Las nubes estaban grises y gruesas cuando manejaba por la carretera. Todo lo que poseí llenaba la maletera y se dispersó por todas partes en el asiento de atrás. Había mirado hacia atrás al edificio con tristeza cuando me fui. Este era el primer lugar que había vivido por un tiempo razonable. Cualquier otro lugar, sola o acompañada, había sido breve. Había un tiempo cuando, con él, me había considerado una ciudadana del mundo. Viajamos por África, Europa, hasta Sudamérica. Él, pareció, estaba siempre en busca de algo. Lo que era no tuve ni idea.
Extrañaría el edificio, realicé, cuando se hizo casi una sombra en mi retrovisor. Podría volver y mirarlo. Tal vez chequear a Clara… a Jack. ¡No! Sería imposible. A Jack le haría bastante daño mi desaparición repentina. No podía confundirlo más apareciendo y desapareciendo otra vez. Sólo nos conocíamos por un tiempo corto así que tomé la seguridad en el hecho que él no tuvo la oportunidad de pegarse más a mí. Él terminaría, espero, con este dolor rápido. Me reí cuando pensé en lo que casi había hecho, antes de marcharme. Casi le había escrito una nota. ¿Qué habría dicho? Algo como:
Querido Jack,
Siento tanto por hacerte daño. Mereces mucho mejor. No fuiste tú. Fui yo.
Cuídate,
Lily
P.S. A propósito, la película estaba buena pero deberías leer el libro. Explica mucho más.
¿Habría salido y comprado el libro? ¿Habría hecho la conexión? ¡Imposible! La gente no pensó de esa manera. La mente humana era demasiado protegida.
De una manera, mientras manejé por la carretera vacía, sentí alivio. Alivio de que no tuve que abrir mi corazón para nadie otra vez. Tenía la posibilidad de comenzar en un lugar nuevo. Comenzar de nuevo era mi especialidad. Evitación. Yo me había hecho un pro en eso. Nunca podía dejar que entre nadie en mi mundo. ¿Cómo explicaría lo que soy? ¿Cómo podría contestar preguntas? No había manera. El único modo de tener algo cerca a una relación era quedarme en propia clase.
En el pasado, había oído que había una familia de vampiros que viven cerca a la costa de Oregón. Ahí es donde decidí ir. Mereció investigarlo. Vería lo que encontraría. Si no encontrara nada de interesante, podría buscar, hasta intentar otro país. No había nada para guardarme en éste. Había ido a Lima, Perú una vez, hace muchos años. Era una ciudad grande con crecimiento demográfico, ocupada, aún, relajada. En otoño e invierno había una neblina constante y niebla en el aire. No estaba segura como era el verano ya que no nos habíamos quedado suficiente tiempo para averiguar. No me opondría a volver allí y explorar. Mi español también era bueno, casi fluido. Había estado allí con Ian. Era la primera vez en mucho tiempo que pensé en su nombre. Dolió. Tuve que parar estas tonterías. Él no valió la agonía.
Encendí la radio y exploraré las estaciones. Si no encontraba algo que me guste, podía conseguir mis CDs del asiento de atrás. No me gustó ser sobrecargada por cosas materiales así que no había mucho en el carro. Las cosas con las que sí me quedé eran pequeños recuerdos de tiempos buenos. Me gustó guardar cosas simples. No me quedé en un lugar mucho tiempo, sobre todo por aburrimiento. Pero me había quedado en Olympia. Me había quedado por dos años. Dos años eran mucho para mí. Dos años antes de que las cosas comenzaran a ponerse complicadas. Me había sentido tan cómoda que, aunque por sólo un segundo, había contemplado el pensado la idea de comprarme una mascota. ¿Qué seguía? ¿Una casa con vallado?
La emisora de radio que encontré tocaba música media decente y me encontré cantando a una canción de Duke Ellington. Había comenzado a llover otra vez y los limpiaparabrisas chillaban como de costumbre. No un sonido molesto pero distrayendo bastante a alguien con audiencia supersensible. Mire el reloj y noté que tenía como hora y media de camino. Era raro, la mezcla entre la música y el sonido de los limpiaparabrisas, sobre todo cuando noté que ellos guardaban el tiempo el uno con el otro.
Canté junto con la radio un rato antes que dejara a mi mente regresar a Jack. Me alegré que tuviera que estar más cerca para oír pensamientos… alegre de que no oiría lo que pensaría una vez que realice que me fui. No pienso que podría soportar el dolor que le causaba. Él no había hecho nada para merecerlo. Lo más que pensé en eso lo más que quise girar. Tal vez había algún modo que podríamos ser amigos. Si hubiera algún modo que podríamos ser amigos sin revelar mi verdad, no podía encontrarla. Tal vez debería girar. Tal vez si le di un poco más tiempo. Pero… no. Él tenía otras intenciones. No podía ignorar eso. Tenía que seguir… tuve que seguir.
Sigue… estás haciendo lo correcto… sigue…
Mis dedos agarraron el volante con un apretón de muerte.
«¿Ian?». Susurré. «¿Ian?». Volteé la cabeza al siguiente carril. Nada. Busqué en el retrovisor, hasta volteé la cabeza para mirar el asiento de atrás. Nada. Yo estaba sola. Un carro que había estado detrás de mí por unas millas había salido hace mucho de la carretera.
«¡No! Es imposible. Tú no estás aquí. Tú ya no existes… no es posible,» dije en voz alta. Me estoy volviendo loca. Es la única explicación. Todos los años sola habían conducido a esto. Busqué a mi alrededor, tanto con los ojos que con los oídos. Todo tranquilo. Encontré la perilla del volumen de la radio y lo levanté lo más fuerte posible. Tuve que mantenerme distraída. No quise oír esa voz otra vez. Esa voz fuerte pero hermosa que había amado una vez. Tenía que odiarlo ahora.
El resto del camino mantuve los ojos en la carretera y los oídos en la música. Me hacía más cercano a donde quise ir. Astoria. Era un nombre bonito. Me gustó como sonó cuando lo dije en voz alta. Tenía promesa. Planeé quedarme en un hotel un rato. Quise mirar alrededor, escuchar a la ciudad, antes de que hiciera arreglos más permanentes. Si encontrara alguien de mi propia clase aquí comenzaría a buscar un departamento. También quise pensar en la posibilidad de clases nocturnas en el centro universitario. Todavía necesitaba algo para mantenerme ocupada. Además, uno nunca puede tener demasiada educación.
Seguí los letreros de alojamiento al final de rampa de salida, reduciendo la velocidad un poco, mirando el paisaje. Pareció a un lugar agradable, calles con árboles y negocios pequeños todos cerrados por la noche. Como a media milla de la salida encontré un hotel prometedor. Parqueé delante de la oficina y respiré profundamente… primera noche en sitio nuevo… otra vez. Salí del carro, lo cerré con llave, y entré por la puerta automática.
El vestíbulo era muy limpio, típico con su soporte de folleto, sillas, y mesas amontonadas con revistas. El área de desayuno estaba a la derecha y los ascensores a la izquierda. Antes de los ascensores estaba la recepción. Me acerqué y noté que no había nadie. Golpeé la campana.
«¡Ya salgo!» la voz de un hombre gritó del otro lado de la puerta detrás del contador.
«¡Ok! ¡Gracias!». Grité. Oí el tilín del ascensor. La puerta se abrió y una mujer joven, de mi edad, salió. Me miró y rápidamente miró lejos, pero siguió andando hacia el contador. Ella se paró delante y vaciló, notando que estábamos solas.
«Dijo que ya sale». Podía oír su corazón que golpeaba como música en mis oídos. Mi boca comenzó al echar agua. No me había dado cuenta que tenía sed. Su cuello pálido mostró sus venas. Tendría que encontrar un lugar para alimentarme y pronto. Fui distraída por el momento por la entrada del oficinista, un hombre bajo, gordo, medio calvo.
«Ok. ¿Quién estaba aquí primero?» preguntó poniéndose los lentes.
«Puede atenderla a ella primero. Por favor.» dije, señalando a la muchacha. Por favor atiéndala y sáquela de aquí. No puedo soportar el sonido de su corazón.
Señalo consentimiento con la cabeza y se acercó a donde la muchacha estaba parada. Ella me miro y sonrió. Nunca me gustó cuando mi comida me sonríe.
«¿Tiene cambio para la máquina de soda? No acepta mis billetes». Ella sostuvo los billetes para él.
«Esa cosa es un problema. Lo hace todo el tiempo. Aquí». Le dio cambio. Ella se regresó al ascensor, sin molestarse en contarlo. El olor que la siguió era casi irresistible. Cerré los ojos e inhalé, dejando que la inundación de su aroma baile por mi cabeza.
«¿Tiene una reservación? ¿Miss… tiene una reservación?».
«Um… no. Discúlpeme, no la tengo». No había estado prestando atención. Estaba soñando con el sabor de la sangre de la muchacha en mi boca. El calor sobre mi lengua.
«Está bien. No estamos demasiado ocupados esta vez del año. Demasiado oscuro y sombrío para los turistas. Déjeme ver lo que tenemos para usted…» él miró su pantalla de computadora mientras habló. «¿Es sólo usted?».
«Sí. Sólo yo». Siempre, sólo yo.
«Puedo darle un cuarto suite por el precio de un doble. ¿Qué le parece?». Todavía miraba su computadora.
«Me parece muy bien. Gracias». No me preocupé. No usaría la cama de todos modos, excepto tal vez para mirar la tele.
«¿Y cuánto tiempo estará con nosotros?» dijo alzando la vista. Muy bonita… parece demasiado joven para estar aquí sola… ¿sin novio? ¿Lo meterá por la puerta de atrás?
«No sé aún. ¿Es un problema?». Sabía que esto no era un problema. Negocio era negocio después de todo.
«Para nada. Si usted llenará esto…». Me dio la forma junto con una pluma. Lo llené, no haciéndole caso a sus pensamientos, y se lo devolví, teniendo cuidado de no tocar su piel.
Después de que todos los detalles fueron terminados, me dio una tarjeta clave y me dio las horas del desayuno continental. Volví al parqueo a parquear el carro. La experiencia que tuve con la muchacha en el contador no fue la primera vez que algo así había pasado. Ella no era un criminal. Yo sólo tenía que alimentarme.
Después del incidente en el carro, no tuve ganas de explorar la ciudad sólo que ahora mi sed tendría que esperar. Quise acomodarme en mi cuarto y tomar algún tiempo para aclarar mi cabeza. Además, el pronóstico del clima de mañana era tan cooperativo como siempre; nublado con llovizna ocasional. ¡Clima hermoso! Llevé todo lo que podía caber en mis brazos y usé la puerta trasera para entrar. De las direcciones que él me había dado, mi cuarto estaba cerca de la espalda del hotel de todos modos. Podría imaginar la mirada en la cara del oficinista si él me viera entrar con un montón en los brazos más alto que yo. Sería bastante gracioso pero también insensato así que me mantuve en las sombras.
No viendo a nadie en el vestíbulo, me apresuré al ascensor. Equilibrando el montón, sostuve mi pierna derecha en el aire. Usé la punta de mi zapato para empujar el botón que convocó el ascensor. Una vez dentro, usé mí pie, otra vez, para empujar el número cinco.
Después de leer el letrero fuera del ascensor, encontré que la puerta marcada 513. Esta sería mi nueva dirección. Coloqué el montón en el suelo y abrí la puerta. Me inundo un olor a productos de limpieza tan pronto abrí la puerta. Todos los hoteles olieron igual. Era mejor que el olor que había encontrado en el ascensor. Era el mismo ascensor que la muchacha sedienta había usado y su aroma dulce tardó. Traté no hacerle caso a mi propia sed.
Como prometido, había una cama enorme con cuatro almohadas. Había también dos aparadores, una televisión en uno de ellos y un escritorio con todas las conexiones necesarias para una computadora. Al lado de la ventana había una silla reclinable y una pequeña mesa con una lámpara. Uno de los veladores a ambos lados de la cama, sostenía la Biblia obligatoria. Dejé todo en la cama y fui para ver el baño. El inodoro tenía un pedazo de papel a través de la cumbre, significando que había sido limpiado. Me aseguré de quitarlo en seguida, antes de que olvidara, entonces el ama de casa lo pensaría raro. De este modo, habiendo inspeccionado cada parte de mi nueva residencia, decidí desempaquetar.
Guardé en su sitio mi ropa y coloqué mis zapatos debajo del estante donde la ropa colgante estaba. Después, puse mis pocos artículos de tocador en el baño. Puse mis cuadernos de dibujo en el escritorio. Todo esto tomó unos minutos en la velocidad con la cual trabajé. Reduje la velocidad un poco cuando conecté mi computadora portátil. Miré la tarjeta en el escritorio para averiguar como unirme al Internet. Ah… sí… una contraseña. ¿Qué había dicho sobre la contraseña? Yo había sido distraída por la muchacha en el contador… por la manera que ella olió. Recordé de nuevo mi conversación con el oficinista, algo sobre la tarjeta clave… correcto. La contraseña era al dorso de la tarjeta clave. La saqué de mi bolsillo y la volteé. ¡Que clásico, Invitado 513… ¡Que original! Encendí mi computadora y la dejé traspasar su rutina de inicio mientras fui a sentarme en la cama.
Las únicas cosas sobre la cama eran las dos cajas que solía guardar bajo el sofá en el departamento. Una tenía tapa y una, ya que yo la había roto. La recogí. ¿Me atrevería mirar dentro? ¿Podría mirar sin perder el carácter otra vez? No había nada en esa caja, solo dolor. Yo me había prometido, durante años, que quemaría el contenido. Por supuesto, todavía no lo había hecho. La miré un rato sin tocar, tratando de decidirme que era mejor empujarla bajo la cama. Lo más qué pensé que debería, más quise tocarla. Lo más quise no hacerle caso, lo más pareció acercarse.
Jalándola más cerca, respiré hondo. Tuve que ver si todavía sentía lo mismo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que mire lo que contenía. Tal vez no era tan malo. Tal vez después de todos estos años todavía imaginaba un dolor que no estaría más allí. Después de todo, éstas eran sólo cosas triviales. Esto era una caja llena de trozos y pedazos de un pasado perdido hace mucho. Pero… ¿fueron perdidos el dolor y la traición? Tuve que ver.
Sostuve la cinta roja en mi mano, todavía podría sentirla en mi pelo, la que había llevado puesta la primera vez que puse ojos en Ian. Sus ojos nunca dejaron mi cara. Yo andaba en el parque con mi padre. Era un día de primavera nublado. Era bastante cómodo para estar fuera sin una chaqueta y recuerdo como nos sentimos liberados. Esto era el primer día caliente de la primavera. Acababa de terminar de llover y todo olió fresco. Mi padre se quejó que no dediqué tiempo suficiente para estar con él ya que asistía a la universidad. De este modo, pareciendo a una niña, había llevado puesta aquella cinta roja en mi pelo sólo para él. Era su color favorito para mí.
Habíamos comprado helados en la tienda en la esquina y luego encontramos una banca en el parque. Disfrutábamos de nuestros conos, el de él vainilla y el mío chocolate, por supuesto, cuando vi a un hombre apoyado contra un poste. Cuando lo miré, se quitó el sombrero y sonrío. Me acuerdo pensar que elegante lucio, como una estrella de cine. Miré a mi padre, pensando tal vez que él lo conocía. Él estaba volteado, mirando a un joven lanzar un palo para su cachorro. Miré otra vez al hombre, preguntándome si él ya se había ido pero estaba allí todavía, sonriéndome. Me sentí un poco torpe, pero no podía quitarle mis ojos, no podía obligarme a mirar a otro sitio. Sus ojos parecieron imanes. Entonces, como si no podía sentirme más incomoda, su cara se puso seria. Me miró fijamente sin expresión. Me agité y jugué con mis manos y casi híper ventilé, pero todavía no podía alejar mis ojos de él. No podía mirar nada más que su cara perfecta, pálida. No era hasta que mi padre miro su reloj y dijo que tenía una cita que por fin forcé mis ojos. Mi padre comenzaba a caminar y sabía que tuve que alcanzarlo. Miré hacia atrás, hacia el hombre, tratando de sonreír al menos pero él se había ido. Había desaparecido tan rápidamente y de repente como había aparecido.
Soñé con él, mi admirador pálido, por muchas noches. Él se hizo mi fantasía durante los próximos meses. Él era mi hermoso, pálido vampiro.
Realicé, en medio de esa memoria, que agarraba la cinta con tanta fuerza en mi mano que mis uñas cavaban en mi palma. Miré las marcas de mis uñas, dejando caer la cinta andrajosa en la cama. ¿Cómo podría todavía esa primera memoria causar tanto dolor? Esto pareció una cinta que se apretaba alrededor de mi corazón que hace mi aliento imaginario explotar de mi boca con cólera y deseo. Me sentí enojada. Estaba enojada con él; enojada por creer en él, por permitirle destruir mi mundo. Él entró en mi vida y la terminó y yo había querido eso. Mi cuerpo se estremeció como si fuera a gritar. Sentí el dolor en mi estómago. Lo sentí en mi cabeza. Si pudiera soltar lagrimas, lo haría.
Devolví la cinta a la caja y le di una patada bajo la cama. No podía tratar con el contenido ahora mismo. Era demasiado pronto. Cien años podrían haber pasado y todavía sería demasiado pronto. La herida que él dejó todavía se sentía demasiado fresca. Agarré el remoto y prendí la tele. Tenía que haber algo para distraerme. Quise esperar hasta el comienzo del día para salir. No estaba en humor de cazar esta noche. Podría ir a cualquier barra local y tratar de encontrar alguien sabroso, pero como estaba, podría considerar hasta alguien con una infracción de tráfico menor comida sabrosa. No, esperaría. Yo tenía estándares. Esperaría hasta que me calmara, mi mente se despeje, para saber la diferencia.
***
Después de horas innumerables de surfear los canales, abrí la cortina. Era definitivamente día. El sol no brillaba, pero había luz en el cielo. La gente se movía en el hotel. Estaba un poco interesada en lo que la muchacha de anoche hacía. Exploré los cuartos, pero no oí su voz. Ella todavía debe estar dormida. ¡Ah!… Bien.
Me cambié de ropa, ansiosa de salir a tomar aire y ver mi nueva ciudad. Me preocuparía por cazar más tarde. Salí al frente del hotel y noté que no llovía aún y caminar me haría bien. Pareció estar bastante cerca a la civilización para explorar sin preocuparme por estacionamiento y calles de dirección única. Además, no estaba en ninguna prisa.
Decidiendo mantener mi farsa habitual del café y una banca en el parque, me dirigí hacia lo que pareció el centro de la cuidad. Pasé unas pequeñas tiendas que abrían. Los dueños barrían la vereda o limpiaban sus escaparates; preparación para un día de negocio como de costumbre. Mientras caminé, podía oler café. Como de costumbre, dejé que mis sentidos me dirijan. Una cuadra a la izquierda y a través de la calle; allí estaba. Una pequeña tienda en la esquina pintoresca con su soporte de periódico familiar al lado de la puerta. Un hombre joven, con un periódico metido bajo el brazo salía. Él dejó soltó la puerta antes de verme y se apresuro atrás.
«Perdón. No prestaba atención… por favor… déjeme». Él sonrió y sostuvo la puerta abierta para mí. Ella es realmente preciosa… idiota… debes mirar.
«Gracias,» era todo lo que logré decir al entrar. Miré hacia atrás y lo vi todavía parado allí, sacudiendo su cabeza. Otra vez.
Además del hombre que acababa de salir, yo era el único cliente. Miré el menú y decidí un moca grande esta vez. Era gracioso mirar el menú y tomar una decisión en cuanto a cual tamaño y sabor debería probar ese día, como si realmente iba a beberlo. Era divertido de todos modos, pretendiendo ser humana. Ordené y luego me moví al final de la del contador marcado recogida. El hombre que hace el café era tan rápido, como si podría hacerlo dormido. Él vertió los tiros y espumó la leche como un experto. No oí nada de su mente.
«¡Moca grande!» gritó como si la tienda estaba llena de gente. Me reí pero él no notó. Estaba tanto en su rutina que se movió como un robot.
Había un montón de revistas en la barra por la ventana delantera grande y taburetes de aspecto cómodos. Decidí sentarme allí así podría pretender leer una revista y mirar la acción en la calle. Elegí el taburete más lejos de la puerta y me senté allí para escuchar a escondidas a cualquiera que parezca interesante. Que mejor modo de aprender sobre esta ciudad que de los pensamientos privados de sus residentes.
Miraba una revista de moda cuando todo el aire se fue del cuarto. Él entró. No Ian, no… este era alguna otra forma de tortura. Él entró mirando el suelo, o tal vez el mapa en sus manos, y al mostrador sin mirar alrededor. De una voz profunda, melódica, oí que él pedía un moca grande y un mollete de arándano.
«¿Perdóneme? ¿Sabe dónde queda la universidad? Pienso que estoy cerca pero no estoy seguro que camino de aquí». Sus ojos estaban en su mapa.
«Está cerca. Izquierda cuando salga de aquí, cinco cuadras, y luego derecha en la Avenida de Maple». El hombre contestó sin sacar sus ojos de la cafetera. «Su moca grande». Él le dio la taza y el mollete envuelto en una servilleta.
Él tomó su taza y fue a una mesa en la espalda. Puso sus cosas en la mesa y desplegó el mapa. Lo miró, dibujando líneas con sus dedos. Era tan absorto en el mapa que ni me notó mirándolo, aunque tenía que girar en mi taburete para hacerlo. Chupé un trago de aire. Sentí los músculos endurecer en mis brazos cuando agarré los lados del taburete. Su latido de corazón era tan fuerte en mis oídos que el sonido era ensordecedor. Quise sostener mis manos a mis oídos pero tuve miedo de moverme.
¡Hizo dar vueltas a mi mente! ¿Era el humano, verdad? ¿Qué podría ser tan extraordinario sobre él? Estaba vestido en pantalones caqui y un suéter rojo. Su pelo marrón claro estaba muy bien peinado. Él llevó puesto un reloj en una muñeca y una pulsera de plata y negra en la otra. No llevó puestos ningunos anillos. Por qué le hice caso a eso no podía decir en ese momento. Él siguió mirando su mapa por un momento y luego hizo una pausa. Se quedo así por un momento y luego, despacio, levantó sus ojos, sus ojos azules hermosos. Debe haberme sentido mirándolo fijamente y aún, aunque yo hubiera sido agarrada, no podía quitar la mirada. Inclinó su cabeza ligeramente al lado y vi una sonrisa, una sonrisa que hizo una bizquera muy ligeramente de ojos hermosos era todo lo que tomó. Mi mundo había sido puesto patas arriba otra vez, por segunda vez.
Finalmente me hice mirar a otro lado. El sonido del latido de su corazón enfurecía. Su olor, dulce aún almizcleño, llenó el aire. Inhalé y luego me paré. No podía respirar en este momento. Tuve que esperar hasta que esté afuera aún no podía obligar mis piernas a moverse. Yo no podía obligar que mis manos soltaran el apretón que me sostuvo al taburete. Lo oí respirando detrás de mí. Oí que su corazón se apresuraba. No lo miraba aún imaginé su cara. Ya lo había memorizado. ¿Qué me pasaba? Esto sólo me había pasado una vez, hace mucho. Eso había sido un error; el peor error de mi vida. Pero esto estaba más allá del error. Este era un hombre mortal que me hacía sentir cosas que no había sentido o había querido sentir en un mucho tiempo. Este era un gran pecado aún me sentí impenitente.
De alguna manera, convocando suficiente fuerza para brincar de mi taburete, dejando mi café, salí corriendo por la puerta. Tenía que salir para poder respirar otra vez. Su olor era tan poderoso. Nunca miré hacia atrás. No busque sus pensamientos una vez que estuve fuera. Tuve miedo de lo que podría oír.
Corrí, sin preocuparme sobre lo que la gente podría ver, a una velocidad más razonable que mi velocidad de vampiro habitual, pero de todos modos, corrí. No sabía donde iba. Tenía que alejarme de la posibilidad de verlo otra vez. La forma en que su olor y el latido de su corazón me habían envuelto, tenía miedo de hacerle daño. ¿Por qué le haría daño a este hombre? No maté sin mérito. No maté a nadie que no mereció ser castigado. ¿Por qué este hombre? ¿Por qué ahora?
Sigue corriendo… lo puedes hacer… sigue corriendo… más rápido… nadie te ve…
«¡DÉJAME EN PAZ! ¿Por qué me haces esto? ¿No has hecho suficiente?». Grité y susurré, todo en el mismo aliento.