El Media Luna tiene detrás un patinillo que no llega, suele decir Belarte, a patio andalú por la incuria del medialunero, que es un despenao. Pero que, en fin, tiene sus cuatro paredes jalbegadas y de las paredes cuelgan equilibrados tiestos de geranios y un gran jazmín en el rincón y una sombrilla verde pistacho alanceada por las lanceoladas hojas de una bambusa nigra que cumple veintiún años esta tarde. En el coche del Miguel los tres, Belarte, Ana y Miguel, y una muda rubia que el Miguel ha ligado tres noches antes cuyo pensamiento y gustos se sospechan pero solo se muestran en mohínes de asentimiento o disentimiento según los casos. Esta chica se llama Estefanía y no tiene la menor opción. Cada vez que la mira el Miguel dice: si bien se mira no todas las rubias sois tan tontas. Irrespetuosidad que, por cierto, cae en saco roto. Estefanía es imperturbable. Belarte está en vena. La bajada de los cuatro a Vélez es simultánea al traslado de Raimundo en la camioneta que conduce el Jacin en compañía de Ignacio. Solo le ha quedado una cierta tiesera al moverse y los moratones de la cara. Tiene en realidad buen aspecto. Y Belarte, que sabe todo eso, está en vena:
—Ya en mil novecientos ocho lo decía Ortega en El Imparcial: los místicos y mixtificadores han tenido siempre horror hacia las definiciones porque una definición introducida en un libro místico produce el mismo efecto que el canto del gallo en un aquelarre: todo se desvanece. El gallo soy yo, como podéis ver. Incluso Estefanía, nuestra esfinge sin secreto, puede verlo a ojos vistas. Y el aquelarre es el convento de la Gorgoracha cuyo estado de verificación es nulo. Ahí arriba nada puede ser verificado, todo es pura subjetividad espiritual, mixtificación religiosa. Todo es truco. Y nada hay en este mundo que se acaba, tan placentero para un hombre como yo, que ya me acabo, guapa —le da unos golpecitos en la pierna a Estefanía—, como descubrir el truco al prestidigitador. Voy a daros una definición: la vía mística, al no poder proporcionar verdad universal ninguna, solo proporciona espasmos, mixtificaciones. Mística es mixtificación.
—¡Y además de verdad, compae! —corrobora el Miguel, aureolado por la impasible belleza de la rubia, con ese aire alfa del macho que por fin ha puesto el cascabel al gato—. ¡Ahora tenemos en el bote al prior!
—¡Y que lo digas! —exclama Belarte—. El mixtificador óptimo máximo está casi que lo tira, ya derrapa. Se pegará la hostia de un momento a otro con todo el aparato escénico de una buena hostia del fórmula uno: la cacharrería por los aires, motor y ruedas desventradas, y el piloto hecho un pelotón contra las vallas de neumáticos. Y todo, para colmo de delicia, a puta cámara lenta. Sin sonido, por favor. El ruido y la furia para la chusma de las gradas. Para el espectador puro el troceamiento silencioso y virtual de un millón de euros. Estos trapenses nuestros, sin duda son fórmula uno. Y sucede que el prior de pronto se escacharra.
—¿Y cómo se escacharra, según tú? —pregunta Ana.
—Buena pregunta, criatura —declara Belarte, que apura el segundo chato de vino dulce de la tarde—. Pues se escacharrará, o eso espero, queriendo lo que parece que quiere.
—¡A ver, desembucha de una vez! ¿Qué demonios quiere? —Ana hace esta pregunta irritada.
—Pues quiere lo que quiero yo: sacar un libro, mujer, sacar un libro.
—¿Que quiere publicar un libro?
—Quiere publicar el libro. ¡Tanta santidad y recogimiento, para acabar dándole la razón a Mallarmé: «todo existe para convertirse en libro!» Se titulará, si yo tengo mano, que la tengo: Itinerario de la mente a Dios. Itinerarium.
—¡Toma ya! —exclama Miguel—. ¡Illo, ponte otra para aquí la concurrencia!
Ana enciende un cigarrillo. Parece desasosegada o incómoda. Como con gana de discutir. De hecho, la pregunta que va a hacer ahora tiene un dejo indignado en su sequedad:
—¿De dónde sacas todo esto, Matías? Te lo inventas todo de pura rabia que te dan. Y ya cansa. Esto tuyo con los frailes cansa. Es una polémica revieja.
—¿Ah, sí? Pero no será por culpa mía. ¡Quizá sea tu humor melancólico. Reconoce que el giro de los acontecimientos es cómico!
—A ver, explícame el giro de los acontecimientos. Yo te veo lo mismo que hace cinco meses: dale que te pego con los frailes esos. No veo giro ninguno, sigues con lo mismo.
—Yo, quizá, sí. En cambio ellos no. Aparte el suicidio, hemos tenido una bronca callejera, una gran bronca, una hospitalización, una no-denuncia. Y mientras tanto, mientras el buen Raimundo se lamía en el hospital las patadas que le dimos, el buen prior lo ha vuelto a pensar todo y ha decidido que hace falta un libro. Que esto hay que darlo a la luz pública, justo lo que yo digo. Llevo diciéndolo así desde un principio. Luz y taquígrafos. Et lux perpetua luceat eis.
—¿Eso qué significa, pedante de los cojones? —gruñe Ana.
—Que la luz perpetua les alumbre, significa, niña. Y claro, cuando la luz de este mundo, más o menos perpetua desde luego, lux en cualquier caso, cutrelux en este caso, les alumbra, se ve lo que hay: que es mucho, pero que mucho, cuento. Y para muestra basta un botón: el buen prior, que ha ido leyendo mis artículos, que ha ido disintiendo y despreciándolos todos estos meses, ha ido, al mismo tiempo, apreciándolos y envidiándolos y deseando darnos su opinión. ¡Ah, la opinión! ¡Ahí le duele! El padre prior quiere darnos su opinión, quiere refutarnos, confutarnos, confutatio maledictis. Nosotros somos los maledictis y nos va a confutar el buen prior. No quepo en mí de curiosidad e impaciencia. ¡Itinerarium, nunca mejor dicho! ¡Illo, rellénate! —exclama de excelente humor Belarte señalando los vasos.
El mozo del Media Luna se toma su tiempo. Este de la capital le parece un creído. Lleva hablando sin parar desde que entró. Este mozo sabe que el patrón trata a don Matías muy de don Matías siempre, con mucha deferencia. Pero a él le parece un palabrón sin más. Así que saca la garrafa de dulce y rellena las cuatro copas. Belarte apura la suya de un trago.
—¡Este es tu momento, Matías Belarte! Tu iluminación, tu éxtasis, tu particular malformación, tu versión propia del tedio —dice Ana entre sí.
Solo Estefanía le oye decirlo y la mira con sus grandes ojos de rubia a quien han llamado muchas veces chica ingenua, aluica. Nada le ofende más que la llamen o pensar que piensan que ella es aluica, una persona manejada por otro, una torpe hormiga alada y boba que se utiliza como cebo para cazar pajarillos. Nada ofende más a Estefanía que la crean eso. Por eso, porque no lo es, observa con los ojos muy abiertos a Ana, que le ha parecido desde un principio inteligente y esquinada. Lo que a ella le gustaría parecer. Y piensa: la verdad es que tiene razón esta borde: el Belarte está presumiendo desplegando su cola de pavo real sabiondo, creyendo que es genial sin, en el fondo, serlo. Lleva escuchándoles toda la tarde con esto de los frailes sin fijarse mucho. Ahora se ha fijado porque Ana acaba de sorprenderla: las ocurrencias de Estefanía, habitualmente perezosas, se han activado ahora. Ahora presta atención, cosa, por cierto, que Belarte ni hace ni puede hacer en este momento: está embebido en su vino dulce y en su resentimiento contra los frailes, los místicos. Es dulce, estar con este vino de mujeres, largando y ejercitando su natural mala baba como un gimnasta ejercita sus dorsales. El no sé qué que queda balbuciendo, la mala baba irreprimible es lo que percibe Ana. Clausurada en su lucidez y su última pasividad melancólica.
—De tedio nada, bonita —contesta Belarte—. Lo que pasa es lo siguiente, que te lo voy a contar: el buen padre prior quiere escribir un libro tomando como base los dichosos papeles del fraile suicida, Abel, mi viejo amigo. Y tiene intención, el muy estúpido, de componer todo un libro de doscientas páginas, que va a llamarse Itinerario, en el cual se cuenta su propio itinerario hasta llegar a Dios. Y el del propio Abel, con esta su grave errancia que le llevó al ahorcamiento. Dice, me lo ha dicho a mí palabra por palabra, que va a hacer un uso amplio y literario del concepto heideggeriano de errancia.
—¡Toma ya! —exclama Miguel—. ¡Qué máquina, illo!
—Por eso es por lo que, bonita, y que conste que esto es un galicismo, por esto por lo que…
—No bebas más Matías Belarte —dice Ana.
—Por eso es por lo que me tengo que reír con una risa innumerable, por lo ridículo que es que el meditativo, el retirado, el dejado en las manos del Señor, acabe como un vulgar autor, queriendo serlo sin llegar a serlo, echando el resto por publicar un puto libro. Porque va en serio el buen padre prior, completamente en serio. Y la condesa, para más inri, porque esto es todo un esperpento puro y duro, la condesa, a mayor abundamiento, ella también quiere que se haga este hermoso libro de piedad y reflexión religiosa contemporánea, de un catolicismo acendrado pero eso sí, actualizado, dialéctico, a la altura de los tiempos. ¡Si serán imbéciles los dos!
—¿Y qué hay de lo mío, Matías? —pregunta Miguel—, ¿qué saco yo si se publican los papeles de mi tío? ¡Porque el Abel era tío mío, que casi se nos está olvidando con tanto hablar!
—Ya echaremos cuentas pero esto te digo de antemano: que sacarás en limpio la verdad, saber la verdad.
—Si solo va a ser eso, tampoco es tanto, que el coche me chupa un capital en diésel.
A estas horas ya han llegado al convento de la Gorgoracha los viajeros. Ya es el atardecer. Raimundo se ha unido a Ignacio, al prior, al hermano Pablo y al hermano Lorenzo. Están rezando las Vísperas. La secuencia que ahora rezan es el comentario indirecto a la desatada conversación del Media Luna: los cinco frailes ahora recogidos en su pequeño círculo cerrados, si se quiere, en la subjetividad de su evidencia religiosa, rezan: «Veni, sancte Spiritus, et emitte caelitus tuae radium. O lux beatissima, reple cordis intima tuorum fidelium. Sine tuo nummine, nihil est in homine, nihil est inoxium. Lava quod est sordidum, riga quod est aridum, sana quod est saucium». Ven, espíritu divino, envía el rayo de tu luz desde el cielo. Sin tu divina fuerza nada hay bueno en el hombre, nada es inocente. Lava lo que es sórdido, riega lo que es árido, sana lo que está enfermo.
Atardece en el pelagartal de la Gorgoracha. El aire es dulce en otoño, ambarino y resplandeciente y fresco como un contrapunto. Imposible traducirlo a términos poéticos, a términos conceptuales, el aire intraducible, el aliento, el ánimo, el Espíritu Santo.