Parece que los planetas interiores fueron bombardeados sin cesar desde su formación. Marte, Mercurio y la luna de la Tierra han sido golpeados repetidas veces por objetos cuyo tamaño varía desde los micrometeoritos a lo que —fuera lo que fuese— chocó con la Luna y creó la gran depresión de lava llamada Oceanus Procellarum.
Aunque en principio se pensó que Marte, dado que estaba en el borde del cinturón de asteroides, experimentó una tasa mayor de bombardeo meteórico, el examen de Mercurio indica que Marte no es excepcional, y los planetas interiores tienen aproximadamente las mismas posibilidades de ser golpeados…
Mariner. Informe preliminar
Él rebosaba material del equipo: cámaras, magnetófonos, luces, reflectores y acumuladores, todos los objetos propios de una unidad móvil de televisión. El cámara Charlie Bascomb estaba en el fondo, con el técnico de sonido Manuel Arguilez. Todo era normal, excepto que Mark Czescu se hallaba en el asiento delantero cuando Harvey salió de las oficinas de la NBS.
Harvey hizo una seña a Mark, y este le siguió. Se dirigieron hacia el lugar del aparcamiento del estudio, donde dejaban sus coches los ejecutivos de la compañía.
—Mira —dijo Harvey— tu trabajo recibe el nombre de ayudante de dirección. Eso, en teoría, te sitúa entre el personal directivo.
—De acuerdo —convino Mark.
—Pero no eres un directivo, sino el que maneja la claqueta.
—Soy un hippie —puntualizó Mark, visiblemente herido.
—No te enfades ni te pongas de malhumor. Compréndelo. Hace mucho tiempo que el equipo está conmigo. Conocen el juego. Tú no.
—Lo sé perfectamente.
—Muy bien. Puedes ser de gran ayuda. Sólo debes recordar una cosa. Lo que no necesitamos es…
—Es decir a todo el mundo cómo debe hacer su trabajo. —Sonrió de oreja a oreja—. Me gusta trabajar para ti. No lo estropearé.
—Estupendo.
Harvey no detectó signos de ironía en la voz de Mark y se tranquilizó. La realización de aquella entrevista le había preocupado, lo cual no hacía más que dificultar las cosas. En cierta ocasión, uno de sus asociados había observado que Mark era como una jungla: no había nada malo en él, pero de vez en cuando era necesario apartarlo del camino a machetazos, pues de lo contrario envolvía a uno en sus lianas.
El furgón partió al instante. Harvey había viajado mucho en aquel vehículo: del oleoducto de Alaska al extremo inferior de la Baja California, e incluso había estado en América Central. Harvey y el furgón eran viejos amigos. Era un voluminoso International Harvester de tres plazas, con motor de camión, feo como un pecado y en el que se podía confiar plenamente. Harvey condujo en silencio hacia la autopista de Ventura y giró en dirección a Pasadena. Había poco tráfico.
—Fíjate —dijo Harvey—, siempre nos quejamos de que nada funciona bien, pero vamos a recorrer ochenta kilómetros para realizar esta entrevista, y podemos contar con que estaremos allí en menos de una hora. Cuando yo era niño, para hacer un viaje de ochenta kilómetros tenías que preparar víveres y confiar en que llegarías al anochecer.
—¿Es que ibas a caballo? —preguntó Charlie.
—No, pero en Los Angeles no había autopistas.
—Ah.
Atravesaron Glendale y giraron hacia el norte, por Linda Vista, para dejar atrás la cuenca Rose. Charlie y Manuel hablaban de unas apuestas que habían perdido hacía unas semanas.
—Tenía entendido que el Instituto Tecnológico de California era el propietario del JPL —dijo Charlie.
—Y así es —confirmó Mark.
—Pues está condenadamente lejos de Pasadena.
—Ahí es donde prueban los motores a reacción. JPL son las siglas de «Laboratorios de propulsión a reacción». Como todo el mundo consideraba esas instalaciones peligrosas, el Instituto Tecnológico levantó los laboratorios en Arroyo. —Hizo un gesto señalando las casas—. Luego construyeron el barrio más caro en esta parte de Los Angeles, precisamente alrededor de los laboratorios.
El guarda les esperaba, y les indicó un aparcamiento cerca de uno de los edificios más grandes. El JPL descansaba en la hondonada conocida como Arroyo y la llenaba con sus edificios de oficinas. Una gran torre central de acero y vidrio parecía extrañamente fuera de lugar entre las viejas estructuras «temporales» de la Fuerza Aérea construidas veinte años antes.
Fueron recibidos por una encargada de relaciones públicas que les hizo firmar en un registro de entrada y les dio tarjetas de identidad que prendieron en las solapas. El interior era parecido al de cualquier otro edificio de oficinas, aunque variaba algo: en los pasillos había rimeros de tarjetas de IBM, y casi nadie llevaba chaqueta o corbata. Pasaron junto a un enorme globo de Marte en color que acumulaba polvo en un rincón. Nadie prestó la menor atención a Harvey y sus acompañantes. No era insólito ver a la gente de la televisión. El JPL había construido las sondas espaciales Pioneer y Mariner, y había enviado el Viking a Marte.
—Ya hemos llegado —dijo la encargada de relaciones públicas.
El despacho era agradable. Había estanterías con libros en las paredes y ecuaciones incomprensibles en las pizarras. Toda superficie plana a la vista estaba ocupada por libros, y la cara mesa de madera de teca estaba cubierta de salidas impresas de IBM.
—Doctor Sharps, está aquí Harvey Randall —dijo la señorita de relaciones públicas, quedándose cerca de la puerta.
Charles Sharps llevaba unas gafas con los extremos curvados para abarcar todo el campo de visión; muy modernistas, lograban que su pálido rostro recordara vagamente el de un insecto. Tenía el cabello negro y liso, y lo llevaba corto. Sus dedos jugaban con un rotulador o exploraban el interior de los bolsillos, pero siempre estaban en movimiento. Parecía tener unos treinta años, pero podría ser mayor, y llevaba chaqueta y corbata.
—Bueno, concretemos el asunto —dijo Sharps—. Usted desea una explicación sobre los cometas. ¿Para usted mismo o para el público?
—Ambas cosas. Que sea sencilla y comprensible, si no es mucha molestia.
—¿Mucha molestia? —Sharps se echó a reír—. ¿Por qué iba a ser mucha molestia? Su emisora dice a la NASA que quiere hacer un documental sobre el espacio y la NASA lanza cohetes. ¿Verdad, Charlene?
La señorita de relaciones públicas asintió.
—Nos han pedido que cooperemos…
—Cooperar. —Sharps se rió de nuevo—. Estaría sobre ascuas si creyera que así íbamos a conseguir un presupuesto. ¿Cuándo empezamos?
—Ahora mismo, por favor —dijo Harvey—. El equipo preparará las cosas mientras hablamos. No les haga caso. Creo que usted es aquí el experto en cometas.
—Supongo que sí —dijo Sharps—. La verdad es que me gustan los asteroides, pero alguien ha de estudiar los cometas. Supongo que está interesado sobre todo en el Hamner-Brown.
—Exactamente.
Charlie buscó la mirada de Harvey. Ya estaban listos. Harvey hizo un gesto de asentimiento que autorizaba al equipo para comenzar. Manuel escuchaba y observaba el indicador.
—Empezamos —dijo el técnico en sonido.
Mark se puso delante de la cámara.
—Entrevista a Sharps, primera toma —dijo haciendo sonar la claqueta.
Sharps se sobresaltó, como todas las personas que se someten por primera vez a una entrevista filmada. Charlie enfocó la cámara en Sharps. Ya filmaría a Harvey haciendo las preguntas más tarde, cuando Sharps no estuviera presente.
—Dígame, doctor Sharps, ¿el cometa Hamner-Brown será visible a simple vista?
—No lo sé. —Bosquejó algo inverosímil en el dorso de la salida impresa de IBM que tenía ante sí. El dibujo podría representar un par de monstruos de Loch Ness apareándose—. Dentro de un mes sabremos mucho más. Ya sabemos que se acercará tanto al sol como Venus, pero… —Se interrumpió y miró a la cámara—. ¿A qué nivel quiere que le hable?
—Al que usted quiera —dijo Harvey—. Haga que yo lo entienda y luego decidiremos cómo podemos decírselo al público.
Sharps se encogió de hombros.
—Muy bien. Tenemos el sistema solar ahí. —Señaló con la mano hacia la pared. Cerca de la pizarra colgaba un gran mapa de los planetas y sus órbitas—. Los planetas y los satélites, siempre donde tienen que estar. Cada uno de ellos realiza una complicada danza alrededor de otro. Cada planeta, cada satélite, incluso cada roca pequeña en el cinturón de asteroides, baila al son de la melodía newtoniana de la gravedad. Mercurio ha perdido un poco el paso y tenemos que revisar el espacio para hacerlo entrar en el esquema.
—¿Cómo es eso? —preguntó Harvey. Él mismo hubiera preferido ocuparse de la poesía, pero qué diablos…
—La órbita de Mercurio cambia un poco cada año. No mucho, pero más de lo que Newton diría que debe cambiar. Un hombre llamado Einstein encontró una buena explicación, y de paso se las ingenió para hacer del universo un lugar más extraño de lo que era antes.
—Oh, supongo que no necesitamos la relatividad para comprender los cometas…
—No, no, pero la órbita de un cometa está determinada por algo más que la gravedad. Es sorprendente, ¿verdad?
—Sí. ¿Vamos a tener que revisar el universo de nuevo?
—¿Qué? No, es algo más sencillo. Mire… —Sharps se puso en pie de un salto y se dirigió a la pizarra. Buscó la tiza, murmurando.
—Tenga —dijo Mark, alargándole un trozo de tiza que se había sacado del bolsillo.
—Gracias. —Sharps dibujó un globo blanco y luego una curva parabólica—. Este es el cometa. Ahora pongamos los planetas. —Dibujó dos círculos—. La Tierra y Venus.
—Creía que los planetas se movían en órbitas elípticas —dijo Harvey.
—Así es, en efecto, pero a cualquier escala que dibuje no es posible ver la diferencia. Ahora observe la órbita del cometa. Ambos brazos de la curva parecen iguales, entran y salen. Es una parábola de libro de texto, ¿de acuerdo?
—Sí.
—Pero así es el aspecto real del cometa cuando cae alejándose del sol. Un núcleo denso, un coma, o manto que rodea al núcleo, de polvo fino y gas. —Dibujó de nuevo—. Y un penacho de gas y polvo que brilla mientras se aparta del sol, por delante del cometa, hacia afuera. La cola. Una gran cola, a veces de centenares de millones de kilómetros, pero que casi es un vacío. Tiene que serlo, puesto que si fuera compacta habría suficiente materia en el cometa para llenar todo ese espacio.
—Claro.
—De acuerdo. Volvamos a los libros de texto. El material que bulle sale de la cabeza del cometa y pasa a la cabellera. Es un gas tenue, formado por partículas diminutas, tan pequeñas que la luz del sol puede apartarlas. La presión de la luz del sol las aleja, de modo que la cola siempre está en la dirección opuesta al sol. ¿De acuerdo? La cola sigue al cometa al entrar en él y va por delante al salir. Pero… el material hierve de manera desigual. Cuando el cometa cae por primera vez en el sistema solar es una masa sólida. Al menos eso es lo que creemos, porque nadie lo sabe realmente. Tenemos varios modelos que concuerdan con las observaciones. A mí me gusta el modelo de la bola de nieve sucia. El cometa está formado por rocas y polvo, que forman una bola con hielos y gases helados, un poco de agua helada, metano, dióxido de carbono, hielo seco, cianógeno y nitrógeno, toda clase de material. Hay bolsas de estos gases que revientan y estallan en un sitio u otro. Es como la propulsión a chorro, y eso es lo que cambia la órbita. —Sharps siguió dibujando con la tiza, ya reducida a la mínima expresión. Cuando terminó, el brazo entrante tenía unos trazos que representaban movimiento, y el brazo saliente estaba difuminado y se parecía a la cola de un cometa—. Así que no sabemos lo cerca que está de la Tierra.
—Ya lo veo. Y tampoco sabrá el tamaño que tendrá la cola.
—Exacto. Pero parece que este es un nuevo cometa. Tal vez nunca ha viajado antes hasta acercarse al sol. No es como el cometa Halley, que viene cada setenta años y cada vez es menor. Los cometas mueren un poco cada vez que pasan cerca del sol. Pierden para siempre todo ese material de la cola, de modo que cada vez la cola es más pequeña, hasta que finalmente no queda nada más que el núcleo, formado por un montón de rocas, que ocasiona lluvias de meteoros. Algunas de nuestras mejores estrellas fugaces son trozos de antiguos cometas que caen hacia la Tierra.
—Pero este es nuevo…
—Cierto, así que podría tener una cola espectacular.
—Creo recordar que ya se dijo eso acerca del Kahoutek.
—Y yo creo recordar que se equivocaron. ¿No hubo incluso un intento de vender medallas conmemorativas que mostrarían al Kahoutek exactamente cuando apareciera? Ya ve usted que no hay forma de saberlo. Pero me parece que el Hamner-Brown será realmente espectacular. Y debería pasar muy cerca de la Tierra.
Sharps trazó un punto dentro del curso difuminado de salida del cometa.
—Aquí es donde estaremos. Desde luego, no veremos mucho hasta que el cometa pase por encima de la Tierra, pues basta entonces tendremos que mirar directamente al sol para verlo, y será difícil de observar. Pero una vez haya pasado, será todo un espectáculo. Ha habido cometas con colas que ocupaban la mitad del cielo y podían verse a la luz del día. En este siglo tenemos que ver un gran cometa.
—Oiga, doctor —dijo Mark—. Usted ha puesto a la Tierra en medio del camino de esa cosa. ¿Podría chocar con nosotros?
Harvey se volvió y lanzó una furiosa mirada a Mark.
Sharps se había echado a reír.
—Las probabilidades de que eso no suceda son de una cifra astronómica contra uno. Usted ve la Tierra como un punto en la pizarra. En realidad, si dibujara esto a escala usted no podría ver la Tierra en el dibujo, ni tampoco el núcleo del cometa. ¿Qué probabilidades hay de que dos puntos minúsculos se encuentren? —Miró a la pizarra con el ceño fruncido—. Naturalmente, es probable que la cola nos alcance. Podría cubrirnos durante semanas.
—¿Qué ocurriría en ese caso? —preguntó Harvey.
—Ya nos alcanzó la cola del cometa Halley —replicó Mark—. No hizo daño a nadie. Unas bonitas luces y…
Esta vez la mirada de Harvey bastó para que se interrumpiera.
—Su amigo tiene razón —dijo Sharps.
«Ya lo sabía», pensó Harvey, molesto.
—Doctor Sharps, ¿por qué todos los astrónomos están tan entusiasmados con el cometa Hamner-Brown? —inquirió Harvey.
—Hombre, podemos aprender mucho de los cometas. Cosas como el origen del sistema solar. Son más antiguos que la Tierra y están formados de materia primaria. Este cometa puede haber estado más allá de Plutón durante miles de millones de años. La teoría más reciente afirma que el sistema solar se condensó de una nube de polvo y gas, un torbellino en el medio interestelar. La mayor parte de la materia se desintegró cuando el sol empezó a arder, pero todavía hay cierta cantidad en el cometa. Podemos analizar la cola, tal como hicimos con el Kahoutek, el cual no constituyó una decepción para los astrónomos. Utilizamos instrumentos de los que antes no habíamos dispuesto, como el Skylab, y muchas otras cosas.
—¿Y eso fue de utilidad? —quiso saber Harvey.
—¿Útil? ¡Fue magnífico! ¡Deberíamos hacerlo de nuevo!
—Sharps movió las manos con gestos dramáticos. Harvey lanzó una rápida mirada a su equipo. La cámara rodaba y Manuel tenía esa expresión satisfecha del técnico en sonido cuando las cosas marchaban bien en sus audífonos.
—¿Podríamos enviar a tiempo algún aparato como el Skylab? —preguntó Harvey.
—¿El Skylab? No. Pero Rockwell dispone de una cápsula Apolo que podríamos usar. Y aquí, en los laboratorios, tenemos el equipo adecuado. Hay grandes secciones propulsadoras de proyectiles militares, cosas que el Pentágono ya no necesita. Podríamos hacerlo, si nos pusiéramos ahora manos a la obra y no nos acobardáramos. —Sharps adoptó una expresión compungida—. Pero no lo haremos, y es una lástima. De esa manera podríamos aprender realmente algo del Hamner-Brown.
Una vez recogidas las cámaras y el equipo de sonido, los técnicos salieron con la señorita de relaciones públicas. Harvey se despidió de Sharps.
—¿Quiere una taza de café, Harvey? —preguntó Sharps—. No tendrá prisa, ¿verdad?
—Supongo que no.
Sharps oprimió un botón del intercomunicador.
—Larry, tráenos café, por favor. —Se volvió a Harvey—. Lo peor de todo es que la nación entera depende de la tecnología. Detenga las ruedas un par de días y se producirán alborotos. No hay ningún sitio que no esté al borde de una revolución. Piense en Los Angeles o Nueva York sin electricidad. O, a un plazo más largo, si se paralizan las fábricas de fertilizantes, o, a un plazo todavía más largo, sin nueva tecnología durante diez años. ¿Qué le sucedería a nuestro nivel de vida?
—Claro, somos una civilización altamente tecnológica…
—Sin embargo —le interrumpió Sharps con voz firme, decidido a continuar—. Sin embargo, esos malditos estúpidos no dedican su atención diez minutos al día a la ciencia y la tecnología. ¿Cuántas personas saben lo que están haciendo? ¿De dónde proceden estas alfombras y las ropas que vestimos? ¿Qué hacen los carburadores? ¿De dónde salen las semillas de sésamo? ¿Lo sabe usted? ¿Lo sabe uno de cada treinta votantes? No dedicarán diez minutos al día a pensar en la tecnología que los mantiene vivos. No es de extrañar que el presupuesto de investigación haya sido recortado hasta quedarse en nada. Y eso tendremos que pagarlo. Un día necesitaremos algo que podría haberse creado años antes pero que no lo fue… —Se detuvo e inquirió—: Dígame, Harvey, ¿este programa suyo de televisión será algo importante o le dedicarán el presupuesto corriente de un programa científico?
—Será de primera —dijo Harvey—. Una serie sobre el valor del Hamner-Brown y, de paso, sobre el valor de la ciencia. Naturalmente, no puedo garantizar que la gente no prefiera ver reposiciones del show de Lucy Ball.
—Claro. Oh, gracias, Larry. Deja el café ahí mismo.
Harvey había esperado tazas de papel y café de máquina automática, pero el ayudante de Sharps trajo una reluciente cafetera termo, cucharillas de plata y servicio de azúcar y crema de leche en una bandeja de teca taraceada.
—Sírvase usted mismo, Harvey. Es un buen café. ¿Moka mezclado con Java?
—Exacto —dijo el ayudante.
—Muy bien. —Hizo un gesto para despedir al ayudante—. Harv, ¿por qué este súbito cambio de actitud en un medio de comunicación de masas?
Harvey se encogió de hombros.
—El patrocinador insiste en ello. Por cierto, el patrocinador es Jabones Kalva, empresa a cuyo frente se encuentra Timothy Hamner, el cual…
Un acceso de risa interrumpió a Harvey. El júbilo contorsionó el rostro delgado de Sharps.
—¡Magnífico! —exclamó, y a continuación pareció reflexionar—. Una serie. Dígame, Harv, si un político nos ayudara en el estudio, quiero decir nos ayudara mucho, ¿podría salir en la serie y obtener alguna publicidad favorable?
—Claro. Hamner insistiría en ello, y yo no tendría nada que objetar…
—Maravilloso. —Sharps alzó su taza de café—. Salud. Gracias, Harv, muchas gracias. Creo que nos veremos más.
Sharps esperó hasta que Harvey Randall hubo abandonado el edificio. Permaneció sentado, inmóvil, algo poco frecuente en él, y sintió la emoción en la boca del estómago. Aquello podría salir bien. Finalmente oprimió el botón del intercomunicador.
—Larry, ponme con el senador Arthur Jellison en Washington. Gracias.
Esperó con impaciencia hasta que sonó el teléfono.
—Ahora hablará contigo —le dijo su ayudante.
Sharps cogió el auricular.
—Aquí Sharps. —Tuvo que esperar de nuevo hasta que la secretaria le pasó al senador.
—Sí. Escucha, Art, tengo que hacerte una proposición. ¿Sabes lo del cometa?
—¿Cometa? Ah, el cometa. Es curioso que lo menciones. He conocido al tipo que lo descubrió. Resulta que es un contribuyente importante, pero nunca le había visto antes.
—Bien, escucha esto —dijo Sharps—: es importante, la oportunidad del siglo…
—Eso es lo que dijeron del Kahoutek…
—¡Al diablo con el Kahoutek! Oye, Art, ¿qué posibilidades tenemos de conseguir fondos para una sonda?
—¿Cuánto?
—Todo lo que podamos conseguir. El laboratorio puede remendar una caja negra no tripulada, algo que puede enviarse en un proyectil Thor-Delta…
—No hay problema. Puedo conseguírtelo —dijo Jellison.
—Pero eso no es todo lo que podemos conseguir. Lo que necesitamos es una sonda tripulada, digamos un par de hombres en un Apolo con cierto equipo en lugar de un tercer tripulante. Art, ese cometa va a pasar muy cerca. Desde ahí arriba podríamos obtener buenas fotografías, no sólo de la cola y la cabellera, sino que hay buenas posibilidades de obtener muestras ¡de la cabeza! ¿Sabes lo que eso significa?
—La verdad es que no, pero tú acabas de decirme que es importante. —Jellison se quedó un momento silencioso—. Lo siento. Estoy de acuerdo contigo, pero no hay ninguna posibilidad. De todos modos, no podríamos lanzar un Apolo aunque contáramos con el presupuesto…
—Sí que podemos. Acabo de comprobarlo en Rockwell. Es una misión con un índice de riesgo más elevado de lo que le gusta a la NASA, pero podríamos hacerlo. Tenemos la maquinaria…
—No importa. No puedo conseguirte un presupuesto para eso.
Sharps frunció el ceño. Sintió crecer en su estómago la mórbida emoción. Arthur Jellison era un viejo amigo, y a Charlie Sharps no le gustaba hacer chantaje, pero…
—¿Ni siquiera si los rusos envían un Soyuz?
—¿Qué? Pero ellos no van a…
—Oh, claro que sí —dijo Sharps, pensando que no era realmente una mentira, sino una suposición.
—¿Puedes probar lo que dices?
—Dentro de algunos días. Puedes contar con ello: los rusos van a subir para observar el Hamner-Brown.
—Eso me cubrirá de mierda.
—¿Cómo dices, senador?
—Que eso me cubrirá de mierda.
—Ah.
—Estás bromeando conmigo, Charlie, ¿no es así?
—No, de veras, Art. Es importante. Y de todos modos necesitamos otra misión espacial, para mantener el interés por el espacio. Tú mismo querías que se aprobara un vuelo tripulado…
—Sí, pero no tengo posibilidad de conseguirlo. —Otra pausa de silencio. Luego, hablando más para sí mismo que para Sharps, Jellison añadió—: Así que los rusos van a ir. Y sin duda lo harán a bombo y platillo.
—Estoy seguro de que lo harán así. Nuevo silencio. Charlie Sharps casi contuvo el aliento.
—De acuerdo —dijo al fin Jellison—. Husmearé en las alturas y veré qué reacciones obtengo. Pero será mejor que me des pruebas de inmediato.
—Senador, dentro de una semana te daré pruebas inequívocas.
—De acuerdo, lo intentaré. ¿Algo más?
—De momento, no.
—Muy bien. Gracias por el informe, Charlie.
La comunicación se cortó. Sharps pensó en lo abrupto que era aquel hombre. Sonrió y luego pulsó de nuevo el botón del intercomunicador.
—Larry, quiero hablar con el doctor Sergei Fadayev de Moscú, y ya sé la hora que es allí. Simplemente, haz que se ponga.
La leyenda de Gilgamesh consistió en un puñado de historias inconexas que se extendieron por el semicírculo fértil de la Tierra, en Asia… y el cometa apenas había cambiado. Aún se encontraba muy lejos del torbellino. La órbita de la tuna errante llamada Plutón parecería un cuarto creciente suspendido cerca del borde, a prudente distancia. El sol, un punto excesivamente brillante, todavía irradiaba mucho menos calor a través de la corteza del cometa de lo que había irradiado el gigante negro en sus peores momentos. Ahora la corteza estaba compuesta principalmente por granizo que reflejaba la mayor parte del calor hacia las estrellas.
Pero el tiempo transcurrió.
Marte absorbió el agua en otra vuelta de su largo e imperfecto ciclo climático. Los hombres se extendieron por la Tierra, riendo y rascándose. Y el cometa siguió cayendo. Un soplo del viento solar, formado por protones a alta velocidad, desolló su corteza. Gran parte del hidrógeno y el helio contenido en sus capas se había disipado. El torbellino se acercaba.