16

Juntos volvieron a casa de Tomás, donde pasaron un par de horas más riéndose con sus amigos. Eran las cuatro de la mañana cuando se despidieron de su anfitrión para volver al hotel. Marc y Olivia lo hicieron caminando con Lucrecia y Manuel, y Roberto y Natalia se fueron juntos, pero no revueltos, a seguir con la fiesta en otra parte.

El matrimonio de cocineros se despidió con un bostezo y se metió en su dormitorio, mientras Marc y Olivia seguían su camino hasta los suyos. Al llegar a la puerta, él se inclinó y le dio un beso y ella le rodeó el cuello con los brazos y se lo devolvió. Después se soltaron despacio.

—Buenas noches, Millán —le dijo Marc al abrir su dormitorio.

—Buenas noches, Martí —respondió Olivia y se metió en el suyo.

Los dos se esforzaron por desnudarse y lavarse los dientes sin pensar en el otro y se metieron en la cama convencidos de que lo habían logrado. Aunque ninguno de los dos podía dejar de mirar la puerta que comunicaba ambas habitaciones.

Olivia no paraba de dar vueltas. A pesar de que estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, no lograba dormirse. Por desgracia, no era el beso de Martí lo que se negaba a abandonar su mente, sino las crueles palabras de su madre. Sin saber muy bien por qué, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó la carta que le había dejado su abuelo con el testamento. Se había prometido que no la leería hasta salvar el hotel California, pero esa noche lo echaba mucho de menos y tenía la sensación de que, si leía sus palabras, se sentiría más cerca de él.

Miró el despertador y vio que eran las seis y media. Se levantó de la cama, fue por la bata que tenía colgada en el baño y cogió la carta.

Y sin cuestionarse demasiado lo que estaba haciendo, se acercó a la puerta que comunicaba su dormitorio con el de Martí y dio unos golpecitos firmes e insistentes.

Marc tampoco podía dormir. Tenía que encontrar el modo de contarle la verdad a Olivia y a los demás acerca de su identidad sin que nadie, y en especial ella, se sintiese traicionado.

«¿Y cómo piensas lograrlo? Les has mentido desde el principio».

Dos días atrás había hablado con Álex y éste le había dicho que estaba a punto de volver y también le había contado a gritos que Sara y él estaban juntos y que ella, por extraño que pareciese, también estaba enamorada. Marc se alegró mucho por su hermano, pero al mismo tiempo sintió una profunda envidia.

Oyó que llamaban a la puerta y se sobresaltó. Fue a abrir, deseando que fuese Olivia y esperando equivocarse, a pesar de que era imposible que se tratase de otra persona.

—Hola —dijo ella en voz baja en cuanto él abrió—. ¿Te he despertado?

—No, no podía dormir. —Se apartó de la puerta y la dejó entrar.

Él llevaba un pantalón de pijama y una camiseta blanca; ella un camisón de algodón estampado con flores y una bata encima. Marc jamás se habría atrevido a imaginarse una situación como ésa con Olivia, pero si lo hubiese hecho, habrían llevado un atuendo distinto.

—Yo tampoco —reconoció ella, nerviosa—. Iba a leer la carta de mi abuelo, pero no quería hacerlo sola. —Respiró hondo y corrigió la frase anterior—. Quería estar contigo.

Marc se sintió abrumado por esa muestra de confianza. Tenía que contarle la verdad.

«Un día más, sólo un día más».

—¿Todavía no la has leído? —le preguntó, señalando el sobre.

—No, me dije que no lo haría hasta salvar el hotel. Pero la verdad es que tengo miedo de que mi abuelo me diga en ella algo horrible y por eso me inventé esa excusa.

—Es imposible que tu abuelo te escribiese algo horrible. —Marc se acercó y la abrazó—. Tu abuelo te quería más que a nada en el mundo.

—Días antes de su muerte, tuvimos una discusión espantosa —confesó Olivia, pegada al torso de Marc—. La verdad es que fue una estupidez, pero me enfadé tanto que estuve varios días sin hablarle. Y entonces tuvo el infarto. Jamás pude despedirme de él, ni pedirle perdón. Ni decirle que lo quería.

A Marc se le empapó la espalda de sudor y empezaron a temblarle las manos, pero se obligó a dejar a un lado sus remordimientos y a cuidar de ella como se merecía.

—Tu abuelo sabía que lo querías, eso no lo pongas nunca en duda. Aunque hubieses discutido con él el día anterior, incluso un minuto antes de morir, lo sabría. Una vida no consiste sólo en un día, son todos y cada uno de los momentos que pasas con una persona. Y estoy convencido de que tu abuelo y tú pasasteis muchos momentos felices.

—¿Y si en la carta dice que no me perdona, que está muy decepcionado conmigo?

—No dice eso, Olivia. —Le acarició el rostro y se inclinó para darle un beso en los labios—. No dice eso, pero sólo hay un modo de averiguarlo, ¿no crees?

Ella asintió y respiró hondo.

—¿Te importaría abrirla tú? —Le tendió la carta y él la aceptó, honrado.

—Por supuesto que no. Vamos, sentémonos en el sofá.

Olivia entrelazó los dedos con los suyos y lo siguió hasta la salita que precedía la habitación.

Marc rompió el sobre con cuidado pero sin dilación y desdobló el único folio que contenía.

—¿Quieres leerla a solas? —le preguntó, pasándole el papel.

—No. Léela tú, por favor.

Marc asintió y empezó a hacerlo. Era una carta corta, de sólo tres párrafos, pero no hacían falta más:

Mi querida Olivia, el día que supe que estaba enfermo y que me quedaba poca vida, lo primero que pensé fue que no había pasado suficiente tiempo contigo. Y lo segundo, que en el hotel tenía aún muchas cosas que hacer. Y entonces comprendí lo estúpido que había sido; había dedicado más tiempo al negocio que a la parte más importante de mi vida: tú.

No quiero que a ti te pase lo mismo. Quiero que seas feliz, que hagas amigos, que te enamores, que sufras, que te cases, que tengas hijos. Quiero que lo tengas todo y, si sigues encerrada en el hotel, no lo encontrarás jamás. Por eso he escrito ese testamento, para darte la oportunidad que tú siempre te habrías negado. Si el hotel funciona y sigue adelante, es tuyo. Yo siempre he querido que lo sea. Pero si no, déjalo ir. No permitas que se convierta en un lastre y que te arrebate la vida.

Ni te imaginas lo que me arrepiento de no haber hecho más cosas contigo. Deberíamos haber ido a pescar más a menudo. Tendría que haberte llevado a la ópera más veces. Debería haber hecho tantas cosas que ahora ya no podré hacer… Y vendería mi alma al diablo a cambio de poder estar contigo en los grandes momentos de tu vida. Pero no puedo, lo único que puedo hacer es asegurarme de que encuentras esa vida y el único modo de conseguirlo es obligándote a vivirla.

Te quiero, Olivia. Sé feliz.

El abuelo

Olivia lloraba en silencio. Las lágrimas se deslizaban una tras otra por sus mejillas y luego le caían por el cuello y le empapaban la bata. Tenía la respiración entrecortada y los labios entreabiertos y se sujetaba nerviosa las manos para contenerse.

Marc ni siquiera lo dudó; dejó la carta en el sofá y la cogió a ella en brazos. La pegó a su torso y dejó que llorase y derramase las lágrimas que con toda seguridad no había derramado hasta entonces. Le acarició la espalda y le besó la frente y la cabeza, pero no dijo nada.

Ella se abrazó a él con fuerza y poco a poco los sollozos y temblores fueron aminorando. Marc no supo cuánto tiempo pasó allí sentado con Olivia en sus brazos, pero de repente se dio cuenta de que se había quedado dormida y de que a él se le estaban entumeciendo las piernas.

Se levantó del sofá con cuidado de no despertarla y se dirigió a la cama. La tumbó con cuidado y después se estiró a su lado, diciéndose que sólo iba a descansar un poco y que luego la despertaría y la llevaría de vuelta a su dormitorio.

Medio minuto después se quedó dormido, abrazado a ella.

Olivia notó una maravillosa sensación a su espalda y empezó a abrir los ojos muy despacio. Se movió un poco y el brazo que tenía encima del estómago la abrazó con más fuerza. Y entonces bajó la vista. Y vio la mano de Martí encima de la de ella. Sus dedos engullían los suyos y con las yemas le acariciaba suavemente el ombligo por encima del camisón. Suspiró y oyó que él hacía lo mismo. El aliento que salió de sus labios le rozó la nuca y le puso la piel de gallina.

¿Estaba despierto o seguía dormido?

Olivia, que estaba tumbada de costado, separó los dedos y los entrelazó con los de Martí para ver qué hacía. Y él se los apretó. Estaba despierto. Poco a poco, fue pegando la espalda a su torso.

—¿Qué estás haciendo, Oli? —le preguntó él con voz ronca.

—Chist —le pidió ella.

No sabía cómo responderle. Nunca antes había sido tan atrevida.

Marc cerró los ojos y se maldijo por no ser capaz de resistirse a aquella mujer. Inclinó la cabeza, le besó la nuca y ella suspiró de nuevo. Le deslizó entonces los labios por el cuello hasta la oreja y le mordió el lóbulo. Olivia se estremeció y se pegó más a su pecho. Marc movió las piernas y colocó una entre las de ella. Sus cuerpos buscaban instintivamente el modo de estar más cerca y él ya no sabía cómo impedirlo. Aun así, volvió a intentarlo.

—¿Qué estamos haciendo, Oli?

Ella le soltó la mano y se apartó un poco y Marc pensó que se iba a marchar de la cama y del dormitorio. Pero en vez de eso se dio media vuelta y se tumbó de cara a él.

—Vivir —le respondió y le dio un beso antes de que pudiese seguir cuestionando sus motivos.

Olivia le sujetó la nuca y le separó los labios con la lengua, lo besó como nunca había besado a nadie, dispuesta, por primera vez en su vida, a arriesgar su corazón. Él le devolvió el beso y notó cómo cerraba los puños en su espalda, como si estuviera intentando contenerse. No quería que se contuviese. Quería percibir hasta el último detalle de lo que pudiese sentir por ella.

Separó más los labios e intentó fundirse con él. Lo notó temblar y entonces deslizó las manos hacia abajo y le tiró de la camiseta para quitársela. Él la ayudó, sacándose la prenda por la cabeza.

Olivia llevaba sólo el camisón, pues la bata se la había quitado Martí al acostarla, pero no se desnudó. Antes quería desnudarlo a él y comérselo a besos. Por una vez no iba a cuestionarse lo que sentía e iba a seguir a ciegas su instinto y su corazón. El hombre que estaba en la cama con ella se lo merecía.

—Quédate quieto —le dijo.

Marc asintió y tragó saliva. No tenía ninguna arma con la que enfrentarse a ella. Olivia Millán lo había derrotado y conquistado sin proponérselo y sin que él pudiese evitarlo. No se la merecía, pero ya había demostrado que era un egoísta y ahora no podía soportar la idea de no estar con ella, aunque fuese sólo una vez.

Olivia le recorrió el torso con las manos. Deslizó los dedos por cada plano, por todos los músculos. Le colocó las palmas sobre el esternón y miró hipnotizada cómo éste subía y bajaba. Parecía fascinada con su cuerpo y Marc supo que jamás ninguna mujer lo había mirado así y ninguna lo había afectado tanto.

Entonces le pasó los dedos justo por debajo de las axilas y luego se agachó para besar aquella piel tan suave. Se sentó a horcajadas encima de él y Marc cerró los ojos y se obligó a no mover las caderas, temblando a causa del esfuerzo. Olivia se agachó y le dio un sensual beso en los labios, enredando los dedos en su pelo para retenerlo donde estaba, a pesar de que Marc no se habría ido de allí por nada del mundo.

Lo besó hasta que notó que perdía el control de sus emociones y entonces se apartó y le dio un beso en la cicatriz. Él todavía no le había contado cómo se la había hecho, pero Olivia estaba convencida de que se lo explicaría cuando estuviese listo.

Marc la sujetó por las caderas y con los dedos le subió un poco el camisón. Ella no se había desnudado y él iba a dejar que hiciese las cosas a su ritmo. Se había acostado con muchas mujeres, probablemente nunca sería capaz de calcular con cuántas, y seguro que había hecho casi todo lo imaginable; sin embargo, nada lo había afectado tanto ni le había parecido tan erótico como estar allí tumbado a merced de las manos y los labios de Olivia.

A ella nunca la olvidaría, mientras que a las demás ya las había borrado.

Olivia siguió besándole el torso y cuando llegó a la cintura de los pantalones del pijama, colocó los dedos debajo de la goma elástica, se apartó un poco y se los deslizó hacia abajo para quitárselos. Estaba sonrojada y le temblaban las manos, pero nunca se arrepentiría de lo que estaba haciendo. Volvió a sentarse encima de él, pero se incorporó un poco y se despojó del camisón. Y acto seguido, de la ropa interior.

—Maldita sea —masculló Marc—. Eres preciosa.

Olivia sonrió y volvió a agacharse para besarlo. Los besos de Martí eran maravillosos. Besaba como si aquello fuese lo único que le importara. Había muchos hombres que daban besos porque sabían que tenían que darlos, que formaban parte de los preliminares, pero él no. Martí besaba con cuerpo y alma, una expresión que Olivia no había entendido hasta ese momento.

Entreabrió la boca y le mordió el labio inferior y Martí se estremeció. Luego se apartó e hizo lo que él había hecho tantas veces, le besó el cuello y, con la lengua, le resiguió la mandíbula hasta llegar a la oreja y le mordió el lóbulo.

—Maldita sea, cariño —masculló él de nuevo.

Olivia sonrió al verlo tan afectado y siguió torturándolo. Le acarició de nuevo el torso y se movió encima de él para ver hasta dónde podía hacerlo llegar antes de que alguno de los dos perdiese el control. Le había colocado las manos a ambos lados del cuerpo y, aunque no se lo había dicho, él la había entendido y no las había movido. Pero ahora Olivia las echaba de menos, así que se acercó y le susurró al oído:

—Tócame.

Marc pensó que alcanzaría el orgasmo sólo con escuchar esa palabra. Levantó las manos y las colocó en la cintura de Olivia. Los dos estaban completamente desnudos y cuando la miró vio cómo el rubor se extendía por su cuerpo. Separó los dedos de las manos y deseó poder retenerla allí con él para siempre. Deslizó una mano hacia el vientre de ella y la dejó allí. Estaba sentada encima de él y Marc podía notar el calor que desprendían sus cuerpos. La otra mano la dirigió hacia sus pechos, que le acarició despacio, primero uno y luego otro.

Olivia cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Marc nunca había visto a una mujer tan hermosa.

Mientras le acariciaba los pechos, iba moviendo levemente las caderas, y ella hacía lo mismo.

—Tengo… —estaba tan excitado que le costaba hablar.

—Chist… —Olivia volvió a agacharse para darle otro de sus besos y para pegar sus pechos contra su torso.

—Yo… —Si no entraba dentro de ella en los próximos dos segundos, quedaría en ridículo.

—Lo sé —dijo Olivia y con una mano buscó su erección y lo guió hacia su sexo.

Bajó despacio, dando tiempo para que su cuerpo se acostumbrase a aquella maravillosa sensación.

—No te muevas. —Marc la sujetó por las caderas y apretó los dientes con tanta fuerza que la cicatriz se le puso completamente blanca.

Ella le acarició el rostro con una mano y se inclinó para besarlo.

Él soltó el aire entre los dientes. Su movimiento lo había hundido más en su interior y, si no se calmaba, no duraría ni medio segundo.

—No te muevas —repitió.

Olivia lo besó y buscó hacerle perder el control. Nunca había estado tan excitada y nunca se había imaginado comportándose así. Pero con Martí se sentía a salvo, a él podía abrirle su corazón.

—Bésame, Martí —le pidió, pegada a sus labios al ver que se resistía.

—Vas a volverme loco… Maldita sea —volvió a decir.

Y entonces se dio por vencido y la besó como llevaba minutos deseando hacerlo. Sin dejar de besarla, la sujetó por la cintura y levantó las caderas para entrar completamente en su interior. Los dos se movieron frenéticos, ansiosos por darle placer al otro y por perderse en él, pero al mismo tiempo deseando que aquel momento no terminase nunca.

Hicieron el amor sin dejar de besarse ni un momento, Olivia pegada a él y Marc negándose a apartarse de ella lo más mínimo. Notó que se excitaba cada vez más y más y cómo Olivia quemaba y lo devoraba como nunca había creído posible. Apartó las manos de su cintura y la abrazó. Ella arqueó la espalda y Marc movió más rápido las caderas.

Dejó de besarla porque necesitaba gritar, gemir, encontrar una vía de escape para tanto deseo. Estaba sudado, el corazón parecía que iba a salírsele del pecho y no podía seguir conteniendo aquel clímax que amenazaba con ser demoledor. Pero antes necesitaba asegurarse de que ella enloquecía tanto como él.

—Oli… —dijo y le recorrió la clavícula con la lengua—. Oli… —Se la mordió y la notó estremecerse…— Nunca… —Era incapaz de hablar y ella seguía pareciendo tener el control—. Nunca… es la primera vez que… Maldita sea. —Apretó los dientes y dejó de intentarlo.

—Lo sé, Martí —dijo ella mirándolo a los ojos.

Y entonces Marc vio la vulnerabilidad y los sueños que brillaban en los de ella y le entregó definitivamente su corazón.

Alcanzó el orgasmo. Gritó y ella lo besó y lo siguió. Nunca ninguno de los dos había sido tan feliz.