Matías Belarte vuelve a la carga. ¿Cómo llegan estas noticias a la Gorgoracha? En el convento no se escucha la radio, no se ve televisión y no se leen periódicos. En este momento, aparte de los cinco frailes y Jacinto, no hay nadie más. (Prior, Raimundo, Ignacio, el hermano Pablo, que es enfermero y el hermano Lorenzo, que es cocinero y despensero.) ¿Cómo les llegan las noticias? El Jacinto, bien es cierto, pasa gran parte de su tiempo en la cocina, echando una mano, dice él, al hermano Lorenzo pero en realidad dando el palique. Y otra parte de su tiempo, aunque no todos los días, lo pasa en Vélez entre el Media Luna y los recados. En el Media Luna se lee todos los días el Marca y El Ideal. Y cada vez que salen noticias del convento, y los artículos de Belarte son muy atentamente leídos en el Media Luna. Así que el Jacin, a su manera atolondrada, está más al tanto que ninguno. El del bar le guarda El Ideal los días que no viene y Jacin lo sube al convento. Los artículos de Belarte siempre se desglosan primero en la cocina, de ahí pasan al prior. Después de Jacin, el que más al tanto está de los dimes y diretes de la provincia es Josefo. Con su aire distante, con un aire de no querer la cosa, el prior sigue con curiosidad creciente el ritmo de los improperios de Matías Belarte. Los otros frailes, Raimundo, Ignacio, el hermano Pablo, se enteran por los resúmenes que el prior hace de esos artículos con el ceño fruncido. Finge preocupación, cree Raimundo. El último artículo de «El Rincón de las Verdades» se titula «El hecho y el desecho»:
Esta mañana leyendo El Mundo he leído un interesante artículo de Javier Gómez de Liaño titulado «Cuadernillo de verano». Gómez de Liaño es, en mi opinión, una de las grandes figuras malentendidas de esta maltrecha España que nos toca vivir. Yo mismo tuve relaciones epistolares con él que comenté hace ya años en esta misma columna. Hoy me ha sorprendido su referencia al suicidio de Tony Scott tirándose de cabeza al agua en el puerto de Los Ángeles desde una altura de sesenta metros: «En mi juventud se decía que la tendencia al suicidio aumentaba con la edad, que los hombres se suicidaban más que las mujeres, que los solteros lo hacían más que los casados, y los intelectuales lo hacían más que los que no lo eran. No sé qué habría de cierto en ello, pero hoy las cifras son aterradoras. Según un informe del Centro de Control y Prevención de Enfermedades, en Estados Unidos, cada quince minutos una persona se quita la vida y muchas otras piensan en la posibilidad de hacerlo». ¿No era Camus quien decía que el único problema filosófico importante es el suicidio? Gómez de Liaño termina así su artículo: «Shakespeare se preguntaba si es verdaderamente un crimen precipitarse en la secreta morada de la muerte antes de que esta venga a nosotros». Todo esto no tiene desperdicio y los lectores de esta columna agradecerán, estoy seguro, este comentario de Gómez de Liaño: en el trapense Abel Martínez, mi antiguo compañero de facultad, se dan todas las notas del suicida contemporáneo: la vejez —estaba a punto de cumplir setenta años—, era hombre y no mujer, estaba soltero y era un verdadero intelectual. Ahora debemos preguntarnos con Gómez de Liaño y con Shakespeare si es verdaderamente un crimen anticiparse a la muerte, matarse. ¿Es realmente un crimen? Si lo es, desde luego, desafía al Derecho penal: el hombre que se mata a sí mismo torea el Derecho penal, eso al menos es indudable. ¡Ah, sí!, pero nadie se salta a la torera el Derecho canónico. Por no hablar del Derecho Divino. Si la vida es un don de Dios —como dicen— qué desperdicio y qué ofensa tan grande es quitársela uno a sí mismo por propia voluntad. Un suicida, desde una perspectiva canónica, y más si es fraile, es un ejemplo puro y duro de deshecho. Al deshacerse de su vida, al desecharse, se convierte en un desecho. Y aquí estamos, claro está, en un problema público y casi diría que ecológico. ¿Qué tenemos que hacer con los desechos? Antiguamente se prohibía enterrar a los suicidas en sagrado. No sé cómo andará la cosa ahora. En fin, esto no creo que haya preocupado a los frailes, que tienen su campo santo recoleto próximo a las tapias del convento, paredañas con el camino de Lagos.