Prefacio

Doy las gracias más encarecidas a las muchas personas, generosas y hospitalarias, que hallaron tiempo para ayudarme en mi investigación para esta novela.

En Singapur, Aluyne (Bob) Taylor, el corresponsal del Daily Mail; Max Vanzi de la UPI; y Bruce Wilson, del Melbourne Herald.

En Hong Kong, Sydney Liu, de Newsweek; Bing Wong, de Time; HDS Greenway, del Washington Post; Anthony Lawrence, de la BBC; Richard Hughes, entonces del Sunday Times: Donald A. Davis y Vic Vanzi, de la UIP; y Derek Davies y su equipo, de la Far Easter Economic Review, en especial Leo Goodstadt. Quiero hacer patente también mi gratitud por la excepcional cooperación del general de división Penfold y su equipo del Royal Hong Kong Jockey Club, que me guió en la Happy Valley Racecourse y fue amabilísimo conmigo sin querer indagar en ningún momento cuál era mi propósito. Querría también mencionar a los diversos funcionarios del gobierno de Hong Kong y a los miembros de la Royal Hong Kong Police, que me abrieron puertas con cierto riesgo de meterse en líos.

En Phnom Penh, mi cordial anfitrión el barón Walther von Marschall me atendió extraordinariamente bien y jamás podría habérmelas arreglado sin la sabiduría de Kurt Furrer y Madame Yvette Pierpaoli, ambos de Suisindo Shipping and Trading Co., y actualmente en Bangkok.

Pero debo reservar mi especial agradecimiento para la persona que hubo de aguantarme más tiempo, mi amigo David Greenway, del Washington Post, que me permitió recorrer bajo su sombra distinguida Laos, el nordeste de Tailandia y Phnom Penh. Tengo una gran deuda con David, con Bing Wong y con ciertos amigos chinos de Hong Kong, que creo preferirán permanecer en el anonimato.

He de mencionar, por último, al gran Dick Hughes, cuyo carácter expansivo y cuyos modales he exagerado desvergonzadamente en el papel del viejo Craw. Algunas personas, en cuanto las conoces, sencillamente se cuelan en una novela y se sientan allí hasta que el escritor les encuentra un sitio. Dick es una de esas personas. Sólo lamento no haber podido obedecer su vehemente exhortación a denigrarle hasta la empuñadura. Mis más crueles esfuerzos no pudieron sobreponerse a la cordial naturaleza del original.

Y puesto que ninguna de estas buenas gentes tenía más idea de la que yo tenía por entonces de cómo resultaría el libro, debo apresurarme a absolverles de mis fechorías.

Terry Mayers, veterano del equipo británico de Karate, me asesoró sobre ciertas técnicas inquietantes. En cuanto a la señorita Nellie Adams, no habría alabanzas suficientes para describir sus prodigiosas sesiones de mecanografía.

Cornualles, 20 de febrero de 1977.