ABRIL: UNO

De la furia de los hombres del Norte,

Líbranos, Señor. Del gran cometa,

Líbranos buen Dios.

Letanía medieval

Tim Hamner llegó en taxi en el mismo momento en que el furgón de Harvey se detenía ante los Laboratorios de Propulsión a Reacción. Harvey lanzó un juramento al tiempo que Tim entregaba al conductor un billete de veinte dólares y lo despedía. Pero cuando Hamner se acercó a él, Harvey le recibió con la mejor de las sonrisas.

Hamner parecía avergonzado.

—Mire, Harvey, ya sé que dije que no me metería en esto… y no lo voy a hacer. Pero conocí a Sharps en aquella entrevista por televisión.

—Sí, la vi. Sharps estuvo muy bien.

—Desde luego —convino Hamner—. Quiero verle otra vez. Llamé al JPL y me dijeron que usted vendría aquí para Celebrar una entrevista. Harvey, quisiera estar presente.

Harvey se sentía airado, pero aquella era una petición razonable por parte de un patrocinador.

—Claro que sí.

Charlene, la señorita de relaciones públicas, esperaba, y no puso el menor reparo a la inesperada aparición de Tim Hamner entre el equipo de rodaje. El despacho de Sharps no había cambiado. Había libros diversos desparramados sobre su lujoso escritorio, y en vez de una salida impresa de IBM había un gran diagrama. Harvey pensó que cambiaba el reparto, pero la obra era la misma.

—Vaya —dijo Sharps, alzando una ceja al ver a Hamner—. ¿El patrocinador viene a vigilarle, Harvey? Espero que esto no lleve mucho tiempo. Tengo que ir a los laboratorios dentro de poco.

Harvey hizo una seña a los miembros del equipo. Charlie ya estaba preparando las cosas para el rodaje y Mark iba de un lado a otro con el fotómetro. Mark se había perfeccionado mucho en su trabajo. Parecía cuajar en él. Harvey no recordaba que hubiera durado tanto tiempo en ningún otro empleo. Si ahora lo abandonara, Mark le echaría de menos.

—Estamos interesados en la sonda —dijo Harvey—. ¿Cree usted que va a salir bien?

Sharps le sonrió.

—Las perspectivas son inmejorables, gracias al senador Arthur Jellison. ¿Recuerda la conversación que tuvimos al respecto?

—Sí.

—Bien, él es el hombre. Le agradeceré toda buena publicidad que pueda dedicarle.

Harvey asintió e hizo una señal al equipo.

—Empecemos.

—Rodando —dijo Manuel.

Charlie estaba detrás de la cámara, y Mark se adelantó con la claqueta.

—Entrevista a Sharps. Primera toma.

—Doctor Sharps —dijo Harvey—. Ha habido algunas críticas a la proposición de enviar una misión Apolo para estudiar el cometa. Se dice que sería demasiado peligroso.

Sharps hizo un gesto de rechazo.

—¿Peligroso? Ya lo hemos hecho antes. Una perfecta sección propulsora y una cápsula probada. No hemos dedicado tantos meses de planeamientos como a la NASA le gusta, pero pregunte a los hombres que tripularán la nave, pregunte a los astronautas si ellos creen que será peligroso.

—¿Ya ha sido escogida la tripulación?

—No… ¡Pero hay cuarenta voluntarios! —exclamó Sharps sonriendo a la cámara.

Harvey siguió haciendo preguntas. Hablaron de los instrumentos que llevaría el Apolo. Muchos de ellos se estaban ensamblando en el JPL y el Instituto Tecnológico de California.

—Los estudiantes y técnicos están haciendo horas extras gratuitas —dijo Sharps—. Sólo para ayudar.

—¿Sin cobrar? —preguntó Harvey.

—Exacto. Hacen su trabajo normal, las cosas que tenemos contratadas, y luego dedican su tiempo libre a la misión al cometa. Sin cobrar.

Harvey pensó que aquello no estaba mal. Tomó nota de que debía entrevistar a algunos de los técnicos. Tal vez encontraría a un conserje que trabajara horas extras para ayudar.

—Parece que no pueden transportar suficiente equipo —dijo Harvey.

—Bueno, la verdad es que no podemos llevar demasiadas cosas —convino Sharps—. Desde luego, no todo lo que nos gustaría llevar. Pero ¿qué significa suficiente? Podemos llevar lo suficiente para aprender mucho.

—De acuerdo. Doctor Sharps, tengo entendido que ha hecho un nuevo diagrama de la órbita del cometa Hamner-Brown. Y que tiene nuevas fotografías.

—Las fotos las tiene el observatorio Hale. En efecto, hemos trazado la órbita. Podemos decir con seguridad que se trata de un gran cometa. Tiene el coma más largo jamás registrada a esa distancia del sol. Eso significa que queda mucho hielo en la bola de nieve. Y se acercará mucho. Primero pasará a una distancia razonable, y veremos una cola espectacular. Luego entrará en la órbita de Venus y en su mayor parte se desvanecerá, aunque parte de la cola puede ser visible durante cierto tiempo. Quiero decir visible a simple vista. Después estará demasiado próximo al sol para que podamos verlo desde aquí, pero, naturalmente, la tripulación del Apolo podrá efectuar buenas observaciones. No volveremos a verlo hasta que pase muy cerca de la Tierra en su viaje de regreso. Por entonces llenará totalmente el cielo con la cola. Estoy dispuesto a apostar que esa cola será visible a la luz del día.

Mark Czescu soltó un silbido. Manuel no hizo ninguna maniobra correctora, por lo que Harvey supo que la cinta no había registrado el silbido. También Harvey sentía ganas de silbar.

Se abrió la puerta del despacho y entró un hombre de baja estatura, de rasgos imprecisos y rechoncho, que aparentaba unos treinta años. Llevaba una barba bien cuidada y gruesas gafas. Llevaba una camisa de lana y ambos bolsillos estaban repletos de plumas y lápices de todos los colores y grosores imaginables. De su cinturón colgaba una calculadora de bolsillo.

—Oh, lo siento… Creí que estabas solo —dijo en tono de disculpa, y empezó a retroceder.

—No, no, quédate y escucha esto —le dijo Sharps—. Les presento al doctor Dan Forrester. Su trabajo oficial es programador de computadores. Está doctorado en astronomía. Normalmente aquí le llamamos nuestro genio cuerdo.

Detrás de Harvey, Mark susurró:

—Si le llaman genio con esa pinta…

Harvey asintió. Él también lo había pensado.

—Dan ha estado haciendo más reconstrucciones de la órbita del cometa Hamner-Brown. También se ocupa de averiguar la fecha óptima para el lanzamiento del Apolo, dada la limitada cantidad de equipo que podemos llevar y la cantidad igualmente limitada de artículos de consumo.

—¿Artículos de consumo? —preguntó Harvey.

—Alimentos, agua, aire. Ocupan volumen. Sólo podemos ocupar un volumen determinado, así que cambiamos artículos de consumo por instrumentos. Pero los artículos de consumo significan tiempo en órbita, por lo que Dan está trabajando en el siguiente problema: ¿Es mejor efectuar el lanzamiento más temprano, con menos equipo, de manera que puedan permanecer más tiempo arriba pero conseguir menos información…?

—Información no —dijo Forrester, de nuevo en tono de disculpa—. Siento interrumpir…

—No, díganos lo que quiere decir —le pidió Harvey.

—Estamos tratando de conseguir la máxima información —explicó Forrester—, de modo que el problema consiste en si conseguimos más información teniendo más datos en un tiempo más breve o menos datos en un tiempo más largo.

Harvey asintió.

—¿Y qué datos ha obtenido sobre el cometa Hamner-Brown? ¿A qué distancia estará cuando pase por el punto más próximo?

—Cero —dijo Forrester, sin sonreír siquiera.

—¿Eh? ¿Quiere decir que se nos echa encima?

—Lo dudo. —Ahora sonrió—. La distancia es cero dentro de los límites de la predicción, lo que implica un error de al menos tres cuartos de millón de kilómetros.

Harvey se tranquilizó. Observó que todos los presentes en la sala, incluida Charlene, se tranquilizaban. Allí se tomaban en serio a Forrester. Harvey se volvió hacia Sharps.

—Díganos, ¿qué sucedería si el cometa chocara con nosotros? Supongamos que tenemos esa desgracia.

—¿Se refiere a la cabeza? ¿Al núcleo? Porque parece como si pudiéramos pasar a través de la cabellera externa, que no es más que gas.

—No, me refiero a la cabeza. ¿Qué ocurre? ¿El fin del mundo?

—Oh, no, nada semejante. Probablemente sería el fin de la civilización.

Durante un momento hubo un silencio total en la estancia.

—Pero doctor Sharps —dijo Harvey en tono de perplejidad—, usted me dijo que un cometa, incluso la cabeza, está formado principalmente por hielo esponjoso que contiene rocas. E incluso el hielo está compuesto de gases helantes. Eso no parece peligroso.

De hecho, el objetivo de Harvey era dejar constancia oficial de lo que Sharps le había dicho en privado.

—Varias cabezas —dijo Dan Forrester—. Al menos eso es lo que parece. Creo que ya está empezando a dividirse. Y si lo hace ahora, lo hará más tarde, probablemente…, quizá.

—Así que es aún menos peligroso —comentó Harvey.

Pero Sharps no le escuchaba. Dirigió la mirada al techo.

—¿Ya se están desgajando los témpanos?

—Aja —confirmó Forrester, sonriente.

Sharps reparó de nuevo en Harvey Randall.

—Usted preguntaba por el peligro —dijo—. Consideremos la cuestión. Tenemos varias masas, en su mayor parte constituidas por material que hierve para formar la cabellera y la cola: polvo fino, gases helados espumosos, con bolsas de las que ha desaparecido hace tiempo la materia realmente volátil, y tal vez algunas rocas empotradas. Un momento…

Randall miró a Forrester, que sonreía beatíficamente.

—Probablemente esa es la razón de que ya sea tan brillante. Algunos de los gases están interactuando. ¡Piensa en lo que veremos cuando realmente empiecen a bullir cerca del sol!

La mirada de Sharps volvía a ser reflexiva, perdida.

—Doctor Sharps —dijo Harvey rápidamente.

—Oh, sí, claro. ¿Qué ocurrirá si nos alcanza, lo cual no ocurrirá? Bien, lo que hace al núcleo peligroso es su tamaño y el hecho de que avanza velozmente, con enormes energías.

—¿Debido a las rocas? —preguntó Harvey. Si se trataba de las rocas podía comprenderlo—. ¿Qué tamaño tienen esas rocas?

—No mucho —dijo Forrester—. Pero eso es teoría.

—Exacto. —Sharps tuvo nuevamente conciencia de la cámara—. Esta es la razón por la que necesitamos la sonda. No lo sabemos. Pero supongo que las rocas son pequeñas, desde el tamaño de una pelota de béisbol al de una pequeña colina.

Harvey se sintió aliviado. Aquello no podía ser peligroso. ¿Una pequeña colina?

—Pero eso realmente no importa —prosiguió Sharps—. Las rocas estarán empotradas en los gases helados y el granizo. Todo ello chocaría como varias masas sólidas, no como un conjunto de pequeños pedruscos.

Harvey se detuvo a pensar en las palabras de Sharps. Aquella entrevista filmada requeriría una revisión a fondo antes de su emisión.

—Sigue sin parecer peligroso. Incluso los meteoros de ferroníquel se queman mucho antes de que choquen con el suelo. De hecho, en toda la historia hay un solo caso registrado de que alguien haya sido lesionado por un meteoro.

—Sí —intervino Forrester—. Aquella señora de Alabama. Vi su foto en la revista Life. Presentaba el moratón más grande que he visto en mi vida. Creo que hubo incluso un juicio, ya que la señora reclamaba la propiedad del meteoro porque aterrizó en su sótano.

—Mire —dijo Harvey—. El cometa Hamner-Brown entrará en la atmósfera con una violencia mucho mayor que cualquier meteorito normal, y en su mayor parte está formado por hielo. Las masas arderán con más rapidez, ¿no es así?

Dos cabezas hicieron movimientos negativos: un rostro delgado que llevaba unas gafas con aspecto de insecto y otro rostro con una poblada barba y gruesas gafas. Y Mark, apoyado en la pared, también meneaba la cabeza.

—Atravesaría rápidamente la atmósfera —dijo Sharps—. Cuando la masa supera cierto tamaño, deja de tener importancia si la Tierra tiene atmósfera o no.

—Excepto para nosotros —dijo Forrester, impasible.

Sharps se detuvo un instante y luego se echó a reír, aunque de modo contenido. Sharps hacía lo posible para evitar ofender a Forrester.

—Lo que necesitamos es una buena analogía. Hummm… —El surco en el ceño de Sharps se profundizó.

—Helado con crema, frutas, almíbar y nueces, y encima dulce en pasta de chocolate —dijo Forrester.

—¿Qué?

—Lo dicho. Un par de kilómetros cúbicos de esa pasta lanzados a velocidad cometaria.

Los ojos de Sharps brillaron.

—¡Me gusta! Lancemos contra la tierra un par de kilómetros cúbicos de helado.

Dios mío, pensó Harvey, se han vuelto majaretas. Los dos hombres se precipitaron hacia la pizarra. Sharps empezó a dibujar.

—De acuerdo: el helado. Veamos, ponemos la crema de vainilla en el centro con una capa de pasta de chocolate encima…

No hizo caso de un sonido ahogado detrás de él. Tim Hamner no había dicho ni una palabra durante toda la entrevista. Ahora estaba doblado, sujetándose el vientre, tratando de contener la risa. Alzó la vista, sofocado, con semblante serio.

—¡No puedo aguantar! —exclamó, soltando unas risotadas que parecían rebuznos de asno—. ¡Mi cometa! Dos kilómetros cúbicos de helado con pasta de chocolate…

—La pasta de chocolate será la cubierta exterior —amplió Forrester—, de manera que se calentará cuando el cometa Hammer rodee al sol.

—Se llama Hamner-Brown —dijo Tim con expresión seria.

—No, amigo, esto es un par de kilómetros cúbicos de helado con pasta de chocolate —dijo Sharps—, y el helado seguirá congelándose bajo la cubierta.

—Pero te olvidas de… —dijo Harvey.

—Pondremos la cereza en un polo y diremos que ese polo estaba en sombra en el perihelio. —Sharps hizo un dibujo que mostraba que cuando el cometa rodeara al sol, la cereza en el eje esferoide achatado estaría en la cara apartada del sol—. No queremos que se abrase. Y lo llenaremos de nuez machacada que representará las rocas.

—¿Ponemos una cereza de sesenta metros?

—Transportada por la Real Fuerza Aérea del Canadá —dijo Mark.

—¡Muy bien pensado! —celebró Forrester—. ¡Ya veremos qué tal sale eso por televisión!

—Y ahora, a medida que el cometa rodea el sol, dejando una estela luminosa de falsa crema batida y apunta hacia nuestras cabezas… Dan, ¿cuál es la densidad del helado de vainilla?

Forrester se encogió de hombros.

—Flota. Digamos que dos tercios.

—Exacto. Punto seis, seis, seis. Eso es. —Sharps se sacó una calculadora del bolsillo y pulsó los botones frenéticamente—. Me encantan estas cosas. Antes utilizaba reglas de cálculo. Nunca comprendí dónde estaban los decimales… Disponemos de un par de kilómetros cúbicos. Hagamos un cálculo exacto en centímetros y elevémoslo al cubo… Sale una buena cantidad. Llevaría bastante tiempo comerse todo eso. Ahora calculemos la densidad… Dos mil millones de toneladas Vayamos ahora a la pasta de chocolate…

Sharps pulsó los botones de la calculadora, y Harvey pensó que era feliz como una almeja. Una almeja muy voluble equipada con una calculadora de Texas Instruments, la última maravilla de bolsillo.

—¿Cuál dirías que es la densidad de la pasta de chocolate? —preguntó Sharps.

—Pongamos cero nueve —replicó Forrester.

—¿Ninguno de vosotros ha hecho pasta de chocolate? —preguntó Charlene—. No flota. Para probarlo basta echarla en un vaso de agua fría. Al menos, así es como lo hacía mi madre.

—Pongamos entonces uno coma dos —dijo Forrester.

—Otros dos mil quinientos millones de toneladas de pasta de chocolate —añadió Sharps. Hamner, tras él, emitió más ruidos sofocados.

—Creo que podemos pasar por alto las rocas —dijo Sharps—. ¿Ve la razón ahora?

—Dios mío, sí —respondió Harvey. Miró al cámara sobresaltado—. Sí, doctor Sharps, realmente podemos prescindir de las rocas.

—¿No irá a mostrar esto en el programa, verdad? —Tim Hamner parecía indignado.

—¿No quiere usted que salga? —le preguntó Harvey.

—No… no… —Hamner volvió a sujetarse el vientre, convulsionado por la risa.

—Ahora llega a velocidades cometarias. Velozmente. Veamos, ¿cuál es la velocidad parabólica en la órbita de la Tierra, Dan?

—Veintinueve coma siete kilómetros por segundo, elevado al cuadrado.

—Cuarenta y dos kilómetros por segundo —anunció Sharps—. Y tenemos que añadir la velocidad orbital de la Tierra. Depende de la geometría del impacto. ¿Cincuenta kilómetros por segundo sería una velocidad aproximativa razonable?

—Yo diría que sí —convino Forrester—. Los meteoros oscilan entre veinte y setenta, tal vez. Es razonable.

—De acuerdo. Pongamos cincuenta, multiplicado por un medio para corregir la cifra. Multipliquemos la masa en gramos. Diez al cuadrado por veintiocho ergios. Eso para el helado de vainilla. Ahora podemos suponer que la mayor parte de la crema de chocolate ha hervido, pero comprenda, Harvey, que a esas velocidades no es posible permanecer demasiado tiempo en la atmósfera. ¡Es posible atravesarla en un par de segundos! En cualquier caso, cualquiera que sea el volumen de la masa que arda, gran parte de la energía se transfiere al equilibrio calorífico de la Tierra, lo cual, en sí, sería una explosión espectacular. Supondremos que el veinte por ciento de la energía de la pasta de chocolate se transfiere a la Tierra y… —Pulsó más botones y añadió, alzando el tono de voz—: Nuestro total definitivo es dos coma siete multiplicado por diez elevado a veintiocho ergios. Bien, esa sería la potencia del impacto.

—No tiene mucho sentido para mí —dijo Harvey—. Parece una cifra grande…

—Una cifra seguida por veintiocho ceros —musitó Mark.

—Se aproximará a los seiscientos cuarenta mil megatones —añadió amablemente Forrester—. Sí, es una cifra grande.

—Dios mío, el planeta quedaría pasteurizado —dijo Mark.

—No del todo. —Forrester había sacado su propia calculadora del estuche adosado al cinturón—. Serían unos tres mil Krakatoas, o trescientas explosiones como la de Thera, si es cierto lo que dicen de Thera.

—¿Qué es Thera? —preguntó Harvey.

—Un volcán en el Mediterráneo, de la Edad del Bronce —explicó Mark—. De ahí procede la leyenda de la Atlántida.

—Su amigo está en lo cierto —dijo Sharps—. Pero no estoy seguro de la cantidad de energía. Mírelo de esta manera. La humanidad entera gasta cerca de diez elevado a veintinueve ergios al año, todo comprendido: energía eléctrica, carbón, energía nuclear, coches…, todo lo que se le ocurra. Nuestro helado con pasta de chocolate entra en escena con cerca del treinta por ciento del presupuesto anual de energía de todo el mundo.

—Hummm. Entonces no es tan malo —dijo Harvey.

—No tan malo. ¿No tan malo como qué? La energía de un año en un minuto. Probablemente caería en el océano. Si lo hiciera en la tierra, las cosas irían mal para quienes estuvieran debajo, pero la mayor parte de la energía sería de nuevo irradiada al espacio con bastante rapidez. Si cae en el agua, la vaporizará. Veamos, ergios convertidos en calorías… Maldita sea, no puedo hacer esa operación con mi calculadora.

—Yo sí —dijo Forrester—. El impacto vaporizaría unos sesenta millones de kilómetros cúbicos de agua. Sería suficiente para cubrir todos los Estados Unidos con una capa de agua de sesenta y cuatro metros de altura.

—De acuerdo —aceptó Sharps—. Así pues, sesenta millones de kilómetros cúbicos de agua van a la atmósfera. Llovería, Harvey. Gran parte de esa agua pasaría por las zonas polares, se helaría, caería en forma de nieve. En seguida se formarían glaciares que se deslizarían hacia el sur… Sí, Harvey. Los historiadores creen que la explosión del Thera cambió el clima de la Tierra. Sabemos que el Tamboura, casi tan potente como el Krakatoa, originó lo que los historiadores del siglo pasado llamaron «el año sin verano». Hambre, falta de cosechas. Nuestro helado con pasta de chocolate probablemente desencadenaría una era glacial, con todas esas nubes que reflejan calor. La luz del sol llegaría menos a la Tierra. La nieve también refleja el calor, con lo que la luz sería aún menor. Haría más frío, nevaría más, los glaciares avanzarían hacia el sur porque ya no se funden con tanta rapidez. Es un círculo cerrado.

Todo aquello había adquirido una tremenda gravedad.

—¿Pero cómo pueden detenerse las eras glaciales? —preguntó Harvey.

Forrester y Sharps se encogieron de hombros al unísono.

—¿Así que mi cometa va a ocasionar una era glacial? —preguntó Hamner.

—No —dijo Forrester—. Estábamos hablando del helado con pasta de chocolate. El cometa es mayor…

—¿Mucho mayor?

Forrester hizo un gesto de incertidumbre.

—Tal vez diez veces.

—Sí —dijo Harvey, cuya mente era un torbellino de imágenes. Veía glaciares avanzando a través de campos y bosques, entre vegetación ya muerta por la nieve. El hielo invadía Norteamérica, cruzaba California, Europa, llegaba a los Alpes y los Pirineos. Invierno tras invierno, cada uno más frío que el anterior, más frío que la tremenda helada del invierno 1976-1977. Diablos, y ni siquiera habían mencionado las mareas—. Pero un cometa no será tan denso como un par de kilómetros cúbicos de he… he…

La comicidad de la comparación fue superior a sus fuerzas. Harvey se recostó en su asiento, sin poder contener la risa.

Más tarde Harvey preparó su cinta, ya a solas, en un decorado del estudio que representaba un despacho, con libros falsos en los estantes y una alfombra raída en el suelo. Sus frases serían intercaladas entre las de Sharps, de manera que al final quedaría una entrevista homogénea.

—Veamos, pues. Los puntos a recordar son los siguientes. En primer lugar, las probabilidades de que alguna parte del cometa Hamner-Brown nos alcance son literalmente astronómicas. A tales distancias, incluso el mismo diablo no podría dar en un blanco tan pequeño como la Tierra. En segundo lugar, si nos alcanzara, probablemente se trataría de varias masas grandes. Algunas de ellas caerían en el océano, otras chocarían con la tierra, donde los daños serían locales. Pero si el Hamner-Brown entero chocara con la Tierra, sería como si el mismo diablo nos hubiera golpeado repetidas veces con un enorme martillo.