Matías Belarte publica

Matías Belarte publica un segundo artículo sobre lo sucedido en el convento de la Gorgoracha dos semanas después del anterior. Está muy en el espíritu de El rincón de las verdades. Se tiene la impresión de que Belarte está cada vez más embalado con esta historia, como si un espíritu burlón, zigzagueante, y fecundo, le inspirara ahora incesantemente. El nuevo artículo se titula «La espiritualidad de “El cabra”»:

De jóvenes éramos menos feos que ahora. Y el menos feo, «El cabra», el reverendo padre Abel Martínez, trapense, recientemente fallecido. Le llamábamos «El cabra» porque no nos llevaba nunca la contraria, por absurdos que fuésemos. «Sevilla, dicen los malagueños, no tenía que ser.» Un granaíno nunca diría eso. Nosotros somos de otra pasta. Estamos, como Abelardo, entre el sí y el no. Pero lo cierto es que un cabra como «El cabra» no tenía que ser. Y, sin embargo, fue. Y de haberle dado la gana las hubiera levantado, a las titis, como escombro. Pero no le dio la gana. Solo Dios —nunca mejor dicho— sabe por qué. Yo también sé por qué pero no lo digo por piedad cristiana —que también la tengo yo, y más que muchos no obstante mi connatural agnosticismo—. Le llamábamos «El cabra» porque no nos hacía frente, siempre cedía. Esto dicen que les gusta a las mujeres hoy en día. La verdad es que siempre estuvo de gran actualidad «El cabra». Y ahora más que nunca. No contradecir al contrario, por absurdo que sea —y nosotros de jóvenes podíamos serlo mucho— es un grave defecto del carácter. Un defecto, yo diría, eclesial. ¡Se salen con la suya pero no te contradicen! Este carácter manso era repelente, en realidad. De puro manso no parecía el padre Abel, de joven, del todo real, parecía ya gastado o cansado o de vuelta del mundo. Pero en fin, ¿cuántos hombres de Iglesia no hemos conocido así? Tercos como mulas pero suaves. Dice Henri de Lubac que «en el verdadero hombre de Iglesia la intransigencia de la fe y el apego a la tradición no se convierten en rudeza, en desprecio o en aridez de corazón, no le impiden el ser acogedor y no lo encierran en una ciudadela de actitudes negativas». Los de la Gorgoracha no son, por cierto, así. Hay el señoritismo altivo del padre prior y la altivez intransigente del padre Raimundo, compañeros ambos y cofundadores de esta comunidad, con el padre Abel. Se preguntará el lector por qué insisto en este asunto. Insisto porque escribo desde el rincón de las verdades y los frailes están, una vez más, a punto de escamotearlas todas. Dice san Gregorio Nacianceno en su Discurso Segundo «que la salud consiste en el equilibrio». ¿Ha visto u oído alguien alguna vez hablar de algo tan insalubre como el convento de la Gorgoracha? Tan llanos, tan recoletos, tan silenciosos y, de pronto, el gran desequilibrio: el inexplicado suicidio. El reventón de la irracionalidad rampante. Confieso que me siento atraído por este asunto insalubre, vigorizante en extremo.