18

Marc desvió la mirada de los desalmados ojos de Isabel a los de Olivia, llenos de esperanza y confianza. Estaba enfadada con su madre, pero a él lo miraba con el amor que antes le había dicho que sentía. La contempló durante un instante, esforzándose por retener aquella imagen que sabía que, en cuestión de segundos, quedaría fuera de su alcance. Algo debió de ver ella en sus ojos, porque le puso las manos en el pecho y al hablar le tembló un poco la voz.

—¿Álex?

Marc levantó las manos y las colocó sobre las suyas.

—Lo que dice tu madre es verdad, Olivia —dijo, sin apartar la vista.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Álex es mi hermano gemelo. Yo soy Marc.

—No —balbuceó ella—. No puede ser…

—Escúchame —le pidió él en voz baja—, el testamento sigue siendo válido, tu madre está dando palos de ciego.

—No eres Álex —repitió.

—No.

—Me has engañado —susurró con la voz rota.

—Sí —reconoció Marc entre dientes.

Olivia apartó las manos como si no pudiese soportar tocarlo y lo abofeteó.

El modo en que ella lo había mirado al apartarse le hizo tanto daño a Marc que apenas notó la bofetada. Y eso que el golpe fue más que considerable.

—Vete de aquí —le ordenó Olivia cuando él la miró de nuevo.

—Tu madre… —intentó decir Marc mientras se frotaba la mejilla.

—Yo me encargaré de mi madre. Lárgate de aquí ahora mismo.

«Vete de aquí antes de que me eche a llorar y me humille delante de mi madre. Por favor».

Marc vio el dolor que llenaba sus ojos y asintió. Se apartó de ella y se dirigió a Isabel.

—No sé qué cree saber, señora Millán, pero el testamento es válido y perfectamente legal. A estas alturas, ya no puede hacer nada para impugnarlo —concluyó con firmeza.

—Eso ya lo veremos. —La mujer le sostuvo la mirada.

—Como vuelva a hacerle daño a Olivia, yo…

—Oh, no te preocupes —repuso Isabel entrecerrando los ojos—, el daño se lo has hecho todo tú. Yo sólo voy a quedarme unos segundos más para regodearme. Esta niña lleva toda la vida diciéndome que no sé elegir a los hombres, ya va siendo hora de que vea que no soy la única de la familia.

—Es usted despreciable —sentenció Marc.

—Quizá, pero mi hija sabe perfectamente quién soy. Me temo que de ti no puede decir lo mismo.

Marc apretó los dientes y se fue de allí antes de cometer una estupidez, como por ejemplo coger a Isabel Millán por el cuello, y que Olivia tuviese que pagar las consecuencias. Seguro que si le ponía un dedo encima, la mujer lo denunciaría a la policía y el nombre del hotel y de su propietaria saldrían perjudicados.

Se obligó a apartarse, fue hasta el ascensor y subió directo a la habitación que llevaba semanas compartiendo con Olivia. La habitación que había llegado a considerar su hogar. Cerró los ojos al oír que la puerta se cerraba a su espalda, abrió y cerró los puños varias veces para contener las ganas de gritar o de romper algo, y buscó su maleta.

Olivia esperó a que Martí… Álex… Marc… él… entrase en el ascensor y se cerrasen las puertas. Entonces, con una fuerza que no sabía de dónde había salido, «probablemente del corazón que acaba de rompérsete», le plantó cara a su madre.

—Hasta hace unos segundos creía que en alguna parte de ti existía algo de bondad. Estaba convencida de que algún día recapacitarías y podríamos ser amigas. Incluso después de todo lo que me has hecho, de verdad creía que algún día las cosas cambiarían. Ahora sé que no.

—Oh, vamos, Olivia, ese hombre te ha utilizado. Deberías estarme agradecida.

—Si de verdad te preocupases por mí, me habrías contado tus sospechas en privado. Y no habrías disfrutado tanto humillándome. Soy tu hija, mamá. Se supone que deberías querer lo mejor para mí.

—Esa frase es una idiotez. Todo el mundo quiere lo mejor para sí mismo, sólo que yo soy lo suficientemente sincera como para reconocerlo. El día que fui a casa de Tomás te sugerí que fuéramos socias y tú me rechazaste. Me humillaste delante de todos. Ahora me toca a mí. Quiero este hotel, Olivia. Ya casi no me contrata nadie y los hombres cada vez se las buscan más jóvenes. Podemos venderlo ahora e ir a medias.

—Vete de aquí.

—Es tu última oportunidad. Mis abogados encontrarán el modo de demostrar que Álex Martí no aceptó los términos de la herencia e impugnaré el testamento. Tengo una oferta encima de la mesa, Olivia. Podemos firmar la semana que viene y repartirnos el dinero. Sólo tú y yo.

—Vete de aquí —repitió ella—. El Hotel California nunca será tuyo. Nunca.

Isabel se enfrentó a la mirada de su hija y la determinación que vio en sus ojos la hizo reconsiderar su postura.

—Está bien, me iré —aceptó—. Pero volveremos a vernos.

—De eso, mamá, no tengo ninguna duda. Pero asegúrate de que la próxima vez sea en un tribunal, porque, a no ser que lo ordene un juez, tú jamás volverás a poner un pie en este hotel.

Olivia dejó a su madre plantada en el vestíbulo y se fue directa al dormitorio. Estaba como poseída. Una parte de ella quería encerrarse en el despacho, echarse a llorar desconsolada y no salir hasta que él se hubiese ido para siempre. Pero otra parte necesitaba preguntarle por qué lo había hecho. ¿Cómo había sido capaz de fingir que era otro hombre durante tanto tiempo? ¿Por qué no le había contado antes la verdad?

Ninguna de las respuestas que pudiese darle iban a conseguir que lo perdonase. A Olivia la habían defraudado demasiadas veces como para que pudiese superar algo así.

Y quizá por eso fue en busca de Martí, porque necesitaba echarlo de su vida para siempre. Quizá cuando él ya no estuviese, ni en el hotel ni en su vida, podría empezar a olvidarlo.

El corazón ya lo tenía roto, ahora iba a perder también el alma. Pero aunque le costase media vida, saldría adelante. El trayecto en el ascensor fue demasiado breve y el pasillo nunca le había parecido tan corto.

Aunque era consciente de que era mejor saber la verdad, una parte de ella se empeñaba en retrasarlo lo máximo posible. Quizá así nunca llegaría a suceder. Quizá incluso pudiese fingir que todo seguía igual.

Pero no, el pasillo se terminó y se encontró frente a la puerta del dormitorio en el que se había enamorado de Martí. Él aún no se había ido; Olivia lo sabía con absoluta certeza por el modo en que todavía le latía el corazón.

—Quiero que te vayas —le dijo, nada más entrar.

Se quedó frente a la puerta y cerró los ojos un instante para respirar. Cuando los abrió, vio que él estaba sentado en la cama, con las piernas separadas y los antebrazos apoyados en los muslos. Y junto a su pierna derecha, en el suelo, había una maleta.

—He llamado a Álex —dijo Marc sin levantarse, dispuesto a esperar a que ella se le acercase—. Volvió a España hace unas semanas —explicó—. Después he llamado a Enrique y le he contado lo que ha pasado. Ya lo sabía. Como ha dicho tu madre, se ha pasado por la notaría antes de venir aquí. Enrique me ha revelado que hay un modo de arreglar todo esto, que es algo inusual y que implicaría una mentira por su parte, pero por tu abuelo y por ti está dispuesto a hacerlo. Necesita preparar unos documentos que justifiquen que yo firmé en nombre de Álex, no haciéndome pasar por él; luego tenemos que firmarlos mi hermano y yo y, por último, tú. —Se puso en pie al comprobar que ella seguía inmóvil—. Enrique me ha dejado claro lo que opina de mí y me ha ordenado que pase por la notaría cuanto antes. Álex está de camino. Tiene tantas ganas como yo de solucionar esto. Iré a la notaría antes de irme.

—De acuerdo.

—Antes me has dicho que me querías —le dijo Marc, deteniéndose frente a ella.

Le temblaba la mejilla de la cicatriz igual que el día en que la conoció. Acababa de darse cuenta de que gracias a Olivia había dejado de pensar en esa marca. Y en el accidente. Y en que era un hombre que no merecía seguir vivo.

Ella nunca le había dado importancia, nunca le había preguntando cómo se la había hecho.

—Antes no sabía quién eras —dijo Olivia apretando los puños con fuerza.

—Sabes quién soy. —Marc tragó saliva varias veces para poder continuar—. No sabías mi nombre, y reconozco que hay muchas cosas de mí que no sabes, pero sabes quién soy.

—No, no lo sé. Me has mentido desde el día en que nos conocimos. Me has mentido en todo. —Desvió la vista hacia la cama y se le encogió el estómago. ¿Dónde empezaban y terminaban las mentiras?

—No te he mentido en nada importante.

—¡¿En nada importante?! ¡Hasta hace cinco minutos ni siquiera sabía tu nombre!

—¿Y qué importancia tiene cómo me llame, Olivia? Tú nunca me has llamado Álex, para ti siempre he sido Martí.

—Pero Martí no existe, ¿no? Y no puedo creerme que utilices eso para quitarte las culpas de encima.

—No pretendo quitarme ninguna culpa de encima. Sé muy bien lo que es sentirse culpable. Créeme. Sí, el día que fui a la notaría me hice pasar por mi hermano Álex. Y estaré encantado de contarte por fin por qué. Y sí, tienes razón, después no te dije que yo no era Álex, y no sabes las veces que deseé hacerlo.

—¿Y por qué no lo hiciste? —Ver su mirada desgarrada hizo que el dolor que Olivia había sentido se transformarse en rabia. Él no tenía derecho a sentirse herido. A él no lo habían engañado. No lo habían utilizado.

—Mi hermano no podía asistir a la lectura del testamento…

—Eso me da igual —lo interrumpió ella—. No soy tan estúpida como debéis de creer los dos —añadió, sin ocultar lo dolida que estaba—. Puedo deducir yo sola que te pidió que lo sustituyeras porque él no podía venir. Debe de ser muy práctico eso de tener un doble. Lo que te he preguntado es por qué después —se le quebró la voz y se le hizo un nudo en la garganta, pero no derramó ni una lágrima—, por qué no me contaste la verdad después. —No terminó la frase por qué no sabía cómo.

«¿Después de permitir que me enamorase de ti? ¿Después de que empezáramos a acostarnos?».

—¿¡Por qué!? —le gritó.

A Marc le dolía en el alma no poder abrazarla. Hacía semanas que sabía que se había enamorado de Olivia, pero al oír esa pregunta de sus labios, supo por qué él, en su mente, nunca se había atrevido a responderla.

—¡Porque te amo! —confesó, él también furioso—. Y sabía que si te contaba la verdad, me mirarías de otro modo. Tenía miedo de no poder soportarlo —añadió, ya a media voz.

Fue como si después de afirmar que la amaba, y no escuchar nada a cambio, hubiese perdido las fuerzas que le quedaban.

—Tenías que saber que tarde o temprano me acabaría enterando —señaló ella, abatida—. ¿Me habrías ocultado toda la vida tu verdadero nombre? ¿O un buen día habrías desaparecido del hotel, de mi vida, sin despedirte?

—No, nunca me habría ido sin decirte nada.

—¿Ah, no? Entonces, ¿cuándo pretendías contarme la verdad? ¿¡Cuándo!?

—¡No lo sé, Olivia! No lo sé.

—Si me lo hubieras dicho al principio, probablemente lo habría entendido. Tú mismo has visto que soy muy fácil de convencer —añadió, burlándose de sí misma.

Dios, qué estúpida había sido.

—Tú no lo entiendes. Antes de venir aquí, mi vida tocó fondo. Y cuando te conocí y vine al hotel, sentí, por primera vez en mucho tiempo, que podía respirar. Pensé que podía empezar de nuevo y que, si te ayudaba, quizá me merecería esa segunda oportunidad. Y luego, cuando tú empezaste a llamarme Martí, empecé a enamorarme de ti. Pensaba que si tú me querías un poco, aunque sólo fuese una pequeñísima parte de lo que yo te quiero, quizá no me odiarías cuando te contara la verdad.

—¿Qué verdad, Martí? En todo este tiempo nunca me has contado nada. Ahora me doy cuenta de que, mientras yo te abría mi corazón y te hablaba de mi madre, o de mi abuelo, o incluso de lo humillante que fue mi noviazgo con Nicolás, tú nunca me explicabas nada.

—Hace seis años maté a dos personas —contestó él con tanta firmeza como le fue posible, y al terminar de decirlo contuvo las ganas de vomitar.

—¿Qué has dicho? —Olivia no podía creer lo que acababa de oír.

Marc se apartó un poco de ella y en un gesto casi inconsciente se frotó la cicatriz. Olivia supo entonces que aquella marca estaba estrechamente relacionada con la afirmación que había salido de sus labios y esperó a que continuase.

—Álex y yo somos gemelos idénticos. No sólo somos físicamente iguales, sino que, además, solemos vestir de un modo parecido y nos movemos igual, por lo que muy poca gente es capaz de distinguirnos. Mi madre y mis hermanas y Guillermo también. A mi padre creo que podríamos engañarlo. Otra persona que podía hacerlo era mi amigo Daniel.

Marc respiró hondo y fue hasta la cama, donde volvió a sentarse.

—Conocí a Daniel —prosiguió— el día que me matriculé en Económicas junto con Álex. A los dieciocho, yo no tenía la vocación muy clara, así que decidí que hacer Económicas podía ser un buen plan. Daniel estaba detrás de mí en la cola y como ninguno de los dos conocía a nadie nos pusimos a hablar. Esa misma tarde quedé con él en la cafetería para presentarle a Álex. Mi hermano llegó antes que yo y Daniel se le acercó y le preguntó por mí, diciéndole que nos parecíamos un poco.

Marc sonrió con tristeza al recordar la anécdota. Ahora que había empezado a hablar de Daniel, algo que no hacía nunca bajo ningún concepto, no podía parar.

—A lo largo de la carrera, Álex y yo intentamos engañarlo unas cuantas veces y nunca lo conseguimos. Daniel era mi mejor amigo; fue una de las personas que más me animó a estudiar Veterinaria al terminar Económicas.

—¿Eres veterinario? Claro, ahora entiendo lo de Tosca —añadió, tras verlo asentir—. Dios mío, no sé nada de ti.

—Sabes lo mejor de mí —dijo él en voz baja—. Ahora, sencillamente te estoy contando lo peor. —Agachó la cabeza, apretó los dientes unos segundos y luego volvió a levantar la vista y retomó el relato—: Daniel era una de las personas más generosas que he conocido nunca, y yo me aprovechaba de él —reconoció avergonzado—. En esa época, Álex estaba saliendo con una chica y sus notas en la facultad eran inmejorables; en cambio yo sólo quería salir, salir y salir. Creo que estaba empeñado en demostrar que era completamente opuesto a mi hermano gemelo. No lo sé. O tal vez estaba pasando por una etapa de estupidez crónica. Lo desconozco y te juro que me he pasado horas despierto intentando encontrar una explicación. La cuestión es que no importaba lo descabellado que fuese el plan que se me ocurriese, Daniel siempre me seguía. Lo único que tenía que hacer yo era pedírselo y él me acompañaba. Y cuando empezó a salir con Mónica, su novia, también la convencía a ella. Si yo quería ir a hacer parapente, Daniel se encargaba de convencer a Mónica y de inscribirnos a los tres.

La angustia que él estaba sintiendo se abrió paso entre las capas de dolor y confusión de Olivia, que se acercó a la cama y se sentó a su lado sin decir nada.

—Hace algo más de seis años, Daniel, Mónica y yo fuimos a una fiesta en mi coche, un pequeño Ford Fiesta que me había comprado de tercera mano. Se suponía que esa noche yo no iba a beber, pero bebí. Y mucho. A las cinco de la mañana, la chica con la que yo había ligado, una joven cuyo rostro y nombre soy incapaz de recordar, nos invitó a seguir la fiesta en su casa. Daniel y Mónica no querían ir, pero evidentemente yo sí, así que no descansé hasta convencerlos. Desplegué todos mis encantos y no dejé de pedirlo hasta que Daniel aceptó. Nos montamos en el coche y él insistió en conducir. Daniel odiaba ese coche, el cambio de marchas se le resistía y le costaba dominar el volante. Creo que le dije que no, pero no estoy seguro. —Cerró los ojos y tragó saliva un par de veces. Luego volvió a abrirlos—. Lo último que recuerdo es la música de la radio y los gritos de Daniel y de Mónica.

—Dios mío —murmuró Olivia y le cogió la mano.

Marc la apartó.

—Chocamos contra una camioneta de reparto. Al parecer, yo iba en el asiento trasero sin cinturón y salí disparado por el cristal delantero. Estuve tres semanas en coma y un par de meses en el hospital. Daniel y Mónica murieron en el acto.

—Lo siento.

—La policía dijo que a la camioneta se le rompió la dirección, se salió de su carril y Daniel no supo reaccionar.

—Fue un accidente.

—Si yo no hubiese insistido, ellos dos seguirían vivos. Si yo no hubiese estado tan borracho, Daniel y Mónica seguirían vivos. Fue culpa mía y lo sé. Tendría que haber muerto yo, no ellos.

—Eso no es verdad. No debería haber muerto nadie. Fue un accidente —repitió Olivia.

—Los padres de Daniel me odian. Ahora hace tiempo que no sé nada de ellos, pero me culpan de la muerte de su hijo. Y con razón. Yo sigo vivo y Daniel, no. Mónica y él habrían hecho algo con su vida, mientras que yo me he pasado los últimos seis años deprimido, borracho y malgastando los días sin ningún sentido.

—Puedo entender su dolor, tiene que ser horrible perder a un hijo de repente, pero no deberían culparte de algo que no fue culpa tuya. A esa furgoneta se le rompió la dirección.

—Y Daniel iba conduciendo mi coche porque yo estaba borracho en el asiento trasero —insistió Marc.

Olivia se quedó en silencio y pensó en lo que le había contado y en el modo en que lo había hecho.

—¿Por qué me estás contando todo esto precisamente ahora?

—Daniel y Mónica iban a casarse —dijo Marc a modo de explicación—. Él tenía un buen trabajo y ella estaba a punto de terminar la carrera. Al principio me dije que el mejor modo de honrar su memoria era viviendo una vida plena, pero cada vez que sentía la más mínima alegría, me sentía culpable. Yo estaba aquí y ellos, no. Con el paso del tiempo, me resultó mucho más fácil, y mucho menos doloroso, dejar de sentir.

Hasta esa frase, Marc había mantenido la cabeza gacha, pero entonces la levantó y miró a Olivia a los ojos.

—Hasta que te conocí y vine al Hotel California. Contigo me resultó imposible no sentir nada, aunque no quería sentir nada. Por eso no te conté que me llamaba Marc y que era veterinario, porque, si reconocía quién era, también tenía que contarte mi pasado y sabía que entonces me echarías de tu lado. Una mujer como tú merece un hombre mucho mejor que yo. Y esta frase sí puedo decirla. Yo soy un hombre que mató a su mejor amigo porque quería echar un polvo. Un hombre que se ha pasado los últimos seis años huyendo de la vida y refugiándose en cosas tan vacuas como el alcohol o el sexo para huir de sus recuerdos. Estos meses contigo han sido los mejores de mi vida y sé que, aunque tuviese mil vidas más, en ninguna me enamoraría de otra mujer que no fueses tú. Por eso y porque creo que a estas alturas no tengo nada que perder, voy a pedirte que me des una oportunidad. Te amo, Olivia.

Ella no sabía qué decir. La historia que Marc le había contado era demoledora y no le deseaba a nadie tener que superar una tragedia como ésa. Pero le había mentido, le había ocultado su identidad durante varios meses, un tiempo durante el cual ella se había enamorado por primera vez en su vida de un hombre que no existía.

«¿O sí?».

Marc interpretó su silencio como el rechazo que ya esperaba y se puso en pie. Cogió la maleta del suelo y una bolsa que había dejado en la mesa.

—Iré a la notaría a firmar los papeles. Te he dejado mi dirección y mis teléfonos apuntados en este papel. —Lo depositó en la mesa—. Por si me necesitáis para algo. Cuídate, Olivia, y sé feliz por mí. Te echaré de menos —añadió, mirándola por última vez. Entonces se dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta.

—Espera.