Raimundo ha tenido que quedarse

Raimundo ha tenido que quedarse en el hospital tres días. El prior e Ignacio, Pablo y el hermano cocinero le han visitado los tres días. También le ha llamado por teléfono consternada doña Mariana.

El Ideal de Granada llega al hospital y los cuatro frailes lo leen más o menos a la vez. Se titula: «Un broncas trapense».

El temperamento religioso es siempre propenso a la bronca. No hace falta recordar al lector las guerras santas de uno u otro signo. Y ni siquiera las célebres disputas de frailes a lo largo de toda la historia de Occidente. Baste recordar que la ira es fruto de la frustración. ¿Y quién puede sentir más frustración que un afirmador de lo absoluto? En esto no andaba desencaminado ese otro gran perseguidor de absolutos y perfecciones que fue JRJ, el andaluz universal. «¡Qué iracundia de hiel y sinsentido!», exclama, cuando se siente harto de la sólo relativa perfección alcanzada en una de las etapas de su Itinerario a la Poesía Pura. Lo mismo cabe decir de nuestros frailes de la Gorgoracha. Uno de ellos, según queda reflejado en una noticia de este diario, se vio envuelto la otra tarde en una de esas iracundias: una bronca, por lo que parece, por todo lo alto, que acabó con sus huesos en el Hospital de Traumatología de Granada. Parece ser que el buen fraile agredió a un pacífico parroquiano a la salida del Alarcón, a consecuencia de una mera disputa ideológica. ¡Muy grande tuvo que ser, muy faltón tuvo que ser el fraile y muy burros sus oponentes o quizá no! Pero esta bronca también puede leerse en términos de un choque de mundos —una especie de chusca de guerra de los mundos a nivel de provincia—. El monje, acostumbrado al ámbito de la fe sobrenatural (convicción subjetiva de la verdad de sus verdades), se cruza casualmente con el ámbito de la opinión cotidiana y de lo fáctico: es obvio que aquí sus convicciones no convencen: solo puede proclamarlas, y si no se le escucha, como parece que fue el caso, liarse a bofetadas. Es la dialéctica de los puños y las pistolas, una vez más. Hubo un tiempo en que los convencidos, los creyentes, tuvieron el poder de aniquilarnos en nombre de su fe. Lo profano era pura profanidad y blasfemias. Y la gente les tomaba en serio. Cualquier granaíno de mi edad habrá oído en su casa hablar de eso. No insistiría ahora en esta aburrida bronca callejera, si no fuese porque el sorprendente carácter de la comunidad de la Gorgoracha vuelve, una vez más, a sorprendernos a todos. Del fraile que se ahorca al fraile broncas. No sé si es un escándalo o un esperpento: posiblemente ambas cosas. También, supongo, un signo de que las religiones vuelven. Y no me refiero en este caso al islam sino al vulgar cristianismo dogmático, a nuestro catolicismo de toda la vida, que, enfurecido, sale de los conventos y se lía a tortazos con los paseantes. Dado el mutismo de la jerarquía, esto es todo lo que se me ocurre comentar: doy por supuesto que no se pelearon por una mujer: así que supongo que se pelearon por un dogma. El buen fraile no ha puesto ninguna denuncia, nos quedamos, pues, sin saber qué fue lo que de verdad pasó. Supongo que debemos descontar la intoxicación etílica en el caso del agredido. En el caso de los agresores que tuvieron que defenderse, según parece, puede que hubiese un par de copas. Pero todo ello, dada la brutalidad del resultado, resulta una vez más brutalmente oscuro. El mundo de lo sagrado cruzándose incompresiblemente con el mundo profano siempre acaba como el rosario de la aurora.