51

Kasey se había acurrucado en la oscuridad. Estaba tumbada sobre su estómago, helada y mojada, escondida detrás de una pila de maderas podridas. Su cabello caía en mustios rizos sobre su cara mientras ella apretaba los puños para evitar que su cuerpo temblara. El agua fría que caía del techo le mojaba la espalda y las piernas. Casi no podía sentir sus pies. No estaba segura de cuánto tiempo llevaba escondida, pero sabía que él la estaba buscando y que, tarde o temprano, la encontraría.

El haz de luz de la linterna rastreaba en la habitación como un láser. Lo dirigía a los rincones y a las grietas, esperando sorprenderla. La luz se detuvo un instante en la pared que había justo sobre su cabeza y ella se aplastó más sobre el suelo de cemento y contuvo la respiración. En el lugar donde el haz de luz iluminó la pared, pudo ver manchas naranjas de óxido, pintadas de grafiti y marcas como de viruela en la zona donde alguien había usado la piedra para hacer prácticas de tiro. Cinco segundos después, la luz desapareció y volvió a quedarse a ciegas.

Él le hablaba a través de la oscuridad. No podía encontrarse a más de seis metros.

—Sé que estás aquí, Kasey.

Ella esperó con creciente desesperación a que él buscara en otra zona de la escuela, pero después de un minuto de silencio que se hizo eterno, encendió la linterna de nuevo e iluminó el suelo a escasos centímetros de la cara de ella, que se encogió hacia atrás. El cemento estaba cubierto de clavos y ladrillos. Una rata de treinta centímetros se detuvo y la miró con sus ojos rosados. El roedor se hallaba a pocos centímetros de su cara. Asustado por la luz, se lanzó directamente hacia Kasey y ella tuvo que cubrirse la boca para no gritar cuando su cuerpo peludo arañó la piel de su espalda.

—No puedes esconderte eternamente, Kasey —continuó él—. Alguien te está esperando.

Kasey se tensó y avanzó un centímetro. Oyó una violenta palmada y un quejido de dolor.

—Habla —ladró él.

Oyó una nueva voz.

—No te preocupes por mí, Kasey. Sálvate.

Maggie. Era la voz de Maggie. Kasey sintió deseos de golpear el suelo con los puños; se asomó un poco por la pila de vigas de madera, lo bastante para ver cómo él pasaba la luz por el cuerpo de Maggie, atada a una silla con las manos detrás de la espalda. Su cuello lucía un collar de sangre y Kasey recordó la noche en la niebla y a Susan Krauss apareciendo de improviso en la ventanilla de su coche, con el mismo aspecto, con su garganta a medio seccionar. Detrás de Maggie, en la menguante luz de la linterna, vio los demás cadáveres, postrados como si fueran muñecas en descomposición.

Estaba enfadada. Enfadada porque Dios la había soltado allí en aquel lugar sin estar preparada. Enfadada porque Dios la había abandonado. Pero tal vez ésta fuera Su venganza. Durante el año anterior, había dejado de creer en Él y lo había sustituido por la creencia en la desesperación y en la traición. La vida la había arrollado. Nunca hubiera imaginado que el horrible camino que había recorrido la acabaría conduciendo hasta aquí.

—No puedes huir, Kasey —la amenazó él—. ¿Qué vas a hacer ahora?

Kasey se mordió el labio y escuchó sus lentos pasos a medida que se alejaba. La luz de la interna se movió, colándose a través de un agujero en la pared más lejana. Él le daba la espalda. Era su oportunidad, y no se atrevía a esperar más.

«Te mataré —se juró a sí misma—. Voy a hacerlo ahora».

Gateó hasta ponerse de pie y recogió la pesada viga de metal. La sostuvo como si fuera un palo a medida que avanzaba rodeando la pila de maderas. Puso un pie delante, comprobó la firmeza del suelo y posó su talón sin hacer ruido. Permaneció atenta a la luz de la linterna en el pasillo a medida que avanzaba lentamente, pero mientras lo hacía, se apagó. Se detuvo, sintiéndose expuesta, y pensó en retroceder hasta su escondite, pero sabía que se hallaba cerca de Maggie. Con una voz apenas audible, murmuró:

—Estoy aquí.

Oyó ruido de refriega. La silla en la que Maggie estaba atada cayó con estruendo al suelo y oyó como ella gruñía por el esfuerzo mientras forcejeaba con sus ataduras. Intentaba liberarse.

Dio otro paso y habló de nuevo con un susurro.

—Maggie.

Esta vez Maggie respondió inmediatamente con otro murmullo.

—Vete de aquí, Kasey.

Demasiado tarde para huir. La luz inundó la habitación e inmovilizó a Kasey como lo haría un reflector con un convicto. Todavía tenía la viga de metal agarrada sobre su cabeza, pero él estaba en la entrada, a seis metros, demasiado lejos para atacarle. Tras la luz sólo se veía su silueta, pero alcanzó a distinguir la pistola de Maggie apuntando a su pecho. Él se acercó, pisando los cristales polvorientos, y se detuvo a dos metros de ella. Sostenía la pistola delante de él con la mano izquierda.

La espalda de Kasey se irguió en un gesto de rebeldía.

—Dispara. Es la única manera de que puedas acercarte a mí de nuevo.

—Esto no funciona así, Kasey —repuso él—. Sabes lo que quiero que hagas.

—Que te jodan, cabrón.

—Quiero ver cómo la matas —insistió él.

—Estás loco.

—Coge la viga y aplástale el cráneo.

—No voy a hacerlo.

—Sí, lo harás. Harás lo que sea para salvarte.

—No me conoces.

—Te conozco mejor que nadie —le dijo—. Eres como yo.

—No soy como tú —le espetó Kasey mientras respiraba con agitación sin apartar su mirada de él.

—Los dos sabemos que sí. Mátala.

—Te mataré a ti en su lugar —juró Kasey, alzando la viga sobre su cabeza y agarrándola fuerte con la mano.

—No seas idiota.

—No me preocupa lo que me pueda pasar.

—Sí que te importa. Ya conoces las reglas, Kasey. Ya sabes qué pasará si suspendes el examen.

—Deja en paz a mi familia. No tienen nada que ver con esto.

—No formabas parte de mi juego, pero tú solita te entrometiste. Ahora no puedes dejar de jugar.

—Estás acabado —gritó Kasey dando un paso hacia él—. Estás muerto.

Él leyó la violencia en su cara.

—Es un sentimiento poderoso, ¿verdad? Odiar tanto a alguien que quieres matarlo. En ese momento es cuando estás realmente viva.

—Esto se va a acabar ahora —dijo ella.

—Voy a ponértelo fácil, Kasey. Mátala y te dejaré marchar.

—¿Qué?

—Dejaré que te vayas —repitió—. El juego ha terminado.

—Eres un puto mentiroso.

—No estoy mintiendo.

Kasey sentía que la viga se le escurría de la mano.

—Nunca me dejarás ir. Te he visto la cara.

—Pero no me entregarás, ¿verdad? No te arriesgarás. Venga, Kasey, ¿qué más da otra muerte en tu conciencia? Te estoy dando la oportunidad de largarte.

—Kasey. —Era la voz de Maggie, que le interrumpió con brusquedad—. Kasey, mírame. No le escuches. No le creas.

Los ojos de Maggie estaban tranquilos y concentrados, como si hablara desde un púlpito.

—Este tipo es patético —continuó, alzando la voz y en tono sarcástico—. Es un chiste andante. Míralo. Cara de Acné probablemente se enamoraba de mujeres que se burlaban de él en el instituto, y ahora se desquita con las mujeres con las que se cruza. O puede ser que a mamá le gustara vestirle con lencería. ¿Qué fue, Nie-Man[5]? Nie-Man, ¿no es ésa la palabra alemana para decir «no hombre»? Uau, los loqueros tendrían un filón con éste.

—Maggie —murmuró Kasey.

Nieman no se movió ni dijo una palabra, pero Kasey vio como sus músculos se tensaban cuando su cuerpo fue presa de la ira. Se le congeló la sonrisa en la cara.

—Entonces, ¿cuál es tu historia, Nie-Man? —continuó Maggie—. ¿Qué te convirtió en este miserable remedo de vida humana, eh? ¿Acaso la tía Penny se dedicaba a encerrarte en el armario cuando eras pequeño y a jugar contigo a los médicos? ¿Creciste en una granja y dedicaste demasiado tiempo a follarte a los cerdos y a las cabras?

Los ojos de Nieman no se apartaron de la cara de Kasey.

—Mátala, Kasey —dijo con calma—. Mátala ahora mismo y serás libre.

—Fue todo el asunto de la escuela, ¿verdad? —insistió Maggie zumbando alrededor de su cerebro como un mosquito—. ¿Fue un profesor? ¿Alguno de tus profesores presentó tu culo al mango de una escoba? ¿O fueron los otros chicos? ¿Hicieron que las chicas miraran? ¿Se rieron de ti? Pobre y lamentable pequeño Nie-Man.

—Mátala, Kasey —gruñó—. Hazlo ahora u os torturaré a las dos de formas que no podrías ni imaginar. ¿Me has oído? ¿Crees que no lo haré?

Kasey retrocedió cuando él le gritó, pero entendió lo que Maggie se proponía. Intentaba proporcionarle una ocasión para cogerle. Un momento de distracción. Una oportunidad para atacar. Y estaba funcionando.

—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Eres sólo un trozo impotente de mierda, Nie-Man? ¿Tu pequeño fideo no se levanta por encima de tus huevos? ¿Culpas a las mujeres por ese blando regaliz de tres centímetros que tienes entre las piernas? Puede que la próxima vez tengas que adoptar un nombre como Harry Sin Polla, ¿eh? Ése es un buen nombre para ti.

Kasey pudo verlo en sus ojos. También Maggie. Había conseguido un pleno. Nieman parpadeó más rápido y su sangre hirvió de rabia.

—Bájate los pantalones, Sin Polla. Vamos, hazlo. Proporciónanos una última carcajada.

—Cierra la puta boca. ¡Cállate! ¡Cállate!

Nieman se lanzó contra Maggie con la mano derecha cerrada en un puño, y alzó el brazo para cruzarle la cara. El cañón de la pistola siguió a su cuerpo y él volvió la cabeza. Una fracción de segundo.

Kasey saltó. Él se encogió hacia atrás y abrió fuego al ver que ella se abalanzaba sobre él, pero no fue lo bastante rápido. La pistola se disparó con un fogonazo y un rugido, ensordeciéndola. Antes de que pudiera disparar de nuevo, ella descargó la viga sobre su muñeca. El pesado metal partió la articulación con un audible crujido. Nieman aulló de dolor y la pistola rodó por el suelo.

Kasey retrocedió para atacar de nuevo, apuntando esta vez a su cabeza, pero él consiguió cogerla por los hombros y la derribó. Ambos cayeron con estruendo entre los cristales y los escombros. La linterna se perdió de vista pero el haz no se apagó, dibujando un túnel de luz sobre sus cuerpos. Antes de poder liberarse, Kasey sintió como él se ponía sobre ella y le presionaba la garganta con su grueso antebrazo. Acercó su cara a la de ella, sus ojos negros e intensos. Al verlos, ella clavó la afilada uña de su dedo índice directamente al centro de su pupila. Él gritó y la soltó para cubrirse la cara con la mano. Kasey le dio un puñetazo en la garganta con el puño y golpeó de nuevo su cara hasta quitárselo de encima.

En medio del haz de luz, Kasey vio la pistola sobre las ruinas del suelo y se lanzó a por ella. Él pateó al notar que se movía y su bota le impactó en la cabeza. Kasey se tambaleó y cayó de espaldas. Él saltó, aterrizó sobre su pecho y apretó la cabeza de Kasey contra el suelo, donde los cristales rotos cortaron sus mejillas y sus labios. Antes de que él pudiera coger su cabeza de nuevo, ella le agarró la otra mano y le retorció la muñeca rota. Él la soltó con un chillido de dolor y Kasey se zafó de su acometida echándose hacia atrás.

Palpó el suelo en busca de la pistola, pero no la encontró. Él gateó hacia ella, que saltó y tropezó con algo frío y mojado. Al tocarlo con la mano, sus dedos se hundieron en carne muerta, putrefacta. Estaba sobre los cadáveres, rebozándose en su olor. Siguió retrocediendo, usando la hilera de cuerpos para bloquear el avance de él, pero él se abalanzó hacia delante. Tenía el ojo derecho cerrado y su mano izquierda colgaba en un ángulo extraño. Pero estaba de pie y ella, tumbada sobre su espalda.

Kasey topó con la pared y no pudo alejarse más. Él lanzó a un lado las sillas, tirando de forma grotesca dos cuerpos al suelo y asustando a las ratas. Sus ojos se encontraron. Él sonrió y se abalanzó sobre ella. Al aterrizar, el cuerpo del hombre la aplastó con su peso y expulsó el aire de su pecho de golpe. La mano que él aún tenía operativa se cerró en torno a su garganta como la mandíbula de un perro y bloqueó su tráquea. Kasey agarró con desesperación los dedos y luego le aporreó el cuerpo con sus puños, pero él no cedía en su presión.

La sangre retumbaba en sus oídos. Su boca abierta luchaba por aspirar aire, pero en vano. Tanteó el suelo con las manos, intentando encontrar un arma. Halló un fragmento de cristal y le hirió en la cara con varios tajos, pero la sangre y el dolor no le distrajeron. Su mano era una garra que aplastaba el cartílago de su cuello.

—Has perdido, Kasey —siseó.

Maggie le gritó.

—¡A tu izquierda! ¡Kasey, a tu izquierda!

Su brazo izquierdo barrió el suelo hacia arriba y hacia abajo en rápidos movimientos. Los vasos sanguíneos de su cara explotaron como petardos.

—¡Más arriba!

Kasey se estiró hacia atrás hasta que su hombro casi se separó de su cuerpo. Allí estaba. Sus dedos se cerraron sobre un bloque desigual de pesado hormigón. Agarró la piedra como si fuera un bate de béisbol y la levantó del suelo. Sus brazos desfallecieron por el peso y casi se le cayó.

—¡Hazlo! ¡Sacúdele!

Intentó conectar un torpe golpe, pero falló. Se le entumecían los dedos. El ladrillo se balanceó en su mano. Como si estuviera bebida, intentó otro swing directo a la parte de atrás de la cabeza, y esta vez oyó como el bloque aterrizaba con fiereza produciendo un satisfactorio crujido al romper el hueso.

La mano aflojó su presa sobre la garganta. Kasey notó como se bamboleaba y se convertía en un peso muerto, y caía inconsciente sobre ella. Regueros de sangre corrían por su cabello hasta su cara. Se lo quitó de encima con un fuerte empujón y se puso en pie. El mundo giraba vertiginosamente. Tosió tratando de inspirar.

—¡Kasey! —gritó Maggie—. ¿Estás bien?

Kasey dio un traspié hacia la linterna, se agachó y la recogió. El rayo de luz bailó en su mano mientras ella intentaba calmarse. Rastreó el suelo y localizó la pistola de Maggie, la recuperó y la sostuvo rígidamente con la otra mano. Dio un paso indeciso hacia la pared y alumbró el cuerpo de Nieman.

—¿Está muerto? —preguntó Maggie.

Kasey inspeccionó a Nieman bajo la luz. Bajo su cráneo empezaba a formarse un oscuro charco, pero su pecho subía y bajaba. No le había golpeado con fuerza suficiente para matarlo; la pesadilla aún no había terminado. El tipo gruñó y sus miembros se movieron. La sangre burbujeaba en su boca. Sus ojos se agitaron mientras trataba de levantarse.

—Deprisa, ayúdame a liberarme —la instó Maggie.

Kasey se quedó paralizada. No podía moverse. Miró cómo él recuperaba lentamente la conciencia, mientras su propia sangre bajaba en arroyuelos por su cuello. Al lado de él, tendida en el suelo, vio la piel azulada de una de las mujeres que él había matado. Algo bullía en la herida de su cuello. Gusanos.

—Kasey —insistió Maggie con un dejo de alarma en la voz.

Él abrió los ojos. Eso era lo que Kasey esperaba. Los ojos se abrieron lo justo para que pudiera verla de pie frente a él, para que se diera cuenta de que ella estaba allí y su cerebro lo asimilara.

Él vio la pistola en su mano. Sabía lo que iba a hacer. Y por qué.

—Eres una asesina, Kasey —dijo en un suspiro, con sus labios forzando una sonrisa rota—. Como yo.

Ella asintió.

—Tienes razón.

Kasey alzó la pistola y disparó un único tiro directo a su cerebro.