14

La cena en casa de Tomás fue un éxito o un fracaso, según a quién se lo preguntasen. Tal como el hombre le había explicado a Marc, fueron todos allí después de que el vigilante llegase al hotel.

Roberto iba impecablemente vestido; dijo que se había arreglado porque después tenía una cita. Natalia y Olivia llegaron juntas, las dos guapísimas, aunque sin duda el atuendo de Natalia era mucho más revelador que el de Olivia. Lucrecia y Manuel aparecieron más tarde, también muy guapos, juntos y muy acaramelados. Después del incidente con el extintor, el matrimonio resultaba incluso empalagoso.

Marc llegó acompañado de Tosca y de la caña de pescar, que finalmente habían decidido regalarle a Tomás entre todos.

La comida fue excelente; Tomás había comprado pescado y marisco y lo cocinó todo a la brasa en el patio de su preciosa casa: una construcción blanca, casi pegada al agua, que le había comprado a un viejo pescador cuando éste se jubiló. En el mar podía verse reflejada la luna, el aire olía a noche y las estrellas llenaban el cielo. De fondo, como homenaje a Eusebio, Tomás había puesto una ópera.

Durante la cena, Olivia consiguió ignorar a Marc y esquivar las miradas de Lucrecia y de Manuel, que no entendían nada de lo que estaba pasando. Por su parte, él se pasó la noche hablando con Tomás y con Manuel, e incluso cruzó varias frases con Roberto, cualquier cosa con tal de seguir fingiendo que nunca había besado a Olivia y que luego había actuado como si eso no hubiese significado nada.

La noche del viernes, cuando volvió al hotel con la caña de pescar, descubrió que ella había decidido salir a cenar con Natalia. Y el sábado, Olivia apareció más tarde de lo habitual en el despacho, con signos evidentes de que casi no había dormido. Marc fingió no darse cuenta, pero apretó con tanta fuerza la línea «asdfklñ» del teclado que estuvo varios minutos borrando letras.

Olivia sólo estuvo en el despacho un instante y luego volvió a desaparecer durante el resto del día.

Marc se negó a preguntar a alguien si sabían adónde había ido o con quién. Era mejor así.

Salir de marcha con Natalia había sido una estupidez, pensó Olivia. Todavía tenía dolor de cabeza. Pero cuando llegó al hotel estaba tan furiosa por lo de Nicolás y por el beso que Martí le había dado y luego había fingido que no, que cuando se cruzó con Natalia en recepción no pudo contenerse y le contó todo lo que había sucedido. La chica se indignó y la convenció para que salieran juntas a cenar y bailar. Pero Olivia no estaba a su altura. Dios, aquella mujer era incansable. Llevaba unos tacones interminables y bailaba a un ritmo frenético, el mismo al que bebía. Y lo sabía todo acerca de los hombres. Todo.

Olivia escuchó absorta sus consejos, a pesar de que era consciente de que nunca sería capaz de llevarlos a la práctica.

Luego, cuando Natalia encontró al que dijo que era el hombre de sus sueños (al menos por esa noche), ella volvió al hotel y se encerró en su dormitorio. Intentó dormirse, pero cada vez que cerraba los ojos, notaba los labios de Martí sobre los suyos, sus manos por la espalda. Y si los abría todavía era peor, pues entonces no podía dejar de mirar la pared de la habitación y de preguntarse qué estaría haciendo él al otro lado.

Si era sincera consigo misma, lo que más sentía no era que Martí hubiese fingido no haberla besado, aunque eso sin duda le dolía mucho, sino que se hubiese comportado como si no existiera nada entre los dos.

En los últimos días, ella había creído que entre ellos había algo especial, pero era evidente que no. Si no, él no se habría comportado así. Podría haberla besado de muchos modos, podría haberla besado sólo para darle una lección a Nicolás y ella probablemente le habría dado las gracias por ayudarla a vengarse, pero no. Martí no la había besado pensando en Nicolás. Era imposible que aquel beso hubiese sido sólo de cara a la galería. Había sido sólo para ellos dos.

Así que la cuestión era: ¿por qué luego había intentado negarlo? Probablemente muchas mujeres se darían por vencidas y dejarían las cosas tal como estaban, pero Olivia no iba a rendirse tan fácilmente. Ni hablar. En cuanto se le pasase la resaca, empezaría a investigar.

—¿Se puede saber qué os pasa a Olivia y a ti? —le preguntó Tomás a Marc cuando ambos quedaron solos frente a la barbacoa.

—Nada —respondió él en seguida y, para disimular, bebió un poco de limonada.

—Ya, nada. Por eso os evitáis y los dos tenéis cara de perritos abandonados.

—Estamos preocupados por el hotel, eso es todo.

—Mírame a la cara, Martí —le dijo el hombre—. ¿Acaso me tomas por idiota? Conozco a Olivia desde que ella tenía quince años y esa cara no es la que pone cuando está preocupada por el hotel.

—¿Y qué cara pone ahora? —no pudo evitar preguntar él.

—Ésa es precisamente la cuestión, Martí. Nunca antes se la había visto. ¿Qué le has hecho?

—Nada.

—Prueba otra vez —insistió Tomás.

—Ayer por la tarde salimos a pasear. Fuimos a comprarte el regalo —especificó.

—Continúa.

—Nos encontramos con Nicolás Nájera.

—Mierda. ¿Ese cretino está pasando aquí el verano?

—Sí. ¿Cómo es posible que Millán saliera con él?

—Termina de contarme lo que sucedió ayer. —Tomás no se dejó despistar.

—Nájera se acercó a nosotros e hizo un par de comentarios muy desagradables sobre Olivia. Le aguantamos durante medio minuto y luego nos fuimos de allí.

—¿Y?

Marc buscó a Olivia con la mirada y la vio agachada junto a Tosca, acariciándole la espalda.

—Y la besé —dijo casi sin darse cuenta y sin dejar de mirarla.

Incluso él notó que pronunciaba las palabras como si fuesen un tesoro. Entonces ella levantó la cabeza, se encontró con sus ojos y le sonrió. Y él desvió la vista.

—¿Ya estás satisfecho?

—Pues la verdad es que sí. —Tomás se le acercó más y le dio una palmada en la espalda—. Ya era hora.

Suspiró aliviado. Aunque no se lo había dicho a nadie, empezaba a sospechar que las cosas nunca cambiarían entre Olivia y ese chico. Menos mal que se había equivocado.

—¿Cómo que ya era hora? ¿Qué eres, un adolescente? Ese beso fue una estupidez. Entre Millán y yo no puede haber nada.

—¿Por qué?

El giro que estaba tomando aquella conversación no le gustaba en absoluto. Él había creído que, cuando por fin aquellos dos se diesen cuenta de la buena pareja que hacían, todo sería un camino de rosas.

—Porque no.

—Y ahora, ¿quién es el adolescente?

—Mira, Tomás, puedo entender que hayas podido pensar que soy un buen tipo, pero créeme, te equivocas. Algún día verás cómo soy de verdad y entonces darás gracias a Dios de que Millán y yo no estemos juntos. Créeme.

En otras circunstancias, Tomás quizá habría creído que esa frase era tan sólo una excusa barata, pero el tono de voz del chico, el modo en que le tembló la mandíbula y sujetó el vaso de limonada, le indicaron que era algo mucho más serio. Y el vacío que vio en sus ojos se lo confirmó.

—No sé de qué estás hablando, Martí. Y no creo que sea a mí a quien tienes que contarle todos esos secretos que es obvio que te abruman, pero Olivia es una chica maravillosa a la que le han roto el corazón demasiadas veces. Ella se refugia en el hotel, porque, gracias a su madre y a los Nicolás que corren por el mundo, está convencida de que es lo único que no la defraudará. Lo único que le será fiel pase lo que pase. No debería contarte esto, pues Olivia no necesita que nadie la defienda, pero estoy harto de verla sufrir. Y de verla tan sola. —Desvió la mirada hacia la chica y sonrió con todo el cariño que le tenía—. Hay pocas mujeres como ella, es dulce, valiente, terca, cariñosa y tiene un punto de loca que los que la conocemos no cambiaríamos por nada del mundo. Si eso que dices es verdad, aléjate de ella.

—Es lo que estoy haciendo —contestó Marc y los celos que sintió al pensar que Tomás y el resto de las personas que había en aquella cena conocían a Olivia de un modo como él jamás llegaría a conocerla le retorcieron el estómago.

Tomás asintió y lo dejó solo frente a la barbacoa. Marc se quedó mirando las brasas y preguntándose si estaría cometiendo un error. Tal vez pudiese contarle la verdad. Quizá ella lo entendería. Pero en aquel preciso instante la oyó reír y supo que jamás podría decirle nada. Olivia Millán no se merecía a un hombre egoísta y sin alma como él. Seguro que, cuando el hotel estuviese en mejor situación, podría salir más y no tardaría en encontrar a alguien digno de ella. Un ejército incluso. Nicolás Nájera y él eran un punto de partida nada difícil de superar.

Convencido de eso, y de que de algún modo él lograría olvidar aquel beso, se volvió y miró la luna. Bebió un poco más de limonada, natural, hecha por el propio Tomás, que era un adicto a los zumos de fruta, y comprendió que, pasara lo que pasase, siempre le estaría agradecido a ese lugar. Su vida nunca sería maravillosa, pero quizá ahora, gracias a la gente que había conocido en el Hotel California, pudiese vivir consigo mismo.

Pasaron los minutos y Lucrecia fue a buscarlo para decirle que la cena estaba lista. Marc asintió y se acercó a la mesa en la que ya estaban esperándolo el resto de los invitados. Ocupó su lugar entre Roberto y Manuel e intentó olvidarse de la conversación que había mantenido con Tomás y del beso que se negaba a abandonar su cabeza, y disfrutar de la velada.

No olvidó nada, pero las conversaciones que fueron surgiendo le hicieron pasar un buen rato. Manuel y Lucrecia estaban completamente locos y a los dos les encantaba burlarse de Roberto y de su supuesto mal gusto con las mujeres. Éste tenía un sentido del humor mucho más sarcástico e irónico de lo que Marc había creído en un principio. Tomás les contó un par de anécdotas sobre Eusebio y sobre la adolescencia de Olivia y ella se rió a carcajadas, aunque amenazó con hacérselo pagar más adelante.

Estaban tomando café y riéndose de una historia que estaba contando Natalia acerca de unos adolescentes que intentaron conquistarla, cuando sonó el timbre.

—No abras —exigió Manuel de inmediato.

—No puedo creer que tenga la desfachatez de hacer lo mismo que el año pasado. ¡Esa mujer está loca! —afirmó Lucrecia.

El timbre volvió a sonar con más insistencia.

—Si no abro, no nos dejará en paz —dijo Tomás poniéndose en pie. Pero antes de dar un paso, miró a Olivia—. Si quieres, la dejo fuera toda la noche.

—¿De quién están hablando? —le preguntó Marc a Roberto en voz baja.

—De la madre de Olivia —contestó el italiano en el mismo tono.

—Por mí no te preocupes, Tomás. Déjala entrar, o despertará a toda la calle.

El hombre suspiró resignado y se dirigió hacia la puerta. Marc oyó la voz de una mujer contestando a sus preguntas, pero no distinguió qué decían. Entonces, se oyó un portazo y la propietaria de la voz apareció en el patio donde estaban cenando.

—Vaya, vaya, si está aquí toda la familia —observó Isabel Millán, sarcástica—. Mi invitación debió de perderse en el correo.

—¿A qué has venido? —le preguntó Manuel.

—A felicitar a Tomás, ¿a qué si no? Igual que el año pasado —explicó zalamera.

Isabel Millán arrastraba un poco las palabras, pero no lo bastante como para que Marc pudiese afirmar que estaba borracha, aunque sin duda había bebido un par de copas antes de interrumpir la fiesta.

—Me doy por felicitado —dijo Tomás—. Ya puedes irte.

—¿Sin hablar con mi hija? —Hizo una mueca digna del Liceo—. Papá me impedía verla, por eso el año pasado me presenté aquí sin avisar. Sabía que estarías aquí.

—El abuelo nunca te impidió que vinieras, mamá. Ése es el rollo que siempre sueltas a las revistas del corazón, pero todos sabemos que es mentira, incluso tú.

—Quizá cometí un error de joven, pero eso no significa que no te quiera, Olivia —argumentó Isabel.

Marc no le apartó la vista de encima y el brillo que vio en sus ojos le puso los pelos de punta. Aquella mujer no quería a nadie e incluso se atrevería a afirmar que a su hija le tenía cierto resentimiento, por no decir odio. ¿Por qué?

—Tú sólo te quieres a ti misma, mamá.

—No es verdad, princesa.

Isabel se acercó a donde estaba sentada Olivia y fulminó a Natalia con la mirada, pero ésta no se movió de donde estaba y Marc estuvo a punto de aplaudirla por defender así a su amiga.

—¿Qué quieres, mamá? El año pasado viniste porque querías que me reconciliase con Nicolás y me casase con él.

«¿Qué?». Marc odiaba ya visceralmente a aquella mujer.

—Habríais hecho muy buena pareja, Olivia. Él tiene mucho dinero.

—Y seguro que contabas con que te diera tu parte —replicó ella con cara de asco.

Una semana después de que descubriese las infidelidades de Nicolás y rompiese definitivamente con él, su madre apareció en el hotel dispuesta a defender a Nicolás contra viento y marea. Aunque por desgracia no fue ninguna sorpresa, a Olivia le dolió ver que su madre no se preocupaba por ella, por su felicidad, y que sólo le hablaba de la posición social que ocuparía casándose con un Nájera, de lo bien que viviría.

—¿Cómo puedes acusarme de eso? Yo soy tu madre, sólo quiero lo mejor para ti.

—¿Por qué has venido, mamá? —volvió a preguntar Olivia con resignación.

—Porque quería verte. La muerte de tu abuelo me ha hecho reflexionar y me he dado cuenta de que te echo de menos. Me gustaría enmendar mis errores y empezar a conocerte —contestó Isabel, mirándola a los ojos y dejando al resto de los presentes petrificados.

Marc observó los rostros de los demás y vio que ninguno se la creía y que estaban a la espera de ver cuál iba a ser el próximo movimiento de La Belle Millán. Seguro que todos estaban dispuestos a proteger a Olivia con uñas y dientes y a echar de allí a la madre del año si hacía falta.

—¿De verdad quieres conocerme?

—De verdad. Tú eres mi princesa y me gustaría recuperar el tiempo perdido. Ser tu madre de verdad.

En el patio se produjo un silencio sepulcral. Sólo se oían las olas a lo lejos y algunas gaviotas que volaban por encima del mar.

—De acuerdo —convino Olivia, sorprendiéndolos a todos—. Con una condición.

—La que tú quieras —aceptó Isabel, sonriendo como el gato que se ha comido el canario.

—Mañana mismo vamos a la notaría de Enrique y firmas lo que haga falta para renunciar al hotel.

La mujer dejó de sonreír al instante.

—Bueno, Olivia, no creo que debamos molestar a Enrique por una tontería como ésa —dijo.

—Mañana mismo renuncias al hotel y tú y yo podemos empezar de cero —reiteró ella su oferta con voz firme, pero Marc vio que tenía los puños cerrados y que le temblaba un poco la mandíbula.

—No puedo renunciar al hotel, princesa. Compréndelo. Y si…

—Vete de aquí —dijo Olivia—. Vete.

—Ya la has oído, Isabel. —Tomás se colocó a su lado y la sujetó por el antebrazo—. Te acompaño a la puerta.

Isabel Millán se soltó hecha una furia y se quitó la máscara de madre arrepentida y sufridora.

—Eres igual que tu abuelo. Estás empeñada en conformarte con las migajas de la vida cuando podrías estar disfrutando de un festín.

—Me alegro de parecerme al abuelo y no a ti, mamá. Tu obsesión por el dinero nunca te hará feliz —afirmó Olivia.

El temblor de su mandíbula se había intensificado, pero logró mantener la voz firme y no derramar ni una lágrima.

—Y ese cochambroso hotel repleto de personajes esperpénticos tampoco te hará feliz a ti. Te consumirá, Olivia. Podrías tener al hombre que quisieras, yo te ayudaría a conseguirlo y juntas seríamos muy felices.

—Supongo que te refieres a un hombre con dinero, ¿no? Ése es el criterio con el que siempre los has elegido, y mira cómo te ha ido. Estás sola, absolutamente sola.

—¿Y tú? ¿Acaso crees que le importas a esta gente? Yo soy tu madre, he intentado hacerte entrar en razón, pero, si persistes en comportarte como una niña pequeña que sigue creyendo en los cuentos de hadas, allá tú. He hecho todo lo que he podido y no creas que voy a quedarme de brazos cruzados.

—¿Qué estás insinuando? —le preguntó Olivia entrecerrando los ojos.

—Sé que no puedo impugnar el testamento. Sí, lo he preguntado —afirmó orgullosa, al ver que Tomás la fulminaba con la mirada—. Pero también sé que el maravilloso y encantador Hotel California tiene que hacer muchas reparaciones y ya sabes que, en este país, la reputación lo es todo. Podríamos venderlo ahora y repartirnos el dinero. —Miró a Olivia como si fuese un adversario comercial y no su hija—. O puedo venderlo yo sola dentro de un año y encargarme de que no te toque nada.

—Vete de aquí —farfulló ella.

Tomás tiró de la mujer y la arrastró fuera de la casa. Le soltó el brazo en la calle y cerró de un portazo sin darle la oportunidad de escupir más veneno.

En el patio nadie dijo nada, pero Marc buscó los ojos de Olivia. Cuando ella vio que la miraba, se dio media vuelta y echó a correr hacia la playa.

—Voy a buscarla —dijo él, y los demás asintieron.