muerte de Daniel y de Mónica no fue culpa tuya. Es más que evidente que te has castigado por ello y que deberías dejar de hacerlo. Nada de lo que hagas conseguirá traerlos de vuelta.
Marc cerró los ojos. Ella lo estaba consolando, pero hasta el momento nada indicaba que estuviese dispuesta a darle una oportunidad.
—Lo sé, pero la realidad es que estaba borracho y que era mi coche y que fui yo el que los convenció. Y tengo que vivir con ello. —Cerró los dedos alrededor del picaporte.
—Por eso no bebes nunca —dijo Olivia de repente.
No quería que ese Martí se fuese, pero tampoco estaba preparada para decirle las palabras que lograrían que se quedase para siempre.
—No bebo desde que te conocí —reconoció él. Había llegado el momento de no ocultar nada y de ser completamente sincero—. Hay noches en las que no puedo dejar de pensar en el accidente. Oigo los gritos de Daniel y noto cómo se me clavan los cristales en la piel. El alcohol diluye los recuerdos.
—Yo nunca te he visto beber y nunca has tenido una pesadilla estando conmigo.
—Estando contigo —repitió él—. La tuve la noche antes de venir aquí. Desde el accidente, sólo he recurrido al alcohol para entumecerme emocionalmente. A tu lado no quería perderme nada, ni dejar de sentir nada, así que no me hacía falta beber.
—Yo nunca le había dicho a nadie que lo quería. Y ahora tengo la sensación de que se lo he dicho a un fantasma. —Sentía la necesidad de ser tan sincera como él lo estaba siendo—. A un hombre que no existe.
Marc suspiró y comprendió lo que ella le estaba expresando. Podría pasarse horas intentando convencerla de que ese hombre existía y era él, pero conocía a Olivia y sabía que, mientras se sintiera tan dolida, no lo conseguiría.
—¿Qué quieres que haga? —le preguntó indefenso.
—No lo sé —contestó ella con brutal honestidad—. Ahora tengo que solucionar lo del testamento. No pienso permitir que mi madre se quede con el hotel. No puedo quitarme de la cabeza que me has mentido. Quizá en tu mente y en tu corazón estuvieses siendo sincero conmigo, pero yo no puedo dejar de pensar que no ha sido así.
—Comprendo.
—No, no creo que lo comprendas —susurró.
—Pues explícamelo, por favor —le pidió Marc dándose media vuelta para mirarla.
—Mi madre es la reina de las mentiras. De pequeña me mentía cuando se iba de viaje, cuando cambiaba de amante, cuando nos mudábamos de casa. Me mentía acerca de todo. Estuvo años diciéndome que mi abuelo no me quería. Y luego, cuando se casó con mi padrastro, intentó hacerme creer que ése era mi verdadero padre. Nicolás también me mintió, me fue infiel y se acostó con una mujer tras otra en la cama en la que supuestamente iba a dormir conmigo cada noche. Y a los dos los perdoné muchas veces. Demasiadas.
—Y a mí no puedes perdonarme —dijo Marc resignado.
—No creas que todo esto me está resultando fácil. Hay una parte de mí que quiere ponerse en pie y abrazarte, besarte y decirte que no pasa nada. Pero sé que tu mentira, tu engaño, me ha dolido de un modo como nunca me habían dolido las mentiras de mi madre ni las de Nicolás. Si ahora te perdono, haremos el amor y quizá estemos bien durante un tiempo, pero algún día empezaré a cuestionarme si estás siendo sincero conmigo, si me estás engañado. Y me despreciaré por ello. Y a ti.
—Yo nunca quise mentirte, Olivia. Nunca. Y exceptuando mi nombre y los comentarios acerca de mi visita al hotel, jamás lo he hecho.
—Lo sé, pero sencillamente no puedo. Todavía no.
Ese «todavía» hizo que a Marc se le acelerase el corazón.
—¿Crees que algún día podrás perdonarme y darnos una oportunidad? —le preguntó él directamente, pues no quería hacerse ilusiones.
—Dame tiempo, Marc.
Lo había llamado por su nombre y su corazón revivido siguió latiendo.
—De acuerdo. Todo el tiempo que necesites. —En los ojos de ella apareció durante un instante un brillo especial y Marc supo que quería decirle algo más—. ¿Qué sucede, Millán? Desembucha.
Quería irse de allí con toda la verdad, así sabría a qué atenerse en el futuro.
—Sé que probablemente no debería decirlo —empezó—. No sé cuánto tiempo tardaré en perdonarte. O si, cuando lo haga, creeré que existe algo entre tú y yo.
—Desembucha de una vez.
—No pretendo que me seas fiel durante todo este tiempo —añadió con las mejillas sonrojadas.
—¿Qué has dicho?
—Nicolás me fue infiel una vez tras otra y tú mismo me has dicho que antes de conocerme salías mucho y que… En fin. Sólo quería que supieras que tú y yo, que yo, que no es preciso que te contengas.
—Para —le ordenó él y entonces Olivia lo vio furioso de verdad. Mucho más de lo que lo había estado antes con su madre—. No tengo que contenerme, ni siquiera puedo imaginarme con otra mujer. Te amo, Olivia, y si requieres tiempo, te esperaré todo el que haga falta. Toda la vida.
—No es necesario.
—Toda la vida.
—No te lo estás tomando en serio.
Marc soltó la maleta y la bolsa y se acercó a la cama a grandes zancadas. Una vez allí, se arrodilló frente a Olivia y le sujetó el rostro entre las manos.
—Tú eres lo más importante que me ha sucedido en la vida. Te amo. Y no sé qué haré para superar los días, semanas, meses o años que estemos separados. Pero lo haré. Haré todo lo que sea preciso para seguir comportándome como un hombre digno de estar contigo, digno de tener una segunda oportunidad en la vida. Así que no me digas que no me lo tomo en serio, Olivia. Te amo.
Le dio un beso idéntico al primero y distinto a cualquier otro que le hubiese dado. Ella le sujetó las muñecas y se lo devolvió desde el primer segundo. Sus lenguas bailaron juntas y Marc pegó el torso al suyo para sentirla cerca. La oyó suspirar y a él se le aceleró el corazón. Quería hacerle el amor, volver a acariciar su cuerpo, recuperar su aroma y capturarlo en sus pulmones, pero tendría que conformarse con aquel beso. Y si no dejaba de besarla, ya no podría hacerlo.
—Te esperaré —repitió, tras ponerse en pie.
Se encaminó hacia la puerta y cerró sin mirar atrás.
Marc abandonó el hotel sin detenerse en recepción y sin despedirse de nadie, ni siquiera de Tomás. No sabía qué decirles y en su interior tenía que creer que algún día no muy lejano volvería a verlos y les pediría disculpas por su abrupta partida.
Se metió en su coche y condujo hasta la notaría, en la que ya lo estaba esperando Álex. Enrique estaba furioso con ellos y no tuvo ningún reparo en demostrárselo, pero por fortuna había sido un gran amigo de Eusebio Millán y quería mucho a la nieta de éste, y por eso estaba dispuesto a hacer la vista gorda en algunos detalles.
Solucionado el asunto del testamento, ambos hermanos volvieron a Barcelona en sus respectivos vehículos, pero Álex insistió en que Marc se detuviese en su casa para presentarle a Sara.
Él aceptó a regañadientes, pues no tenía ganas de estar con una pareja tan asquerosamente feliz mientras era el hombre más desgraciado sobre la faz de la Tierra, pero al final tuvo que reconocer que Sara era una mujer fantástica y que su hermano se merecía haber encontrado el amor.
Por su parte, Álex intentó sonsacarle información sobre lo que había sucedido con Olivia, pero Marc no se lo contó y se limitó a decir que estar en el Hotel California había sido una experiencia que le había cambiado la vida.
Álex no tenía ninguna duda de ello. Su hermano no parecía el mismo que lo había acompañado al aeropuerto varios meses atrás. Sus ojeras prácticamente habían desaparecido y ya no tenía aquel color enfermizo que proporciona el exceso de alcohol. Estaba centrado por completo y dispuesto a tomar las riendas de su vida. Y le mencionó dos o tres veces que en los próximos días iría a visitar distintos locales para ver si encontraba alguno en el que pudiese abrir su clínica veterinaria. Fuera lo que fuese lo que le hubiese sucedido en el Hotel California, había merecido la pena. Aunque le hubiesen roto el corazón.