La Liturgia de las Horas

La Liturgia de las Horas, según el rito romano, traducida a la lengua española, todavía sorprende a Ignacio un poco. Esta tarde de adviento hace frío afuera y dentro de la capilla de la Gorgoracha, la calidez viene del corazón de Ignacio y de la voz de los otros tres, el prior que es ahora Raimundo. La comunidad reducida cuenta ahora con los dos que faltan, como se cuenta en el presente con el pasado que va volviéndose futuro a medida que instante tras instante, cada instante es el número del movimiento según el antes y el después.

Llueve y llueve, llueve y llueve. Sí, han renunciado a este mundo, ¿a qué mundo? A este mundo del amor y la contradicción. Así que podría decirse de ellos que son únicos y estériles. La lluvia subtropical de la Gorgoracha es grande como un globo que se eleva en el aire. Todo es la lluvia en el atardecer insignificante. Ignacio y Raimundo tienen esta tarde conciencia de su insignificancia, de su estupidez, y se sienten diminutos como cucarachas. No se sienten poderosos ni sabios ni normales ni guapos. No saben quiénes son, este es el efecto-Dios, para expresarlo en el ridículo modo de la posmodernidad. Todos los recuerdos se han suspendido y la conciencia se ha suspendido. Jesús, hijo del Padre, ven aprisa / en este atardecer que se avecina / serena claridad y dulce brisa será tu amor que todo lo domina. Amén. Llueve y llueve afuera, la lluvia borra todas las significaciones y todos los paisajes. No han probado el alcohol, se han estimulado en el Señor. Oración: Guárdanos, Señor, durante esta noche y haz que mañana al clarear el nuevo día, la celebración del domingo nos llene con la alegría de la resurrección de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Llueve y llueve, la lluvia deshace los bancales de patatas, en esta tierra subtropical la lluvia es un acontecimiento absoluto. Y el convento de la Gorgoracha es insignificante. Ahora no es verano, ahora es otoño. Al menos en verano se oía el gran silencio de Dios. Pero ahora el pútrido otoño no da pie a la lucidez. E introduce el espanto, la ambigüedad, la incertidumbre. Al amparo del Altísimo, no temo el espanto nocturno. Estos cuatro insignificantes frailes, tercos e insignificantes, rezan a coro: No temerás el espanto nocturno / ni la flecha que vuela de día / ni la peste que se desliza en las tinieblas / ni la peste que devasta al mediodía. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno: una lectura breve: Dios nos ha destinado a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros para que despiertos o dormidos vivamos en él. Son las oraciones del atardecer, la súplica insignificante de estos agobiados cuatro frailes que nadie reconoce. Entre ahora y la hora de la muerte nada habrá que sea más significativo que la palabra de Dios. ¡No se puede ser más estúpido, más crédulo, más insignificante! ¿O es al revés: es imposible ser más inteligente, más dulce, más significativo que estos cuatro frailes jóvenes y viejos que rezan? El corro que forman delante del altar les cierra sobre sí mismos. Pero detrás, atrás, en los bancos ¡oh, absurdo! Han venido a visitarles y a verles: ahí está Matías Belarte, escéptico y con dos copas de más, le ha dado al dulce esta tarde. Ha sido él, Matías Belarte, quien se ha empeñado en venir y se ha traído consigo al Miguel, a Ana, a una rubia que derrama estúpidas lágrimas emocionada por este ambiente, una Estefanía de Marbella que ha derramado copiosas lágrimas creyendo que se trata de un funeral. Siente que llora por su abuela o su madre, en cualquier caso, un esperpéntico don de lágrimas inunda su rostro genérico. Es imposible decir si todo esto es verdadero o falso, esperpéntico o limpio, puro o impuro. Matías Belarte sabe a qué ha venido. Ha venido a elogiar la valentía del valiente Raimundo que no le denunció: Bendecirá al Señor que me aconseja / hasta de noche me instruye internamente. Al pronunciar estas palabras Ignacio se siente como herido de muerte: ¿de verdad el Señor hasta de noche le instruye internamente? Se oye la lluvia subtropical sobre la capilla como un recuerdo culpable. Llueve sobre la diminuta bóveda como una acusación y dice la lluvia: os habéis olvidado de Abel, os habéis olvidado de Josefo, os habéis entregado a la rutina de las oraciones, os habéis encorsetado en la milenaria palabra de Dios, sois cobardes: Ignacio ha perdido el ritmo de la oración de los otros tres y repite para sus adentros: Bendeciré al Señor que me aconseja / hasta de noche me instruye internamente / tengo siempre presente al Señor.

Matías Belarte piensa: qué coño hago yo aquí. Estoy aquí porque quiero y he traído a los demás y oigo la lluvia como un tambor subyacente. He venido en elogio de estos frailes, pero una vez aquí ¿qué hago aquí?, ¿quién es el Señor? Constantemente dicen Jesús es el Señor. Y no lo entiendo. Para volver a nacer tendría que regresar al vientre de mi madre. Yo no volveré a nacer. Y no entiendo lo que dicen.

Lectura breve: Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. No lo entiendo, piensa Matías Belarte.

Señor, Dios nuestro, concédenos tú un descanso tranquilo que restaure nuestras fuerzas, desgastadas hasta ahora por el trabajo del día; así fortalecidos con tu ayuda, te serviremos siempre con todo nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Por Jesucristo nuestro Señor. Son cuatro espectadores y cuatro orantes. No se puede ser menos. Ahora Belarte oye rezar el salmo 87 (Lucas 22,33): Esta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas: Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia / llegue ante ti mi súplica / implica tu oído a mi clamor / porque mi alma está colmada de desdichas / y mi vida está al borde del abismo / ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido […]. Has alejado de mí a mis conocidos / me has hecho repugnante para ellos / encerrado no puedo salir / y los ojos se me nublan de pesar / todo el día te estoy invocando tendiendo las manos hacia ti / ¿harás tú maravillas por los muertos, se alzarán las sombras para darte gracias?

Los dos más conscientes de estos cuatro leen ahora entrecruzándose: Lectura breve: Tú estás en medio de nosotros, Señor, tu nombre ha sido invocado sobre nosotros: no nos abandones, Señor Dios nuestro.

Volverán a leer una y otra vez estos mismos textos. Volverán a rezar estas mismas oraciones. Han capturado a Matías Belarte, el imposible y trivial Belarte. Pero no lo saben porque le dan la espalda mientras rezan en coro. Han conquistado el corazón escéptico. Belarte ha traído una plañidera. Estefanía derrama por Belarte las lágrimas que le faltan, el don de lágrimas.

Oración: Señor Dios todopoderoso, ya que con nuestro descanso vamos a imitar a tu Hijo que reposó en el sepulcro, te pedimos que también le imitemos mañana resucitando a una nueva vida. Por Jesucristo nuestro Señor.

Yo lo dejaría así. Al amparo del Altísimo, no temo el espanto nocturno: Dios mío, confío en ti.