Nadie sabe cuántos objetos cuyo tamaño oscila desde varios kilómetros de diámetro hacia abajo pueden pasar cada año cerca de la Tierra sin que los apercibamos.
Dr. Robert S. Richardson, Observatorio Hale, Monte Wilson
Tina Hamner esperaba junto al furgón cuando Harvey salió del estudio. Al verle, Harvey frunció el ceño.
—Hola, Tim. ¿Qué hace aquí?
—Si entrara, sería la visita de un patrocinador, con todas las molestias que eso comporta. Pero yo no quiero molestarle, sino pedirle un favor.
—¿Un favor?
—Invíteme a un trago y se lo explicaré.
Harvey miró el costoso atuendo de Tim, que no era muy apropiado para el bar al que solía ir, por lo que decidió llevarle al Brown Derby. El empleado del aparcamiento reconoció a Tim Hamner, lo mismo que la camarera, la cual les acompañó de inmediato al interior.
—Bien, ¿de qué se trata? —le preguntó Harvey, una vez instalados en un reservado.
—Lo pasé muy bien en el JPL con usted —dijo Hamner—. Creo que he perdido el control de mi cometa. No puedo hacer nada que los expertos no hagan mejor, y lo mismo ocurre con la serie de televisión. La serie es suya, Harvey, pero…
—Tim hizo una pausa para tomar un trago. No estaba acostumbrado a pedir favores, sobre todo a personas que trabajaban para él—. Harvey, me gustaría salir en más entrevistas. Sin cobrar, naturalmente.
Qué fastidio, se dijo Harvey. ¿Qué ocurriría si le dijera que eso no es posible? ¿Hablaría con su agencia? Harvey no tenía ninguna necesidad de una prueba de fuerza en aquellos momentos.
—No siempre es tan interesante, ¿sabe? Ahora mismo estamos haciendo entrevistas al público en la calle.
—¿Y no son bastante aburridas?
—Es posible, pero a veces nos encontramos con personas que saben muy bien lo que dicen. Además, no hace ningún daño tener de vez en cuando una relación directa con los espectadores.
¡Y yo hago las cosas a mi manera, maldita sea!, pensó Harvey.
—¿Qué está buscando? ¿Puede utilizar mucho material de esas entrevistas?
Harvey se encogió de hombros.
—No voy a tirar el buen material… pero esa no es la cuestión. Lo que busco son actitudes, lo inesperado. Si supiera con exactitud lo que busco, se lo encargaría a algún otro, y…
—Siga, siga. —Tim entornó los ojos. Había visto una expresión curiosa en el rostro de Randall.
—Bien, hay extrañas reacciones que no comprendo. Empezaron después de que Johnny llamara al cometa el Martillo…
—Podría haberse mordido la lengua.
—Y probablemente aumentarán cuando emitamos el programa con la analogía del helado con pasta de chocolate. Tim, es casi como si mucha gente deseara realmente el fin del mundo.
—Pero eso es ridículo.
—Tal vez, pero esas son las reacciones que obtenemos. —Harvey pensó que sería ridículo para Tim, pero no tanto para el nombre obligado a realizar un trabajo que odia, o la mujer forzada a acostarse con un jefe asqueroso para mantener su empleo…— Mire, usted es el patrocinador. No puedo detenerle, pero insisto en que yo soy quien establece las reglas. Además, empezamos por la mañana muy temprano…
—Sí. —Tim vació su vaso—. Me acostumbraré. Dicen que uno puede acostumbrarse a ahorcar si ahorca durante bastante tiempo.
El furgón estaba lleno de instrumentos y personas. Cámaras, equipo de vídeo y una mesa portátil. A Mark Czescu le costó encontrar un lugar para sentarse. Tres personas ocupaban ahora los asientos traseros, ya que Hamner seguía empeñado en sentarse delante. Mark recordó viajes al desierto en compañía de motoristas. Primero se acomodaban cuidadosamente ciclomotores y equipo mecánica, y luego se introducía a los corredores de cualquier manera. Mientras esperaba que los demás salieran del estudio, Mark encendió la radio.
Una voz autoritaria habló en el tono convincente del orador profesional.
—«Y esta buena nueva del reino deberá ser predicada en todo el mundo, para que todas las naciones sean testigo. Y entonces llegará el fin. Cuando veáis así la abominación y desolación de que habló el profeta Daniel, quedaos en el lugar sagrado: entonces dejad que quienes están en Judea huyan a las montañas». —El tono de voz cambió, pasando de la lectura a la prédica—. Amigos, ¿no habéis visto lo que ahora se hace en las iglesias? ¿No es abominación? El que pueda entender, que entienda. ¡Y el martillo se acerca! Viene para castigar a los malvados. «Y entonces habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo ni volverá a haberla jamás. Y a menos que esos días no sean breves, ninguna vida se salvará».
—Realmente impresiona —dijo una voz detrás de Mark. Charlie Bascomb entró en el furgón.
—El reverendo Henry Armitage les ha ofrecido la buena nueva —dijo el locutor de radio—. La voz de Dios se emite en todas las lenguas del mundo, obedeciendo al mandamiento. Sus contribuciones hacen posible estas emisiones.
—Seguro que le escuchan mucho estos días —dijo Mark—. Debe tener un montón de nuevos donantes.
Se dirigieron a Burbank y al llegar estacionaron cerca de los estudios de la Warner Brothers. Era una buena calle: muchas tiendas y establecimientos, desde los que tenían cámaras de televisión ocultas hasta restaurantes caros. La gente deambulaba por la ancha avenida. Estrellas en ciernes y personal de producción de los estudios se mezclaban con serios hombres de negocios procedentes de las compañías de seguros. Amas de casa de clase media estacionaban sus rancheras y se dirigían a las calles. Una célebre personalidad de la televisión que vivía cerca de Toluca Lake pasó cerca de ellos. Mark reconoció su nariz ganchuda.
Mientras los técnicos preparaban la cámara y el equipo de sonido, Harvey llevó a Tim Hamner a un restaurante, para tomar café. Cuando todo estuvo dispuesto, Mark se unió a ellos. Al aproximarse al reservado, oyó la voz de Randall. Harvey tenía un timbre de voz inequívoco.
—… se trata de averiguar lo que piensan ellos. Lo que yo pienso lo oculto tras preguntas neutrales y una voz neutral. Lo que usted piensa, lo oculta con su silencio. ¿Está claro?
—Totalmente —respondió Hamner. Parecía más despierto de lo que había estado durante el viaje—. ¿Qué tengo que hacer?
—Puede dar una sensación de cooperar. Por ejemplo, ayudar a Mark. Y también puede quitarse de en medio.
—Tengo un buen magnetofón —dijo Hamner—. Podría…
—Nada de lo que usted tenga nos sería de utilidad —le interrumpió Randall—. No está sindicado.
Alzó la vista y vio a Mark, que le hizo una seña de que todo estaba listo. Entonces se levantó y salió. Mark acompañó a Hamner.
—A mí me vino con la misma canción. Realmente me comió los sesos.
—Le creo. Me parece que si le estropeo una entrevista me dejará en la estacada. Y los taxis desde aquí a casa cuestan un ojo de la cara.
—¿Sabe? —le dijo Mark—. Creía que usted era el patrocinador.
—Sí. Ese Harv Randall es un tipo duro de pelar —comentó Hamner—. ¿Hace mucho que se dedica a este trabajo?
Mark meneó la cabeza.
—Es temporal, sólo trabajo para Harv. A lo mejor algún día lo haré de manera permanente, pero ya sabe cómo es el negocio de la televisión. Restringiría mi libertad.
Burbank estaba envuelta en la neblina de la contaminación.
—Veo que la Hertz ha conseguido las montañas —dijo Hamner.
Mark le dirigió una mirada de sorpresa.
—¿Cómo es eso?
Hamner señaló hacia el norte, donde el horizonte del valle San Fernando se desvanecía en una mancha marrón.
—A veces cuidamos las montañas. Yo incluso tengo un observatorio en una de ellas. Pero veo que hoy el imperio de alquiler de coches Hertz se ha apoderado de ellas.
Llegaron al furgón. Las cámaras estaban dispuestas, listas para enfocar primeros planos o vistas panorámicas. Harvey Randall ya había abordado a un hombre musculoso que llevaba casco y un mono de trabajo. Parecía fuera de lugar entre los vendedores y los hombres de negocios.
—… Rich Gollantz. Estamos construyendo el edificio Avery, allá abajo.
La voz y los gestos de Harvey Randall intentaban conseguir que las personas hablaran. Si era necesario, su imagen haciendo las preguntas podía ser filmada de nuevo.
—¿Ha oído hablar del cometa Hamner-Brown?
Gollantz se echó a reír.
—No paso tanto tiempo pensando en cometas como usted podría esperar. —Harvey sonrió—. Pero vi el «Show de medianoche» en el que dijeron que podría chocar con la Tierra.
—¿Y qué pensó al respecto? —inquirió Harvey.
—Un montón de… basura. —Gollantz miró a la cámara—. La gente siempre está diciendo algo parecido. Que si el ozono se acaba y moriremos todos Y recuerde el sesenta y ocho, cuando todos los adivinos dijeron que California se iba a hundir en el mar, y los chalados huyeron a las colinas.
—Sí, pero los astrónomos dicen que si nos alcanzara la cabeza del cometa causaría…
—Una era glacial —le interrumpió Gollantz—. Ya lo sé Lo leí en la revista Astronomía. —Sonrió y se rascó bajo el casco metálico—. Eso sí que sería algo espectacular. Piense en todos los nuevos proyectos de construcción que necesitaríamos. Y los chicos del departamento de bienestar social podrían pagar con pieles de oso polar en vez de cheques. Claro que alguien tendría que cazar primero a los osos. Tal vez yo podría conseguir ese empleo. —La sonrisa de Gollantz se ensanchó—. Sí, podría ser divertido. No me importaría tratar de ganarme la vida como un buen cazador.
Harvey trató de sonsacar más. No era probable que aquella entrevista produjera material utilizable, pero no era aquel su objetivo. Harvey estaba pescando, con la cámara como cebo. La emisora no aprobaba este método de investigación. Era demasiado caro, muy vulgar y de poca fiabilidad, según ellos. Aquella opinión era un reflejo directo de la de los equipos especializados en investigación motivacional que querían ser contratados por la NBS.
Harvey hizo algunas preguntas más sobre ciencia y tecnología. A Gollantz le gustaba estar ante la cámara. ¿Había oído hablar del lanzamiento de un Apolo para estudiar el cometa, y qué pensaba de ello?
—Me gusta. Será un buen show, con un montón de buenas fotos, y me costará menos de lo que pago por ir al cine, puede estar seguro de eso. Eh, espero que dejen subir de nuevo a Johnny Baker.
—¿Conoce usted al coronel Baker?
—No, pero me gustaría. Me encantaría conocerle. He visto las fotos en que aparece reparando el Skylab. Aquello fue un buen trabajo de construcción. Y cuando regresó a tierra, seguro que dio guerra a esos bastardos de la NASA. Sí, tendría que volar de nuevo Eh, tengo que marcharme. Hay trabajo que hacer.
Se despidió con un gesto de la mano y se marchó. Mark le siguió para cerrar la claqueta tras él.
—¿Puede concederme un momento, señor?
El hombre joven caminaba con la cabeza gacha, perdido en sus pensamientos. No tenía mal aspecto, pero su rostro era curiosamente rígido. Por un instante pareció enfadado cuando Randall interrumpió sus pensamientos.
—¿Sí?
—Estamos hablando con el público acerca del cometa Hamner-Brown. ¿Puede decirme su nombre?
—Fred Lauren.
—¿Opina algo en especial sobre el cometa?
—No. —Casi a regañadientes añadió—: Vi su programa.
Los músculos se tensaron en las mandíbulas de Fred Lauren, de una manera que Harvey reconoció. Algunos hombres van por la vida perpetuamente airados. Los músculos que cierran sus mandíbulas y hacen rechinar sus dientes son muy prominentes.
Harvey se preguntó si habría dado con un enfermo mental. Sin embargo…
—¿Ha oído que existe una posibilidad de que la cabeza del cometa choque con la Tierra?
—¿Chocar con la Tierra? —El hombre pareció asombrado. De repente dio media vuelta y se alejó a grandes zancadas, andando con mucha más rapidez que cuando se había aproximado.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Tim Hamner.
—No lo sé —respondió Harvey. ¿Acaso aquel hombre se disponía a cometer un asesinato? Los locos violentos son liberados constantemente, pues no hay bastante sitio en los hospitales psiquiátricos. ¿Sería Lauren uno de esos, o sólo un hombre que había tenido una discusión con su jefe?—. Bueno, nunca lo sabremos. Si no puede aguantar quedarse con las ganas de saber, será mejor que se dedique a otra cosa.
Fred no había mirado el programa anterior de Randall. Había estado mirando a Colleen que contemplaba un programa sobre un cometa… Pero algo de lo que había oído empezó a salir a la superficie. La Tierra se encontraba en medio del camino que recorrería el cometa. Y si este chocaba, la civilización acabaría entre llamas.
El fin del mundo. Pensó que moriría, que todos morirían. Abandonó toda idea de volver al trabajo. Había un quiosco de periódicos más abajo de la calle y se dirigió rápidamente hacia él.
Hubo otras entrevistas. Amas de casa que nunca habían oído hablar del cometa. Una estrella en ciernes que reconoció a Tim Hamner por haberlo visto en el «Show de medianoche» y quiso que la filmaran besándole. Amas de casa que sabían tanto del cometa como Randall. Un muchacho explorador que tenía grandes conocimientos de astronomía.
Harvey pudo descubrir algunas tendencias. Una de ellas era sorprendente. En Burbank había una importante industria espacial, y la gente aprobaba por abrumadora mayoría el próximo lanzamiento del Apolo. No obstante, aquella unanimidad casi total era algo fuera de lo corriente incluso en aquella ciudad. Harvey sospechó que la gente quería otro vuelo tripulado y ver más a sus héroes, los astronautas, y el cometa era una buena excusa para ello. Había quienes murmuraban sobre los costes, pero la mayoría, como Rich Gollantz, pensaban que pagaban más todos los meses por un entretenimiento peor.
Estaban a punto de recoger el equipo cuando Harvey vio a una muchacha de notable belleza, y pensó que nunca estaría de más filmarla. Parecía preocupada y andaba apresuradamente por la acera, con expresión abstraída.
Su sonrisa fue repentina y muy agradable.
—No veo demasiado la televisión —le dijo—, y me temo que no he oído hablar de su cometa. Las cosas han ido bastante mal últimamente en la oficina…
—Será un cometa muy grande —dijo Harvey—. Esté atenta el próximo verano. También van a enviar una misión espacial para estudiarlo. ¿Lo aprueba usted?
Ella no respondió de inmediato.
—¿Eso permitirá aprender muchas cosas? —Cuando Harvey asintió, ella añadió—: Entonces estoy a favor, si no es demasiado costoso y si el gobierno puede pagarlo, lo que me parece dudoso.
Harvey dijo algo acerca de lo que costaría estudiar el cometa: menos que el dinero invertido en asistir al fútbol.
—Claro, pero el gobierno no tiene el dinero. Y no van a renunciar a nada, de manera que tendrán que darle a la máquina de fabricar billetes, con lo que el déficit será mayor y habrá más inflación. Naturalmente, de todos modos va a haber más inflación, así que no hay inconveniente en que estudien el cometa con nuestro dinero.
Harvey hizo unos ruidos que querían ser alentadores. La muchacha se había puesto muy seria. Su sonrisa se desvaneció y adoptó una expresión pensativa que pronto se tradujo en ira.
—¿Pero qué más da? El gobierno no escucha, nadie se preocupa. Desde luego, espero que envíen un Apolo al espacio. Así, al menos, sucede algo. No todo es pasar papeles de una bandeja a otra. —La sonrisa reapareció en el rostro de la muchacha—. ¿Y por qué tengo yo que hablarle de los problemas políticos del mundo? He de irme.
La muchacha se escabulló antes de que Harvey pudiera preguntarle su nombre.
Había un hombre de color muy bien vestido, esperando pacientemente, con el deseo evidente de aparecer ante la Cámara. Harvey se preguntó si sería musulmán, pues estos solían vestir de un modo muy conservador. Pero resultó ser miembro del gabinete del alcalde, y quería comunicar a todo el mundo que el alcalde se preocupaba, y si los votantes aprobaban la nueva emisión de bonos para controlar la contaminación, la gente podría ver las estrellas desde el valle de San Fernando.
—No saldrá en pantalla más de cinco segundos —decía Tim Hamner—. El tiempo justo para mostrar esa encantadora sonrisa. Sólo tendrá que decir: «¿Qué es eso de Hamner-Brown?». Luego pasaremos a alguien que esté seguro de que el cometa va a convertir en añicos la ciudad.
Ella se echó a reír.
—De acuerdo. Firmaré su formulario.
—Estupendo. ¿Su nombre, por favor?
—Eileen Susan Hancock.
Hamner lo anotó cuidadosamente.
—¿Dirección y número de teléfono?
La mujer frunció el ceño. Miró el vehículo de la televisión y todo el equipo de filmación. Miró el caro traje deportivo de Hamner y el reloj Pulsar extraplano que llevaba.
—No creo que…
—Nos gusta comprobar las referencias de la gente antes de rodar —explicó Tim—. Mire, no he dicho en serio eso de que el cometa va a convertir en añicos la ciudad. No soy realmente profesional en esto. Trabajo gratis. Soy también el patrocinador del programa, y el hombre que descubrió el cometa.
Eileen hizo una mueca de asombro fingido.
—¡Qué… incestuoso! —Ambos se echaron a reír—. ¿Cómo puede ser todo eso?
—Porque tuve un buen abuelo que me dejó en herencia un montón de dinero y una empresa llamada Jabones Kalva. Invertí parte del dinero en la construcción de un observatorio y descubrí un cometa. Conseguí que la empresa patrocinara un documental sobre el cometa para que pudiera jactarme de ello. Como ve, todo es perfectamente lógico.
—Desde luego, ahora que lo ha explicado no es difícil de entender.
—Oiga, si no quiere darme su dirección.
—Oh, sí, se la daré. —Vivía en un bloque de muchos pisos, al oeste de Los Angeles. También le dio su número de teléfono. Se despidió de él con un enérgico apretón de manos.
—Tengo que irme corriendo, pero me alegro de haberle conocido. Me ha hecho empezar el día con buen pie.
Se marchó, dejando a Hamner deslumbrado y sonriendo alegremente.
—Ragnarok —dijo el hombre—. Armagedón. —Tenía una voz fuerte, persuasiva. Llevaba una barba muy poblada, con dos mechones de un blanco níveo en la barbilla, y su mirada era tierna y amable—. Los profetas de todas las tierras dicen que este día está al caer. El Día del Juicio. La guerra de fuego y hielo presagiada por los antiguos. El Martillo es hielo, y llegará envuelto en fuego.
—¿Y qué aconseja usted? —preguntó Harvey Randall.
El hombre vaciló, tal vez temiendo que Randall se burlara de él.
—Únase a una iglesia. Únase a cualquier iglesia en la que pueda creer. «En la casa de mi padre hay muchas moradas». Los que son realmente religiosos no serán abandonados.
—¿Qué haría usted si el cometa Hamner-Brown no choca con nosotros?
—Chocará.
Harvey hizo que el hombre se volviera hacia Mark, armado con la claqueta, e hizo una señal a Charlie para que seleccionara aquella entrevista. No había sido un mal día. Disponían de varios minutos de película utilizables y Harvey había aprendido algo sobre el estado de ánimo de los televidentes.
Mark se acercó a él, con la claqueta en la mano.
—Todo ha salido a pedir de boca, ¿verdad? Habrás observado que no he dicho ni palabra.
—Si, te has portado muy bien.
Hamner llegó sonriendo, como si saborease algún placer íntimo. Cargó su equipo de grabación en el furgón y subió a bordo.
—¿No os habéis dejado nada?
—Ragnarok se acerca. La Tierra perecerá envuelta en hielo y fuego. Tenía la mejor barba que he visto en mi vida. ¿Dónde diablos estaba?
—Haciendo una entrevista —dijo Tim. Durante todo el viaje de regreso conservó aquella alegre sonrisa.
Desde los locales de la NBS Tim Hamner se dirigió a Bullocks. Sabía lo que estaba buscando. Después pasó por una floristería y luego por una farmacia, donde compró somníferos. Iba a llevar un extraño horario.
Se dejó caer en la cama totalmente vestido. Estaba profundamente dormido cuando sonó el teléfono, alrededor de las seis y media. Se dio la vuelta y buscó a tientas el aparato.
—¿Diga?
—Desearía hablar con el señor Tim Hamner.
—Soy yo. ¿Eres Eileen? Lo siento, estaba dormido. Iba a llamarte.
—Pues ya no hace falta. Tim, desde luego sabes cómo atraer la atención de una chica. Las flores son bonitas, pero el jarrón… ¡Acabamos de conocernos!
—Entonces tú también eres aficionada al cristal de Steuben. Tengo una hermosa colección.
—¿Ah, sí?
—Tengo lo último en animales. —Tim se sentó en la cama—. Tengo… déjame ver, una ballena azul, un unicornio, una jirafa heredada de mi abuela, en estilo antiguo. Y el Príncipe Rana. ¿Has visto el Príncipe Rana?
—He visto fotografías de Su Majestad. Eh, Tim, déjame que te invite a cenar. Hay un restaurante fuera de lo corriente que se llama Dar Magrib.
Los hombres solían quedarse en suspenso cuando Eileen les invitaba a cenar, pero la pausa de Tim apenas fue perceptible.
—El señor Hamner acepta encantado. Sí, Dar Magrib es algo fuera de lo corriente. ¿Has estado en él?
—Sí, y es muy bueno.
—¿E ibas a llevarme ahí sin advertírmelo? ¿Sin decirme que tendré que comer con los dedos?
Eileen se echó a reír.
—Ponía a prueba tu buena disposición.
—Aja. ¿Por qué no vienes aquí para tomar un cóctel antes de ir a cenar? Te presentaré a Su Majestad y las demás piezas de cristal.
Tim le indicó el camino para ir a su casa.
Fred Lauren llegó a casa con un montón de revistas. Las dejó al lado de la tumbona, se tendió, haciendo chirriar los muelles, y empezó a leer el National Enquirer.
El artículo confirmó sus peores temores. Era seguro que el cometa chocaría, y nadie tenía idea de dónde sería el choque. Pero caería en verano y en consecuencia, como aclaraba la ilustración, el impacto se produciría en el hemisferio septentrional. Nadie sabía el volumen que tendría la cabeza del cometa, pero según la revista supondría el fin del mundo.
Fred había oído la prédica por la radio, aquel loco que salía en todas las emisoras. El fin del mundo se aproximaba. Fred apretó las mandíbulas y cogió el ejemplar de Astronomy. Según esta revista había cien mil posibilidades contra una de que el cometa pasara de largo, pero Fred apenas reparó en ello. Lo que le interesó fueron las representaciones artísticas, de un vivo realismo, del choque de un asteroide que lanzaba chorros de magma fundido, de un asteroide de «tipo medio» posado sobre la ciudad de Los Angeles, para dar una idea de su tamaño, y de la cabeza de un cometa chocando con el océano y dejando al descubierto el lecho del mar.
Había oscurecido para poder seguir leyendo, pero Fred no pensó en encender la luz. Muchos hombres nunca creen que van a morir, pero Fred lo creía en aquel momento. Permaneció sentado en la oscuridad hasta que se le ocurrió que Colleen debía haber llegado a casa, y se dirigió al telescopio.
La muchacha no estaba visible, pero había luces en la casa. De súbito, la imaginación de Fred llenó de llamas la estancia vacía. La pared de estuco que rodeaba la ventana brilló con una luz cegadora que se fue apagando lentamente para revelar cortinajes ardiendo, ropas de cama, el sofá, la mesa y el mantel, todo ello ardiendo. Las ventanas se rompían, las astillas volaban. La puerta del baño… se abrió.
La muchacha salió poniéndose una bata. Estaba desnuda. Para Fred resplandecía como una santa, como una belleza casi imposible de ver directamente. Pasó una eternidad antes de que cerrase la bata… y en aquella eternidad Fred la vio bañada en la luz del cometa mortífero. Colleen brillaba como una estrella, con los párpados fuertemente cerrados en un gesto inútil, el rostro lleno de astillas de vidrio, la bata y los largos cabellos chamuscados, ennegrecidos… Y había desaparecido antes de que él la hubiese conocido. Fred se apartó del telescopio. La voz de la razón le decía que no podían conocerse. Él sabía muy bien qué haría, y no podría enfrentarse de nuevo a la cárcel.
¿La cárcel? ¿Cuándo el cometa venía para ponerle fin al mundo? Los juicios llevaban tiempo. Nunca iría a la cárcel. Moriría primero. Fred Lauren sonrió de una manera muy extraña. Los músculos en los ángulos de sus mandíbulas estaban agarrotados. ¡Moriría primero!