12

Tras aquel primer día tan completo y surrealista, Marc y Olivia establecieron una especie de rutina que les permitía funcionar a la perfección y que tenía a todo el personal del Hotel California anonadado y entusiasmado. Al parecer, ellos dos eran los únicos que no se daban cuenta de que formaban un equipo perfecto; sólo Marc conseguía evitar que ella se obsesionase con el más mínimo detalle del hotel y además la hacía sonreír. Una tarde, incluso la convenció para ir al pueblo a comer un helado con él y con Tosca.

Hasta entonces, Olivia nunca se tomaba un descanso en medio de la jornada, pero ese día lo hizo. Si no lo hubiese visto con sus propios ojos, Tomás no se lo habría creído.

Éste, junto con Manuel y Lucrecia, estaban convencidos de que entre Martí y Millán (ahora todo el hotel los llamaba así) había una fuerte atracción. Siempre que creía que no la miraba nadie, Olivia desviaba los ojos hacia él. Una mañana, Martí se metió en la piscina para ayudar al equipo de limpieza y Lucrecia pilló a Olivia casi babeando. Evidentemente, ella lo negó, pero no se fue de la piscina y dijo que tenía que quedarse allí por si alguien necesitaba algo.

—¿Como un boca a boca? —sugirió la cocinera, descarada.

—¡No! —exclamó Olivia, sonrojada de pies a cabeza.

Y a él no se le daba mejor disimular. Tomás había visto a muchos hombres concienzudos con el trabajo, pero Álex Martí se pasaba el día pensando en cómo solucionar los problemas del Hotel California, y un día, cuando le preguntó por qué estaba tan decidido a ayudarlos, le respondió que no quería ver preocupada a Millán.

Y todo el hotel se había dado cuenta de los pequeños detalles que tenían el uno con el otro casi sin querer. Siempre que él salía a buscar un café, traía otro para ella tal como le gustaba, largo, con dos terrones de azúcar y con un poco de leche fría y servido en vaso de cristal.

Eran muy pocos los camareros que conocían tan bien los gustos de Olivia, pero Martí lo sabía sin preguntárselo.

Cuando ella iba al pueblo a hacer algún recado, siempre volvía con una bolsa de regaliz para él y se la dejaba al lado del ordenador.

Al mediodía comían juntos en la terraza del hotel, a la vista de todos, y se reían y hablaban de ópera. Un día, Pedro casi se cayó a la piscina al escuchar la risa de Olivia de tan poco acostumbrado como estaba a oírla.

En otra ocasión, después de que Millán tuviese una horrible discusión con un proveedor, Martí fue a ver a Lucrecia y le pidió que preparase lasaña, para ver si así la animaba. La mujer asintió y sonrió embobada y cuando él le preguntó por qué, ella respondió que por nada.

Tomás no sabía si su difunto amigo Eusebio había incluido aquella cláusula en el testamento con el objetivo de que Olivia y Álex Martí terminasen juntos, pero tenía que reconocer que, si había sido así, había dado en el clavo. El único problema era que ni Millán ni Martí parecían dispuestos a dar un paso más en su relación.

Tomás conocía los motivos de Olivia para no atreverse a arriesgarse en el amor, pero desconocía los de Martí. Sin embargo, se negaba a creer que aquel joven no estuviese interesado en ella. Quizá lo único que necesitaba era un pequeño empujoncito y él estaba dispuesto a dárselo. Dios, estaba dispuesto a tirarle de las orejas si era preciso.

Con ese objetivo en mente, un viernes, tres semanas después de la llegada de Martí al hotel, Tomás fue en su busca.

Marc lo encontró antes.

—Tomás, te estaba buscando —le dijo al verlo entrar en la cafetería del hotel—. ¿Sabes a quién le compramos la antena? Estoy intentando averiguar si contratamos una garantía.

Él sonrió al oír el uso implícito del nosotros en la frase. Quizá Martí no fuese consciente, pero ya se consideraba parte del hotel.

—Ahora mismo no lo recuerdo, pero puedo averiguarlo. Seguro que lo tengo anotado en alguna parte. —Sus libretas podían ser caóticas, pero siempre lo sacaban de apuros.

—Genial, gracias.

—Yo también te estaba buscando, Martí.

—¿Sí? —preguntó Marc, dispuesto a prestarle su ayuda en lo que fuese necesario.

—Mañana organizo una cena en mi casa. Es una tradición que tenemos desde hace años. Olivia, Manuel, Lucrecia, Roberto y yo esperamos a que llegue el vigilante de la noche y luego nos vamos todos a mi casa a cenar. Estás invitado. Y no puedes negarte.

—No iba a negarme —replicó él con una sonrisa.

Ahora ya no le temblaba el músculo de la mandíbula cuando sonreía y se le marcaba la cicatriz. Ya había dejado de importarle. Incluso se había olvidado de su existencia en un par de ocasiones.

—Perfecto. Estaremos todos menos Pedro, que este año no puede venir porque su hija le ha pedido que la lleve a una fiesta en otro pueblo. Todavía me acuerdo de las veces que Eusebio y yo hicimos de taxista para Olivia cuando era una adolescente.

—¿Puedo preguntar cuál es el motivo de la cena? ¿Qué celebráis?

—Mi cumpleaños, pero no se te ocurra traerme nada —añadió Tomás, serio—. No me gustan los regalos —sentenció.

—Claro, lo que tú digas.

Evidentemente, Marc iba a comprarle algo, aunque sólo fuera para hacerlo enfadar.

—Iré por mis notas a ver si encuentro lo de la antena —repuso entonces Tomás y se dio media vuelta para deshacer el camino de vuelta a su casa—. ¡Nada de regalos, Martí! —gritó, ya de espaldas.

—Adiós —dijo él sonriendo y, tras despedirse, se dispuso a volver al despacho para seguir trabajando—. Buenos días, Natalia.

—Buenos días, Álex —lo saludó la guapa recepcionista.

A Marc seguía incomodándolo que lo llamasen por el nombre de su hermano, pero por fortuna, Natalia era la única que seguía empeñada en hacerlo. El resto del mundo, al menos el resto de las personas a las que veía en el Hotel California, lo llamaban Martí. Y la verdad era que empezaba a acostumbrarse. Y le gustaba. Era como si Marc hubiese dejado de existir y su lugar lo hubiese ocupado Martí, un hombre que no tenía pasado, pero sí buenos amigos y que se estaba enamorando como un idiota de Millán. Algo que Marc no se atrevería a hacer jamás.

No era que se estuviese volviendo loco y tampoco sufría ningún desdoblamiento de personalidad ni nada por el estilo. Sencillamente, era un alivio poder tomarse unas vacaciones de sí mismo, aunque fuera muy consciente de que esas vacaciones tenían fecha de caducidad.

Por eso no se permitía ceder a lo que sentía por Olivia. Ella no se merecía una mentira, o una verdad a medias, y eso era lo máximo que él podía ofrecerle. La atracción era prácticamente insoportable y cada día le costaba más contenerse. Pero sólo tenía que mirarse al espejo para recordar los motivos por los que no podía acercarse a ella.

—Menos mal que estás aquí, Martí —le dijo Olivia cuando lo vio entrar en el despacho—. Acaban de llamarme del banco para decirme que nos convocan a una reunión el miércoles de la semana que viene para negociar los términos del nuevo crédito. ¿Qué te parece?

—Me parece una muy buena noticia —contestó él con una sonrisa—. Si no estuviesen dispuestos a renovar el crédito ya te lo habrían dicho.

—Aún no sé si creérmelo —declaró ella—. Será mejor que no lo celebremos hasta el miércoles. Quizá quieran que vayamos para decirnos que lo cancelan todo.

—Eres la persona más pesimista y obsesiva que conozco. Pero supongo que tienes razón, todavía no podemos celebrarlo. En todo caso, te aseguro que iremos tan bien preparados a la reunión que no se les ocurrirá negarte nada.

—Eso espero.

—Cuando venía hacia aquí me he encontrado a Tomás —dijo Marc cambiando de tema con el objetivo de relajarla—. Me ha invitado a la cena de mañana.

—¿No te lo había dicho nadie? —preguntó Olivia, escandalizada y avergonzada—. Lo siento, Martí, daba por hecho que lo sabías y que irías. —Hizo una pausa—. Vas a ir, ¿no? ¿O tienes planes para el fin de semana? —le preguntó como si nada, a pesar de que apretó el lápiz que tenía en la mano con tanta fuerza que temió romperlo.

—Por supuesto que voy a ir. Y no, no tengo planes.

Desde su llegada al hotel, Marc sólo se había ausentado un fin de semana y fue para visitar a sus padres, que habían vuelto ya de su viaje, y contarles lo que estaba haciendo. Como era de esperar, a ninguno de los dos le gustó que se estuviese haciendo pasar por Álex, pero ambos decidieron dejar que resolviera el asunto como él creyese conveniente.

El lunes siguiente a esa visita, cuando volvió al hotel, notó que Olivia estaba rara, pero no le preguntó ni una sola vez dónde había ido ni qué había hecho. Y él no se lo contó.

—¿Sabes qué? —dijo Marc entonces—. Creo que nos merecemos un helado. Llevamos toda la semana trabajando y no hemos salido ni un día. —La semana anterior habían ido dos tardes a pasear con Tosca y habían sido las mejores horas de Marc en mucho tiempo—. Además, quiero comprarle un regalo a Tomás.

—Tomás odia los regalos —señaló ella con una sonrisa.

—Lo sé, me lo ha dicho, por eso voy a comprarle uno. Vamos, será divertido.

Se le acercó y la cogió de la mano. Ella se quedó mirando sus dedos y se puso en pie. Hasta entonces, dejando aparte algún que otro roce «casual» por el pasillo o por culpa de Tosca, «Gracias, Tosca», nunca se habían tocado.

—Está bien, pero cuando se enfade, diré que fue idea tuya.

—De acuerdo, Millán.

Tosca declinó la invitación de acompañarlos y se quedó tumbada frente a la salida del aire acondicionado; Tomás se la había llevado antes de paseo y, entre la caminata y el calor, la pobre perra estaba agotada. Fueron primero a la heladería del pueblo y se compraron dos helados, él de fresa y ella de chocolate.

Marc iba caminando con Olivia por la calle principal, una pendiente de adoquines muy pintoresca, en busca del regalo perfecto para Tomás, cuando él se dio cuenta de que alguien los estaba mirando.

El hombre en cuestión tendría unos treinta y cinco años, un pelo y un bronceado perfectos, e iba vestido con un pantalón color crudo y una camiseta negra y lucía unas gafas de sol de aviador igual a las que llevaban los actores de cine últimamente. Era tan atractivo que incluso los hombres se fijaban en él.

Estaba sentado en una terraza, tomando un café acompañado por una mujer de unos setenta años y otra de la misma edad que él. La mujer mayor tenía su misma nariz y pómulos, por lo que Marc supuso que debían de ser madre e hijo; la joven podría ser su hermana o su prima, pero no era su pareja.

Olivia le estaba contando a Marc que su abuelo y Tomás solían competir sobre quién pescaba más y que quizá podían comprarle una caña nueva cuando desvió la vista hacia la terraza, vio al supermodelo, y su actitud cambió por completo. Dejó de sonreír y de estar relajada, y tensó tanto la espalda que Marc temió que fuera a rompérsele. Instintivamente, él la rodeó por la cintura y la acercó a su lado.

El hombre de la terraza se puso en pie al notar que Olivia lo había visto y, tras decirles algo a las dos mujeres que lo acompañaban, se acercó a ellos.

Era como si el calor no lo afectase, pues ni siquiera estaba sudando.

—Hola, Olivia —dijo con una sonrisa perfecta y un rostro inmaculado.

—Hola, Nicolás —lo saludó ella.

—Me enteré de lo de tu abuelo. Iba a llamarte, pero ya sabes. —Se encogió de hombros.

—Sí, ya sé —dijo sarcástica.

—Supongo que ahora vas a vender el hotel, ¿no?

—¿Por qué dices eso? —preguntó ella.

—No me dirás que pretendes quedarte aquí encerrada toda la vida, Olivia. Aunque, ahora que lo pienso, no sé de qué me sorprendo. Para ti, lo primero siempre ha sido el hotel.

—Y para ti otras mujeres —contestó entre dientes.

Marc apretó un poco la mano que tenía en su cintura para recordarle que estaba a su lado.

—Veo que sigues empeñada en echármelo en cara. Si no hubieses estado tan obsesionada con ese ruinoso hotel, quizá no me habría acostado con otras —dijo el tal Nicolás, sin importarle humillar a Olivia delante de otro hombre.

—Creo que no nos han presentado —dijo Marc, que no pensaba tolerar aquel comportamiento—, Álex Martí. —Tuvo que concentrarse para no decir su verdadero nombre y para tenderle la mano a aquel maleducado.

—Nicolás Nájera —respondió el otro y, aunque quedó claro que no tenía ganas, le estrechó la mano. Luego, el muy cretino volvió a dirigirse a Olivia—: Además, te aseguré que no había tenido importancia. No iba a casarme con ninguna de esas mujeres y contigo, sí.

«¿Olivia estuvo a punto de casarse con esta sanguijuela? Dios, el lenguaje de Helena y Martina me está afectando y eso que hace semanas que no las veo».

—Lástima que la fidelidad signifique algo para mí, ¿no?

—Oh, vamos, Olivia, no insistas con eso. Hoy en día, nadie es fiel. Tú y yo nos complementábamos muy bien.

«¿Millán y ese tipo? ¿En qué universo?».

—Y, que yo recuerde —prosiguió Nicolás—, el sexo jamás te importó demasiado.

Ésa fue la gota que colmó el vaso.

Marc pegó a Olivia a su costado y dijo:

—Tenemos que darnos prisa, Oli, o llegaremos tarde a la cena.

Se inclinó, le acercó los labios a la mejilla, le dio un beso y deslizó poco a poco la cara hasta la oreja de ella y allí respiró hondo y le acarició la parte superior del pómulo con la nariz. No se apartó hasta que a ella se le puso la piel de gallina y hasta asegurarse de que Nicolás veía lo increíblemente sexy que era. Entonces, y sólo entonces, Marc dio un leve paso hacia atrás y sonrió a Olivia.

—Sí —dijo ella tras tragar saliva—, tenemos que irnos.

«¿Adónde?».

Le temblaba el cerebro y se le habían fundido las rodillas. ¿O era al revés?

—Adiós, Nájera —dijo Marc—. Supongo que ya nos veremos.

—Sí, ya nos veremos —contestó Nicolás entre dientes—. Te llamaré uno de estos días, Olivia. Mi familia y yo estamos pasando aquí el verano.

—No te molestes, Nicolás —repuso ella—. Disfruta de tus vacaciones.

Marc le soltó la cintura y buscó su mano para entrelazar los dedos con los suyos. Habían avanzado unos metros, cuando Olivia dijo en voz baja:

—Gracias.

—De nada —contestó él—. ¿Cómo es posible que estuvieses con ese cretino? Lo siento —añadió de inmediato.

—Mi madre —soltó ella—. Ya te lo contaré. ¿Todavía nos está mirando?

Marc miró de reojo.

—Sí, todavía. ¿En serio te fue infiel?

—Oh, sí, repetidas veces —reconoció, muerta de vergüenza.

Era una tontería, pues ella nunca había estado enamorada de Nicolás, pero en su momento llegó a tenerle mucho cariño, y, sí, llegó a plantearse la posibilidad de casarse con él. Y su traición le dolió muchísimo. Había sido Nicolás quien le había pedido que se casasen y, aunque Olivia sabía que él tampoco estaba enamorado, había creído que como mínimo la respetaba.

—Sigue interesado en ti —dijo Marc.

El brillo que había visto en los ojos del joven no le dejaba ninguna duda al respecto.

—Pues yo no. ¿Todavía nos mira?

—Sí.

—Es insufrible. Menos mal que hoy está con su madre y su hermana. La última vez que lo vi fue en la boda de unos amigos. Yo iba sola y él estaba con una de sus novias. Se pasó horas besándola delante de mí. Y luego se acercaba por donde yo estaba y me miraba con lástima. Hacía dos meses que habíamos roto. No te imaginas lo que habría dado por ir acompañada.

Marc se imaginó la escena y tuvo ganas de volver y darle un puñetazo al tal Nicolás. Bueno, eso no podía hacerlo, pero sí otra cosa. Vio que el otro había regresado a la terraza, donde se había sentado en la misma silla de antes, sin apartar la vista de ellos. Marc se dijo que lo hacía para reparar el orgullo herido de Olivia, no porque llevase días desesperado por encontrar una excusa para ello. No. Si iba a dar ese paso, era porque quería, porque lo necesitaba.

«Quiero besar a Olivia porque tengo miedo de que ésta sea la única vez que mi corazón vuelve a latir de verdad».

Se detuvo en medio de la acera e hizo que ella se detuviese frente a él. Cuando lo miró a los ojos, Marc avanzó el paso que los separaba y abrió un poco los pies para que los de Olivia quedasen en medio. Le cogió las manos y se las llevó a la cintura y cuando los dedos de ella se aferraron a la cinturilla de sus vaqueros, se las soltó y respiró hondo.

Dejó que notase que temblaba, dispuesto a demostrarle que lo que iba a hacer no era ni teatro ni por lástima y arriesgándose también a que lo rechazase, allí, delante de Nájera y de toda la gente de la calle.

Levantó las manos y sujetó el rostro de Olivia mientras agachaba despacio la cabeza y le besaba el pómulo igual que había hecho antes, pero esta vez, cuando se apartó, la miró a los ojos y le sonrió nervioso. Él no hacía esas cosas, llevaba años convencido de que no era capaz de hacerlas. Pero Millán le hacía cuestionarse quién era, quién quería seguir siendo.

Notó que la cicatriz de la mejilla se le tensaba y cerró los ojos un instante. ¿Qué diablos estaba haciendo? Tenía que soltarla y olvidarse de ella. Tenía que…

Olivia levantó una mano y se la colocó justo encima de la cicatriz. No la movió, sencillamente dejó que él notase que lo estaba tocando. Marc abrió los párpados y cuando sus ojos encontraron los de ella, el corazón le latió por primera vez. O así fue como lo sintió, porque nunca antes había notado aquella opresión en el pecho. Ladeó la cabeza y acercó los labios a los suyos. Los sintió temblar y pensó que nunca antes había tenido ese efecto en ninguna de las mujeres con las que había estado; entonces comprendió que sus labios también temblaban.

Olivia le deslizó los dedos de la mejilla a la nuca y le acarició el pelo.

Marc respiró hondo. Estaban tan cerca el uno del otro que su aliento le hacía cosquillas. Ella separó más los labios y Marc también. Y la besó. Dejó que su lengua se impregnase de su sabor y la movió despacio, buscando el modo de alargar aquel instante, a pesar de que al mismo tiempo seguía muy asustado.

Olivia apretó los dedos que tenía en la cintura de él y Marc se pegó más a ella. Ningún beso había sido nunca tan sincero. Ningún beso había significado nunca tanto. Ninguno lo había hecho creer que quizá merecía ser feliz.

Marc profundizó el beso, ansioso por comprender qué le estaba pasando y por hacer todo lo que fuese necesario para seguir sintiéndose así. Y entonces…

—Álex —suspiró Olivia.

Marc la soltó de inmediato.

«No, no soy Álex». Quería gritar esas palabras a pleno pulmón.

«¿Y entonces qué? ¿Le contarás la verdad? ¿Le dirás quién eres y por qué estás en el hotel?».

No.

—Seguro que ahora Nicolás se arrepiente de haberte dejado escapar —carraspeó y dijo, odiándose por ello.

Olivia tardó varios segundos en comprender qué le estaba diciendo Álex, pero cuando lo consiguió, notó que se le paraba el corazón. ¿Aquel beso, el mejor beso que le habían dado nunca, había sido sólo para que Nicolás lo viera? Sintió arcadas. Ella había creído que Álex quería algo más. Estaba segura de que lo había visto en sus ojos. Pero evidentemente se había equivocado. Otra vez. ¿Cuándo aprendería?

—Creo que tu idea de comprarle a Tomás una caña de pescar es fantástica —dijo Marc al ver que ella seguía en silencio. Apretó los puños para no volver a abrazarla—. La tienda de deportes está detrás de la plaza, ¿no?

—Sí —dijo por fin Olivia—. ¿Te importaría ir solo? —Con el rabillo del ojo vio que Nicolás y su familia se iban de la cafetería, o sea que ya no había motivo para seguir con la farsa—. Hoy llegan varias familias rusas al hotel y me gustaría ir al quiosco por un par de periódicos de Moscú. Se los encargué hace días.

—No, claro, por supuesto que no —contestó él—. Iré por la caña y luego pasaré por el quiosco —se ofreció.

—No, no te preocupes, tú irás cargado y a mí no me cuesta nada. Además, así saludo a Nati, la encargada. Nos vemos en el hotel —concluyó, despidiéndose.

—De acuerdo —aceptó Marc, arrepentido por el cambio de actitud entre ellos, pero convencido al mismo tiempo de que era lo mejor para todos—. Nos vemos en el hotel.

No volvió a ver a Olivia hasta la noche siguiente.