Fue entre Vísperas y Completas. Se supo con estupor durante la cena. El hermano Abel era de la quinta del hermano Raimundo, entrado en los sesenta. Lo contó el señor Miguel, el pastor, que a esa hora ordeñaba las ovejas. Sus vigorosas manos, sarmentosas, sacaban la leche como a presión de las ubres de las ovejas. Sonaba el chorro contra el cubo metálico. El pastor se sentaba en un taburete entre las ovejas apretujadas y las arrastraba por las patas, las sujetaba fuerte por las ubres. Balaban y se dejaban ordeñar. El pastor hundía la cabeza en el lomo de cada oveja. Las cagarrutas caían en la leche, que cobraba un color acanelado. El largo colgadizo estaba atrás, daba al corral que comunica las cocinas con la hospedería y las cocheras. Le vio colgando de la viga. Reconoció la soga lo primero. Era una soga fuerte, del propio señor Miguel, que la tenía enrollada en una división de los corralillos. Teleras. Había echado la soga subiéndose, posiblemente, en una telera contra la pared. La viga no quedaba muy alta, menos de dos metros. Eran teleras de cuatro travesaños. La que usó quedó apoyada en la pared del fondo. Tardó en verlo Miguel, porque ese lado queda en un rincón donde se apartaban los lechales. Le bajó Miguel, desanudando el nudo de la viga. Se desplomó como un saco. Era un fraile huesudo, un monje más entre los otros de esa misma edad, casi indiscernible entre todos. Miguel encontró la carta dirigida al hermano Ignacio. Fue a buscar, lo primero, al padre prior, que se levantó de la mesa cuando le avisaron y habló con Miguel en la antecocina del comedor del monasterio. La nota decía:
Esto es, hermano Ignacio, un ejemplo
y un fruto auténtico de la mismidad impía,
que dice tu poeta. Yo sólo he llegado a esa.
Te deseo mejor suerte.