XXXII

Por dicha no había recibido ningún garrotazo en la cabeza; pero estaba derrengado, molido y lleno de contusiones.

Seguro ya de que vivía, y por instigación del tendero murciano, que no se aquietaba hasta recobrar, en parte al menos, el dinero robado, D. Paco registró a Antoñuelo y le encontró cuatro mil reales, que devolvió a su dueño.

Los otros ocho mil se los había llevado el compañero de Antoñuelo, el cual, por director y maestro en el arte, había tomado doble porción de botín.

Antoñuelo sentía agudos dolores; no formulaba palabra alguna, pero lanzaba gemidos lastimeros.

D. Paco se apresuró a salir de allí, volviendo cuanto antes al lugar con el libertado y el vencido.

La poderosa mula de D. Ramón, aparejada aún con muy cómoda y ancha albarda, se hallaba en un corralejo o pequeño cercado contiguo a la casilla.

Sacó D. Paco la mula, hizo que montase en ella su dueño, y levantando después a Antoñuelo, que apenas se podía mover, y llevándole en peso con alguna dificultad, le plantó a las ancas. Él cargó luego con el trabuco y la navaja, trofeos de su victoria, y echando delante la mula y su doble carga, se dirigió hacia el lugar.

Al ir caminando daba infinitas gracias a Dios porque le había puesto en ocasión de castigar un delito y de evitar otros mayores y porque le había proporcionado un medio de volver a la patria con justo motivo y sin ningún sonrojo.

Aunque caminaron despacio, llegaron al lugar entre una y dos de la noche, sin hallar a nadie en el camino.

Inquieto D. Andrés por la suerte de D. Paco, había enviado en balde a muchas personas para que le buscasen. También la tendera había enviado gente en busca de su marido. Todos con mal éxito se habían vuelto al lugar antes de media noche.

Cuando mucho más tarde entraron en él don Paco y su comitiva, los villalegrinos estaban durmiendo.

D. Paco, procurando y logrando no llamar la atención, dejó a Antoñuelo a la puerta del herrador, su padre. Libre ya D. Ramón del poco agradable socio de montura, se despidió de don Paco con nuevas y fervorosas manifestaciones de gratitud y se largó a su casa.

D. Paco se fue a reposar a la suya.

Como el médico estaba viejo y averiado y tenía no poco que hacer, D. Policarpo ejercía también, con consentimiento del médico, la medicina y la cirugía. El herrador le llamó al punto para que curase a su hijo.

D. Policarpo le atendió muy bien y pronosticó que le curaría pronto, porque sus contusiones, si bien en extremo dolorosas, no eran de peligro ni daban que temer por su vida.

Apenas amaneció, D. Policarpo, sabedor de que D. Andrés estaba inquietísimo por la suerte de su amigo o como dijéramos de su ministro, fue a casa del cacique, que se despertaba con el alba y le pidió albricias y le dio la buena nueva de que D. Paco había parecido. Como el boticario sólo había visto al magullado Antoñuelo y no sabía bien lo ocurrido, hizo su composición de lugar, y fantaseó y dijo a D. Andrés que entre D. Paco y Antoñuelo había habido una muy reñida pelea, sin duda por los bellos ojos de Juanita; que la pelea había sido en mitad del campo, durante la noche; que D. Paco había quedado ileso y que el pobre Antoñuelo estaba tal, que se le podían comer con cuchara, pero que él, con su ciencia y sus cuidados, le sanaría muy pronto.

D. Andrés holgó mucho de que hubiese vuelto sano y salvo el secretario del Ayuntamiento, que le era utilísimo y a quien profesaba más amistad que a nadie.

No por eso quiso llamar a D. Paco ni ir a verle en seguida, turbando el reposo de que sin duda había menester; pero no creyó en el duelo o pendencia que D. Policarpo había supuesto y contado.

D. Andrés, aunque muy estimulado por la curiosidad, se armó de paciencia y de calma y aguardó dos o tres horas antes de dar un paso para descubrir lo cierto.

Bien sabía él que el mayor amigo y confidente de D. Paco era el maestro de escuela, y a eso de las ocho, cuando ya la escuela había empezado y D. Pascual debía de estar en ella, D. Andrés le envió a llamar a su casa.

El mozo que llevó el recado volvió diciendo que D. Pascual había salido al rayar el alba, que no había vuelto aún, que los niños estaban dando lección con el ayudante, y que no bien volviese D. Pascual y supiese que D. Andrés le llamaba, iría a verle al punto.